Cuando planificamos este número de abril nuestra intención era atender a un paciente, el capitalismo, cada vez con más síntomas preocupantes en su aparato respiratorio. Ahora que estamos ya a punto de imprimir (si es que lo logramos y Medina del Campo sigue estando en Medina del Campo) un nuevo paciente se ha añadido a la agenda informativa: la era del coronavirus. Son dos escenarios convergentes puesto que, tras la pandemia, vendrá el plan de reconstrucción y tendremos la ocasión, o eso esperamos, de que un paciente y otro sigan los consejos del sistema sanitario para un pronto restablecimiento. Al contrario de lo que aconsejan los médicos, nadie se puede lavar las manos en este conflicto. La hora de los valientes, dicen muchos; el heroísmo de quedarse en casa, suscribe la mayoría. El paradigma de la salud irá mucho más allá de una simple vacuna.
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Estos días, además de muchos bulos insidiosos y tóxicos, hemos oído hablar a los líderes europeos de la Segunda Guerra Mundial, del Plan Marshall, de la Guerra Civil española, hemos visto duelos virtuales, hospitales de campaña y una maldita curva que sube como la fiebre. Imágenes, todas ellas, que conducen a un mismo lugar: esta guerra está poniendo a prueba la resistencia de un modelo que se ha visto de nuevo como imprescindible, la salud pública. Los actores principales de esta guerra están en los hospitales, las goteras también están en los hospitales.
Toda nuestra batería de analistas coincide: la salud del capitalismo, si es que alguna vez fue un sistema saludable, depende del bienestar de la democracia y esta tiene que fortalecer el sistema público para que la desigualdad no se imponga como el otro gran virus de estos tiempos. La paradoja resulta hasta esperanzadora: Trump se ha vuelto keynesiano por unos días y hasta Boris Johnson, el otro gran guiñol de la política camp, reconoce que el Servicio Nacional de Salud británico tiene mucho que ver en la salida de la crisis y ha ordenado cerrar los pubs.
Ver másCrónicas de la pandemia, en 'tintaLibre' mayo
Seguramente cuando pase el diluvio será un buen momento de repensar lo ocurrido y no volver a permitir la pantomima de otras crisis, como en 2008, la de una nueva frivolidad de los mandarines que han adelgazado hasta el extremo los músculos protectores de la sanidad (y la educación) públicas y han dado alas a los inversores para que sigan jugando en el casino. Dicen que el virus ha sido democrático esta vez. Confiemos también en que el rescate del paciente capitalista sea esta vez justo con el sistema público y no solo se quede en la solidaridad de los más ricos que donan mascarillas a los más pobres y se apuntan a la primera ventanilla del ERTE.
Volveremos en mayo con más crónicas sobre la peste. Hasta entonces, cuídense mucho y súmense a la resistencia.
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