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"Estaba totalmente sola": mujeres que sufrieron un aborto espontáneo pelean por el derecho al descanso y apoyo profesional

Cuando Ginesta, Anna y Leticia supieron que habían abortado les dolió no sólo el propio desenlace, sino también las expectativas hechas trizas. Los abortos espontáneos no son anomalías, y sin embargo apenas se ven: las mujeres no disponen de información, no hay un relato común y el acompañamiento en el proceso brilla por su ausencia. Son muchas las mujeres que asumen el elevado riesgo de aborto espontáneo cuando se quedan embarazadas, pero no son tantas las que hablan de pérdida, del impacto en su salud mental, del duelo perinatal y de la forma de afrontarlo.

Ginesta Urbano sufrió un aborto espontáneo después de otra interrupción anterior, aquella voluntaria. "El que sigue adelante es el embarazo deseado. El hecho de que llegues a una ecografía y te digan que no hay latido o tengas un sangrado y te expliquen que dentro no hay nada, eso es lo que duele". Irene Montero ha anunciado que la reforma de la ley del aborto incluirá el duelo perinatal, mientras que el grupo parlamentario de Más País acaba de registrar una iniciativa en la que solicita cinco días de descanso para las mujeres que hayan abortado y cuatro semanas para las que estuvieran en la decimocuarta semana gestacional. El permiso aspira a ser remunerado e independiente a una baja médica, en caso de haberla.

Pese a carecer de un seguimiento estadístico, las investigaciones demuestran que el aborto espontáneo no es excepcional ni aislado: existe entre un 10 y un 20% de riesgo a sufrirlo durante el primer trimestre, según los cálculos de la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO). La mayoría, puntualiza la organización, son abortos preclínicos (60%) y en torno al 85% acontecen antes de la duodécima semana de embarazo. El Colegio Americano de Obstetras y Ginecólogos (ACOG) estima que esta es la forma más común de pérdida gestacional.

La artista Paula Bonet relata su experiencia tras dos abortos espontáneos en varias de sus obras. En este texto, la pintora confiesa que después de su primer aborto apenas pudo "hablar de ello a pesar de vivir en un entorno abierto, dialogante y comprensivo". Bonet retrata con su experiencia lo que los expertos han llamado duelo perinatal: "Ayunas, legrado, reposo, silencio y un cuerpo que se ensancha y vuelve a su sitio a una velocidad abrumadora. A la cabeza le cuesta más". Tras el segundo aborto, la pintora repara en que el proceso psicológico está marcado por la ausencia casi absoluta de información y por la culpa. "A las mujeres nos falta información y se nos señala como culpables incluso en situaciones como esta".

Culpa y soledad

En el relato de Bonet se reconocen otras muchas mujeres. Ginesta se quedó embarazada seis meses después de haber interrumpido otro embarazo anterior. Una mañana, la mujer se percató de un sangrado mientras se encontraba en el trabajo. "Llegué al hospital y me dijeron que había abortado. Tener que volver a pasar por eso fue un jarro de agua fría", reconoce.

Los pensamientos intrusivos en torno a las causas son una constante, el peso de la culpa se instala sobre las espaldas de las mujeres y se aferra a ellas con fuerza. "El otro día que cogí peso, o por el estrés, siempre buscas un por qué, aunque a veces no existe", reflexiona. A la culpa le acompaña la quiebra total de las expectativas, un dolor severo para las mujeres: "Te habías imaginado cómo iba a ser tu vida, el castillo de naipes que habías empezado a construir se cae" y las secuelas hacen mella en la salud.

Anna Targarona echó en falta otras voces. "Cuesta muchísimo encontrar a gente y contarlo. Cuando me pasó no tenía ni idea, pero es importante hablar abiertamente porque le pones palabras y sanas". Anna estaba de diecisiete semanas cuando en una revisión la ginecóloga le dijo que no había latido. Los próximos pasos serían ir a una clínica de interrupción del embarazo. "Estuve cuatro horas sola. Me dieron una pastilla vaginal para provocar contracciones, me sedaron y al día siguiente como si nada". No hubo apenas explicaciones, ni mucho menos acompañamiento. "Fue una tortura", lamenta, y el golpe posterior fue casi insoportable. Anna tuvo que acogerse a una baja por depresión.

"Son varias fases: primero desconcierto, después culpa. Crees que has hecho alguna cosa mal. Pero después te das cuenta de que no lo puedes controlar", describe. Haber tenido la información precisa y el conocimiento de historias similares le "hubiese salvado la vida". Los meses que se sucedieron "fueron horrorosos". A cuestas con la depresión, Anna sólo quería cicatrizar. "Iba a la biblioteca y pedía libros para poder entender. No sabía por dónde abordarlo, me sentía sola". El aborto espontáneo "es invisible, la gente no lo ve", así que con el objetivo de romper con ese velo, Anna creó una asociación donde poder dar voz a otras mujeres.

Leticia Hernández era ya madre de dos niños y en 2016 quiso ampliar la familia. "En la primera consulta todo va bien. Pero en la siguiente visita, dos o tres semanas más tarde, el bebé no se mueve". Al otro lado de la puerta de la consulta, esperaban sus dos hijos, de cinco y ocho años. Cuando el doctor repara en que algo no va bien, los remordimientos toman el control y la madre empieza a buscar razones: quizá sea un susto, a lo mejor moviéndose un poco, incluso golpeando su vientre, todo vuelve a la normalidad. "Era la negación de entender que había muerto". Leticia se encuentra "sola en la consulta con los niños fuera, esperando ver la foto de su hermanito".

Superado ese primer trance, la mujer llega al hospital por urgencias. Allí le hacen una ecografía para comprobar el latido y la citan para dos días después. "A mí de cara a la sociedad no me pasa nada, yo tenía que ir todos los días a trabajar. Pero no paraba de llorar: se me habían roto todos mis sueños, todas mis ilusiones. Y me encuentro con que no tengo derecho a nada". Cuando llega el ingreso, le dan medicación para provocar contracciones y entonces vienen "las hemorragias, fiebre, tensión baja" y la expulsión. "Estaba totalmente sola y muerta de miedo, no sabía qué iba a salir". A Leticia le dieron una cuña y le dijeron que diera el aviso cuando estuviera todo listo. Ningún acompañamiento. "Yo quise verlo, saber que estaba allí. Cuando salió serían tres centímetros, pero yo sabía que eso iba a ser mi hijo. Me dio paz verlo. Después se lo llevaron en un bote de muestras y nunca más se supo".

Mientras aquello pasaba, Leticia escuchaba de fondo los llantos de los recién nacidos que provenían del pasillo de maternidad. Como la placenta no había salido, tienen que trasladarla y atraviesa ese mismo corredor, a rebosar de cunas y flores. Le hacen un legrado para sacarle la placenta. "Cuando me están preparando, la ginecóloga empieza a hablar con el anestesista sobre su hija: tiene un año, está preciosa", recuerda Leticia. "Por un lado piensas: son humanos. Pero por el otro dices: mi hijo está en un bote. En aquel momento quería entender que era algo normal, pero me dolía y no tenía fuerzas para decir que se callaran". Leticia decidió pedir el alta a las tres de la madrugada. Quería, ante todo, evitar la mañana para esquivar a las madres y sus bebés. El fin de semana trascurre en casa, todavía "entre hemorragias y dolores". Y el lunes, a trabajar. "Esto le pasa a muchas mujeres, sí. Pero yo veo pasar embarazadas y me muero de la pena", rememora. "Tan sólo habría necesitado unos días para llorar".

Permisos y mirada feminista

El Parlamento de Nueva Zelanda celebraba, en marzo del presente año, la aprobación de un proyecto de ley que concedería un permiso remunerado de tres días en casos de pérdida gestacional, tanto a las mujeres como a sus parejas. Pasó a denominarse baja por duelo. Nueva Zelanda presumió entonces de legislar alrededor de este concepto para las pérdidas anteriores a las veinte semanas de gestación, mientras en países como India y Filipinas, la legislación en torno a los permisos de maternidad incluyen también el supuesto de aborto espontáneo.

El sociólogo Paul Cassidy, miembro de la Asociación Umamanita, cree que "obligar a las mujeres a volver a trabajar es simplemente cruel". Cassidy ha estudiado los déficits en la atención y estima que los profesionales que se interesan y cuidan a las mujeres son una suerte de vanguardia, algo más arbitrario que sistemático. "La formación tiene que ir desde arriba hacia abajo, la administración tiene que involucrarse más para asegurar que no hay deficiencias en la atención", exclama el investigador en conversación con este diario.

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Aunque la información se ha ido incrementando notablemente en la última década, todavía existen carencias en diversas esferas. También, o sobre todo, entre la población general. "Todavía los familiares, amigos, vecinos y compañeros de trabajo de los dolientes no reconocen el grado de impacto de la pérdida o muerte de un beb​é y por qu​é puede de ser tan doloroso y durar bastante más de unas meras semanas y meses", dice el sociólogo. Las mujeres, completa, sólo pueden hablar del duelo "en los grupos de apoyo y los despachos de sus psicólogos". Y aunque es positivo que exista esta posibilidad, "no deja de ser una especie de gueto porque es la única opción".

Tampoco hay una estrategia nacional sobre la reducción de la muerte perinatal, o algún plan de atención al duelo. El trabajo en ese sentido "ha quedado atrás", en parte porque la crisis económica hizo que "se perdiera la posibilidad de invertir". A día de hoy, las organizaciones de apoyo "están cubriendo una laguna de los servicios públicos, pero son un parche". Ligado a todo ello, ocurre que existe "miedo a reconocer el apego o el duelo porque la derecha lo usa de forma dañina", engrosando las tesis que defienden los movimientos antiabortistas.

Sobre ello reflexiona Lucía Martínez, médica de familia, en el capítulo Y de repente fue como que se me escapaba algo. La experiencia silenciada del aborto, contenido en el libro Maternidades (Publicacions URV, 2021). Martínez, quien sufrió un aborto espontáneo, aborda la aparente contradicción entre plantear el dolor tras la pérdida y reivindicar el acceso a la interrupción voluntaria del embarazo. Como respuesta, plantea una mirada feminista: "El feminismo –desde las acciones cotidianas, el activismo, la academia y la política institucional– puede ser el instrumento –con su doble significado– que contribuya a romper esos otros silencios", el social, el de los profesionales sanitarios e incluso, escribe la autora, el de las propias mujeres. La vía de salida es "normalizar discursos no hegemónicos sobre el aborto" a través de consignas feministas como "la sororidad, una economía política basada en los afectos y que reconozca los cuidados, o la reivindicación de la subjetividad y la expresión emocional".

Cuando Ginesta, Anna y Leticia supieron que habían abortado les dolió no sólo el propio desenlace, sino también las expectativas hechas trizas. Los abortos espontáneos no son anomalías, y sin embargo apenas se ven: las mujeres no disponen de información, no hay un relato común y el acompañamiento en el proceso brilla por su ausencia. Son muchas las mujeres que asumen el elevado riesgo de aborto espontáneo cuando se quedan embarazadas, pero no son tantas las que hablan de pérdida, del impacto en su salud mental, del duelo perinatal y de la forma de afrontarlo.

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