Tocaban Reincidentes, Manática y Sin Dios en la Alameda de Hércules. Tanto el Ministerio del Interior, entonces dirigido por José Luis Corcuera, como la Delegación del Gobierno habían advertido de que no se permitirían manifestaciones en la antesala de la inauguración de la Expo 92, así que los colectivos contrarios a la muestra, que ya habían probado la contundencia policial de la Sevilla de aquellos años, hicieron de la necesidad virtud y organizaron un concierto. Era un 19 de abril caluroso, y los abriles calurosos de Sevilla son avisos graves del verano. Se bailó, se bebió, se cantó, se coreó. Y unos cientos de asistentes decidieron terminar el concierto empezando una marcha por el centro de la ciudad. Poco después las balas de la Policía Nacional silbaban entre la multitud que huía. Dos manifestantes resultaron heridos. También una joven que pasaba por allí.
"¿Ha habido más manifestaciones [en democracia] en España que acaben a tiros. A mí no me suena. Aquello fue una barbaridad. Los guiris se quedaron alucinados, no se imaginaban algo así. Se llegaron a encontrar 20 casquillos de bala en la calle", cuenta Beatriz Moreno, de 49 años, que prepara unas jornadas divulgativas para el fin de semana con el objetivo central de que se conozcan unos hechos devorados por la historia, casi olvidados por completo y desde luego sin presencia alguna en los recientes actos de conmemoración del 25º aniversario de la Expo 92. Sentado a la misma mesa de un bar de Sevilla, Agustín Toranzo, de 47 años, reflexiona un cuarto de siglo después de la manifestación que marcó su juventud: "Hay dos teorías sobre por qué la policía actuó de aquella manera. Una, que se les fue de las manos. Dos, que fue un mensaje de dureza, un escarmiento público. Desde arriba les habían dado vía libre para actuar como quisieran y lo hicieron. También pudo ser una mezcla de todo eso".
La marcha transitó por espacios emblemáticos del centro de Sevilla: El Salvador, La Alfalfa, Plaza Rialto. Había bullicio, cánticos, pero no altercados. Aunque sí miradas reprobatorias desde las terrazas y algún que otro exabrupto, del tipo "ponerse a trabajar y dejarse de rollos". "La ciudad estaba con el discurso oficial. No se podía decir nada contra la Expo, ni siquiera recordar que los vikingos llegaron a América antes [que la expedición de Colón]. Había trabajo bien pagado, gente ganando dinero. Se suponía que todo iba a ser un avance hacia la Europa moderna. Éramos muy poquitos. Ahora se dice que en la manifestación éramos 500. Menos, menos... Aquí en Sevilla no se moviliza mucha gente", cuenta, ocultos los ojos tras unas gafas de sol, Alex Richter –"como la escala de los terremotos"–. Alemán insumiso, Richter había acabado en Andalucía persiguiendo causas antibelicistas, con las bases de Rota y Morón en el punto de mira. Acabó enganchando con la causa anti-Expo, que se nutría de una miríada de enfoques críticos: el despilfarro de las inversiones, el levantamiento de barrios populares para acomodar la ciudad a su revolución urbanística, la mentalidad colonialista que –podía entenderse– empapaba la celebración del 500º aniversario de la conquista de América...
Disparos con el cañón hacia la plaza
La Policía apareció de repente, pasadas las 20.00 horas. Un coche atropelló a uno de los manifestantes, recuerdan Richter y Toranzo. Se levantaron contenedores en mitad de la calle. Hubo resistencia a las detenciones y enfrentamientos entre policías y manifestantes. Y se produjeron los primeros disparos al aire. "En una ciudad con miles de policías, literalmente tomada, con el rey, Felipe González y todo el mundo aquí, ¿por qué apareció sólo una patrulla con siete agentes?", se pregunta Beatriz Moreno.
Agentes de policía fueron atacados al inicio de la calle Socorro, según una sentencia de la Audiencia de Sevilla de 1996. El agente Juan Soriano, inspector jefe de Policía al mando del operativo, junto a varios compañeros, acudió en su auxilio. Disparó y ordenar disparar, dice el fallo. Efectuó varios disparos con su pistola reglamentaria, Star 28-PK, de 9 milímetros. Primero al aire. "Pero los últimos disparos", señala la sentencia en sus hechos probados, "los realizó de pie, desde la mitad de la calle, con el cañón horizontal y dirigidos hacia la Plaza de San Marcos, en la que se encontraban numerosas personas". Varios agentes más dispararon. Aunque dos fueron identificados, sólo se juzgó a Soriano.
"¡Pensé que era una maratón!"
Belén Jiménez, estudiante de arquitectura técnica de 19 años, ni siquiera sabía que en Sevilla se celebraba una manifestación, ni estaba al tanto del movimiento anti-Expo. "Había ido a misa en la Iglesia de San Marcos con mi abuela y con mi madre. Al salir hacia la calle Socorro nos encontramos con mucha gente corriendo. ¡Pensé que era una maratón o algo así!", recuerda en conversación telefónica. "Sentí un golpe en el hombro izquierdo. Al principio creí que me había caído algo desde arriba, pero noté que el brazo se me quedaba colgando, que no lo podía mover. Era un tiro. Mi madre me dijo después que había notado en la oreja el calor de bala".
Continúa Jiménez: "Empecé a gritar 'mamá, mamá'. Oía gritos por todas partes. Me llevaron a una panadería que había enfrente de la iglesia. Un chico me tapó la herida. Al poco llegó el coche de policía, que me llevó al hospital Virgen del Rocío. Al chico no lo volví a ver, lo quitaron de en medio". Permaneció ingresada unos diez días. "La bala me entró por el hombro izquierdo, pero me rozó el cúbito y el radio. Por suerte, no llegó a salir fuera, se me quedó a ras de piel. No la podían ver en las radiografías, me la encontraron al tacto. Si hubiera salido, hubiera hecho más desgarro. Se me quedó un agujero de bala limpia".
Mala buena suerte
¿Tuvo Jiménez mala suerte –le dispararon– o buena suerte –sigue viva–? Jiménez se ríe. "No lo sé. Hay cosas que no puedes controlar. Yo me preguntaba cómo era posible que se disparara contra gente que venía corriendo hacia mí. No sé cómo me dio a mí, entre tanta gente". A raíz de su ingreso hospitalario, Jiménez empezó a "plantearse cosas". "Empecé a pensar que hay muchas cosas que pasan en el mundo y no te enteras. Tampoco es que me metiera [en las reivindicaciones]. Pero sí tengo claro que cuando hay gente que no está de acuerdo con las cosas, tiene que tener un espacio para poder manifestar lo que piensa. No se pude disparar así". A sus 44 años, Jiménez es hoy profesora de yoga en Pamplona. Le ha quedado "ligeramente afectada la mano izquierda". "Tengo menos fuerza en el dedo índice, y a veces se me encasquilla el dedo pulgar, por la afectación a los nervios". Recibió 100.000 pesetas de indemnización.
Obviamente Jiménez no pudo identificar en el juicio al policía que le disparó. Por ahí se libró de la condena el policía Soriano. "Este tribunal ha llegado a la convicción de que el acusado llevó a cabo una acción que ha de calificarse como gravemente imprudente, pues por tal hay que tener la realización e disparos en posición tal que puedan alcanzar a las personas, lo cual tenía que ser conocido por él", dice la sentencia de la Audiencia. Pero lo absuelve porque no se llegó a la conclusión de que los disparos tuvieran "un resultado lesivo". Es decir, hubo disparos de la policía, hubo autores de disparos identificados y hubo heridos, pero no fue posible establecer qué policía hirió a qué manifestante. Caso terminado.
Un disparo en la nalga que sale por el abdomen
Además de Jiménez, hubo otros dos heridos. Beatriz Martínez recibió un tiro en la cara anterior del muslo izquierdo. El más grave fue Ulises Fernández. El disparo le entró por la nalga izquierda y le salió por el abdomen. Tuvo que ser operado dos veces y estuvo incapacitado 269 días. Ulises Fernández prestó su testimonio para el trabajo documental Prohibido volar (disparan al aire), de 1997. "Salimos de un concierto. Íbamos ahí como en plan festivo y tal. A la media hora o así hubo un altercado con los policías. Atropellaron a un compañero que iba con nosotros en la cola de la manifestación. A raíz de esto empezaron unos incidentes y unos forcejeos y unas tortas con los policías. Y los policías sacaron las pistolas y dispararon a saco a la gente que participaba en las protestas. El resultado de esto, pues bueno, a mí me dieron un tiro por la espalda a cinco metros, a Bea le pegaron un tiro en una pierna y a una chavala que salía de una iglesia le dieron un tiro en el pecho".
Beatriz Jiménez, en el mismo documental, afirma: "Noté un golpe fuerte en la pierna, me cogí un taxi y me fui al hospital. Era una herida de bala. Después de operarme me leyeron mis derechos y me dijeron que estaba detenida". Jiménez afirma que estuvo "esposada en la cama una noche entera" y que los agentes la "se metían" con ella "por ser vasca" y se comportaban con crueldad: "Me hicieron ver la inauguración de la Expo por televisión y todas las tardes [me hacían ver] corridas de toros". "Pensaban que estaba en el entorno de HB y ETA", cuenta.
Más de 80 detenidos
"Estaban histéricos con ETA", reflexiona ahora, 25 años después, el alemán Alex Richter, que recuerda cómo la prensa internacional se hizo eco de los sucesos pero en España "todo lo que se publicaba era para desprestigiarnos". Las crónicas de entonces, recogiendo versiones policiales, ilustraban una emboscada contra la policía en la que participaban "punkis" y "extranjeros", además de manifestantes supuestamente vinculados al extremismo vasco. "Lo de siempre", dice Richter, que añade: "Estaban desquiciados con ETA". La posibilidad de un atentado de la banda terrorista durante la Expo 92, sobre todo en la inauguración, copaba aquellos días periódicos e informativos.
"Si llegamos a saber lo que iba a pasar, no nos hubiéramos manifestado", señala Agustín Toranzo. "Por eso fue tan valiente la manifestación del día siguiente, cuando ya sí se sabía lo que iba a pasar, la brutalidad con la que iba a actuar la policía, y que iba a haber detenidos", añade. Entre el 19 y 21 de abril hubo en Sevilla más de 80 detenidos, en lo que era el contraplano conflictivo de una muestra universal que tenía a todo el país pendiente.
Aplausos en la prisión
Toranzo, entonces estudiante de filosofía, pasó tres semanas en prisión. "Cuando entramos en Sevilla II, los presos nos aplaudieron. Con todo el revuelo mediático, creían que habíamos liado algo muy gordo", recuerda Toranzo. "La forma que tuvieron de elegir a los que detuvieron en aquel momento fue fácil: éramos los que llevábamos la ropa manchada de sangre por haber ayudado los heridos", añade.
Toranzo fue condenado a un año de prisión por desórdenes públicos y a otro año por resistencia a agentes de la autoridad. Otros tres manifestantes fueron condenados. La sentencia del juzgado de instrucción 14 de Sevilla establece que agentes de policía fueron agredidos con el lanzamiento de piedras y bolsas de basura. El fallo recoge que el episodio más grave de la agresión, patadas y pedradas a un agente tirado en el suelo, se produjo por parte de "unos tres o cuatro manifestantes no identificados".
Tocaban Reincidentes, Manática y Sin Dios en la Alameda de Hércules. Tanto el Ministerio del Interior, entonces dirigido por José Luis Corcuera, como la Delegación del Gobierno habían advertido de que no se permitirían manifestaciones en la antesala de la inauguración de la Expo 92, así que los colectivos contrarios a la muestra, que ya habían probado la contundencia policial de la Sevilla de aquellos años, hicieron de la necesidad virtud y organizaron un concierto. Era un 19 de abril caluroso, y los abriles calurosos de Sevilla son avisos graves del verano. Se bailó, se bebió, se cantó, se coreó. Y unos cientos de asistentes decidieron terminar el concierto empezando una marcha por el centro de la ciudad. Poco después las balas de la Policía Nacional silbaban entre la multitud que huía. Dos manifestantes resultaron heridos. También una joven que pasaba por allí.