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Tres historias de maternidad atravesadas por la violencia: "El dolor no era normal y el latido del niño mostraba que algo no iba bien"

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Fueron más de diez años batallando por poner nombre a aquello que le había sucedido y nadie reconocía: violencia obstétrica. S.F.M lo consiguió hace ahora un año: su caso llegó a la ONU. Y el organismo internacional le dio la razón. Tras esas siglas se encuentra una mujer, madre de dos criaturas. En 2009 tuvo su primer parto y ahí empezó la batalla. Una habitación oscura, horas en soledad, contracciones "muy dolorosas", diez tactos vaginales, oxitocina para inducir el parto y una episiotomía –un corte en la vagina previo al parto– que le provocaría dolor durante dos años, vaginismo e imposibilidad de mantener relaciones sexuales. Lo rememora al otro lado del teléfono, notablemente nerviosa pero decidida a contar su historia un año después de que la ONU le diera la razón.

A finales de 2009, la mujer empezó a sentir contracciones, después de un embarazo sin ninguna complicación. En el hospital, el "acompañamiento fue inexistente", así que ella misma tuvo que asumir unas contracciones "muy fuertes y muy seguidas". La incertidumbre, describe, era absoluta, producto de la falta de información. "Es normal que las mujeres no vayamos súper informadas a un parto, el personal debe informarnos a nosotras". Con esa ausencia como telón de fondo, se iniciaron las intervenciones. "Se incumplieron una serie de derechos básicos", siendo el más importante el del "consentimiento informado", recogido en la ley 41/2002, reguladora de la autonomía del paciente.

La mujer fue sometida a diez tactos vaginales y el resultado de las intervenciones fue, entre otras secuelas, tratamiento terapéutico y psicológico en los años posteriores. "A las mujeres que estábamos de parto nos bajaban a las camas, nos hacían un tacto vaginal a todas y nos volvían a subir. Como una cadena de máquinas", describe. Entonces nace el bebé y el sanitario "para sacar la placenta decide meter la mano y sacarla a trozos". La niña nació con fiebre, "como consecuencia de una infección probablemente causada por los tactos". Fue separada de la madre durante ocho días, en los que ambas sólo podían juntarse dos veces y con el cronómetro activo, pues sólo les concedían media hora por cada ocasión. Generar un vínculo fue imposible. "Los dos primeros años la niña estaba siempre alerta, nerviosa. Todo se repara, pero no desde el instinto, sino desde la cabeza y a fuerza de currar", dice la madre.

Cuando la joven comenzó su proceso de sanación, decidió tomar medidas. Al año siguiente presentó un escrito al hospital, el Xeral-Calde de Lugo. "El Comité de Bioética dijo que no era de su competencia y el hospital que era una experiencia negativa, pero que no habría sido para tanto". Fue entonces cuando decide iniciar el recorrido judicial. "Fueron muchos años de lucha y de incomprensión", dice la mujer al echar la vista atrás. "La sanidad no entendía mi lenguaje, la justicia tampoco". Fue ella misma, jurista de profesión, quien en un principio ejerció su propia defensa. La respuesta en cada juzgado al que acudió: no hay caso. Entonces conoció a la abogada Francisca Fernández Guillén, quien se agarró a una última oportunidad: Naciones Unidas. La Convención sobre la Eliminación de toda forma de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) les dio la razón, pronunciándose por primera vez sobre este asunto y emitiendo una resolución vinculante. Instó al Estado a tomar medidas para erradicar esta forma de violencia y reclamó para la víctima "una reparación apropiada, incluida una indemnización financiera adecuada a los daños de salud física y psicológica sufridos". Un año después, sigue a la espera.

Fernández Guillén lleva actualmente otro caso que acaba de ser admitido a trámite, relativo a una mujer que iba a dar a luz en su casa junto a una matrona. En esta ocasión, el hospital interesó su ingreso forzoso, con el respaldo de un Juzgado de Instrucción de Oviedo y la confirmación de la Audiencia Provincial. La letrada ha presentado un recurso de amparo que acaba de ser admitido por el Tribunal Constitucional.

"No puedo demostrar que he sido víctima"

Sin respuesta en su intento por seguir la vía judicial se quedó Clara Massons. Hace tres años dio a luz a un niño, el mismo cuya voz asoma de fondo a lo largo de la conversación telefónica con este diario. Clara se había preparado para un parto natural en el Hospital de Barcelona, que cuenta con una sala habilitada para tal fin. A la semana 41, se puso de parto. "Lo primero, después de tener que esperar en una sala, fue una bronca por haber llegado tarde", relata. A partir de ahí empezó lo que la madre recuerda como un trato degradante y hostil. "No me informaron, me presionaron, me trataron vejatoriamente". La falta de información es de nuevo uno de los principales lastres que denuncia la mujer, y con ello la ausencia del consentimiento informado. "Me hicieron tactos sin pedirme permiso, me rompieron la bolsa sin informarme". Fue aguantando, narra, "muy indignada, estresada y asustada". El dolor, percibía la primeriza, "no era normal y la monitorización del latido del niño mostraba que algo no iba bien".

En cuanto dilató, a las tres horas de la inducción, la llevaron a la sala de parto. "Mi hijo estaba muy arriba, así que se me pusieron encima y me apretaron", lo que se conoce como maniobra Kristeller, prohibida en lugares como Reino Unido y cuestionada por la OMS y el propio Ministerio de Sanidad. Luego hubo un corte, una episiotomía, pero el niño no nacía. Probaron con ventosas y con fórceps. Tampoco. "Estuvimos así cinco horas y el latido del bebé se iba retrasando". A partir de entonces, cuenta la madre, se incorporó otro médico que "vino a tirar de él con todas sus fuerzas" hasta que llegó un momento en el que "el corazón dejó de latir". La comadrona y la matrona pidieron cesárea. "Yo pensaba que me estaba muriendo", recuerda Clara. "Hijo, sal. No sé si lo pensé o lo grité, pero el caso es que salió". El bebé nacía con "un montón de cortes y dificultad respiratoria". El momento conocido como piel con piel no fue posible.

Las secuelas atraviesan el cuerpo de Clara casi cuatro años después. "Tengo cortes que me llegan hasta el cuello del útero, estuve un año sin mantener relaciones, pasé por tres mastitis y tengo el suelo pélvico bastante mal", relata. Psicológicamente, la madre lloraba cada vez que recordaba el parto. "Contando esto ahora todavía siento el corazón acelerado", reconoce. La mujer se planteó la vía judicial, pero pronto entendió lo duro de aquel recorrido: "Yo no puedo demostrar que he sido víctima de violencia obstétrica. Desistí porque no estaba lo suficientemente mal para ganar, si hubiera quedado en silla de ruedas o con el útero reventado podría tener algo".

"En el posparto a las mujeres se nos abandona"

También Clara Marín pasó por una inducción en su semana 41 de embarazo. Sin estar del todo convencida, llegó al Hospital Teresa Herrera de A Coruña para dar a luz. El trato por parte de la que sería su matrona fue el esperado, pero no ocurrió lo mismo con los ginecólogos que intervendrían más tarde. "No me informaron de nada y lo primero que hicieron fue ordenar que saliera el acompañante", narra la mujer. Un extremo que tilda de injustificado. "Sólo me dijeron que estaban más cómodos sin él presente". Para Clara, el bienestar de la madre quedaba en un segundo plano. "Mi marido escuchaba desde fuera mis gritos mientras intentaban dilatarme manualmente el cuello del útero". Después de horas tratando de dilatar, la posibilidad de una cesárea se hacía firme y de nuevo, una de las principales preocupaciones de las futuras madres: la separación del bebé. Finalmente el parto fue por esa vía, una experiencia que la entrevistada define como "inhumana" debido al dolor que experimentó.

Los momentos posteriores no fueron mejores. "En el posparto a las mujeres se nos abandona". Si bien el embarazo es un momento de "máxima atención", el después tiende a caer en el olvido. "No hay cribado de depresión posparto y nunca se me ha hecho ecografía para saber si la cesárea cicatrizó bien", relata Clara.

Marta Busquets es abogada especializada en género y presidenta de Dona Llum, una asociación en defensa del parto respetado. "Llegué a interesarme por esto debido a mi propia experiencia, cuando me quedé embarazada de mi primera hija y vi todo el trato intervencionista, paternalista y coaccionador", comenta. La necesidad partía sobre todo de la falta de "apoyo, escucha" y de la necesidad de "compartir experiencias".

Busquets trata de explicar las raíces de la violencia obstétrica desde un enfoque de derechos humanos. Ya no se trata en exclusiva de prácticas lesivas para las mujeres, sino también de tratarlas como "personas sin autonomía ni capacidad para tomar decisiones". Hay mujeres, matiza, "más cómodas con opciones intervencionistas y otras que no", pero lo importante es que todas "sean tratadas como sujetos de derechos". Lo explica con un ejemplo gráfico: "Desde un punto de vista clínico, la actuación ha podido ser impecable. Pero si una mujer sale sin entender lo que ha pasado en su parto, hemos fallado".

Una forma de violencia de género

En España, un 26% de los nacimientos son por cesárea, mientras que la OMS recomienda que no superen el 10%. En un 42% de los casos se practican episiotomías, mientras que la recomendación de la OMS es que no superen el 15%. Ocurre además otro fenómeno. Cuando a Clara Massons y a Clara Marín les recomendaron la inducción, era víspera de festivo. Según un análisis de elDiario.es, actualmente dar a luz en sábado o domingo es un 21% menos probable que cualquier otro día y lo mismo ocurre en los festivos navideños, momento en que los partos se reducen un 19%. La tendencia parece confirmar que los partos programados, ya sea mediante cesárea o inducción, se hacen más habituales cuando median los festivos.

En octubre del pasado año, la Sociedad Catalana de Obstetricia y Ginecología (SCOG) organizó unas jornadas con profesionales para debatir sobre la violencia obstétrica. En ellas, la doctora Elena Carreras, jefa del Servicio de Obstetricia y Ginecología del Hospital Universitario Vall d'Hebron, puso en valor la importancia de reconocer esta forma de violencia por parte de organismos internacionales y rechazó la idea de que esta realidad suponga un "ataque" para los sanitarios. "A través de la reflexión y el intercambio se podrá crecer hacia una atención mejor en la que todas las personas implicadas, pacientes, acompañantes y terapeutas, salgan ganando. El objetivo es la violencia obstétrica cero", expresó la doctora.

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¿Qué opina el Gobierno? Fuentes del Ministerio de Igualdad afirman tener bien presente esta problemática. "Valoramos incorporar la violencia obstétrica en la futura Ley de Libertad Sexual", pero se descartó después de "lecturas y análisis jurisprudencial". Aún así, puntualizan las mismas voces, la cartera de Irene Montero sí considera que "es una forma de violencia de género que tiene que ser erradicada de las instituciones sanitarias", por lo que la previsión es incluirla en la reforma de la Ley del aborto de 2010. Unidas Podemos, de hecho, registró una proposición no de ley para la modificación de la norma, esta vez apoyada por los socialistas, en la que incluye esta forma de violencia. La ONU obliga a España a "requerir el consentimiento" de la madre "en todos los tratamientos invasivos" y a respetar su autonomía. También llama a confeccionar estadísticas sobre violencia obstétrica que den lugar a políticas públicas para identificarla y erradicarla.

En la ley catalana contra la violencia de género, modificada a finales del año pasado, se incorpora la violencia obstétrica como una forma de violencia machista. Y se define así: "Consiste en impedir o dificultar el acceso a una información veraz, necesaria para la toma de decisiones autónomas e informadas", afectando a distintos ámbitos "de la salud física y mental, incluyendo la salud sexual y reproductiva" e impidiendo o dificultando a las mujeres tomar decisiones. Entre los ejemplos que cita la norma, se encuentran "las prácticas ginecológicas y obstétricas que no respeten las decisiones, el cuerpo, la salud y los procesos emocionales de la mujer".

Para la mujer que peleó hasta llegar a la ONU, la clave no sólo está en los textos normativos. "El asunto es que la protección no sea formal, sino efectiva. No basta con que la erradicación de esta violencia esté escrita, tiene que cumplirse y estar en las cabezas de las personas".

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