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Cuando los voluntarios ya no llenan las calles, así se reconstruye Paiporta después de la catástrofe

Esto es más duro que limpiar. Me ha cogido una paisanina y me ha dicho 'te quiero mucho'”, comenta afectado Samuel, de 22 años, que ha venido unos días a Paiporta con un grupo de amigos de León para ayudar en lo que haga falta. “La gente da gracias por todo, algunos venían casi llorando”. El día anterior estuvieron vaciando de barro un garaje, pala en mano; hoy, están repartiendo a domicilio comida y productos de limpieza a personas que no pueden desplazarse por las calles embarradas. Los voluntarios ya no son tan numerosos y la nueva alerta por la dana de esta semana ha vaciado las calles durante unos días, pero la población sigue agradeciendo su labor.

Desde la tragedia, en Paiporta se ha tejido una sólida red de solidaridad y apoyo mutuo entre vecinos y foráneos para atender las necesidades de la población y acelerar la limpieza de calles, viviendas y locales. El pueblo, todavía cubierto de barro, está repleto de puntos improvisados de recogida y reparto de productos básicos, instalados en locales comerciales arrasados por la riada.

Isa montó uno de los primeros en el local de una perfumería al lado del barranco del Poyo que se desbordó el 29 de octubre. “El segundo día bajé con el perro a las seis de la mañana y me encontré a un policía que llevaba una furgoneta llena de alimentos. Me dijo “¿Tú me ayudarías a repartir todo esto?”. Abrimos y nos pusimos. Me quedé con este local, luego con ese y con ese. Lo saben todos los dueños”. Al lado trabaja un equipo de médicos voluntarios de Valencia. “Cuando libro de una guardia o salgo unas horas, me vengo”, explica una de ellas, que lleva dos semanas en el pueblo, atendiendo sobre todo heridas fruto de las tareas de limpieza, y se ha traído a dos familiares para que le ayuden. “Hemos decidido ir por nuestra cuenta, sin llegar a ser punto sanitario oficial. Cuando éramos más, íbamos por las casas”.

Los voluntarios de León se dirigen a un señor que saca cubos de agua sucia de su casa con gesto serio. No necesita que le lleven nada, pero se para a conversar con ellos. “Me gustaría que me dieran una inyección y dormirme tres meses. Esto se va a hacer más largo que la cuaresma”, lamenta. Los jóvenes intentan animarlo y al final consiguen arrancarle una sonrisa. “Esto es ayuda psicológica”, dice Samuel, “si la gente se quiere desahogar, les voy a escuchar y darles un abrazo si lo necesitan”. Las casas a las que llaman ya tienen alimentos básicos, pero las familias agradecen que les lleven agua, verduras frescas y productos de limpieza, sobre todo las personas mayores. Nadie sabe cuándo volverá a haber tiendas de comida abiertas.

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A los puntos organizados espontáneamente por voluntarios se suman los de ONG como World Central Kitchen. “Damos a diario entre 2500 y 3000 raciones de comida caliente”, explica Eva, fisioterapeuta en prácticas que atiende una de las tres carpas instaladas en Paiporta por la organización, “a domicilio hemos dado más de 200”. Critica la falta de coordinación por parte del Ayuntamiento y los distintos cuerpos de emergencias. “No está bien organizado. Nosotros abastecemos a quien nos lo pide. Vienen, piden comida y se les da”. El mismo principio siguen en el Centro Cultural Islámico de Paiporta, reconvertido en punto de reparto de alimentos con el apoyo de la fundación alemana Tuisa Hilft. El presidente del Centro, Kamal, estima que han alimentado el último día a 300 personas. “Voluntarios, soldados que están trabajando… a todos los que vienen”.

Samuel y sus amigos Aitor, Paco y Alfonso están equipados con chubasqueros, guantes y mascarillas para limpiar barro, pero han acabado distribuyendo productos básicos puerta por puerta, siguiendo las instrucciones de una vecina del pueblo de la que no han sabido ni el nombre. Algo parecido le ha pasado a un grupo de compañeros de trabajo llegado de Cádiz, que han hecho de todo en Paiporta: “ayudar a gente de la tercera edad, limpiar, repartir comida… lo que nos han dicho”, explica uno de ellos. Ya no se ven tantos grupos de jóvenes sacando barro de las casas a palada limpia; ahora es la fase de las excavadoras y las karcher. El presidente Pedro Sánchez ha cifrado en 18.200 los efectivos del Ejército, la Policía y la Guardia Civil desplegados en la provincia de Valencia, a los que hay que sumar personal de diversos cuerpos policiales o de emergencias locales o autonómicos, y numerosa maquinaria.

El efecto del despliegue es visible –casi todas las calles ya son transitables–, pero los habitantes de Paiporta siguen dependiendo de la ayuda de vecinos, familiares o voluntarios para limpiar sus viviendas y negocios, y, en muchos casos, para conseguir alimentos y productos de primera necesidad. Una de las médicas venidas de Valencia advierte de los posibles efectos del agotamiento de la solidaridad durante las próximas semanas: “Poco a poco todo se irá disipando. Cada vez habrá menos ayuda y eso afectará negativamente a los vecinos, a nivel de salud mental”. Por ahora, continúa el goteo de voluntarios a Paiporta, más intenso los fines de semana, y el reconocimiento de unos vecinos que no se cansan de dar las gracias.

Esto es más duro que limpiar. Me ha cogido una paisanina y me ha dicho 'te quiero mucho'”, comenta afectado Samuel, de 22 años, que ha venido unos días a Paiporta con un grupo de amigos de León para ayudar en lo que haga falta. “La gente da gracias por todo, algunos venían casi llorando”. El día anterior estuvieron vaciando de barro un garaje, pala en mano; hoy, están repartiendo a domicilio comida y productos de limpieza a personas que no pueden desplazarse por las calles embarradas. Los voluntarios ya no son tan numerosos y la nueva alerta por la dana de esta semana ha vaciado las calles durante unos días, pero la población sigue agradeciendo su labor.

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