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El Gran Wyoming: "Los jueces no me hacen ni puta gracia"

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¿Estamos perdiendo la capacidad de transgresión?

Sí, totalmente, por la restricción de la libertad de expresión. La libertad de expresión no es poder decir lo que te dé la gana, sino que no te pase nada por decir lo que te da la gana. Y esto cada vez es menor. Yo tengo 66 años cumplidos, voy para los 67. Jamás había tenido problema con la ley en este sentido, ni siquiera durante la Transición, que era bastante jodido, y ahora he estado ya tres veces delante de un juez por estupideces que no tienen nada que ver conmigo, que son avisos de navegantes, llamadas al pueblo soberano para que entienda que tiene que cerrar la boca.

No habrá ido ante el juez porque se pasa varios pueblos…

No. Cero. Uno de los jueces me reconoció después en la cafetería que aquello no tenía ni pies ni cabeza y que él no decidió que aquello debía llevarse adelante, que la cosa era ridícula y que lo abrió para archivarlo, porque recibió una llamada de la autoridad competente… Pero se trataba de que yo estuviera ahí, porque ese es el mensaje que quieren mandar: El que habla, la paga. 

¿Contra Franco transgredíamos mejor?

Es que con el franquismo hasta Jiménez Losantos era antifascista, fíjate si era fácil. Era tan evidente quién era el malo que solo aquellos que se nutrían directamente del régimen y de sus privilegios lo sostenían.

¿Se impone la corrección política? ¿Es usted cada vez más políticamente correcto? 

No. A mí me trae sin cuidado, por la edad. Pero si tuviera veinticinco años no podría decir lo que digo, porque no me compensaría. Pero en los medios, en las televisiones, se reciben instrucciones. Por ejemplo: No puedes decir que Vox es de extrema derecha. Instrucciones no a la plantilla, sino a los colaboradores. Si quieres que te llamemos más a menudo…

¿Cada vez somos más mirados con el lenguaje?

Yo me refería aquí a título profesional, donde todo está en relación a si quieres perder o no tu trabajo. La sociedad en general es la receptora de ese mensaje y obra en consecuencia. Es que hay gente que a, estas alturas de la película, ha sido condenada por hacer chistes de Carrero Blanco, un señor que murió hace casi cincuenta años. ¿Podemos hacer chistes de Napoleón? En las redes sacaban chistes, incluso de Tip y Coll, que contaban aquello de que Carrero había tenido el ascenso más grande de su carrera. Coll era próximo al PSOE y Tip era casi de Fuerza Nueva. Casi medio siglo después te pueden condenar por hacer ese mismo chiste.

Antonio Resines comentaba hace poco: “Antes, cuando te apetecía decir una burrada la decías, y ahora no”. ¿Nos hemos ido acoplando a la autocensura?

Sí, si es que no hay otra. Con Franco estas cosas no se decían, porque te metían en el trullo. Ahora no se dicen porque pagas un precio por ello. A mi compañero Dani Mateo le han “hundido” la vida y la carrera durante un tiempo y lo ha pasado muy mal. Tenía un personaje en nuestro programa [El Intermedio, La Sexta] que metía la pata todo el rato. Por ejemplo, un día estaba trasladando el cuerpo de Franco, se le caía y se hacía cachos. “Joé, la voy a cagar”. Otro día estornuda, se limpia en una bandera que tiene al lado, pero el sketch continúa, él se arrepiente y dice: “Joé, la he cagado, Dios mío”. Y sacan solo la foto de la bandera, se le suspenden bolos, no le dejaban actuar, porque había amenazas, un empresario cancelaba el espectáculo en su teatro para no asumir el riesgo; el Ayuntamiento de Valencia le deja un local y él decide donar la recaudación a una iglesia de Madrid que da de comer a los pobres, y la iglesia dice que no quiere aceptar ese dinero. Te planteas qué voy a decir, cómo lo voy a decir, qué va a suponer en mi vida. Pierde publicidades que tenía contratadas… No es cuestión de qué asumimos. Es una restricción de la libertad muy importante.

¿No tiene que haber un límite para no ofender? ¿La soltura verbal tiene que tener freno? ¿Y el humor?

No existe el límite de una ofensa, porque la ofensa del sentimiento religioso, por ejemplo, es totalmente subjetiva. A mí en mi religión me puedes ofender simplemente por llevar pantalón. ¿El humor tiene que tener límites? No lo sé. Nunca ha habido problema con esto. Y que sea un debate ya es triste. Hacer humor de una niña violada y descuartizada y luego una fiesta con su sangre no parece que sea humor. Pero nunca ha habido grandes problemas con gente que haya ofendido a la ciudadanía en general con su humor. 

¿Ya no vende ser deslenguado ni en el ámbito del humor?

Bueno, yo creo que sí, y que es una apuesta que hay que hacer. La historia de la humanidad es, de un lado, una lucha por conquistar derechos y, del otro lado, una lucha por restringirlos. Yo creo que siempre hay que estar en una trinchera más allá de la tuya, porque cuando llega la tuya ya te toca palmar.

¿Cómo conjugar la libertad de hacer humor con el lenguaje y el respeto a las minorías o al diferente? Ya no se debe, por ejemplo, decir que alguien es negro.

Bueno, yo sí lo digo. Y esto es un riesgo que uno tiene que asumir. Es que aquí no tiene sentido peyorativo. Viene del efecto rebote. Los americanos usan nigger, y no black, en plan peyorativo. Pero nosotros hablamos de blancos y negros y nunca ha habido problema. A mí me parece muy cuestionable el término afroamericano, que es el que aceptan los propios negros americanos, porque afroamericano implica que nunca va a llegar a la condición de americano pleno. Los blancoamericanos no tienen etiqueta. No dicen angloamericanos, o caucasoamericanos. Son americanos. Yo creo que el término afroamericano siempre les sitúa en una serie B.

Pero se van estableciendo cambios en el lenguaje para referirse a personas con capacidades distintas, o con los homosexuales.

A mí eso me tiene sin cuidado. Se cuestionan mucho los chistes de mariquitas. A ver, por qué no vas a hacer chistes de mariquitas, si se pueden seguir haciendo chistes de suegras, o de separados. Igual que haces chistes de heterosexuales. Personalmente me parece ridículo.

¿Ser provocador hoy en día roza el Código Penal?

No debería. El Código Penal debería estar en otro sitio, para perseguir los delitos reales. A mí me gustaría que no el Código Penal, sino los jueces, tuvieran el mismo celo con la corrupción que el que tienen con estas estupideces o con el independentismo. Si así fuera, aquí no hubiera habido corrupción nunca. El gran debate de este país ya no es la ideología, sino la justicia.

¿Usted era un poco borde ya de pequeñito?

No he sido borde nunca. Jamás. Ni ahora. Yo estoy en un programa de televisión en el que somos conscientes de que nos quedamos cortos en el análisis de la realidad. La realidad es infinitamente más truculenta y delincuente de lo que nosotros exponemos. Y aun así no sirve de nada. Esta realidad es inasumible. Han metido en el Tribunal Constitucional a un señor que ha sobornado al presidente de una Comunidad Autónoma, ha infringido la ley teniendo dos trabajos en universidades distintas, ha recibido un millón de euros de contratos, todos pequeñitos, para que no pasaran el control…

Y el Gobierno de coalición de PSOE y UP aplaudiendo el nombramiento con las orejas…

Y celebrando. Celebrando la renovación. Yo no quiero que se renueve el Tribunal Constitucional. Si estas son las pautas, es mejor que se quede como está. Se renueva a peor, pero el gran logro es la renovación, porque alguien ha colocado a alguien…

Y porque dentro de unos meses la mayoría nos toca a nosotros. Así de claro.

¿Y a los ciudadanos quién nos ampara? Hay que tener en cuenta que el Tribunal Constitucional está por encima del Parlamento. Tú puedes ganar las elecciones y el Tribunal Constitucional te puede echar por tierra todo. Ya hemos visto quiénes formaron parte de este Tribunal. El consejero de Justicia de Madrid, que es un hombre muy próximo a la extrema derecha, perdió su puesto en él por ir borracho, fíjese qué tontería. No por ser de extrema derecha, ni por ser un hombre extremo, sino por ir borracho. A mí no me parece una causa para dejar el Tribunal, si es que es un hombre cualificado. Un mal día lo tiene cualquiera.

Oiga: Ir borracho no en el bar de la esquina, sino conduciendo una moto por la Castellana, sin casco, y saltándose los semáforos en rojo.

Bueno, pero es que me parecen mucho más graves las presuntas fechorías del que acaba de entrar. En la realidad social la estadística grande son las elecciones generales. Y el PP tiene minoría. Y, además, ha conseguido una cosa: Todo el que no vota al PP es anti PP. Han puesto a todos en contra. Ni el PNV que es de derechas, ni la antigua CiU, que es de derechas, todos en contra. Por tanto, si andar borracho conduciendo una moto es motivo suficiente para dejar el TC, qué no será haberse saltado los controles para obtener contratos públicos, trabajar a la vez en una universidad pública y otra privada, haber mandado transferencias al presidente de una Comunidad… Estamos en una circunstancia en la que el Tribunal Constitucional de este país ha echado por tierra el estado de alarma porque hemos atentado contra las libertades individuales, mientras que las autoridades sanitarias del mundo nos han puesto como ejemplo y han dicho que es el país donde mejor se ha gestionado el tema de las vacunas. Y diciendo que, de no hacerlo así, podrían haber perdido la vida entre 470.000 y 500.000 personas. Y da igual. Lo que se quiere es atacar al Gobierno. Pero lo que yo hablo es justicia de pueblo. Porque luego estos señores tan entendidos lo saben razonar mejor.

¿Nuestros jueces tienen sentido del humor?

A título personal, no les conozco. A mí como colectivo no me hacen ni puta gracia.

¿Y los políticos? 

Hay de todo. Es que en España confundimos mucho las ganas de cachondeo, cómo gestionamos la fiesta, en lo que somos el número uno del mundo -he viajado mucho y ahí no hay competencia-, con el sentido del humor. El español no tiene ningún sentido del humor. Porque el sentido del humor, definido como la capacidad de reírse de uno mismo, en el español es nulo. Al español le puedes dejar sin empleo, sin salida. Pero como te rías de su padre te tienes que dar de hostias. Un ejemplo de esto es el programa de los guiñoles que hacía Canal+. Era pillado de la televisión británica, se llamaba Spitting Image, y personajes fijos eran la monarquía, y fundamentalmente el príncipe Carlos. Un día, un solo día salió Juan Carlos I y ese día el programa, que se emitía subtitulado, no se puso en España. Para reírse de la reina de Inglaterra o del príncipe Carlos, bien. Pero del nuestro no se ríe absolutamente nadie. Ese es el español. 

Miguel Ángel Rodríguez le acusó de ser un camello y pasar cocaína a las alturas. ¿Por qué cree que se chivó?

Probablemente porque no le quise vender.

¿Es usted uno de los más malos de este país?

No. Hombre, comparado con el nivel medio de decencia me siento muy por encima. Los líderes de la derecha se indignan diciendo que siempre se habla de la superioridad moral de la izquierda. Es que es una realidad aplastante. Volvemos al señor este del Tribunal Constitucional. Las defensas que oigo para haberle metido ahí son un insulto a la inteligencia y están completamente al margen de cualquier criterio ético o moral elemental. Yo creo que tenemos presuntos corruptos metidos en el Tribunal Constitucional sin más. Y esto va a misa.

¿Con qué o con quién sale más caro hacer humor: con la religión (especialmente si es musulmana), con la monarquía, con la política?

Ahora mismo, con las grandes empresas. Los únicos problemas reales que he llegado a tener han sido por determinadas multinacionales, que son las que pagan los medios de comunicación con su publicidad. Y te la anulan. Yo tengo una amiga que ha hecho un documental sobre la huelga que hubo en Coca Cola, que jamás será exhibido ni promocionado en ninguna televisión o medio de comunicación. Ese es el problema real y la mayor censura. Ahora, hay más. En la televisión se han hecho programas, por ejemplo, sobre grandes empresas energéticas, donde se invita a la otra parte a que dé su opinión. Se niega. Pero en el momento en que sale el reportaje llaman y exigen dar su versión sin que tú puedas decir ni pío.

¿Hay temas antes intocables que han ido relajándose? ¿El comportamiento económico, fiscal y personal del rey emérito, que tantas alegrías nos ha dado, ha abierto alguna espita? 

Volvemos a la superioridad moral. Una cosa es que el rey sea inmune ante la justicia, pero nadie entiende que también esté exento de dar la cara en el ámbito penal. Podría violar menores, o asesinar. La excusa que se dio aquí es la que hace ya un par de siglos dieron en el Reino Unido: The King can do not wrong, el rey no puede hacer el mal por definición, porque de lo contrario significaría el fin de la monarquía. Los monárquicos entienden que si cualquiera puede robar, cómo no va a poder robar el rey; y si cualquiera puede follar, cómo no va a poder follar el rey. A ver si va a ser menos que un minero galés. Pero hay otra parte de la sociedad que dice: No, no, esto es una institución que se sostiene en unos pilares que mantenemos todos y uno de ellos es la decencia y la honradez. Y si esto no es así, que se dediquen a otra cosa, a salir en las portadas del ¡Hola!, que tampoco pasa nada. 

“Yo soy ama de casa y es muy duro”. Se ha dado cuenta un poco tarde, ¿no?

No. Me he dado cuenta sobre la marcha. Y no me resulta muy duro. Yo hago solo la parte logística, comidas y eso. Y tengo una persona que me ayuda en la limpieza. Lo duro es lo impuesto, ser ama de casa contra tu voluntad. Yo he conocido mujeres que reconocían que estaban mejor de amas de casa que trabajando. Estaban en pareja y ellas asumían ese cometido. Y tampoco creo que el ama de casa trabaje por la cara. Estamos en tiempos de igualdad. Cuando solo hay un ingreso, y ese ingreso se funde al cabo del mes, el ama de casa está recibiendo el cincuenta por ciento de ese ingreso. Siempre que el quedarse en casa sea por acuerdo.

¿Sigue con su banda de rock Los Insolventes? ¿El nombre es toda una confesión? 

No, lo dejé con la pandemia. Y sí, el nombre era una confesión, claro. Me da pereza. No sé si volvería, pero a lo mejor haciendo otro tipo de cosa. Me apetecería hacer un tipo de soul como el que hacía un americano que se llama George Carlin. Ha muerto hace no mucho, no salía en la televisión, y llenaba el Madison Square Garden. Desmontaba todo: dios, el ejército. Era buenísimo. No era necesariamente gracioso, aunque te estás riendo todo el rato, porque es brutal. Habla de la gente que está contra el aborto, contra el divorcio, todos estos integristas, y dice que no son machistas, son antimujeres. Conceptos que a mí me parecen muy interesantes. La pandemia me enclaustró y he cogido otro ritmo vital.

Igual es que no tenía público. 

Bueno, yo no tenía problema económico, y el no tener público lo único que te lleva es a salas más pequeñas. Mi mayor éxito en la vida es mi cero ambición. Yo he estado ocho años en un bar pequeño con El Reverendo, y había mucha gente que venía y nos consolaba, te decían qué injusticia, tantos años aquí, y a mí me daba mucha vergüenza contradecirles, porque la gente entiende que esto es una carrera ascendente. Empiezas allí para pasar a un teatro, y luego a grandes salas, y luego a la televisión. Pero es que nosotros estábamos encantados allí. Y nos habían ofrecido alguna boite, sala de fiestas por la Castellana, y no nos veíamos en ese espacio ni de coña. Pero esto es muy difícil de contar, porque la gente puede pensar: “Qué va a decir éste”. A mí me hubiera encantado que me pagaran cien veces más. Pero yo entendía que en una sala en la que cabían ochenta personas, pues estábamos muy bien pagados. Y como vivíamos de puta madre… Esto me ha pasado toda la vida. Cuando yo he hecho la carrera con Los Insolventes yo iba a salas pequeñas, que era mi espacio natural, dadas mis condiciones.

Pues no hay más que recordar su banda aún anterior, que llevaba el certero nombre de Desalojo.

Pues tres cuartos de lo mismo. Ahí ni siquiera intentamos el paso profesional. El nombre surgió en la primera boda a la que fuimos, imagínate un grupo que toca gratis y no triunfa en una puta boda, donde está todo el mundo borracho. Y encima eres amigo de los invitados. Pues acabaron todos en la sala de al lado.

Entonces, casi mejor que siga en El Intermedio.

Probablemente. La verdad es que no encuentro la forma de irme. Me iba a ir, lo tenía claro, lo había cerrado, estaba todo hablado. Y llegó la pandemia y me cambió un poco el chip. Me resistí a ir presencial todo lo que pude. Los primeros días hicimos el programa con un móvil, cada uno en su casa. Fue alucinante. Hubo un lado de pánico. Porque yo decía: “¿Sois conscientes de que alguien va a decir que si se puede hacer así nos podemos ahorrar la pasta de esta chusma?” El teletrabajo tiene un inconveniente y es que en principio, si te pagan lo mismo… Claro, te tienes que pagar tú el ordenador, la luz, tus horas de trabajo y luego encima dicen que no te dan un duro porque estás por allí, como si estuvieras friendo un huevo. 

O sea que hay Intermedio para rato.

Yo creo que sí. Probablemente la gran tristeza de El Intermedio y lo que define lo mal que está el tema es que es un programa único. Estamos solos. Y de eso nos nutrimos.

*Este artículo está publicado en el número de diciembre de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí

¿Estamos perdiendo la capacidad de transgresión?

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