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Berlín 1989-2019: aquel muro, estas murallas

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Lejos de la épica del Telón de Acero, irreverente con la gélida solemnidad del comunismo en la RDA, se puede contar la caída del muro de Berlín como el argumento de una comedia de Ernst Lubitsch. Empezando porque una joven Angela Merkel estaba regalándose una sauna y, sobre todo, porque al bueno de Günter Schabowski, a la sazón portavoz del agonizante SED (Partido Socialista Unificado) le pillaron un poco desprevenido cuando la prensa extranjera le preguntó desde cuándo iba a aplicarse la nueva reglamentación sobre los viajes al exterior. “Según entiendo, sin demora”, respondió Schabowski, no siendo consciente de que en ese momento miles de ciudadanos orientales empezaron a apelotonarse en torno al muro de hormigón, donde los centinelas no sabían ya a quién obedecer. En la soñolienta RDA donde nunca pasaba nada (salvo en año olímpico) los vientos de cambio empezaron a soplar desde Leipzig movidos especialmente por una razón: el viaje, el viaje al otro lado, el viaje a cualquier parte lejos de la cárcel de cemento armado.

Berlín 1989-2019

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Han pasado 30 años de aquel frío anochecer del noviembre berlinés y a las estampas de la multitudinaria euforia de decenas de ciudadanos sobre la tapia que separaba dos mundos, a las imágenes de la demolición como souvenir histórico (muchos conservan todavía su ladrillo como un meteorito) se ha ido añadiendo la triste realidad: tres décadas más tarde el Este sigue pareciéndose un poco a aquel Este deprimido de los tiempos de Honecker; y el Oeste sigue levantando la vista sobre lo que ocurre más allá de la puerta de Brandeburgo, hacia Kreuzberg, donde solo los jóvenes disfrutan de la parafernalia emocional del viejo régimen, las chapas de Lenin, el beso de Gorbachov, los Trabant y algún chándal deportivo con el escudo de la hoz y el martillo. Sostienen los analistas alemanes que todavía se necesita una década para equilibrar las cosas en esa travesía que describe un viejo chiste de la Unión Soviética: el comunismo fue la mayor distancia recorrida para llegar del capitalismo al capitalismo.

El relato de la cicatriz berlinesa no es la película con final feliz que todos presumíamos. Entre otras cosas porque al muro, cuya construcción arrancó en 1961, le han salido sofisticados descendientes como el levantado por Israel en Cisjordania o el que Trump proyecta para detener la embestida de los inmigrantes que llegan de México a lo largo de toda la frontera. El Elba suena a una batalla napoleónica comparado con dichos monumentos a la infamia. El que Trump proyecta mide 3.169 kilómetros, el que ahoga Gaza unos 700, el de Berlín llegó a contar con 155 kilómetros disuasorios. La historia se repite y se agranda en su obstinación por poner barreras. El prestigioso historiador David Frye apunta una razón de peso a tanto afán carcelario: “Los romanos aceptaron acoger a los bárbaros porque pensaron que algún día serían los futuros reclutas de su ejército”.

 

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