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El último deseo de un fusilado: comprar una bicicleta a sus hijos

Esther Mateo Cabrera sostiene una imagen de su abuelo, Manuel Mateo.

A Esther Mateo Cabrero le cuesta mantenerse el día que empiezan a emerger los primeros huesos. Se acuerda de su padre, que nunca superó el final violento del suyo: "Tuvo siempre un halo de tristeza". Es nieta de Manuel Mateo López, alcalde de San Sebastián de los Reyes entre febrero de 1937 y mayo de 1938. Se fue sin cumplir un último deseo, comprarles una bicicleta a sus hijos. Así lo escribió en la carta de despedida. El padre de Esther fue quien finalmente compró aquella bicicleta. Una bici que nunca se atrevió a tirar, por más que pasaron los años. Era el símbolo de uno de los últimos deseos del abuelo.

A ese deseo y a "mantener siempre la cabeza alta" se suma hoy algo de la justicia que también pidió por escrito. "Al menos, que les devuelvan la dignidad, no pueden estar ahí tirados como perros", dice su nieta. Lo fusiló un pelotón de refuerzo, porque no se fusilaba en domingo. Era el día 22 de octubre de 1939. La guerra había terminado hacía seis meses. En esa misma fosa está un primo de su padre y un tío abuelo. El 10% de la población civil de San Sebastián de los Reyes fue represaliada con fusilamientos, destierros, cárcel o destacamentos penales.  

Son las 8.45 horas del 24 de agosto de 2022, tercer día de trabajos, cuando los equipos dan con el primer hueso. Forma parte del esqueleto de un hombre de menos de 25 años. El cráneo está abierto por la mitad, probablemente como consecuencia del tiro de gracia. "Ese es el abuelo de todos", dice alguien. Después de años de búsqueda, de documentos, de solicitudes, de informes y de esperar, están ahí y tienen el primer hallazgo. Es uno de los 90 cuerpos que fueron asesinados y arrojados a esa fosa que hoy forma parte del Cementerio Parroquial de Colmenar Viejo y de la que solamente se está excavando la mitad. Otros 18 están enterrados en otras fosas bajo los pasillos del cementerio. Dicen que porque confesaron antes de morir, pero no es una conclusión fiable.  

Es la primera fosa común de civiles que se exhuma en la Comunidad de Madrid. Los trabajos durarán hasta el día 31 de agosto, porque ese es el permiso que ha concedido la Iglesia para trabajar sobre su suelo y el tiempo que tienen para empezar a exhumar a las 108 personas de varios pueblos asesinadas desde abril de 1939 hasta finales de ese año.  

Rojos fusilados por las fuerzas franquistas de la dictadura. El 98% fueron jornaleros, obreros y campesinos. También están allí miembros de la élite política de izquierdas de la Sierra Norte. El más joven tenía 22 años; el mayor, 56. Hasta el cuarto día de trabajos, han aparecido los restos de cinco personas, todos en ataúdes.  

Una mujer y 107 hombres

Esta exhumación es resultado del empeño de la asociación Comisión de la Verdad de San Sebastián de los Reyes. A su ayuntamiento ha concedido la Secretaría de Estado de Memoria Democrática la subvención de 20.000 euros para iniciar los trabajos de desentierro. Los está llevando a cabo la Fundación Aranzadi —responsable de la exhumación de más de 5.000 víctimas de la Guerra Civil y de la dictadura en España—, el Equipo A de Arqueología, y la propia asociación. 

Es solo el principio de un fin: el fin a 83 años de incertidumbre, de no tener dónde visitar a sus muertos, de tristezas heredadas, de conversaciones que lo han elucubrado todo sobre el destino fatal que tuvieron aquellos 107 hombres y una mujer, de hijos que se marcharon sin saber qué pasó con sus padres, que murieron sin superar su ausencia. "Es que vamos muy tarde", dice Carmen Carreras Béjar, secretaria de la asociación. 

A Lucía, arqueóloga de 23 años, que participa por primera vez en una exhumación, le parece un trabajo "emocionante". Debe ser difícil llegar a trabajar en esto si no crees en los tres conceptos que articulan la memoria democrática: verdad, justicia y reparación. "Esto implica un compromiso", afirma Almudena García-Rubio Ruiz, de la Fundación Aranzadi y directora de la excavación. Es ella quien va ofreciendo los datos corroborados e hipótesis. Aquí son la ciencia y la historia las que irán devolviendo a cada hueso su nombre. Pero tienen que esperar. Los huesos irán al laboratorio de la Universidad Complutense de Madrid, a la espera de otra subvención para ser analizados.

Cuentan las familias a pie de fosa que a este suelo lo llamaban en el pueblo "la fosa de los desamparados", porque ni siquiera estaba entonces dentro del cementerio. Sobre ellos cayeron escombros, restos cementeriales, fragmentos de maceteros. También han encontrado los equipos de arqueólogos restos comunes en otros suelos de cementerio como son enterramientos perinatales de no bautizados y otros huesos sueltos.  

"Decían en el pueblo que a mi padre lo quemaron"

Allí también tiraron al padre de Benita, Facundo Navacerrada Perdiguero, fundador de la UGT de San Sebastián de los Reyes. "Decían en el pueblo que a mi padre lo quemaron. Que lo ataron a un camión con una soga y le prendieron fuego", cuenta. Ella tenía seis años y narra la familia que su hermana Adela, que tenía 16 en 1939, fue a ver a los fusilados aquel día, que les limpió la cara y no pudo reconocer a su padre. Estaba acusado de robo. "Qué buen ladrón debió ser –dice con cierta ironía– si se le murieron de hambre tres de los ocho hijos que tuvo". La madre de Benita estaba en la cárcel entonces, cuando dijeron en casa que Facundo había sido asesinado, y la abuela materna, que se estaba haciendo cargo de los cinco hijos, murió de un infarto ese mismo día tras conocer la noticia. Los cinco niños se quedaron solos.  

Una de las personas que excava los primeros días en esa fosa es Elvira, forma parte del Equipo A de arqueólogos. Es voluntaria y bisnieta de un fusilado de Colmenar Viejo, Guillermo Nogales Bartolomé. La observan con sobriedad su madre y su abuela Victorina, de 93 años, hija de Guillermo. A Guillermo lo mataron un 24 de mayo de 1939 "por defender el bien común y no intereses particulares". Son cuatro las generaciones reunidas en ese lateral del cementerio, desde el bisabuelo fusilado a la nieta que hoy suda cavando bajo el sol.  

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Ahora, queda esperar un nuevo permiso y una nueva subvención para terminar los trabajos. Queda esperar la solución que devuelvan los análisis de los ADN para entregar los restos a las familias. Confían que la nueva Ley de Memoria Democrática ayude a agilizar la burocracia que requieren las exhumaciones. Pero, por ahora, algunas partes de la excavación han dado ya sobre el suelo geológico.  

Con el paso de los días, familiares, técnicos y visitantes van conociéndose. Las conversaciones fluyen bajo el sol implacable de este verano. Desde la directora de la excavación a la mujer que trae agua fría a los arqueólogos forman un equipo engrasado. Es un trabajo ingente, minucioso y colectivo que nació hace unos años y terminará dentro de otros.  

Mientras, este país seguirá caminando sobre un suelo horadado de zanjas y de muerte

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