Hubo un tiempo en el que PP y PSOE se repartían hasta el 84% de los votos que los españoles depositaban en las urnas. Fue así durante algo más de 20 años pero no ha vuelto a pasar desde que en 2015 irrumpieron por primera vez en el Congreso de los Diputados Podemos y Ciudadanos.
Ahora la situación apenas ha cambiado. Las últimas encuestas fiables sitúan la suma de la intención de voto combinada de PSOE y PP en el 48,6%, unas décimas por debajo de las cifras agregadas que ambas formaciones alcanzaron en las elecciones de diciembre de 2019. La última vez que alguno de los dos partidos rebasó el porcentaje del 30% de los votos fue hace seis años (lo consiguió el PP con un 33%) y desde entonces el partido más votado en España ha sido el PSOE con un 28,6% en abril de 2019 y un 28,2% la última vez que los españoles acudieron a las urnas.
La debilidad del bipartidismo, por tanto, de acuerdo con las cifras de las últimas convocatorias electorales y de las encuestas, no se ha reducido a pesar del retroceso de Unidas Podemos y el hundimiento de Ciudadanos. La formación que dirige la ministra Ione Belarra ha pasado del 21,1% de las elecciones de 2016, su mejor registro hasta la fecha, al 12,9% de diciembre de 2019 y se mueve en las encuestas de intención de voto en un inestable porcentaje entre el 11 y el 12% a la espera del efecto que pueda tener sobre sus expectativas la candidatura anunciada y aún no concretada de la vicepresidenta Yolanda Díaz.
Ciudadanos, por su parte, que en abril de 2019 alcanzó su cénit con un 15,8% de los sufragios y se hundió al 6,8% ocho meses después, agoniza con cifras en torno al 3,5%.
Si algo revelan las encuestas es que ni el PSOE ni el PP están siendo capaces de recuperar empuje. No ya para acercarse a los porcentajes de intención de voto que abren la puerta a las mayorías absolutas (por encima del 40%) o permiten gobernar con holgadas mayorías minoritarias, si no ni siquiera para superar el 30% de los sufragios.
El PSOE, con un 25% de intención de voto en los sondeos, no ha logrado atraer el apoyo de los votantes que en su momento se refugiaron en Unidas Podemos (casi un 13% en 2019), pero tampoco el de aquellos ciudadanos que encontraron acomodo en formaciones de izquierda de ámbito territorial, sean independentistas, nacionalistas, regionalistas o provincialistas y que en las últimas elecciones llevaron al Congreso la representación de un 10% de los españoles que acudieron a las urnas.
Estancamiento
Y el PP, aunque parece haber absorbido una parte de los votantes que en las últimas elecciones habían elegido la papeleta de Ciudadanos (6,8%), sigue estancado en porcentajes de intención de voto de en torno al 22% que en su mejor momento, hace ahora casi un año, apenas alcanzaron el 26%.
Si el problema de los socialistas es la dificultad de disputar terreno electoral a Unidas Podemos y a las formaciones de izquierda territorial, desde Más País a Compromís, pasando por Bildu, Esquerra o el BNG, el del PP se llama Vox. La fortaleza de la ultraderecha, que en diciembre de 2019 superó el 15% de los votos, es evidente en las encuestas: se han estabilizado por encima del 17% y desde marzo, coincidiendo con el traumático relevo al frente del PP, rozan el porcentaje del 20%.
Es en este contexto en el que el nuevo líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, se ha comprometido a devolver a su partido no sólo el primer puesto en los resultados electorales sino la mayoría absoluta que nadie ha sido capaz de conseguir desde que Mariano Rajoy se la anotó por última vez en el año 2011.
La promesa de Feijóo, que ha llegado al liderazgo de su partido avalado entre otras cosas precisamente por haber logrado cuatro mayorías absolutas consecutivas en Galicia, pasa necesariamente por captar un sector del voto del PSOE pero, sobre todo, de absorber la mayor parte del que en estos momentos prefiere la papeleta de Vox antes que la del PP. Para hacerse con más del 40% de los sufragio necesitará un hundimiento de la ultraderecha que, al menos en este momento, no prevé ninguna encuesta.
Los analistas otorgan una gran trascendencia al efecto que pueda tener en la evolución de la intención de voto de los de Santiago Abascal la entrada por primera vez en un Gobierno, en este caso el de la Junta de Castilla y León. Algunos creen que puede jugar en su contra si su gestión frustra las enormes expectativas que tienen su votantes. Otros, en cambio, opinan que confirmará la utilidad de votar a Vox y desarmará, por tanto, el llamamiento al voto útil del PP para derrotar a la izquierda y desalojarla de la Moncloa. Falta, en todo caso, saber cómo gestionarán su relación Feijóo y Abascal a partir de ahora, sobre todo teniendo un horizonte repleto de convocatorias electorales.
Ver másMoreno calienta un adelanto electoral en Andalucía que pone a prueba el nuevo ciclo de Feijóo
La promesa de Feijóo no es diferente de la que alimentaba el discurso de Pablo Casado. Tanto uno como otro defienden que es posible que el PP recupere todo el espacio del centroderecha en la estela de José María Aznar. El reciente congreso extraordinario de Sevilla apeló a aquella conquista a través de la memoria de la refundación del partido, en un intento de reconducir la pérdida de la hegemonía que arrastra el PP desde el año 2015.
El declive del bipartidismo que Feijóo se ha propuesto revertir no es un fenómeno exclusivamente español. Los socialdemócratas alemanes ganaron las últimas elecciones con un 28% de los votos y no han tenido más remedio que llegar a acuerdos con Los Verdes y los liberales. El Movimiento 5 Estrellas italiano es el grupo mayoritario en el parlamento de su país pero aun así no pasa del 25% de los escaños. La socialdemócrata Magdalena Andersson gobierna Suecia con un 25% de los asientos de la Cámara. La danesa Mette Frederiksen, también socialdemócrata, ganó las elecciones con apenas el 25,9% de los sufragios.
La norma en casi toda Europa es que prácticamente nadie ha conseguido ganar las elecciones con más del 30% de los votos. Y las excepciones se salen del bipartidismo tradicional: los ultras húngaros de Fidesz, aliados de Vox y principales valedores de Vladímir Putin en Europa, acaban de ganar las elecciones por un abrumador 54,1%. La ultima vez que los polacos votaron, en el año 2019, dieron el 41% de los sufragios al PiS, también aliado de Vox en la Unión Europea.
Hubo un tiempo en el que PP y PSOE se repartían hasta el 84% de los votos que los españoles depositaban en las urnas. Fue así durante algo más de 20 años pero no ha vuelto a pasar desde que en 2015 irrumpieron por primera vez en el Congreso de los Diputados Podemos y Ciudadanos.