Así viven el confinamiento en Madrid universitarios responsables que decidieron no volver a casa

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Júlia Oller

Irresponsables, insolidarios, inconscientes. Esos fueron algunos de los adjetivos utilizados para calificar a los estudiantes de las universidades madrileñas que, tras el cierre de todos los centros educativos a partir del pasado 11 de marzo decretado por Isabel Díaz Ayuso, decidieron regresar a sus respectivas comunidades autónomas. Muchos de estos estudiantes, no obstante, tras un ejercicio de reflexión, optaron por permanecer en Madrid, lejos de sus familias. Ahora, como tantos otros, viven estas semanas de confinamiento sin sus seres queridos cerca, pero con el convencimiento de haber aportado su granito de arena para lograr el objetivo de las medidas del estado de alarma: frenar la curva de contagios, no colapsar el sistema sanitario y, poco a poco, detener la propagación del nuevo coronavirus.

Miles de los jóvenes que volvieron a sus pueblos y ciudades lo hicieron buscando cobijarse bajo el techo de sus familias, preocupados por lo que podría venir. Otros tomaron la decisión a la ligera y vieron en la suspensión de clases unas vacaciones durante las que poder ver a familiares y amigos. Eran los días en lo que, a pesar de lo que se diga hoy, pocos se tomaban en serio la amenaza del Covid-19; parecía, quizás, un acontecimiento al que sólo iban a asistir como espectadores.

Algunos de los que sintieron la obligación de tomar un papel activo desde el principio —aunque su rol consistiera en quedarse en casa— son Raquel, de Miguelturra (Ciudad Real), y Ander, zaragozano, estudiantes de Periodismo en la Universidad Complutense (UCM). Él cree que, después de cuatro años viviendo solo, lo más complicado no es estar lejos de la familia, sino el hecho de pasar de tener un día a día ajetreado a no poder salir de casa. "También entra en juego el hecho de que, si haces el confinamiento en una casa de 100 metros cuadrados con jardín, todo es diferente", opina.

Ambos prefirieron permanecer en el piso de 30 metros cuadrados que comparten en el barrio madrileño de Puerta del Ángel para no exponer a un posible contagio a algunos de sus familiares, que son grupo de riesgo. Los días previos a la declaración del estado de alarma, Raquel estuvo cubriendo como periodista actos multitudinarios relacionados con el 8M: "Pensaba que podía ser asintomática, y volver a mi pueblo suponía coger un bus, metro y tren y estar en contacto con mucha más gente" a la que podría habérselo contagiado, razona. "Aunque el Gobierno no hubiera limitado los desplazamientos, ya se estaban dando avisos de que había que reducirlos al máximo, así que decidí quedarme en Madrid, principalmente por responsabilidad", añade Ander.

Como en la canción de Mecano, también se quedaron en Madrid Lucía y Andrea, oriundas de Fuensalida (Toledo) y Tenerife y compañeras en el grado de Estudios Internacionales de la Universidad Carlos III (UC3M). Estos días comparten el confinamiento en Getafe y en Madrid con sus respectivas parejas, y, de momento, dicen, lo llevan "bien". No volvieron a sus respectivos lugares de nacimiento, entre otros motivos, porque la madre de Lucía tiene una cardiopatía, y el padre de Andrea también es paciente de riesgo.

Paradójicamente, para estos estudiantes, los primeros días de la cuarentena lo que se abrió paso fue la vida: trabajar y estudiar a la vez deja poco lugar para todo lo demás, y el nuevo estado de las cosas permitió un respiro momentáneo. Lucía, que además de estudiar es camarera, habla con infoLibre y explica que recibió como un "alivio" la idea de "tener 15 días para hacer las cosas que no puedes hacer todos los días y ponerte al día con la universidad". 

Tras ese oasis inicial de descanso, no obstante, surgieron las preocupaciones, tanto por la situación en general como por los dramas concretos: Lucía trabaja en el Vips, empresa que ha aplicado un ERTE a toda su plantilla, y ahora mismo está cobrando el 75% de su salario, que no es, de por sí, demasiado boyante: "En teoría, por ley, cuando esto se normalice nos contratan a todos otra vez; espero que sea así, porque yo con eso me pago el alquiler y los gastos", expresa.

Todo ello se suma al desasosiego y a la mella en la salud mental que produce el no poder salir de casa, excepto cuando hay que hacer la compra, actividad para la que han establecido turnos con el objetivo de poder respirar algo de aire, estos días menos contaminado.

Las claves para resistir

La Complutense ha puesto a disposición de la comunidad universitaria una guía con consejos psicológicos para hacer frente al confinamiento: en la línea de lo recomendado por los expertos estos días, la UCM sugiere planificar una serie de rutinas diarias que ayuden a reducir el estrés innecesario, definir horarios para la desconexión y la conexión, seguir una dieta saludable, descansar adecuadamente, cultivar las relaciones personales, conectar con la familia y, en la medida de lo posible, hacer ejercicio físico.

Después de la primera semana del estado de alarma, en la que la sensación de irrealidad dejaba poco espacio a lo demás, los estudiantes han intentado, instintivamente, poner en práctica algunas de estas recomendaciones. Para todos ellos, la clave para sobrellevar la situación lo mejor posible está siendo establecer una rutina y mantenerse ocupados: teletrabajan y estudian por las mañanas, y reservan las tardes para hacer algo de deporte, llamar a sus seres queridos, ver series y películas o leer.

"Yo por la mañana intento hacer cosas de la universidad y tener unos horarios de comida, porque al estar en casa todo el día comes cuando tienes hambre, y luego el cuerpo se acostumbra a eso", razona Lucía. Por su lado, Ander, que admite que le cuesta "muchísimo" estar recluido, insiste en la necesidad de distraer la mente para olvidar los días de encierro que quedan por delante: "Por la mañana teletrabajar, luego te ves una serie mientras comes, buscas tiempo para hacer algo de deporte, avanzas cosas de clase...".

"Es verdad que uno echa mucho de menos a la familia en este tipo de situaciones", reconoce Andrea, "pero estos días nos hemos mantenido ocupados: yo estoy estudiando el carnet de conducir y alemán". Para esta alumna de Estudios Internacionales, hay que aprovechar "para hacer las cosas que uno piensa que no tiene tiempo de hacer en un día corriente".

El contacto con los allegados también es esencial. The Guardian aseguraba en un artículo publicado este jueves que España ha dado una respuesta deficiente al coronavirus, y argumentaba que uno de los motivos ha sido la afición de los madrileños por "ser sociables" y "abrazarse, besarse y hablar" a pocos centímetros de distancia los unos de los otros. La relación de causalidad no tiene por qué ser tal, pero el periódico británico acierta en lo de "ser sociables", una característica que se mantiene —e incluso se exagera— para paliar la soledad de la cuarentena: "Yo he hecho más videollamadas esta semana que en todo el año", comenta Raquel, que frecuentementre queda con amigas para tomarse una cerveza vía videollamada y "matar un par de horas".

El futuro del curso, en el aire

En un escenario que puede cambiar en cuestión de horas, las informaciones que llegan desde las universidades son, en el mejor de los casos, poco aclaratorias. Por el momento, la única certeza es el retraso de dos semanas del calendario académico. "Pero tampoco sabemos si al final se va a alargar más", apunta Raquel. La comunidad educativa debate estos días sobre cómo continuar funcionando con normalidad en una situación que tiene poco de normal y durante la que debe tener en cuenta la salud física y mental de sus alumnos y la de sus familiares, así como el desigual acceso a Internet, imprescindible para seguir el curso a distancia.

El momento actual ha obligado a profesorado y alumnado a sumergirse en la enseñanza online a marchas forzadas. Aunque algunos docentes ya imparten sus asignaturas a través de Internet, la Complutense ha anunciado que iniciará las clases en línea de forma definitiva el próximo 30 de marzo. Por el momento, "algunos profesores están enviando tarea online, pero otros no están enviando absolutamente nada", explica Raquel. Ander, compañero de carrera, coincide: "El Trabajo de Fin de Grado es lo único en lo que puedo avanzar, porque el sistema educativo todavía está intentando encontrar una respuesta para esta situación".

Andrea, de la Carlos III, señala otra de las claves: seguir las clases desde casa, dice, "satura más que ir a la universidad", porque ahora el salón ya no es sólo un lugar de descanso, sino de trabajo, lo cual dificulta la diferenciación de espacios. "Una cosa que a nosotros nos ha ayudado un montón es cambiarnos de ropa", revela, "que parece una chorrada, pero cuando toca clase nos vestimos, aunque sea con un vaquero y un suéter, porque quedarse en pijama deprime".

Lo que parecía una situación provisional puede convertirse en la norma hasta el final del año académico. "El rector nos ha enviado un correo diciendo que a lo mejor no vuelve a haber clases presenciales, que todo puede ocurrir según están las cosas y que nos acostumbremos a las clases onlineonline", declara Lucía, también de la UC3M. De momento, el alumnado de bachillerato ya ha recibido la noticia de que la selectividad se celebrará, previsiblemente, entre el 22 de junio y el 10 de julio. Reinan la inquietud y la incertidumbre, pero todo apunta a que los estudiantes universitarios difícilmente volverán a coger el metro o el tren para dirigirse a las aulas.

Pese a que la fuga de estudiantes de las universidades madrileñas hacia sus lugares de procedencia no ha sido de ayuda para frenar la pandemia —el primer caso de coronavirus registrado en Santiago de Compostela, por ejemplo, fue una estudiante que viajó a Galicia desde Madrid tras la suspensión de clases—, las muestras de solidaridad por parte de la comunidad universitaria también han proliferado: entre otros gestos, la facultad de Educación de la Complutense abrió el pasado 16 de marzo un servicio gratuito de apoyo educativo online para estudiantes de todos los tramos anteriores a la universidad. En 24 horas, se habían presentado más de 300 estudiantes voluntarios de todas las facultades. “A mí me parecía desde el primer momento que esto era un problema de todos y que no podíamos actuar de manera individual, sino tener una conciencia social de que debemos estar unidos en esta causa de intentar parar el virus”, resume la canaria Andrea.

Irresponsables, insolidarios, inconscientes. Esos fueron algunos de los adjetivos utilizados para calificar a los estudiantes de las universidades madrileñas que, tras el cierre de todos los centros educativos a partir del pasado 11 de marzo decretado por Isabel Díaz Ayuso, decidieron regresar a sus respectivas comunidades autónomas. Muchos de estos estudiantes, no obstante, tras un ejercicio de reflexión, optaron por permanecer en Madrid, lejos de sus familias. Ahora, como tantos otros, viven estas semanas de confinamiento sin sus seres queridos cerca, pero con el convencimiento de haber aportado su granito de arena para lograr el objetivo de las medidas del estado de alarma: frenar la curva de contagios, no colapsar el sistema sanitario y, poco a poco, detener la propagación del nuevo coronavirus.

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