Borges, en las tantas referencias que ha hecho sobre el peronismo, una de sus bestias negras, sostenía que este no es bueno ni malo, es incorregible. Perón, en su camaleónico recorrido vital y político, da fuerza a esta boutade borgiana si se atiende a su origen fascista, que abandona ante la supremacía de los Aliados frente al Eje en la Segunda Guerra Mundial; la adopción del paquete de leyes de los socialistas que promulga ni bien alcanza el poder pero que aplica desde un movimiento verticalista; y su regreso triunfal, desde el exilio, construido por un gran movimiento de izquierda. A este movimiento lo traiciona ni bien pisa suelo argentino y muere dejando al país en manos de su viuda, Isabel Martínez, comprometida con fuerzas parapoliciales y en el presidente del Senado, Italo Luder, quien, ejerciendo la magistratura del país en un breve interinato, firma una serie de decretos que autorizan la represión política en un claro prólogo de lo que será luego la larga noche de la dictadura militar (1976-1982).
El matrimonio Kirchner llegará al poder en 2003 negando la memoria de aquellos años funestos para reivindicar a la Juventud Peronista, en la cual militaban, que llevó al poder, exactamente tres décadas antes, a Héctor José Cámpora, candidato justicialista que representaba el programa revolucionario del peronismo y que tuvo que renunciar para dejar el sillón presidencial a Perón. Néstor Kirchner inicia entonces un modelo de gobierno inclusivo que convoca a todas las sensibilidades progresistas poniendo en práctica un sistema inverso al utilizado por la izquierda en los setenta: del entrismo, es decir, el ingreso al peronismo para trabajar desde sus bases populares al transversalismo, la máquina kirchnerista de poder que hizo un llamamiento a la integración para construir un modelo abierto, colectivo, nacional y popular.
Cristina Fernández de Kirchner, entonces senadora, expuso en Madrid un año después, en un foro junto a Felipe González y Juan Luis Cebrián y moderado por Iñaki Gabilondo, el propósito del kirchnerismo de perfilar un modelo capaz de rebatir las exigencias del Consenso de Washington que, según explicó, planteaban un problema de legitimidad democrática vinculado a cuestiones sociales y económicas. “El FMI se equivocó con sus recetas durante 10 años”, dijo ese día Fernández de Kirchner, “y sin embargo no hay nadie que audite ese trabajo”.
Así, de manera frontal y clara, se manifiesta siempre Fernández de Kirchner. Así lo hizo en un momento clave de su gestión al nacionalizar Repsol: “Se logró un acuerdo con Repsol por 5.000 millones de dólares y a cambio recuperamos la segunda reserva de gas shale (no convencional) del mundo y la cuarta reserva de petróleo shale del mundo (...) este es un fin de ciclo en que nos quisieron convencer de que el Estado es mal administrador, pero ya sabemos que no podemos ser autónomos si no tenemos nuestra energía”.
Los titulares los ponía Néstor; los argumentos, Cristina
La intelectual argentina Beatriz Sarlo, voz extremadamente crítica frente al kirchnerismo, define el estilo retórico de la presidenta como argumentativo frente a la indignatio, la fórmula que utilizaba su marido. Para Sarlo, en tanto que Néstor Kirchner usaba frases breves como el apotegma o el improperio, Fernández de Kirchner argumenta, como en una asamblea, para convencer al auditorio de adoptar una acción y evitar otra. Que poco tiempo después de nacionalizar Repsol lo entregara en parte a la petrolera estadounidense Chevron en condiciones nunca aclaradas en el Parlamento, poco importa; lo esencial es obtener la aquiescencia del abanico progresista argentino de esa acción para preservar la soberanía sobre la gestión de la energía.
Cuando convocó a Chevron su explicación fue: “Es contradictorio; nos decían que no traíamos inversión extranjera, que no despertábamos confianza. Todas son críticas (…) Yo sé que a muchos les molestó [el acuerdo con Chevron]. Con todo respeto por su derecho a manifestarse, les recuerdo que no hacían esas cosas cuando Repsol se llevaba la guita [dinero] afuera”. El registro de su marido era más simple: la indignatio, como explica Sarlo.
Cuando el kirchnerismo rompe con el grupo mediático del diario Clarín (que incluye, entre otros medios, el canal 13 de televisión y radio Mitre), en un discurso le espetó: “¿Qué te pasa Clarín.... por qué estás tan nervioso? Hacé democracia, sé abierto, usa los medios para informar y no para desinformar. Tranquilizate, abrimos los brazos para que te pongas tranquilo. Lo digo con cariño y afecto”. La frase “¿Qué te pasa Clarín?” se popularizó hasta tal punto que se utilizaba por los militantes de La Cámpora, la organización juvenil del kirchnerismo, como consigna y se corea aún hoy en los actos partidarios. De este modo, el matrimonio creó un tándem perfecto en el que Kirchner producía titulares mientras que Fernández de Kirchner ofrecía –y lo sigue haciendo a diario– los argumentos que explican y van fijando el ideario del modelo.
La capacidad líquida del relato de la presidenta Fernández de Kirchner alcanzó una de sus cotas más alta en su relación con el papa Francisco. Cuando éste era cardenal primado de la Argentina, los enfrentamientos con los Kirchner eran frecuentes y la mayor crisis se produjo cuando se promulgó la ley de matrimonio igualitario ante la que Jorge Bergoglio se opuso con vehemencia y la presidenta le respondió con un argumento directo: “Una distorsión terrible de la democracia sería que las mayorías en el ejercicio del poder les negaran derechos a las minorías. Y me preocupa el tono en que se discute esto. He oído hablar de la guerra de Dios, como en el tiempo de las Cruzadas. Esto no es bueno para la sociedad. No se puede estigmatizar al otro porque piensa diferente”.
Pero cuando se debatía en el Vaticano el nombre del sucesor de Benedicto XVI, la presidenta, ya viuda, rescató el estilo de la indignatio de su marido para ironizar sobre los papables en general y a Bergoglio en particular: “Decí que no hay papisa, si no, te disputo algún lugar”. Pero cuando el cardenal argentino se convierte en el papa Francisco la relación muta y con ella el relato: “Yo creo en la pluralidad, en la diversidad, yo creo en un mundo multipolar, él [Francisco] también lo cree. Creemos en el diálogo interreligioso, no creemos un mundo sacudido por los fanatismos. Podemos decir que afortunadamente esto en la Argentina no sucede”. Así se expresaba Fernández de Kirchner el mes pasado al salir de su última entrevista en Roma con el papa.
Han sido varios los encuentros y la sintonía que ha ido in crescendo desde que se inició el actual papado han llevado al periodista político Carlos Pagni a ironizar que el peronismo dejó de tener su referente en Madrid, en alusión al exilio de Perón, a tenerlo ahora en Roma con la figura de Francisco, quien no sólo ha recibido a la presidenta sino que también ha abierto la residencia de Santa Marta al expresidente Eduardo Duhalde y al actual candidato oficialista, Daniel Scioli. Aquí cabe matizar el vínculo del papa Francisco con el peronismo. Jorge Fernández Díaz, secretario de redacción del diario La Nación de Buenos Aires, cuando Bergoglio fue investido papa escribió: “Dios, con magnífica ironía, entronizó a un papa del peronismo conservador después de 10 años de izquierda peronista”.
Una relación contradictoria con el papa
Pero los vínculos entre la izquierda y la derecha en el peronismo son también, parafraseando a Borges, incorregibles. Y por eso el abrazo, ahora fraterno, entre la presidenta y Francisco no sólo es constante sino que alumbra sus propias contradicciones. En uno de los últimos encuentros entre ambos al que se sumó el dirigente Andrés Larroque, diputado nacional y secretario general de La Cámpora, este le obsequió a Francisco una camiseta con el logo de la agrupación juvenil y la rúbrica de la Villa 21-24 de la Ciudad de Buenos Aires. Dicha villa es el mayor conglomerado de chabolas de la ciudad con más de 45.000 habitantes, se encuentra situado en el popular barrio de Barracas y es uno de los epicentros de La Cámpora. La fotografía que testimonió el encuentro en el Vaticano los muestra a los tres, sonrientes; la presidenta emocionada, Larroque afable y Francisco agradecido y atento a las inscripciones de la camiseta.
Aquí el significado, imperceptible para un neófito del universo mítico del peronismo, está en el retrato del sacerdote tercermundista Carlos Mujica que sostiene en sus manos Fernández de Kirchner, un cura vinculado a la izquierda peronista y asesinado en la década de los setenta como producto de los enfrentamientos entre Montoneros y los sectores ultraderechistas del peronismo en el poder. Mujica trabajaba principalmente en las villas de emergencia y ese detalle es el que destaca la camiseta: el vínculo de la villa 21-24 con La Cámpora y la aceptación de Francisco, un peronista conservador, de la comunión de todos estos símbolos. Pasa a un segundo plano el dato dramático de que más de cuatro décadas después las villas se hayan multiplicando en lugar de reducirse y que además de asentamientos de pobreza se conviertan en territorio mítico a mayor gloria de un relato. Esto connota un desplazamiento curioso por parte del populismo similar al que opera el neoliberalismo con las instituciones.
Mientras el capitalismo financiero convierte a las Estados en marcas y los erradica de la dinámica del equilibrio democrático para ponerlos en la órbita del mercado, la inercia populista, en este caso, desplaza el campo marginal a una zona donde se desarrolla el mito de la militancia en lugar de propiciar una transformación real hacia un verdadero Estado de bienestar. Así como el capitalismo en su fase mediática y de consumismo masivo, más allá de la capacidad que le atribuía Marx para profanar lo sagrado, se ha caracterizado por su fuerza inversa, su tendencia a elevar lo efímero y superficial en algo dotado de trascendencia, aquí la pobreza y la marginalidad se elevan a un plano de sublimación política.
El concepto de populismo después de Perón
Ernesto Laclau sostenía que un universo en el que fuera imposible toda fijación de sentido sería un universo psicótico. Por ello, desde el peronismo, Laclau evoluciona el concepto de populismo y lo lleva a diferenciar entre populismos de izquierda y de derecha para reivindicar a los primeros. El sentido es posible construirlo en el policlasismo atendiendo a demandas y construyendo poder político: la articulación entre los movimientos sociales y las formas de representación tradicionales. En España, Podemos ha puesto en marcha este modelo porque sin su presencia el 15M y el movimiento social de los indignados no hubiera tenido cauce. La politóloga belga Chantal Mouffe, viuda de Laclau, defiende el modelo kirchnerista desde esta perspectiva ya que considera que su propuesta populista de izquierda es una alternativa a la hegemonía neoliberal y que se define –tal como ella interpreta al populismo de izquierda– por un eje vertical que son las instituciones democráticas, dentro de la lucha electoral, y una sustentación horizontal apoyada en los movimientos sociales. A esta fijación de sentido se refería Laclau y a ella llega observando al peronismo. ¿Perfiló el kirchnerismo su modelo en esta estructura o su dinámica lo llevó espontáneamente a coincidir con este presupuesto ideológico?
Más allá de esta especulación teórica el futuro de la presidenta, obligada a dejar el poder por imperativo constitucional ya que no puede repetir mandato, ha construido –a diferencia del menemismo– un poder real con base en La Cámpora que pervivirá y convivirá con el próximo presidente. Si este es Daniel Scioli, un neoliberal cooptado por el kirchnerismo, influirá desde dentro. Si el próximo octubre gana las elecciones Mauricio Macri, un neoliberal de pura cepa, la acción será desde el Congreso y la calle.
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Carlos Menem tenía a las capas medias prisioneras
de un modelo basado en un dólar bajo y una capacidad de deuda ilimitada; el carné de afiliación a su proyecto era la tarjeta de crédito. El kirchnerismo no es un contrato de consumo sino una idea de convivencia que ofrece inclusión social. kirchnerismo La dinámica de subsistencia del modelo acarrea corrupción, contradicciones e incluso traiciones al propio sistema que intenta construir. Este es el perfil incorregible del peronismo.
Laura Di Marco, autora de Cristina Fernández: La verdadera historia, una biografía no autorizada y aunque altamente crítica, describe a la presidenta como “la figura más controvertida, atractiva y polémica que surgió en la Argentina en los últimos 50 años, después de Eva Perón”. No es poco. Pero es bastante para especular con su regreso. Porque el tiempo, también incorregible, al entender de Borges, es circular. O al menos así lo imaginaba al afirmar que “regresaba eternamente al Eterno Retorno”. Y Cristina Fernández de Kirchner no piensa más que en ello ya que si pudiera ser “papisa” tal vez se pondría otra meta.
Borges, en las tantas referencias que ha hecho sobre el peronismo, una de sus bestias negras, sostenía que este no es bueno ni malo, es incorregible. Perón, en su camaleónico recorrido vital y político, da fuerza a esta boutade borgiana si se atiende a su origen fascista, que abandona ante la supremacía de los Aliados frente al Eje en la Segunda Guerra Mundial; la adopción del paquete de leyes de los socialistas que promulga ni bien alcanza el poder pero que aplica desde un movimiento verticalista; y su regreso triunfal, desde el exilio, construido por un gran movimiento de izquierda. A este movimiento lo traiciona ni bien pisa suelo argentino y muere dejando al país en manos de su viuda, Isabel Martínez, comprometida con fuerzas parapoliciales y en el presidente del Senado, Italo Luder, quien, ejerciendo la magistratura del país en un breve interinato, firma una serie de decretos que autorizan la represión política en un claro prólogo de lo que será luego la larga noche de la dictadura militar (1976-1982).