El viernes, día 6, estrena El olivo, la película de una joven que persigue un árbol milenario que vendió su familia. Raíces arrancadas, especulación, historias de perdedores. La directora me cita en el Jardín Botánico, y pienso si no se habrá quedado colgada del tal olivo. A primera vista, no lo parece. Es más un toque ecológico tras un filme que habla de la tierra, del boom inmobiliario, de la rebeldía, y que tiene como protagonista –una vez más en Iciar Bollaín- a una mujer. Una mujer de pocos años, lanzada, inconformista y confusa a la vez.
Pregunta. Piensa que nos queda un hueco para la sensibilidad. Muy osada, ¿no le parece?
Respuesta. Siempre se tiene la esperanza. Y creo que la hay, porque con la película la gente llora, se emociona y también ríe. Cuando vi llorar a mi productor dije: “Esto va a ser que sí”.
P. Pero parece que la sensibilidad no aflora con frecuencia. Basta mirar al tratamiento a los refugiados en Europa.
R. De todas formas, yo creo que en España lo que ha salvado la crisis es la sensibilidad, la solidaridad y la familia. Sin ellas esto hubiera sido más desastre todavía. Solidaridad hay, pero el tema de los refugiados es de tamaño bíblico. Creo que nos supera. Tiene unas dimensiones tan trágicas que dices… Es que necesito levantarme por la mañana y hacer mis cosas y trabajar. Y si soy consciente de esto al cien por cien es para echarse a llorar y no parar.
P. El que a buen árbol se arrima… ¿A qué árbol hay que arrimarse hoy para sobrevivir?
R. Pues a algo con raíces hondas, con valores, sólido. Hoy en día hay pocas cosas sólidas, pero existe algún árbol de ese tipo, como la amistad.
P. El que sitúe el escenario, una granja de pollos, en Castellón, en la Comunidad Valenciana, es casi una tautología. Menudo pollo hay allí.
R. Yo creo que Paul [Laverty, el guionista] no llegó tan lejos en su metáfora. Se quedó más en que el olivo tiene 2.000 años y las gallinas crecen en 40 días, para suplir al mercado. Yo no sé si él era tan consciente de que se podían hacer más lecturas.
P. Una vez más, en el centro de su película, una mujer decidida, echada para adelante, que tira de la situación. ¿Los hombres siguen a por uvas?
R. Las mujeres tenemos más que ganar todavía, desgraciadamente. No se dan cuenta, pero hay una cuestión de espacio: los hombres ya están en él, y nosotras todavía lo estamos ganando. Yo creo que eso nos hace peleonas. Por necesidad.
P. Hizo un casting de árboles. ¿Se le fue la pinza o era un exotismo necesario?casting
R. Bueno, el casting de árboles era de cajón. Porque si tienes una película que se llama El olivo y toda la historia gira en torno a un olivo muy especial, que ha supuesto un trauma para la familia, el olivo tiene que ser de 10. El productor me advertía que cuanto más grande fuera, más caro resultaba copiarlo. Pero le dije: Es como si haces una película que se llama El felino y pones un gato. Tiene que ser una pantera. Vimos un montón de olivos durante tres días. El que escogimos tenía un tronco de ocho metros de diámetro.
P. ¿Por qué la metáfora del árbol?
R. Se le ocurrió a Paul. Leyó en la contra de El País un artículo muy bonito que hablaba del viaje de uno de estos olivos milenarios al norte de Europa. Y vio una metáfora del propio consumo. Consumimos un olivo milenario. Un señor rico en Francia o Alemania pone un olivo de 2.000 años en su jardín, un olivo que plantó un romano. Estamos en ese nivel de despilfarro. Y luego lo que el olivo significa en el Mediterráneo, y lo que ha dado a todas las culturas.
P. Está muy presente la añoranza. ¿A usted le han arrancado algún olivo?
R. Hay un paisaje de infancia que recuerdo que ya no existe, en el Mediterráneo. Hay una libertad con la que yo crecí en verano, en la costa de Alicante, que ya no existe. Tampoco en el norte de Madrid, donde jugué en los descampados. Pero yo tengo una manera de vivir muy en el presente. Miro muy poco hacia adelante, y mucho menos hacia atrás. Y no soy rencorosa. O sea, que seguro que me han arrancado olivos, pero ya no me acuerdo.
P. Confiesa ser cegata perdida y desorientarse fácilmente. ¿Qué ve cuando abre los ojos?
R. En España, mucho ruido, mucha falta de reflexión. Aunque creo que es más la prensa. Hay un griterío en la prensa que no está en la calle. La gente en la calle tiene las ideas más claras y piensa más tranquilamente.
P. ¿Sigue opinando que los políticos son caros e inútiles?
R. Muchos políticos no tienen vergüenza. Otros, sí. Creo que el político que cree en la función pública y en el servicio público existe, los he conocido, pero hay una gran cantidad de políticos sin vergüenza ninguna. Pero ninguna ninguna.
P. ¿Del cine actual tiene mejor opinión? ¿Qué le falta?
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R. Al cine siempre le falta una estructura industrial que no esté cogida con pinzas. Y se pide a los distintos gobiernos que hagan una ley de mecenazgo para que no dependamos siempre del Estado. El Estado tiene que poner los medios para que la inversión privada tenga interés en el cine con la desgravación fiscal, como en Estados Unidos, y aquí no se hace. Hay otros países que tienen una desgravación del 20, del 30, del 40%, o sea, hacen atractivo el cine para la inversión privada. Se pide esto desde hace mucho, y que se apueste definitivamente por la cultura, que es el alma de un país, porque es su escaparate. Aparte de que la cultura es necesaria para vivir.
P. “¿Os imagináis cómo será la vida dentro de 2.000 años?”, dice su protagonista. ¿Cómo imagina la vida dentro de 2.000 años?
R. Es posible que no estemos, por el camino que vamos. Tenemos el TTIP a nivel económico y luego el cambio climático a nivel medioambiental. Hay especialistas que dicen que lo verán ya nuestros hijos, no ya nuestros nietos. Con lo cual, dentro de 2.000 años aquí no quedan ni las cucarachas. O las cucarachas tendrán que empezar de cero.
El viernes, día 6, estrena El olivo, la película de una joven que persigue un árbol milenario que vendió su familia. Raíces arrancadas, especulación, historias de perdedores. La directora me cita en el Jardín Botánico, y pienso si no se habrá quedado colgada del tal olivo. A primera vista, no lo parece. Es más un toque ecológico tras un filme que habla de la tierra, del boom inmobiliario, de la rebeldía, y que tiene como protagonista –una vez más en Iciar Bollaín- a una mujer. Una mujer de pocos años, lanzada, inconformista y confusa a la vez.