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Paul Kingsnorth: "Somos adictos al crecimiento"

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Difícil estar al margen: el ecologismo copa telediarios y periódicos. Enfrentarse a la naturaleza, que ruge con cada rasguño que le infligimos, es una obligación. Voces como la de Greta Thunberg han puesto el asunto en la palestra pública, aunque ya estuviera en el debate político o en las calles de forma más silenciosa o con menos repercusión social, sobre todo, entre los jóvenes. Esta urgencia por cuidar el medioambiente, sin embargo, tiene una larga trayectoria y siempre ha generado rechazos. Aún hay quien la ignora o la niega. Y otros que enarbolan el movimiento como razón de ser, principalmente en redes y plataformas virtuales.

Para encontrar una mirada crítica, la editorial Errata Naturae acaba de publicar Confesiones de un ecologista en rehabilitación, de Paul Kingsnorth (Worcester, Inglaterra, 1972). El título, que no responde a la salida de una enfermedad ni a un rechazo de la causa, engloba una serie de artículos o pequeños ensayos publicados por el autor inglés en medios como The Independent, The Guardian o la BBC. En ellos se recorren varias décadas de experiencia individual donde se intercalan reflexiones domésticas con apuntes afilados, conformando un manual esclarecedor e incluso divertido.

Con una pluma de aparente sencillez, Kingsnorth analiza sin adoctrinamientos el núcleo del ecologismo. Invita a amar la naturaleza como un elemento fundamental de nuestra existencia. A tratarla de igual a igual y a intentar escaparse de un sistema que solo se guía por valores numéricos. Pero no es solo un compendio de divagaciones relacionadas con el medioambiente. Hay entre las páginas frases que describen la sociedad contemporánea, como hablar del típico “síndrome del siglo XXI”: “Conoces un lugar tan bien que la primera vez que lo visitas ya te resulta aburrido”; o asumir la valentía de la ignorancia juvenil: “A los 21 años había muchas cosas que no sabía, razón por la cual pensaba que sabía todo”.

Sobrevuela un toque pesimista, aunque se narra con cierta sorna, con un discurso serio contado en alpargatas. Insiste Kingsnorth en un inevitable colapso, pero no a la manera de un predicador airoso sino de alguien afligido que no abusa del drama. “Cuando tu mundo se desmorona te dices a ti mismo que no pudiste verlo venir, pero es mentira: los indicios estaban por todas partes. Piensas después que en algún momento lo vas a asimilar, pero tampoco. Somos de cristal más que de arena: nada permea, nada se asimila”, escribe en uno de los pasajes, siempre arrogándose el papel que le merece: “Mi estatus como consumidor de clase media en un país occidental e industrializado implica que soy parte del problema, quiera afrontarlo o no”.

Pregunta. Resulta curioso: en el libro hay alarmismo sobre el presente y mucha crítica, pero también cuenta usted que se mudó a una casa donde no había nada y ahora tiene árboles que antes no estaban allí y que no parecían tener mucho futuro. ¿No es eso una señal de optimismo?

Respuesta. Hemos plantado más de 1.000 árboles en esta pequeña área de tierra y mucha naturaleza ha regresado. Siempre vale la pena recordar cómo de rápido se regenera la naturaleza si la dejamos sola. Entonces sí, esto es algo bueno.

P. En la introducción de su libro apunta que la crisis viene provocada “por el exceso” y no por la falta de crecimiento. ¿Deberíamos abogar por el decrecimiento?

R. El movimiento verde ha estado abogando por el decrecimiento durante más de 50 años. Se trata de una buena idea, pero no sucederá. La economía global depende del crecimiento para sobrevivir. Y, sin embargo, el crecimiento supone también el motor de la destrucción de la Tierra. Este es nuestro principal dilema.

P. Como muchos otros ambientalistas, menciona frecuentemente la palabra colapso. ¿Hemos llegado a tal punto? ¿Es dicho colapso un toque de atención para cambiar nuestros hábitos?

R. Creo que podemos observar un colapso importante de nuestro sistema global a partir de ahora. Resulta evidente en los rápidos eventos del cambio climático, en las protestas en todo el mundo, en otros signos de tensión y dificultad tanto política como cultural y ecológica. Cambiaremos, pero solo cuando no tengamos otra opción. Por el momento, somos adictos al crecimiento.

P. Cita usted a menudo el libro de Leopold Kohr El colapso de las naciones, ¿qué significa para usted esta obra, escrita en 1957? ¿Hemos sido ciegos ante los signos y los estudios precedentes?El colapso de las naciones

R. Ese libro fue uno de muchos que resaltó el problema verde desde nuestra pequeña posición. Kohr nos dijo: “El problema es la grandeza”. Necesitamos regresar a un mundo de escala humana.

P. ¿Vemos todavía el crecimiento como positivo, como progreso, a pesar de sus devastadores efectos?

R. Creo que el progreso constituye la religión secular de Occidente. Ha reemplazado al cristianismo como nuestra historia central y fundadora, y de alguna manera es similar: progresaremos siempre hacia una utopía, solo esta será terrenal, no celestial. Entonces nuestro apego a él no es racional. Sino que se trata de un sistema de creencias. Incluso cuando vemos que nos destruye, no podemos dejar de creer. El crecimiento es la solución al problema del crecimiento.

P. Llegó un momento en que decidió abandonar la posición pública, mostrada en artículos de prensa o apariciones en televisión, y optó por dejar de “creerse importante”. ¿Ver más allá de nosotros mismos es también una postura ambientalista?

R. Todos somos seres pequeños en el mundo. La humildad está en el corazón de todas las viejas tradiciones espirituales. Nuestra cultura nos ofrece todo lo contrario: los humanos como el elemento más importante de la Tierra. Arrogancia.

P. Habla de una ecología, o un movimiento, que se desplazó desde un nacimiento más ideológico a un presente más instrumental. ¿Cómo se ha dado esa trayectoria?

R. No se trata tanto de ideología como de intuición. Antes se hacían campañas para salvar la naturaleza en sí misma. Ahora hacemos campañas para conservarla por nuestro propio bien. Nos preocupa principalmente el cambio climático porque afectará a nuestra civilización. El ecologismo de hoy trata de proteger a las personas, no al resto de la vida.

P. Según su opinión, ¿se ha dejado de creer en la ciencia tanto por parte de los ecologistas como para quienes niegan el cambio climático?

R. La ciencia supone simplemente un método para ver cómo funcionan las cosas. Si se usa sin orientación moral, intuitiva o cultural, se convierte en una tiranía. Es cierto que si miramos la Tierra viva puramente a través de los ojos de las nociones actuales de la ciencia, la terminamos observando como una máquina que podemos desarmar y controlar.

P. También apunta usted a los ecologistas por echar habitualmente la culpa a otros (gobiernos, poderes) y no modificar nada de sus actos individuales. ¿Empieza la transformación por un asunto personal?

R. El cambio siempre es, primero, un asunto personal. Todos nos hemos encontrado con activistas que están sacando su propia rabia y miedo al mundo disfrazándolo de política. Es fácil culpar a los malos, a los que están en la cima —y no me malinterpreten: a menudo merecen la culpa—, pero todos somos cómplices. ¿Conduce, vuela, va a supermercados, usa un teléfono inteligente? Entonces es parte del problema. Todos lo somos.

P. En algunos artículos se refiere usted a Los Verdes como un partido residual, sin rumbo. Ahora, sin embargo, casi todos los programas políticos incluyen una sección verde. ¿Han ganado influencia?Los Verdes

R. Todo el mundo ahora es verde, pero no tiene sentido porque le han dado el significado de reducción de emisiones y el fondo de la cuestión es que es nuestra relación con el mundo no humano la que está rota.

P. Afirma que vivimos en una cultura destructiva. ¿Hay opciones de pararla?

R. ¡La madre naturaleza lo cambiará pronto!

P. ¿Cree que hay un desprecio por la vida rural desde la atalaya urbana en la que vive la mayoría de gente?

R. No sé cómo es en España, pero ciertamente en Inglaterra e Irlanda la vida rural es tratada como atrasada y sin cultura, o como una escapada romántica para los urbanitas. En toda Europa hemos destruido nuestras culturas rurales. Creo que las culturas rurales forman la base de las culturas nacionales, por lo que supone una gran pérdida.

P. Hemos despojado el amor a la naturaleza del ambientalismo por la ecología “sostenible” o por el “capital natural”. ¿Se ha perdido la sensibilidad por lo salvaje?

R. Hemos olvidado que somos animales en un mundo salvaje. Hablamos y hablamos ahora como máquinas. Nuestro ambientalismo actual solo trata de proteger nuestros intereses económicos.

P. ¿Pecamos de un enfoque reduccionista cuando hablamos del cambio climático?

R. El cambio climático es un síntoma de un problema mayor. También vemos la erosión masiva del suelo, la acidificación de los océanos, la extinción masiva, la desertificación y una serie de otros síntomas, todos los cuales son el resultado de que tratamos a este planeta vivo como si fuera una mina gigante o una fábrica. Toda la cultura tradicional sabía que la Tierra era digna de respeto. Eso ha variado: ahora la tratamos como un recurso y este es el resultado.

P. En ese mismo sentido, ¿confía en el llamado Green New Deal?Green New Deal?

R. El Green New Deal supone un intento de mantener la civilización industrial avanzando en lo que sus defensores consideran una forma “más justa”. Todavía proviene de la cosmovisión progresista, modernista y tecnocrática. Sus defensores son todas las personas urbanas y liberales que no hacen las preguntas más grandes.

P. ¿Considera que es posible llevarlo a cabo con gobiernos tan importantes —como el de Estados Unidos o Brasil, con Trump y Bolsonaro— desinteresados en el tema?

R. Creo que es una distracción. Se trata de otro intento de salvar de la muerte a nuestro sistema, en lugar de preguntar por qué se está muriendo.

P. ¿Es suficiente adoptar medidas políticas o necesitamos una revolución industrial (como a la que nos encaminamos) y del sistema económico?

R. La política está por debajo de la cultura y la economía. Es la economía la que tiene que cambiar. Pero más profundamente que eso, la actitud hacia el resto de la naturaleza. No creo que la sociedad occidental moderna sea capaz de dar este paso. Se necesitará un colapso para que cambiemos.

P. Rememora las protestas de los noventa, el origen del ambientalismo, como una reivindicación de amor por los árboles solo por el hecho ser árboles. ¿Tiene nostalgia de ese ecocentrismo y de esa raíz de un movimiento que ahora solo habla de salvar el planeta y que se centra en el hombre?

R. Sí, pero también siento algunos cambios que están ocurriendo en el último año o dos. Hay una nueva generación de activistas verdes, simbolizados por movimientos como Extinction Rebellion, que lentamente comienzan a hablar un nuevo idioma, o tal vez recuperan el antiguo de nuevo. Estas personas saben que la sostenibilidad es un fraude, y que el problema real es mucho más profundo. Todavía no están ahí, en ese punto, pero marchan en la dirección correcta.

P. ¿Es imposible salir de las garras del capitalismo, que fagocita incluso un movimiento como el ambientalismo?

R. Sí, el capitalismo puede amarrar cualquier cosa. El truco conssiste en aprender a ver a través de él.

P. Dedica también un apartado del libro a la conexión espiritual con la naturaleza y en esa conexión observa la diferencia entre las falsas esperanzas y lo que sucede de verdad. ¿Pasa la solución por ser realistas, por no cegarnos con sueños cuando en realidad nos encontramos ante un precipicio?

R. La esperanza puede ser una droga. Nos decimos “todo estará bien” y, si eso no es cierto, entonces es una mentira que empeora todo. La falsa esperanza es peor que ninguna esperanza. No necesitamos ni esperanza ni desesperación, sino una mirada honesta y clara de dónde estamos. Nos encontramos ante un colapso ecológico global. Los coches eléctricos y los molinos de viento no van a detener esto.

P. Pese a todo, ¿estamos dispuestos a unirnos a este movimiento, a pesar de los negacionistas y de la inevitable catástrofe?

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R. No estoy seguro de que necesitemos movimientos, pero, si los necesitáramos, espero que sean movimientos que coloquen a los humanos en su lugar apropiado, como una parte de la familia de la Tierra y no como maestros.

*Esta entrevista está publicada en el número de diciembre de tintaLibre. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí.aquí

 

Difícil estar al margen: el ecologismo copa telediarios y periódicos. Enfrentarse a la naturaleza, que ruge con cada rasguño que le infligimos, es una obligación. Voces como la de Greta Thunberg han puesto el asunto en la palestra pública, aunque ya estuviera en el debate político o en las calles de forma más silenciosa o con menos repercusión social, sobre todo, entre los jóvenes. Esta urgencia por cuidar el medioambiente, sin embargo, tiene una larga trayectoria y siempre ha generado rechazos. Aún hay quien la ignora o la niega. Y otros que enarbolan el movimiento como razón de ser, principalmente en redes y plataformas virtuales.

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