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Tras el levantamiento del estado de alarma se ha abierto en España una nueva etapa en la lucha contra la pandemia. Lo lógico en este punto sería aprovechar el momento para realizar una evaluación de las actuaciones llevadas a cabo con el fin de establecer errores y aciertos. La desgracia de nuestro país es el que aquí el combate contra el coronavirus se ha planteado desde el primer momento como el centro de la controversia política partidista. Podemos concluir que el Gobierno no ha conseguido hacer copartícipe a los demás partidos de la gestión de la crisis. Ha sido manifiestamente visible por todos que la oposición ha intentado convertir este período en un elemento de desgaste de un gobierno frágil en la aritmética parlamentaria al que pensó que podía derribar si los acontecimientos le superaban. En España, hemos tenido que librar la amenaza de dos posibles colapsos: el sanitario y el político.

En un asunto como el que nos ocupa, la comunicación adquiere una importancia trascendental. La información en situaciones de crisis no sólo tiene la función de mantener a los ciudadanos al tanto de lo que ocurre. Se convierte en un territorio decisivo para desarrollar campañas de sensibilización social y para contribuir a extender los estados de ánimo adecuados para ayudar a hacer frente a la emergencia. El liderazgo adquiere una especial relevancia puesto que toda guerra necesita contar con una cabeza logística que dirija las operaciones y que cuente con un amplio respaldo de la sociedad. Los líderes políticos en todo el mundo se han visto sometidos a una auténtica prueba de estrés que ha servido para medir sus capacidades y para determinar modelos de conducta que pueden servir de paradigma para experiencias futuras.

El balance de los líderes españoles

En el caso español resulta muy complicado poder realizar un análisis objetivo e independiente de la estrategia desarrollada por los diferentes líderes políticos. Una posibilidad de plantear una aproximación científica puede partir del análisis de los datos estadísticos. Partimos de una pregunta nítida: ¿Cuál es la valoración de los líderes en España antes y después de la implantación y finalización del estado de alarma? Esta es la respuesta:

La valoración de los votantes de sus propios líderesLas conclusiones que podemos establecer ofrecen pocas dudas. La primera de ellas es que se aprecian ligeras modificaciones, aunque bastante significativas. Respecto a las valoraciones que obtenían los líderes los días anteriores al estado de alarma, a día de hoy se observan mejorías para Pedro Sánchez e Inés Arrimadas. Por el contrario, pierden puntuación Pablo Iglesias, Pablo Casado y Santiago Abascal. Parece evidente que la estrategia de acoso y derribo que PP y Vox han llevado contra el Gobierno de coalición no ha provocado daño alguno a Sánchez, aunque ha tocado algo a Iglesias, contra el que se han lanzado los ataques más insistentes. Curiosamente, la agresividad mostrada ha sido especialmente perjudicial para los intereses de quienes la han promovido. En esta ocasión han ganado quienes han defendido el acuerdo y la unidad y han perdido quienes han protagonizado los enfrentamientos más directos.

Hay otro dato de gran importancia. Se trata de observar la evolución de la valoración de los líderes entre sus propios votantes. Aquí hay diferencias significativas respecto a lo anteriormente analizado. La conclusión que puede obtenerse es que la búsqueda de la confrontación política ejercitada por PP y Vox ha provocado un efecto directo: ha aumentado la polarización. Puede observarse cómo la opinión de los votantes de PP y Vox sobre sus líderes ha mejorado más de medio punto y, sin embargo, su calificación general ha descendido. La calificación que le dan ahora los votantes de las otras formaciones ha bajado aún más. Tanto Sánchez como Iglesias no han sufrido daño alguno entre sus votantes que reafirman su sólido apoyo.

Como resumen, podemos establecer una doble consideración. Por un lado, la estrategia de confrontación de la derecha no ha hecho mella en la imagen de los líderes de la izquierda. Aunque, por otro lado, lo que sí ha conseguido es aumentar el grado de polarización entre los electores conservadores y progresistas. Los ciudadanos españoles parece que nos hemos separado aún más entre nosotros, pero también la derecha se ha alejado de la posibilidad de atraer votantes desde la izquierda.

Respecto a lo ocurrido en otros países resulta muy complicado realizar estudios que permitan obtener lecciones que puedan generalizarse internacionalmente. Cada territorio ha sufrido la pandemia en diferente grado y su capacidad de reacción tampoco ha sido homogénea. El campo de actuación de cada líder en el mundo era distinto y, por tanto, resulta demasiado aventurado intentar comparar unas experiencias con otras. Sin embargo, en términos generales, sí que parece que pueden observarse algunas tendencias referidas al uso de la comunicación política y a su eficacia. Básicamente, parecen apreciarse dos tipologías absolutamente contrapuestas que han obtenido resultados dispares.

La hecatombe del discurso populista frente a la realidad

Según Roberto Rodríguez Andrés, profesor asociado de la Universidad de Comillas y de la Universidad de Navarra, "en las crisis hay tres cosas que la opinión pública siempre busca y que son las que tiene que hacer un político: resolver el problema, mostrarse cerca de la gente que está sufriendo y que la comunicación que se ejercite acompañe a las medidas que se están tomando. Esto es muy importante porque en esta pandemia hemos visto a líderes como Trump que no han hecho ninguna de estas tres cosas".

Hace unos días, Alaistair Campbell, el conocido y polémico estratega político laborista británico, afirmaba en un artículo publicado en diversos periódicos internacionales lo siguiente: "Me siento avergonzado y ridículo mientras el mundo contempla la catástrofe nacional en la que Boris Johnson ha convertido la crisis de la covid-19". Desde su punto de vista, ha existido un frente común de líderes, con manifiestas tendencias populistas, que han desarrollado una estrategia objetivamente desastrosa. Hacía referencia a los que Der Spiegel ha bautizado como "los 4 líderes del mundo infectado": Donald Trump, Boris Johnson, Jair Bolsonaro y Vladimir Putin. Con las cifras de hoy en la mano, sólo estos cuatro países acumulan prácticamente el 50% de los 11 millones de infectados que hay en todo el mundo (España representa el 2,3%). Su posición, contraria a las recomendaciones de los científicos, en las que primaba su peculiar manera de entender la política encima de las necesidades impuestas por la pandemia, ha contribuido a generar una extendida confusión en buena parte de su ciudadanía.

Para el profesor Rodríguez Andrés, en este tipo de líderes "hemos visto la política de la testosterona, el 'esto es un virus chino que no va a poder conmigo'. Han planteado la pandemia como una guerra y han minusvalorado el problema, que es una de las peores cosas que se puede hacer, porque no ajustan las medidas a la amenaza real, ni trasladan a la opinión pública mensajes lo suficientemente contundentes para que estén preparados".

Es muy complicado encontrar una sola voz con autoridad académica que defienda la fórmula del discurso populista para hacer frente a una emergencia sanitaria. Los cuatro han jugado a relativizar la gravedad de la situación, a despreciar la opinión de los científicos, a promover comportamientos indisciplinados y a ridiculizar o perseguir a quienes intentaban frenar su disparada posición. Para el profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha, Juan Luis Manfredi, "el discurso anticientífico es una de las características básicas del trumpismo". Igualmente, han buscado la confrontación ideológica desde el poder y han acentuado la división social. En todos los casos, su comportamiento parece haber tenido consecuencia en una significativa bajada de su popularidad y han hecho descender sus expectativas electorales. En el caso de Putin, su reciente consulta para permanecer en el poder ha sido denunciada por observadores internacionales por la larga serie de irregularidades detectadas.

Trump está viviendo una auténtica letanía. El coronavirus se extiende fuera de control por todo el país y su reacción después de la muerte de George Floyd ha dejado abiertas graves heridas en la población. Su peculiar estilo de hombre triunfador se compadece poco con lo que EEUU necesita hoy de su líder. Según la profesora Alana Moceri, "a Trump le hubiera venido bien olvidarse de Twitter durante la pandemia y dejar que comunicaran los expertos, pero él no es capaz de dar protagonismo a los demás". Las encuestas de cara a noviembre empiezan a distanciarle cada vez más de su rival, el demócrata Joe Biden.

El triunfo de la feminización de la política

Según la asesora política Begoña Gozalbes, el elemento clave en esta crisis es que "ha faltado empatía desde los gobiernos, porque se ha comunicado siguiendo demasiado el manual y sin tener en cuenta la humanidad". Pero también ha habido excepciones, casi todas ellas protagonizadas por mujeres. Las principales gobernantes han desarrollado una extraordinaria labor en el ejercicio del liderazgo ante la crisis. El ejemplo máximo por excelencia ha sido sin duda el de Angela Merkel. Katrin Bennhold, la corresponsal de The New York Times en Berlín, resumió en pocas palabras una generalizada opinión entre los observadores internacionales: "Merkel, una científica capacitada, se ha comunicado de manera clara, tranquila y estable durante la crisis, al imponer medidas de distanciamiento social cada vez más estrictas en el país. Las restricciones, que han sido cruciales para frenar la propagación de la pandemia, se encontraron con poca oposición política y han sido ampliamente apoyadas. Los índices de aprobación popular de la canciller se han disparado".

En países como Dinamarca (Mette Frederiksen), Islandia (Katrín Jakobsdóttir), Finlandia (Sanna Marin), Alemania (Angela Merkel), Nueva Zelanda (Jacinda Ardern), Noruega (Erna Solberg), Taiwán (Tsai Ing-wen), todos ellos dirigidos por mujeres, la gestión de la crisis ha sido muy valorada. En esto ha tenido que ver que estas presidentas hayan seguido "un patrón mucho más asertivo en la forma de comunicar", según Manfredi, que entiende que "son mucho más explicativas y didácticas".

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Jacinda Ardern, la presidenta de Nueva Zelanda, se ha convertido en un nuevo referente de la socialdemocracia en el mundo. Líder del partido laborista, ganó las elecciones en 2017 y se convirtió en presidenta con sólo 37 años. El diario The Guardian la ha definido como "una mezcla de acero y amabilidad". Es la favorita para ganar las próximas elecciones de septiembre después de haber conseguido erradicar el virus de Nueva Zelanda y mantener en todo momento un firme liderazgo en un país que ha depositado en ella una confianza generalizada. Quedarán para la historia las palabras con las que cerraba todas sus apariciones televisivas en las que informaba de la marcha de la pandemia. Al despedirse, lanzaba un mensaje a todos y cada uno de los neozelandeses: "Sé fuerte, sé amable".

Helen Clark, ex primera ministra de Nueva Zelanda, ha explicado cuáles han sido las claves del lenguaje empleado por las mujeres que mejor han sabido gobernar frente a la emergencia: "Lo que las diferencia es ante todo la empatía. Han posicionado la salud y la seguridad humana en el centro de su respuesta. Se han apoyado siempre en valores. Han sido lo suficientemente inteligentes como para saber que no se puede salvar una economía si una pandemia derriba a su gente. Se han apegado a un plan. Han escuchado a los expertos. Han actuado siguiendo los consejos, utilizando el buen juicio. Se han comunicado extremadamente bien, han involucrado a la población de los países en un viaje con ellos".

La revista Forbes también ha analizado el fenómeno y ha explicado cómo "en general, la empatía y la atención que todas estas líderes femeninas han transmitido parece provenir de un universo alternativo al que nos hemos acostumbrado. Es como si sus brazos salieran de sus videos para envolverte en un abrazo sincero y amoroso. ¿Quién sabía que los líderes podrían aparecer así?". La primera ministra de Noruega, Erna Solberg, hizo una rueda de prensa dirigida específicamente a los niños para tranquilizarles y responder a sus preguntas, una iniciativa que fue seguida en otros países como España. Su homóloga finlandesa, Sanna Marin, reclutó a unos 1.500 influencers para que fuesen ellos quienes transmitiesen a los más jóvenes las recomendaciones sanitarias a través de las redes sociales. Marin ha adquirido una extraordinaria relevancia estas últimas semanas. Se convirtió en presidenta con sólo 34 años. Hija de madre soltera y criada por una pareja lesbiana se ha mostrado siempre como una batalladora de las causas relacionadas con la igualdad y la justicia social. Su gestión ha sido irreprochable y en las encuestas ha subido 10 puntos en apoyo popular.

Tras el levantamiento del estado de alarma se ha abierto en España una nueva etapa en la lucha contra la pandemia. Lo lógico en este punto sería aprovechar el momento para realizar una evaluación de las actuaciones llevadas a cabo con el fin de establecer errores y aciertos. La desgracia de nuestro país es el que aquí el combate contra el coronavirus se ha planteado desde el primer momento como el centro de la controversia política partidista. Podemos concluir que el Gobierno no ha conseguido hacer copartícipe a los demás partidos de la gestión de la crisis. Ha sido manifiestamente visible por todos que la oposición ha intentado convertir este período en un elemento de desgaste de un gobierno frágil en la aritmética parlamentaria al que pensó que podía derribar si los acontecimientos le superaban. En España, hemos tenido que librar la amenaza de dos posibles colapsos: el sanitario y el político.

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