(Publicamos a continuación el último capítulo del libro Los votantes de Podemos. Del partido de los indignados al partido de los excluidos, escrito por José Fernández-Albertos, doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Harvard. Publicado por la Editorial Catarata, el libro se pone a la venta este 4 de mayo)
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Al inicio del libro se hacían tres preguntas sobre la naturaleza de Podemos para las cuales la sabiduría convencional acerca de este nuevo partido no parece tener respuestas convincentes. Nos preguntábamos primero cómo era posible que Podemos sea visto por muchos como el partido de los perdedores de la crisis cuando en sus elecciones fundacionales, las europeas del 25-M, no lo habían votado los grupos sociales más vulnerables. En segundo lugar, por qué la aparición y la consolidación en el electorado de un partido con aspiraciones tan explícitas de representar a la gran mayoría de la población –“no somos ni de izquierda ni de derecha”– ha venido de la mano de un aumento de la polarización de la competición política en España. Y finalmente, cómo es posible que la progresiva moderación de los mensajes y de las propuestas programáticas de los líderes de Podemos no haya logrado “centrar” al partido a los ojos del electorado. Antes al contrario, lo que muestran los datos de encuesta es que si hay un cambio generalizado en las percepciones de la ciudadanía sobre la ideología de Podemos, es que cada vez es considerado como un partido un poco más extremo.
La evidencia mostrada en los capítulos precedentes sugiere una explicación bastante sencilla a la primera paradoja: Podemos no parecía en el 25-M el partido de los perdedores de la crisis porque las características de este tipo de votantes –más económicamente vulnerables y menos interesados en política– les hacían a su vez menos proclives a ser los primeros en apostar por nuevo partido político del que se desconocía su viabilidad electoral. Siempre pensando en términos relativos respecto al resto de la población, los que dieron el primer paso a favor de Podemos no fueron por tanto los individuos más castigados por la crisis, pero sí fueron quienes vivían la crisis desde más de cerca: en aquellas localidades donde el aumento del desempleo fue mayor, el voto a Podemos tendió a ser más alto. Una vez resuelto el problema de viabilidad electoral del partido gracias al enorme interés que suscitó Podemos a partir de su éxito el 25-M, muchos de los votantes económicamente y políticamente excluidos fueron simpatizando con esta nueva formación política. Podemos dejó de ser un partido de jóvenes urbanos y políticamente implicados para ser un partido que acogía a muchos de los perdedores económicos de la crisis. En relación con su momento fundacional, Podemos es hoy un poco menos un movimiento de renovación política y un poco más un partido de clase.
Las dos preguntas restantes no han sido directamente abordadas en los capítulos anteriores, pero la evidencia y los argumentos usados en ellos nos ofrecen las herramientas necesarias para entender tanto la estrategia de Podemos como las percepciones que tienen sobre el partido los votantes, ofreciendo indirectamente una posible explicación a las dos paradojas.
En primer lugar, ¿cómo se puede interpretar la convivencia entre transversalidad en el discurso y polarización política? En mi opinión, en el debate sobre la naturaleza de Podemos se ha magnificado en exceso la supuesta originalidad de este discurso transversal (o según algunos, “populista”, “hegemónico”) del nuevo partido político. Muchas veces se critica a Podemos que, al defender un discurso según el cual la verdadera confrontación es entre los intereses de mayoría (o “el pueblo”) y los de las elites económicas y políticas (la “casta”), evita reconocer la existencia de conflicto de intereses entre los diferentes grupos sociales a los que aspira a representar (clases medias, pobres, autónomos, asalariados, trabajadores fijos, precarios, jubilados, jóvenes, etc…). No es una crítica injusta, pero sí lo es que se circunscriba a Podemos. Existen hoy pocos partidos, por no decir ninguno, que renieguen en su discurso de la representación de la práctica totalidad de los grupos sociales, y que no se presenten como defensores de los intereses de la gran mayoría frente a los de alguna minoría electoralmente irrelevante (el candidato republicano a la presidencia Mitt Romney aprendió bien esta lección cuando se filtró un discurso suyo en el que renunciaba a representar los intereses del 47% de americanos que según él dependían de los subsidios gubernamentales).
Esta aspiración a “construir una nueva hegemonía” no es algo exclusivo hoy de Podemos, y ni siquiera es algo reciente. Lean este párrafo extraído de un artículo titulado El apoyo del pueblo es nuestra fuerza, y que podría ser hoy suscrito en su totalidad por cualquier líder de Podemos:
[La incapacidad del Gobierno actual] conduce inexorablemente, como ya se está comprobando, a la congelación de la democracia en su raquitismo actual, con sus secuelas de distorsiones, tensiones y corrupciones en todos los ámbitos sociales, económicos y culturales… El estancamiento, de persistir, producirá, a su vez, un desgaste progresivo que minará el ánimo nacional y amenazará permanentemente con la convivencia pacífica entre las gentes y pueblos de España. La democracia ha de sentirse en el municipio, en las fábricas, en las escuelas, en los hospitales, en las universidades, en los talleres, y dejar de ser un instrumento abstracto para uso exclusivo de los políticos profesionales o de los que estamos obligados a hacer política en razón de nuestro compromiso ideológico o moral.congelación de la democracia en su raquitismo actualLa democracia ha de sentirse en el municipio, en las fábricas, en las escuelas, en los hospitales, en las universidades, en los talleres
El autor del artículo es Felipe González. Por supuesto, lo escribió en unas circunstancias (febrero de 1979) muy diferentes a las actuales, por lo que es legítimo argumentar que defiende argumentos perfectamente válidos en aquel contexto, pero no en el actual. Lo que trato de decir con esta cita no es que el Felipe González de 1979 hubiese compartido partido con el Pablo Iglesias de la actualidad, sino que Podemos no es muy original a la hora de tratar de compaginar un discurso rupturista con la defensa de los intereses del “pueblo”. Y es que la búsqueda de “la centralidad del tablero”, por usar el lenguaje que Podemos ha logrado poner de moda, es algo a lo que todos los partidos aspiran. Los partidos conservadores, que electoralmente suelen representar a los votantes económicamente más acomodados, nunca han defendido que sus políticas económicas sean perjudiciales para los más desfavorecidos. Los partidos socialdemócratas, que tradicionalmente han representado a los votantes de clase trabajadora, siempre han argumentado que sus políticas redistributivas no dañaban el crecimiento, sino al contrario, y que acababan siendo indirectamente beneficiosas para las clases medias acomodadas que no les votaban. Ningún partido que quiera alcanzar el Gobierno está interesado en decir que su discurso perjudica a unos y beneficia a otros. Todos tratan de convencer al electorado de lo necesarias que son sus políticas, y todos se convierten automáticamente en “centrales” y “hegemónicos” si logran que ese electorado compre su discurso. Todos aspiran, como Podemos, a ser “transversales”.
La transversalidad es, en definitiva, un arma retórica que usan todos los partidos con aspiración de convertirse en mayoritarios. Que la use Podemos con tanta intensidad nos puede resultar particularmente llamativo conociendo el origen ideológico de sus líderes, pero eso no hace a esta estrategia ni más novedosa ni menos incomprensible desde una perspectiva electoral.
Sería extraño, por tanto, que esta aspiración de Podemos de querer representar a grupos sociales muy dispares, no siendo en absoluto novedosa, lograra contener la polarización política que su llegada a la competición política ha generado. De hecho, si los análisis que hemos mostrado en los capítulos anteriores son ciertos, el nacimiento de Podemos tiene que ver precisamente con la articulación política de los intereses de ciertos sectores sociales castigados por la crisis que han sido desatendidos por la oferta política existente. No es sorprendente que a medida que estos intereses logren penetrar en la arena política y electoral gracias a la aparición de un nuevo partido, la percepción de polarización y de conflicto de intereses entre diferentes grupos sociales aumente. Dicho de otra forma, es poco razonable pensar que el discurso transversal y electoralista de Podemos logre diluir los conflictos social y económico subyacentes causados por la crisis. Antes al contrario, el articular los intereses de grupos sociales antes políticamente huérfanos hace a estos conflictos más visibles.
Con similares argumentos podemos responder también a la tercera de las paradojas que se planteaban al inicio del libro: la coexistencia en el tiempo de la moderación programática de Podemos con la percepción en el electorado de que se estaba convirtiendo en un partido ideológicamente más extremo. Hemos visto que Podemos ha compatibilizado el crecimiento en apoyos entre el electorado con un cambio en la distribución de estos apoyos. Por un lado, el que entre sus potenciales votantes hubiera cada vez más individuos económicamente más vulnerables polarizó las percepciones generales sobre el partido. Los partidos competidores empezaron a utilizar el rupturismo de las propuestas de Podemos en su contra, presentándolo ante los votantes moderados como un partido radical y peligroso. La percepción en determinados grupos de que la situación económica estaba empezando a mejorar durante 2014 seguramente reforzó estas percepciones de radicalidad de Podemos: el partido de los perdedores de la crisis se hacía cada vez más lejano a los ojos de los votantes moderados y protegidos de ella.
Por otra parte, el crecimiento de Podemos lo hacía inevitablemente más heterogéneo, con lo que los discursos y mensaje de sus líderes tenían por fuerza que apelar a un electorado cada vez menos definido ideológicamente, más aún cuando la búsqueda de la “centralidad” pasaba por atraer cada vez más a votantes con preferencias políticas y económicas más moderadas, a los que más le estaba costando atraer en la fase de expansión. Es así como podemos entender la cada vez mayor moderación de sus propuestas. En resumen, mientras sus competidores y la naturaleza de sus apoyos le hacían parecer un partido menos central, sus líderes se veían obligados a enfatizar el discurso más moderado del partido. Sólo entendiendo la transformación que sufrió Podemos durante su crecimiento en el otoño de 2014 podemos entender esta tercera paradoja.
Concluiré el libro extrayendo algunas implicaciones de los análisis y conclusiones presentados en el libro para el futuro más inmediato de la representación política en España. La magnitud de los cambios políticos que se han sucedido en España en el último año obliga a ser muy prudentes a la hora de hacer predicciones rotundas, así que tómense estas implicaciones más como hipótesis sobre las dinámicas que pueden informar la competición política que como pronósticos (los científicos sociales somos terribles adivinando el futuro).
En primer lugar, la crisis económica parece que está forzando un realineamiento de la competición política. Uno de los fenómenos más llamativos de la competición política en España era que los grandes partidos, aunque se percibían como ideológicamente enfrentados, en realidad tenían electorados con preferencias en torno a las políticas económicas muy parecidas. A diferencia de lo que ocurre en la mayor parte de las democracias de nuestro entorno en las que el gran eje que estructura la competición política es el papel que debe jugar el Estado, reorganizando la distribución de los recursos entre individuos (la izquierda a favor de mayor intervencionismo y redistribución, la derecha a favor de más mercado y desregulación), en España los electorados de los partidos hegemónicos eran relativamente parecidos en torno a estas cuestiones. La aparición de Podemos que, como hemos visto, puede ser interpretado como un hijo de la crisis, podría estar quebrando esa excepcionalidad española, porque Podemos puede acabar representando a grupos de votantes con posiciones económicas claramente diferenciadas. Paradójicamente, estos nuevos partidos (Podemos, pero también Ciudadanos) que por motivos de marketing político se niegan a ser etiquetados como “de izquierdas” o “de derechas”, podrían en realidad estar reflejando mejor que los tradicionales el genuino conflicto de intereses entre votantes con posiciones económicamente más vulnerables y más acomodadas. El gráfico 1 toma datos del barómetro de enero y refleja la propensión media de votar a Podemos o Ciudadanos (en una escala que va de 0 (“no lo votaría nunca”) a 10 (“con toda seguridad, lo votaría siempre”).
Mientras que la propensión a votar a Podemos es más alta cuanto peor es la situación económica del encuestado, a Ciudadanos le sucede justo lo contrario. Si Podemos y Ciudadanos logran consolidarse como fuerzas políticas electoralmente estables y los patrones de apoyo detectados en este análisis se mantienen en el futuro, seguramente veremos más “voto de clase” (es decir, un mayor peso de las circunstancias económicas individuales en la decisión del voto) que el que hemos observado en los últimos tiempos cuando la competición estaba dominada por PP y PSOE.
La segunda implicación, relacionada con la primera, es que Podemos podría convertirse en un partido cada vez mucho menos transversal. Al inicio del libro se discutía sobre cómo entre los descontentos con la crisis, los recortes y las respuestas del sistema político no existía una armonía perfecta de intereses. Algunos de estos descontentos eran particularmente críticos con las políticas de ajuste y más exigentes con la pérdida de calidad democrática, pero su posición económica relativamente acomodada les hacía conservadores hacia, por ejemplo, el cuestionamiento del orden macroeconómico europeo. Otros, más castigados por la crisis, eran abiertamente más críticos con ese orden macroeconómico, pero a su vez eran políticamente más apáticos. Podemos, con un discurso que vinculaba las consecuencias distributivas de la crisis a la existencia de un “régimen” político ocupado por una “casta” opuesta a los intereses de la mayoría, logró exitosamente construir una coalición entre estos grupos de votantes. Pero el conflicto último entre esos diferentes grupos de votantes no ha desaparecido.
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En el capítulo 4 se ha mostrado que la progresiva incorporación a Podemos de votantes en situaciones económicamente más vulnerables ha cambiado el perfil social y demográfico del partido. Allí se señalaba que la principal causa de este cambio era la mayor presencia de Podemos en el debate público a partir del 25-M, que le permitía a acceder a grupos de electores sensibles a propuestas, pero que no habían tenido acceso a ellas cuando Podemos era un partido minoritario. No es descartable que este proceso de “proletarización” del voto a Podemos se vea reforzado en el futuro más inmediato por otro proceso complementario: el de un posible abandono de algunas clases medias temerosas que vean cada vez con mayor escepticismo las propuestas rupturistas de Podemos.
Dos factores podrían provocar este segundo proceso, aún no constatado en los datos. Por un lado, si se consolida la mejora de la situación económica (lo que ya de por sí supondría un freno estructural al crecimiento de Podemos atrayendo a más votantes “económicos”), sería previsible que se acentúen las tensiones entre aquellos votantes de Podemos que sigan sin percibir la recuperación y aquellos que se vuelvan cada vez más escépticos hacia programas rupturistas. En segundo lugar, la aparición de un nuevo competidor político atractivo para los votantes moderados y críticos con los partidos tradicionales (Ciudadanos) podría contribuir a esta “fuga” de votantes ideológicamente moderados, reforzando indirectamente aún más el perfil económico del votante de Podemos en el futuro.
En todo caso, estos procesos ni están determinados ni son inalterables. Si algo nos ha enseñado 2014 es que estamos en un periodo tremendamente volátil, y que las fuerzas que sostienen el (des)equilibrio político actual son seguramente mucho más frágiles de lo que ahora nos parecen.
(Publicamos a continuación el último capítulo del libro Los votantes de Podemos. Del partido de los indignados al partido de los excluidos, escrito por José Fernández-Albertos, doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Harvard. Publicado por la Editorial Catarata, el libro se pone a la venta este 4 de mayo)