Hace ya al menos dos décadas que el diagnóstico es concluyente: las sociedades tecnológicas tienen un problema llamado soledad. Habitual refugio literario y romántico, ahora enseña los dientes de sierra de una estadística que preocupa a los Gobiernos que destinan partidas cada vez más elevadas a paliar el fenómeno. Incluso los ingleses, como afirma el escritor Julio Llamazares en este número 96 de tintaLibre, le han dedicado una Secretaría de Estado, una pauta que seguramente seguirán otros Gobiernos.
Resulta paradójico pensar que la época más conectada de la historia, donde el acceso a la información se ha generalizado, donde las redes sociales emiten su infinita cadena de mensajes, la incomunicación y el distanciamiento, la desafección política y las tendencias destructivas estén cada vez más presentes.
Somos incapaces, como afirma la especialista en tecnología Esther Paniagua, de despegar la vista de las interfaces que nos acompañan y la posibilidad de una vida sin pantallas se convierte en una pesadilla. Imaginar un apagón de internet resulta tan inquietante casi como un ataque nuclear. Sin casi ningún control las redes han llevado el interés de su negocio donde pretendían: por primera vez en la historia la experiencia humana se ha convertido en mercancía, nuestros datos engrosan la manipulación, dirigen el mercado, los bulos arrecian en su repetición hasta convertirse en una verdad consentida. Un gran negocio.
En este sentido, apela Javier Valenzuela a la responsabilidad del periodismo y aconseja no engordar más lo que de por si se ha convertido en un monstruo deforme. La sobrecarga contemporánea de información, según sus palabras, hay que abordarla –como el alcohol, las drogas o la propia alimentación- de un modo sobrio, selectivo y responsable.
Estamos, como dice el título del número de noviembre, tan cerca como tan lejos del objetivo. Muchas cosas han mejorado, muchas revoluciones del presente, desde la Primavera Árabe hasta el 15M pasando por el movimiento zapatista, como puede verse en el reportaje de José Manuel Rambla, no hubieran tenido lugar sin redes, pero al mismo tiempo somos prisioneros de su vigilancia constante, de la monitorización a las que no someten con dudosa intención.
En medio de una sociedad marcada por esta pandemia silenciosa hay creadores capaces de levantar el ánimo. Es el caso de Fernando León de Aranoa, que nos devuelve la sonrisa y las ganas de no perder el sentido crítico de la vida con El buen patrón, un regalo de otoño para las pantallas españolas. Se lo cuenta a Karmentxu Marín en una larga entrevista.
Hace ya al menos dos décadas que el diagnóstico es concluyente: las sociedades tecnológicas tienen un problema llamado soledad. Habitual refugio literario y romántico, ahora enseña los dientes de sierra de una estadística que preocupa a los Gobiernos que destinan partidas cada vez más elevadas a paliar el fenómeno. Incluso los ingleses, como afirma el escritor Julio Llamazares en este número 96 de tintaLibre, le han dedicado una Secretaría de Estado, una pauta que seguramente seguirán otros Gobiernos.