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Rosa Montero: "Los hombres empiezan a sentirse parte del feminismo"

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Nuestra revista cumple diez años. ¿Qué circunstancias cree que han marcado este tiempo?

Es una década durísima, que ha reafirmado una tendencia que ya venía de antes, de la salida de la crisis del 2008, de la que por cierto se salió en falso, con el empobrecimiento del 25% de la población mundial. Esa gente que ha visto que ha bajado de nivel de una manera brutal, que sus hijos ya no van a tener una vida mejor que ellos, sino todo lo contrario, y que quienes causaron esa crisis no han pagado nada, sino que se han enriquecido más, ha dejado de creer en el sistema democrático, porque piensan que no les representa, cosa que es comprensible. Estamos bajo mínimos de credibilidad democrática en el mundo, y lo malo es que esas personas se han pasado en masa a confiar en los populistas de derecha o de izquierda, extremistas, y se han dejado atrapar por la falsa pureza del dogma. Creen, además, que son antisistema de alguna manera, como Trump mismo, y que les representa, sin darse cuenta de que esa tampoco es la solución. Con lo cual, ¿qué ha pasado? Que en estos diez años se ha reforzado muchísimo esa tendencia que había hacia el extremismo en todo el mundo, hacia la radicalización, hacia el dogmatismo, hacia la construcción de una política basada en el odio al otro para cohesionar el grupo, no en las ideas. Y la pandemia tampoco ha ayudado, desde luego.

Llegamos a un nuevo 8 de marzo y parece que las aguas del feminismo bajan revueltas.

Revueltas, sí. Pero si volvemos a estos diez años y miramos al feminismo en su conjunto ha habido avances, por el empuje del Me Too y todo lo que arrastró, y simplemente por el transcurso del tiempo. Y una parte de ese avance de estos diez años es algo absolutamente esencial: y es que los hombres por primera vez empiezan a sentirse en un número muy elevado parte del feminismo. Por ejemplo, en la manifestación del 8 de marzo de 2019 en Madrid, que fue una de las mayores manifestaciones feministas de la historia y del mundo –éramos 370.000 personas, según datos policiales– el 40 por ciento eran hombres, que es una cosa increíble. Y de menos de 25 años, igual, gente joven, mogollón de hombres. Ese es un paso muy importante, porque el feminismo no es una cuestión de mujeres, sino de un cambio en la construcción de las relaciones sociales divididas por género, y nos afecta a todos, a hombres y a mujeres.

Como "vieja rockera" del feminismo –aunque le guste más el término antisexismo– y escritora de éxito, ¿se ve referente para muchas mujeres?

Me gusta más hablar de antisexismo, pero reclamo el feminismo como término histórico maravilloso. Bueno, uno no se ve un referente nunca. Lo que puedo ser ya es una de las veteranas, pero no un referente, porque además somos todas cada una de nuestro padre y de nuestra madre. Y el éxito no existe. No es ni un lugar al que puedas llegar ni un objeto que te dan como un cetro. El éxito es una cualidad en la mirada de los otros. Además, el feminismo, o el antisexismo, afortunadamente no es una ideología, ni un sistema cerrado. Es un movimiento cultural y social monumental, mundial, gigantesco, que está cambiando el mundo, insisto, para hombres y para mujeres. Por eso se hace desde diversas visiones y desde diversas ideas. Por eso las feministas hablamos de feminismos, en plural.

¿Hemos pisado más el acelerador o el freno?

El acelerador. Lo que pasa que es verdad que hay mar de fondo, pero más en España que en otros sitios. Aquí, como en tantas otras cosas, han intervenido cuestiones políticas, políticas sectarias, quiero decir.

¿Hay feminismo de derechas y feminismo de izquierdas?

Puede haberlo desde las derechas y desde las izquierdas. Como digo, es un movimiento, un cambio gigantesco social, cultural que lo abarca todo, por ejemplo, el sistema económico. Se hace desde todas las partes. Desde la derecha se puede llegar a cierto feminismo, sí. Pero hay cosas evidentes. Si no tienes claro que el feminismo es la deconstrucción del sexismo, obviamente no eres feminista.

¿Hay feminismo del PSOE y feminismo de Podemos?

No, no. Ahí es donde empezamos a decir cosas que no tienen que ver con un debate de ideas, sino con un debate partidista sectario.

Lo de ‘feminismo liberal’, que proclama la portavoz parlamentaria del PP, Cuca Gamarra, ¿es una broma o una variante?

Yo creo que es más bien una añagaza, un engaño. No es verdad. ¿No era Cayetana la que hablaba de las feministas amazónicas? Son estas maneras de revolver las palabras para negarle al feminismo lo esencial, que es el intento de desmontar el sexismo.

¿Le sorprende que, entre las no pocas discrepancias del Gobierno de coalición, hayan tropezado especialmente en la ley del solo sí es sí?

Eso me parece un conjunto de despropósitos. La ley del solo sí es sí es en su esencia estupenda, la idea es magnífica. Y luego tiene defectos jurídicos obvios. Creo que si no hubieran estado tan enconadas las posiciones por el sectarismo partidista, a lo mejor Montero no se hubiera enrocado tanto en que no me la toquen y los otros por otro lado. En una política mucho más natural, más sensata y menos de lo mío las cosas se debaten. Es muy normal que en una ley, y más en leyes con tantas implicaciones jurídicas, se pueda cometer un error jurídico secundario, y que se pueda arreglar. ¿Por qué enrocarse en no hacerlo? Porque se están discutiendo otras cosas.

El Ejecutivo ha dado a la derecha un estupendo entretenimiento preelectoral.

Claro. Es completamente absurdo. ¿Y por qué entonces hacer los cambios necesarios parece un desdoro ante la derecha? ¿Perdón? Y la derecha hace lo mismo. ¿Esto es política? Esto es una mamarrachada.

Ahora resulta que el PP y Vox, que niega hasta la violencia machista, defienden a las mujeres más y mejor.

Sí, sí, es magnífico [ríe]. Y todo porque no se hace política. Se hace politiqueo, que es otra cosa, que no tiene que ver con la gestión de lo público.

Si no tienes claro que el feminismo es la deconstrucción del sexismo, obviamente no eres feminista

¿Los errores de esta ley están en su aplicación porque los jueces son machistas, como dice la ministra de Igualdad?

Evidentemente, no. Hay un error, y es un error menor que se podría haber arreglado.

Pues han pasado más de cuatro meses desde su entrada en vigor.

Claro. Por ese enrocamiento que no tiene que ver con el contenido real de la ley. Tú me atacas y yo, sostenerla y no enmendarla. Habrá algún juez machista, sin duda, que se haya frotado las manos con la posibilidad de una determinada aplicación. Esa posibilidad es la que hay que eliminar.

Según el Barómetro de Opinión de la infancia y adolescencia de Unicef, la preocupación de chicos y chicas por la violencia machista ha caído 14 puntos en dos años. Parece todo lo contrario a un avance.

Lo veo peligroso. Y, además, los últimos dos años han sido anómalos, por el aislamiento y los encierros que hemos sufrido, y que hacen, además, que seas más susceptible al bombardeo ideológico de las redes. Redes que solo te reafirman en tus propias ideas, porque el algoritmo solo te manda lo que ya quieres ver. Con lo cual, estos aislamientos conducen a un aumento del dogmatismo y de la visión pequeña del mundo. Y en el caso de chavales jóvenes, que se encierran en su propio caldo de cultivo, que han visto poco el mundo y que en estos dos años se les ha bombardeado mucho más, pues el resultado no me extraña. De todas maneras, no seamos tampoco tan agoreros en el sentido de que siempre vemos estas mediciones y nos asustan, pero, por otro lado, ¿con qué las comparamos? Antes no había mediciones así. Y creo que hay muchísimo menos machismo en nuestra sociedad que hace treinta años. En la manifestación de 2019 de la que hablaba antes los jóvenes de menos de 25 años eran prácticamente paritarios, chicos y chicas. Pero repito: si en estos diez años hay un aumento de ese extremismo y de ese dogmatismo, pues hay gente que está siendo arrastrada hacia eso, que se basa en valores retrógrados de regreso a determinadas posiciones ideológicas.

Tras 13 años recurrida por el PP y no enmendada –ni retirada– por el Gobierno de Rajoy, el Tribunal Constitucional da vía libre a la Ley del aborto de Zapatero. Y ahora resulta que a Feijóo le parece ‘correcta’, aunque tal afirmación y el calificar –y luego matizar– el aborto de derecho levanta ampollas en parte de su formación. ¿Cómo se queda?

Pues me quedo alucinada [ríe]. Son cosas estupendas, sorpresas de la vida. Es llamativo.

Quizá la norma que más ha dividido al movimiento feminista haya sido la recién aprobada ley trans.

Es que es una ley que también tiene que discutirse, ¿eh? Y está bien hacerlo. Pero la mayoría de la gente que la ha discutido lo ha hecho desde unas posiciones tan ignorantes de lo que es la realidad trans, tan extremas que era difícil realmente llegar a una discusión. Es otra ley que probablemente tenga retoques dentro de un tiempo. Pero se oyen cosas como que solo es mujer la que pare, y yo, por ejemplo, que no he parido no soy mujer; o que solo hablen de las trans que han nacido biológicamente hombres y que se han convertido en mujeres, y nunca hablan de los que han nacido biológicamente mujeres y se convierten en hombres, que hay montones y ni los contamos; o que digan que son como una burla para la mujer, que no hay más que verlas, confundiendo a los trans con los travestis. Estoy segura de que todas las que así razonan conocen a varios trans y no lo saben. Y son indistinguibles, y quieren pasar por la vida sin llamar la atención. Hay cantidad de cosas que son ignorancia y hay crueldad en la manera en que niegan a esas personas, que, en muchos casos, lo único que quieren es quitar la medicalización, no tener que pasar por ser consideradas enfermas por cambiarse de sexo. Hay prejuicios poco digeridos, muy emocionales. Y luego es cierto que hay cosas un poco complicadas.

Como el tema del deporte.

Eso es. Aunque hay estudios que demuestran que cuando empiezan a hormonarse pierden muchísimo la aceleración y la potencia, porque les cambia el cuerpo. Somos hormonas. Somos química. Pero claro, alguien que está empezando a hormonarse todavía puede mantener mucha más potencia. Sí, hay cosas complicadas. Y muchas fronteras en las que nos van a colocar los cambios médicos y tecnológicos, como las de los cíborgs, las implantaciones. Ya hubo algún problema en las Olimpiadas con un atleta, Óscar Pistorius, que tenía cortadas las piernas y no le dejaban correr porque con las prótesis llegaba más lejos. Estamos batiendo fronteras físicas, científicas, tecnológicas, biológicas. Tendremos que encontrar maneras de adaptarnos a todo eso. ¿Es fácil? No. Pero es un derecho y un deber de la sociedad.

Dice que es sano que haya debates dentro del feminismo. Pero muchas veces se utilizan para descalificar al movimiento.

Es el rearme ideológico de la extrema derecha. Cuando hay una derechización de un país o de una sociedad lo primero que se cargan es a las mujeres, es automático. Además, tú puedes analizar el grado de desarrollo democrático de una sociedad viendo en qué lugar están sus mujeres. Es uno de los termómetros más claros. Si te digo que esta década última ha sido terrible en esto, que estamos yendo hacia una confrontación cada vez mayor entre digamos unas fuerzas más de progreso –no voy a decir progresistas, que parece que le das un toque determinado–, y estas fuerzas super retrógradas y reaccionarias, que ahora están orgullosas de manifestarse lo más burros posible, es porque han perdido el miedo. Antes se lo callaban, y ahora es una manera de actuar políticamente para ellos, aceptada, reconocida, y una bandera. Vamos hacia una sociedad cada vez más marcada por grupos políticos que se basan en el odio, que basan su cohesión en odiar y en enfrentarse, en España y en todas partes. Es la República de Weimar y, por la misma razón, donde nació en nazismo. Y la crisis del 29 se solventó de la misma manera que se ha solventado la de 2008.

A veces da la impresión de que los avances son lentos.

Se va muy lentamente a nivel de nuestras vidas, pero vertiginosamente a nivel histórico. Recordemos que la mujer no ha podido siquiera estudiar en las universidades hasta entrado el siglo XX. En España creo que fue en 1911; que no ha podido votar hasta mediados de siglo. Es que hasta hace sesenta o setenta años en un cantón de Suiza la mujer no pudo

votar. En Arabia Saudí todavía no pueden votar más que en las municipales. Mirando desde el punto de vista histórico, este cambio milenario es tremendo, vertiginoso. Tenemos que tener esa esperanza de mirar para atrás y ver todo lo que hemos avanzado.

¿Puede decirse que avanzamos un nanosegundo en el metaverso, parafraseando a la marquesa de Griñón?

Jajaja. Lo del metaverso ese es una tontería de Zuckerberg. Ahora es mucho más bonito tecnológicamente, pero ya apareció Second Life, y da para lo que da.

En 2017 usted no pudo entrar en la Real Academia. Ni usted ni el filólogo y crítico Carlos García Gual obtuvieron los votos suficientes. ¿Cree que tuvieron miedo a que entrara una feminista en una institución donde las mujeres se incorporan con cuentagotas?

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La RAE es una institución muy antigua. Y lo de miedo a que entrara una feminista no tiene nada que ver. De hecho, desde que no entré están presionándome todo el rato, me han vuelto a pedir hace tres días que por favor me presente. Es un sitio pequeño, donde hay gente maravillosa, pero también muchos pulsos de poder. Y creo que eso es lo que me pasó a mí en concreto. Un pulso de poder que ni siquiera tenía que ver conmigo.

¿Hay hombres feministas o simplemente aceptamos pulpo como animal de compañía?

Para nada, para nada. Por supuesto que hay hombres feministas y los ha habido tradicionalmente. Entre ellos, Condorcet, el filósofo maravilloso al que quitaron de en medio –o se suicidó– en la Revolución Francesa. Hay hombres feministas y hay mujeres machistas. A todos nos educan en la ideología machista y tenemos cantidad de residuos en todas las neuronas. En los últimos años se están haciendo unos experimentos muy interesantes que lo demuestran, como el de la Universidad de Yale, en 2012. Un experimento llamado Efecto Jennifer y John. Tenían que dar la dirección del laboratorio de ciencias a un doctorando, y había dos candidatos a los que pidieron que hicieran una memoria con su curriculum y su programa. Mandaron 63 papeles con el nombre de Jennifer y 64 con el de John a 127 catedráticos y catedráticas de ciencias de las seis mejores universidades de Estados Unidos, tres públicas y tres privadas, para que valoraran ambos trabajos con un complejo sistema de puntos y aconsejaran qué dinero dar al ganador. Ganó John con un punto más entre cinco y dijeron que a John habría que pagarle como 30.000 dólares al año y a ella, como 25.000. Resultó que era un ensayo sobre género y que los dos papeles sometidos a valoración eran exactamente iguales, porque ninguno de los candidatos existía. Los juzgaron hombres y mujeres. O sea que las mujeres también tenemos ese prejuicio. Y otro ejemplo: en atención médica primaria, a los hombres, con los mismos síntomas que las mujeres, se les mandan más pruebas diagnósticas y a las mujeres, más ansiolíticos, porque la palabra del hombre sigue siendo la ley. En 2019, antes de la pandemia, a las mujeres nos costaba un 13% más llegar a un especialista. Hacen más caso a los hombres. Y la mayoría de los médicos de atención primaria de este país son mujeres.

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