Durante este mes, el arte contemporáneo colombiano protagoniza dos citas claves. Será el país invitado de la 34 edición de Arco, la feria internacional de arte contemporáneo de Madrid, que se celebrará entre los días 25 de febrero y 1 de marzo. Un acontecimiento que contribuye a reconocer el vibrante panorama artístico del país y la internacionalización plena de sus artistas. Por otro lado, el Museo de Arte Contemporáneo de Chicago acoge la primera retrospectiva de la escultora bogotana Doris Salcedo, una de las artistas más prominentes de las artes plásticas latinoamericanas. Ambos eventos suponen la demostración definitiva de que el arte colombiano ha llegado a los centros culturales más importantes del mundo.
En la presentación en Bogotá de la sección ArcoColombia, el pasado mes de junio, el presidente ejecutivo de Ifema, Luis Eduardo Cortés, recalcó la supuesta capacidad rompedora que caracteriza a la feria. “Arco tiene que ser atrevida, tiene que buscar la sorpresa, no es una feria para hacer algo que no nos llama la atención, tiene que producir crítica, duda”, dijo. Pero el interrogante que surge tiene más que ver con la naturaleza del proyecto que con la capacidad catártica de la feria: ¿Es Arco atrevida con esta iniciativa o apuesta por un escenario que ya está de sobra consolidado?
El ensayista y crítico de arte colombiano Carlos Jiménez reprocha la postura de Cortés. “Eso de que Arco es atrevida me suena a chiste en la boca del presidente de una feria que, en su día, y pese a las oportunas sugerencias, dejó que ArtBasel le quitase la posibilidad de montar en Miami la gran feria de arte contemporáneo de las Américas”, dice, tajante, haciendo referencia al mayor escaparate de arte latinoamericano que lleva 12 años celebrándose en Miami. De todas formas, y a pesar de que Arco no sea el referente por excelencia de la producción iberoamericana, desde hace cuatro ediciones centra su programa Solo projects en las obras de artistas actuales. Con ArcoColombia vendría a reafirmar su apuesta, desde que México y Brasil fuesen invitados de honor en 2005 y 2008, respectivamente.
Una escena en auge
Son muchos los que apuntan que el arte colombiano lleva varios años experimentado un boom, y que el gran cambio se ha dado, principalmente, en la repercusión internacional que han tenido las obras y artistas nacionales. Una mayor visibilidad con la que culmina un proceso de innovación y dedicación que ha involucrado a artistas, galeristas y escuelas de arte. “El arte colombiano ha cambiado en los últimos años, pero este cambio, en sentido estricto, no es ninguna novedad, porque si algo lo ha caracterizado en el último medio siglo, por lo menos, es la renovación continua”, explica Jiménez. Y añade que, en la última década, ha aumentado exponencialmente la presencia de artistas colombianos “en algunos de los museos de arte más importantes del mundo, así como en bienales y megaexposiciones internacionales”. Una época en la que el éxito de artistas como Doris Salcedo ha servido para que teóricos y críticos de primer orden vuelvan la vista a la producción colombiana, y en la que las obras de Álvaro Barrios o Beatriz González han entrado a formar parte de las colecciones de la Tate Modern de Londres o el Moma de Nueva York.
Mercado artístico en pocas manos
Alberto Sierra es el director de la Galería de la Oficina, en Medellín,capital de Antioquia, un proyecto que fundó con dos amigos hace más de 40 años y uno de los invitados a la feria de Arco. Estrechamente ligada a la producción y fomento del arte antioqueño, principalmente, y después nacional, La Oficina se ha convertido en un punto de referencia del arte contemporáneo y una de las galerías consideradas como “más políticas” por la temática recurrente de sus artistas. “Creo que en un país con una realidad como la nuestra, el arte político establece una conexión directa muy fuerte con el público. Los artistas hoy hablan de violencia y de necesidades reales de la sociedad”, explica Sierra para intentar justificar la etiqueta. Cree que el mercado no ha crecido demasiado y que más que un auge, se ha producido una “socialización” del fenómeno cultural, debido a la mayor circulación de obras y la creación de espacios que han hecho más visible la producción de los artistas nacionales.
Fotografía de Jesús Abad, de la Galería de la Oficina.
Durante estas cuatro décadas, Sierra ha vivido de primera mano la evolución de las artes plásticas colombianas. El gran motor del mercado ha sido siempre Bogotá, debido a la falta de galerías y coleccionistas en otras ciudades y a elementos, como el narcotráfico, que frenaron su actividad en un momento determinado. Una situación que ha provocado que sean pocos los actores que intervienen en el mercado artístico. “Ahora mismo hay en Medellín más espacios alternativos y galerías, pero los compradores siguen siendo básicamente los mismos. Las facultades de arte gradúan más artistas, pero no necesariamente mejores. Han crecido las salas y los espacios. Quizás podríamos hablar de una cierta democratización pero no necesariamente de una descentralización. Los buenos artistas siguen siendo representados por las galerías de prestigio, que no pasan de ser más de una docena”, analiza.
Bogotá ha sido también la sede de ArtBo, la feria de arte contemporáneo que cumple 10 años este 2015. A pesar de que un amplio porcentaje de los stands (el 80%) están ocupados por galerías internacionales, ArtBo ha dinamizado el sector y ha proporcionado el encuentro entre artistas nacionales y promotores de otros países. Alberto Sierra considera que, al margen de ArtBo, se han dado una serie de circunstancias, como las actitudes y producción de los artistas, que, unidas a la creciente influencia de la feria, han consolidado el crecimiento de la escena artística colombiana.
El impulso de Artbo
De la misma opinión es Angélica María Zorrilla, una joven artista, dedicada casi en exclusiva al dibujo, que expondrá con la galería Sextante en Arco. “La aparición de ArtBo movilizó y dinamizó el mercado aun cuando hay un déficit notable de galerías en Colombia. Pero no es algo que haya catalizado por completo los cambios, pues de manera paralela y en respuesta a la falta de espacios, lugares independientes, con propuestas y pensamientos paralelos a los de la feria, se han ido gestando, generando un campo de producción y consumo (no necesariamente comercial) y movilidad muy importante”, señala.
Aprovechando la celebración de la feria de Bogotá, se creó la feria del Millón, un evento que arrancó en 2013 de forma paralela, pero independiente a ArtBo, donde se pueden comprar obras a jóvenes artistas por un máximo de un millón de pesos (algo menos de 400 euros). En su primera edición, 365 artistas sin galería que les representara enviaron sus portafolios, de los que fueron escogidos 42 para exponer. Por los stands de la feria del Millón pasaron 4000 personas, que compraron el 92% de las obras exhibidas. Un éxito innegable que se ha leído como la panacea para los artistas que empiezan su andadura. Zorrilla, sin embargo, no comparte el entusiasmo de quienes defienden la feria del Millón. Para ella, espacios como ese activan la “cadena alimentaria” del mercado artístico, pero critica que sea precisamente el mercado la “principal motivación para la producción” de arte.
Nacida en Cali, pero residente en Bogotá desde los 10 años, coincide también con Alberto Sierra en que cada día son más los licenciados en Bellas Artes que buscan su hueco en espacios y galerías, cuya producción no siempre son capaces de absorber. “Son tantos los chicos que se matriculan en los programas de arte de las universidades y se consideran artistas sólo por eso, que por más espacios o galerías que se abran, nunca será suficiente”, apunta.
¿Y qué va a significar Arco para el mercado artístico colombiano? Quizás sea una demostración más de que ha entrado en la dinámica internacional, pero no la única ni tampoco la primera. Carlos Jiménez muestra su temor a que el desembarco de Colombia en Arco se salde con un fracaso (o casi) desde el punto de vista económico. “El mercado español de arte contemporáneo está muy deprimido, tanto por la tendencia a la baja que arrastra desde la crisis como porque los impuestos a la venta de obras de arte siguen siendo en España muy elevados”, asegura. A renglón seguido, Jiménez hace referencia a una entrevista, publicada en el diario El País, a la galerista Oliva Pérez Arauna, propietaria de la galería madrileña que llevaba su nombre y que cerró sus puertas por falta de ventas. En ella, Arauna criticaba duramente a las ferias como escenarios en los que los grandes coleccionistas se reúnen en las salas VIP para hablar de los museos de arte contemporáneo más importantes y en las que las galerías apenas tenían espacio. Visiblemente indignada, decía: “[Las galerías] subsisten a base de llevar obritas con seguros bajos. Esas ferias están hechas para 10 galerías grandes. Los demás no cubren gastos. Y, por otro lado, si no vas, no existes. Es todo puro mercadeo en el que ya no pinto nada”.
Durante este mes, el arte contemporáneo colombiano protagoniza dos citas claves. Será el país invitado de la 34 edición de Arco, la feria internacional de arte contemporáneo de Madrid, que se celebrará entre los días 25 de febrero y 1 de marzo. Un acontecimiento que contribuye a reconocer el vibrante panorama artístico del país y la internacionalización plena de sus artistas. Por otro lado, el Museo de Arte Contemporáneo de Chicago acoge la primera retrospectiva de la escultora bogotana Doris Salcedo, una de las artistas más prominentes de las artes plásticas latinoamericanas. Ambos eventos suponen la demostración definitiva de que el arte colombiano ha llegado a los centros culturales más importantes del mundo.