Como seguramente saben ustedes, la Peña Cultural Zambollo es la tradicional organizadora de las Fiestas del Gatopelao de Caramal de las Torres, en las que un hombre disfrazado de gato tiene que recorrer las principales calles del coqueto pueblo de la sierra madrileña esquivando las piedras que le lanzan el resto de vecinos. Es posible también que conozcan que la peña toma su nombre de Tomás Segura, Zambollo, que fue desde 1990 a 2015, momento en el que decidió retirarse después de que la Delegación del Gobierno instituyera la obligación de llevar casco, lo que Zambollo –que acababa de salir de un coma de once meses– consideraba una adulteración del espectáculo.
Pero además de organizar estos festejos, la Peña Cultural Zambollo celebra también avanzado diciembre unas interesantísimas jornadas de debate que las malas lenguas atribuyen a la pícara intención de camuflar los festejos organizados con motivo de la Navidad bajo un falso manto intelectual que permita a la entidad no perder la calificación de Asociación Cultural y seguir teniendo acceso a las subvenciones de la Consejería. Quienes señalan esta circunstancia arguyen como prueba el que sean las únicas jornadas de debate europeas que se celebran bajo una carpa instalada en una plaza de toros, con orquesta y barra libre.
En cualquier caso, las de este año fueron dedicadas al nacionalismo y como ilustre colofón contaron con la presencia del politólogo danés, y referencia intelectual del mundo cultural escandinavo, Aksel Finne, quien, siempre atento a la realidad española, no quiso perderse la cita aprovechando que tenía unos días libres en el McDonald's donde trabaja. La conferencia tuvo lugar en la tarde del 23 de diciembre y puso fin a una apretada agenda de eventos que ese día incluía además de la gincana, el belén viviente de la tercera edad y el concurso de rondallas infantiles, cuyo primer premio fue invitado a entregar el propio Finne, que, posiblemente por el cansancio del viaje, parecía un poco desconcertado.
El título de la conferencia era el mismo que da nombre a esta reseña, Bricolaje para construir una nación: herramientas necesarias. Finne explicó que había elegido el término “bricolaje” con la pretensión de resaltar, tal y como expresa su significado –“actividad manual y casera de reparación, instalación, montaje o de cualquier otro tipo que se realiza sin ayuda profesional”– la habitual falta de importancia o perentoriedad de la faena en cuestión, que en ocasiones tiene más de hobby que de labor imprescindible.
Así, entiende Finne que la pretensión secesionista de algunos nacionalismos no es el fruto de una existencia sojuzgada por un Estado opresor puesto que viven instalados en la comodidad de un sistema democrático y de respeto a sus diferencias, de forma que, dice Finne, “da la sensación de que su búsqueda de la independencia tiene menos que ver con la necesidad de construir una casa común donde habitar sus particularidades que con la compra de una segunda residencia”.
La palabra bricolaje no había sido, por tanto, elegida alegremente o como recurso estilístico, aunque gracias a ella el acto consiguió el patrocinio de Ferretería Gredos, cuyo propietario, Esteban Gredos, fue el encargado de presentar al politólogo a quien, anecdóticamente, se refirió en varias ocasiones como “podólogo” sin que nadie considerara necesario corregir el error.
Finne, tal vez en exceso, insistió de nuevo en el concepto del bricolaje para afirmar refiriéndose a los nacionalistas que nuestro país le recuerda a veces “a un magnífico chalet rodeado de vecinos que te despiertan cada plácida mañana de domingo usando la taladradora”, metáfora que no gustó nada al señor Gredos aunque provocó entre el público un estallido de júbilo con gritos de “¡España, España!”, momento aprovechado oportunamente por la charanga que amenizaba el acto para interpretar un pasodoble que mantuvo momentáneamente interrumpida la conferencia. Es de alabar la paciencia mostrada por Finne durante el lapso, así como la educada forma en que rechazó la insistente invitación a bailar con una anciana vestida de pastora.
Concluida la interpretación, Finne prosiguió definiendo una por una esas herramientas a las que hacía alusión en el título. La primera de ellas, afirmó, era “un sentimiento victimista por el que cualquier circunstancia casual pueda ser convertida en intencionado agravio”.
Una herramienta necesaria para el nacionalismo es la existencia de unas clases ilustradas con las necesidades básicas resueltas y tiempo para convencer a quienes no las tienen de que ello está fuera del ámbito de responsabilidad de “los nuestros”
Sentimiento que tiene su origen en un cierto complejo de superioridad disfrazado de potencialidad sometida –“somos mejores que vosotros, pero no nos dejáis serlo”–. Cuando en realidad, proclamó Finne, “entre un albañil murciano y otro de Hospitalet no hay más diferencia hoy que la que pudiera haber una vez se consumara cualquier proceso independentista”. Afirmación que cosechó otra andanada de aplausos y un “¡Ole tus huevos, podólogo!” al fondo de la carpa.
La segunda de esas herramientas necesarias es para Finne la existencia de unas clases ilustradas que tengan sobradamente resueltas las necesidades básicas y tiempo suficiente para dedicarlo a convencer a quienes no las tienen de que el que así sea está fuera del ámbito de responsabilidad de “los nuestros”. A continuación, lamentó que la ilustración a que se refería no fuera digna heredera de la del siglo XVIII y se mostró convencido de que la propagación de un humanismo internacionalista es la mejor forma de plantar cara a los nacionalismos, lo que provocó que la audiencia estallara en gritos entusiastas de “¡Humanismo, humanismo!” seguidos de no menos apasionados cánticos de “¡A por ellos, oe! ¡A por ellos, oe!”. Posteriormente, Finne resaltó que, aunque no se atrevía a considerarla exactamente una herramienta, sí había constatado la gran ayuda que para el bricolaje nacionalista suponía la existencia de una izquierda que pese a dar muestras de un finísimo olfato a la hora de detectar los males del nacionalismo españolista no acaba de percibir en los periféricos tufo alguno a exclusión o falta de solidaridad. Como era de esperar, la palabra “izquierda” abrió la espita de una catarata de insultos a Perro Sanxe y unas doscientas personas abandonaron la charla para ir a manifestarse a Ferraz.
En realidad, proclamó el politólogo, “entre un albañil murciano y otro de Hospitalet no hay más diferencia hoy que la que pudiera haber una vez se consumara la independencia". Afirmación que cosechó otra andanada de aplausos y un “¡Ole tus huevos!”
Posteriormente, Finne detalló la que él considera tercera herramienta necesaria para construir una nación: la historia, su manipulación, la búsqueda en el pasado de imaginarias explicaciones del presente. Finne se dijo partidario de prohibir a los melancólicos de cualquier patria dedicarse a la historiografía para evitar ridículos como los intentos de catalanizar a Santa Teresa, Leonardo da Vinci o Cristóbal Colón. La mención al genovés sirvió la excusa perfecta para que público y charanga recordaran al unísono el célebre pareado dedicado a los hermanos Pinzones que la anciana vestida de pastora aderezó con un gracioso bailoteo.
La cuarta herramienta del bricolaje nacionalista es, según explicó, un sistema educativo que instigue desde la más temprana edad en esos espíritus maleables el credo nacional, al tiempo que una escuela de adultos –esto es, una televisión– que sirva para transmitir los mismos valores a quienes ya no asisten a clase.
Y aquí, Finne quiso insistir en la metáfora de las herramientas explicando que del mismo modo que sirven para construir pueden, a su vez, desmontar lo ya construido, refiriéndose a la versatilidad del nacionalismo, una reivindicación prêt-à-porter que lo mismo puede lucir la izquierdista Esquerra que la derechista Junts. Luego recordó las palabras de Isaiah Berlin en tal sentido: “Después de la década de 1920, ni el socialismo ni ningún otro movimiento político del mundo de posguerra puede triunfar si no va de la mano no solo del antiimperialismo sino también de un pronunciado nacionalismo”. Una verdad que, según Finne, ha entendido muy bien el Partido Popular que, a caballo de un nacionalismo español y con el Estado de Pedro Sánchez como sucedáneo de un imperialismo contra el que rebelarse, tiene en Ayuso su mejor representante.
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La mera percepción por el auditorio de que Finne se había referido a Ayuso hizo que, sin atender siquiera al sentido de la frase, la multitud estallase en un rugido festivo, un alarido coordinado que fue mutando de “¡Ayuso presidenta!” a un inflamado “¡Me gusta la fruta, me gusta la fruta!”, mientras la charanga atacaba un chotis. Finne en esta ocasión no fue capaz de vencer la insistencia de la anciana vestida de pastora, y se le pudo ver acompañarla con unos torpes pasos antes de que tuviera lugar el desastre.
Al parecer, por un error de coordinación del personal organizador, hizo aparición en la carpa una vaquilla cuya presencia estaba anunciada para la mañana siguiente en el espectáculo cómico-taurino que ponía fin a las jornadas culturales.
Lo último que recuerda este cronista, que como los demás corrió a ponerse a salvo, es la expresión aterrada de Finne viendo al animal dirigirse a él mientras de una forma poco galante –todo hay que decirlo– pugnaba con la anciana vestida de pastora por guarecerse tras la mesa presidencial. Al final ganó la anciana. En el momento de cerrar edición y según refleja el parte médico, el politólogo se reponía de múltiples contusiones y un puntazo sin afección de tejidos en la zona del perineo. Amablemente, Ferretería Gredos se ha hizo cargo de los costes de hospitalización dado que la seguridad social danesa no cubre lesiones producidas en el ejercicio de la tauromaquia.
Como seguramente saben ustedes, la Peña Cultural Zambollo es la tradicional organizadora de las Fiestas del Gatopelao de Caramal de las Torres, en las que un hombre disfrazado de gato tiene que recorrer las principales calles del coqueto pueblo de la sierra madrileña esquivando las piedras que le lanzan el resto de vecinos. Es posible también que conozcan que la peña toma su nombre de Tomás Segura, Zambollo, que fue desde 1990 a 2015, momento en el que decidió retirarse después de que la Delegación del Gobierno instituyera la obligación de llevar casco, lo que Zambollo –que acababa de salir de un coma de once meses– consideraba una adulteración del espectáculo.