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La ausencia presente

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Berta Marsé

Vértigo… 

Me pasa cada vez que entro en el despacho de mi padre y de pronto me veo, a diferentes edades y en diferentes casas, entrando en diferentes despachos parecidos a este, entrando a cualquier hora y de cualquier manera y con cualquier excusa —saludar a las visitas cuyas voces he reconocido, o no las he reconocido y tengo curiosidad, decirle algo o pedirle algo o quejarme de algo—, como sea entrando, una y otra vez, a lo largo de cincuenta años y encontrándomelo siempre allí. 

Pero ahora… ¿qué me encuentro ahora cuando entro en su despacho? 

La ausencia. Una inmensa, muy honda, sobrecogedora ausencia.

La ausencia es una forma de invierno, así se titula un poema bellísimo de Luis García Montero. 

Y como me da un poco de vértigo y de frío me siento un rato, sin quitarme el abrigo. 

A ver, son las once y media de la mañana de un lunes gélido de febrero, del año 2022, y espero a un viejo amigo de mi padre al que hace mucho tiempo que no veo. La pandemia, la distancia, su propia salud le impidieron viajar para acompañarnos en el funeral, en julio de 2020, así como en el homenaje que organizó el Ayuntamiento de Barcelona en julio del año siguiente. Se lamentaba por ello en sus emails. Le he citado hoy aquí para que elija algo que llevarse de recuerdo. Todo está exactamente igual que la última vez que nos visitó (le confesé anoche por teléfono), porque, como aún no sé muy bien qué hacer con todo, aún no he hecho nada. Mientras le espero saco la libreta y tomo algunas notas para el número 100 de tintaLibre, que me ha pedido para la ocasión una pieza inspirada por los ausentes. Y como en el último despacho de mi padre —tan parecido a sus otros despachos, y que más tarde o más temprano habrá que desmontar también— hay ahora mismo una ausencia muy palpable, me pongo a ello tratando de describirlo.

Bien, pues es una habitación bastante espaciosa (ni idea de cuántos metros, no sé medir a ojo, nunca he sabido), de techo alto y suelo de mosaico hidráulico, precioso, con balcón corrido a la calle Bailén. Frente a la puerta que abre al balcón hay una mesita baja, redonda, de fina madera oscura, con una pequeña butaca de terciopelo granate a cada lado, en una de las cuales estoy sentada escribiendo con el abrigo puesto. Tengo delante, a la altura de los ojos, la mesa grande en la que trabajaba (no sé cuánto de grande), también de madera aunque más rústica, y aún llenísima de cosas; lo único que quité de en medio en su día fueron los medicamentos, los tiré todos. A un extremo de la mesa, junto al flexo, todavía está la caja de kleenex y una botellita de gel hidroalcoholico. Formando ángulo en el otro extremo hay una mesa auxiliar para el ordenador, fea pero funcional, con la impresora debajo. Ay, cuántos problemas absurdos y graciosos le dieron ambos, qué batalla libró con la tecnología. Una lástima que no se me ocurriera conservar aquel primer email que me envió donde todo —sus dudas y sus quejas, y también su primer saludo ciberespacial— lo había escrito en el Asunto. Y qué alivio cuando le dije, muerta de risa, que no era necesario que respondiera a los correos publicitarios; no me interesa, gracias, no hace falta que me envíen más información, de verdad, muchas gracias, atentamente... Bajo la pantalla del ordenador tenía sus talismanes: un burrito catalán que me parece se compró él mismo, muchos años atrás, en las casetas navideñas de la Sagrada Familia (y que yo regalé a Juan Cruz el pasado julio). Una figurita de la Betty Boop con su vestido rojo y la pierna en alto (me la llevé yo, ahora está junto a mi ordenador). Una ranita de cristal verde que es una preciosidad en miniatura, y un caganer al que le das cuerda y da una voltereta hacia atrás. Miro alrededor, las cuatro paredes de la habitación tienen estanterías que antes estaban llenas de libros, y ahora no tanto, por lo menos un año antes de su muerte, mi padre empezó a regalar muchos libros. Más allá de los que decidió conservar —los de los amigos, básicamente— veo sobres, carpetas, agendas, libretas, cajas de lápices de colores, cajas de acuarelas y de rotuladores. También veo barcos, barcas, veleros (le gustaba montarlos). Una bola del mundo. Cajas y cajitas. Latas y latitas. Relojes, navajas, un mate. Grapadoras. Gafas de sol y fundas de gafas, por separado, las gafas puestas en fila en un estante, las fundas apelotonadas en otro. Muñecos de todo tipo: un E.T con sudadera roja que habla si lo agitas, dice Mi caasatelééfono… (le encantaba), una Catwoman con látigo y botitas de charol, un Charlot y la Betty Boop en varias versiones. Hay muchas fotos de la familia, de los amigos, de Carmen Balcells. Veo en el estante más alto fotos de las actrices que más le gustaban —Marlene, Rita, Ava—, y una foto en blanco y negro de la película El espíritu de la colmena —las niñas en la vía del tren— que le fascinaba. Y veo dibujos, muchos de ellos suyos, dibujos en tinta negra de curas y obispos que tuvieron mucho éxito entre amigos y familiares; tal vez le ofrezca uno de ellos al amigo como recuerdo, si veo que no se decide o no se anima a pedirme nada…

Cuando por fin llega el amigo citado, puntual, con su mascarilla puesta, sonriendo con los ojos, algo emocionado, el sol entra a raudales en el despacho de mi padre. Nos abrazamos torpemente. Él se quita el abrigo, y yo hago lo mismo. La conversación empieza más o menos así: ¿Tienes prisa? Claro que no, prisa nunca. ¿Quieres un café? Mejor un whisky. Vale. Gracias. Y le dejo un rato solo con la ausencia presente, de pie, en mitad del despacho, mirando alrededor con las manos a la espalda, asintiendo con la cabeza.

Presente; del latin praesens, — entis.

1. adj. Que está delante o en presencia de alguien, o concurre con él en el mismo sitio.

La década contagiosa (2013-2022), en tintaLibre marzo

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2. adj. Dicho del tiempo: que es aquel en que está quien habla.

3.m. Obsequio, regalo que alguien da a otra persona en señal de reconocimiento o de afecto.

* Berta Marsé (Barcelona, 1969) es escritora y editora. Entre otras obras ha publicado dos colecciones de relatos en la editorial Anagrama, ‘En jaque’ y ‘Fantasías animadas’.

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