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Trump, yo o el caos
Un consejo: asuman que Donald Trump va a seguir en la Casa Blanca otros cuatro años. Así se evitan un sofoco el próximo 3 de noviembre (madrugada del 4 en España), cuando deberíamos saber el resultado. Si ganase el candidato demócrata, Joe Biden, como apuntan las encuestas, se llevarán una doble alegría: la del resultado y la de haberse equivocado en algo tan transcendente. Más allá de la ironía, la realidad es que el actual presidente puede ganar. Estos son los escenarios:
Elecciones normales (dentro de lo que cabe): Donald Trump gana al conseguir la mitad más uno de los 538 compromisarios del Colegio Electoral (270). Se eligen entre cada estado según la población de cada uno. California tiene 55; Texas, 38; Nueva York y Florida, 29. Vermont, solo tres. En 48 de esos Estados, más del Distrito de Columbia, el ganador se lleva todos los compromisarios. No importa tanto la diferencia en el escrutinio nacional, sino el voto en los 11 estados en los que tradicionalmente se deciden las elecciones. Hillary Clinton ganó por 2,9 millones de votos en 2016, pero se quedó sin presidencia.
Uno de esos estados clave es Pensilvania. Tiene bastante repartido el voto rural (republicano), urbano (demócrata) y suburbano (demócrata hace cuatro años). Trump ganó por 44.292 votos porque los demócratas estuvieron por debajo de sus expectativas. Es un resultado que puede volver a repetirse.
Biden gana de manera aplastante: Esto forzaría a la mayoría de los senadores republicanos a aceptar el resultado. No seguirían al líder en su intento de mantenerse en la Casa Blanca a cualquier precio. Tendríamos revuelo, pero sin salirnos de la senda constitucional.
El presidente pierde y se niega a abandonar el poder: Imaginen el precedente de Florida en 2000 con las papeletas mariposa multiplicado en varios estados. La última palabra la tendría el Tribunal Supremo, dominado por los conservadores (cinco a cuatro). Lo único claro es que el 20 de enero, a las 12 del mediodía, el ganador deberá jurar el cargo porque es cuando finaliza el mandato del anterior presidente y vicepresidente. Es lo que manda la Constitución.
El escenario más probable es el tercero.
La pandemia ha destruido la principal baza de Trump para lograr la reelección: la economía. La crisis es profunda y será mayor en 2021. Sin esa medalla queda expuesto. Por eso presume de las alzas bursátiles —que tienen más que ver con la especulación que con la realidad—. Sabe que benefician a millones de pensionistas.
Desde marzo, Trump vive instalado en una cortina de humo permanente. El objetivo es desviar la responsabilidad de la gestión del coronavirus. Ha culpado a China, a Obama, a la OMS, a los científicos, a los estados con un gobernador demócrata y a su epidemiólogo más conocido, el doctor Anthony Fauci, al que tildó de alarmista. Es un negacionista. No cree en la ciencia ni en el cambio climático pese a las evidencias. Rechaza cualquier realidad que no le beneficia. Su discurso cala en una sociedad que dejó de interesarse por la verdad.
Una parte de la ciudadanía se ha cansado de los hechos comprobados, prefiere los bulos y las teorías de la conspiración. Los medios de comunicación serios solo llegan a las élites urbanas. El resto se alimenta de la cadena de televisión ultraconservadora Fox News y de las redes sociales convertidas en un vertedero de odio. Son dos fuentes tóxicas.
Los algoritmos de compañías como Facebook, Google y otros gigantes reemplazaron el debate con un clic. Son un peligro para la democracia, como denuncia el documental The Social DilemmaThe Social Dilemma (deberían verlo junto a sus hijos). Está disponible en Netflix. Algunos de los ingenieros que crearon el monstruo de siete cabezas hablan de las tripas de las redes sociales, de cómo modifican hábitos, pensamientos y actitudes. Fueron la vía empleada por los brexiters en el referéndum de junio de 2016 sobre la permanencia del Reino Unido en la UE. Es la sociedad líquida de Zygmunt Bauman, pero sin salida de emergencia.
Grupos anti vacunas, anti mascarillas o anti-lo-que-sea usan estos canales para emponzoñar a la sociedad. Argumentan que su libertad individual está por encima del Estado. Es el espacio que alimenta a la secta estadounidense QAnon, que ve la obra de Satán en cualquier crítica a Trump. Parece una novela de terror de Stephen King.
El escritor estadounidense recordó en Twitter que los 2.977 muertos de los atentados del 11-S unieron al país, mientras que los cerca de 200.000 fallecidos de la pandemia han quedado sepultados en un vendaval de rencor, racismo y violencia espoleado desde el Despacho Oval. Algo se ha perdido en el camino. Somos sociedades aplastadas por un alud de desinformación.
A Donald Trump le favorece que haya disturbios, que se quemen coches y comercios tras cada abuso policial. Los seguidores del presidente se pavonean en Portland, centro de la protesta contra Trump, en una caravana repleta de banderas e insultos. El presidente ha conseguido vincular al movimiento Black Lives Matter (BLM), en su mayoría pacífico, con los excesos de una minoría. Ha dado la vuelta al argumento: no es la vida de los negros lo que está en peligro sino la de los blancos que están perdiendo el control de un país que les pertenece.
Estados indecisos y voto por correo
El enemigo son las minorías y los inmigrantes, a los que dibuja como peligrosos delincuentes. Al movimiento Black Lives Matter lo tilda de extrema izquierda, igual que a los demócratas y a los grandes medios libelares que no le siguen el juego. Sus mentiras calan en una sociedad zarandeada por las crisis consecutivas de 2008 y del coronavirus. Hay miedo al futuro en un mundo robótico con menos puestos de trabajo, y más ahora que han desaparecido las certezas con la pandemia.
Nos fijamos demasiado en las encuestas nacionales en las que el candidato demócrata tiene una ventaja de 7,1 puntos, cuando los sondeos esenciales son los de los 11 estados en los que se va a decidir la victoria. En ellos, Biden mantiene una ventaja mayor de la que disfrutó Hillary Clinton hace cuatro años, pero está lejos de ser una diferencia consolidada.
En cinco de los más importantes —Florida, Pensilvania, Arizona, Carolina del Norte y Míchigan—, la ventaja de Biden está debajo del 5%. En Wisconsin era del 6,3 antes de los incidentes raciales de Kenosha. Trump aprovecha la respuesta a la violencia policial para fomentar el pánico. Es una estrategia que puede funcionar: el apoyo al movimiento Black Lives Matter ha descendido entre los blancos de abril a agosto.
En esos estados será esencial el voto suburbano, sobre todo el de las “mamás del fútbol”, las que llevan a sus hijos a sus actividades deportivas de fin de semana. Para ellas resulta primordial la seguridad de su familia. La mayoría son blancas de clase media. Hace dos años votaron en las legislativas por candidatos demócratas. Este cambio alarmó a los republicanos. Trump sabe que se juega sus opciones en ese segmento de la población. El presidente afirma que BLM ha multiplicado los índices de criminalidad. No es cierto, pero, ¿quién se interesa por la verdad cuando se sacuden los sentimientos? Sucede en España con los okupas.
Volvamos a la noche electoral. Trump lleva meses preparando el escenario en caso de derrota. Su guerra al voto por correo, un instrumento que será importante en un ambiente pandémico, no se limita solo a decir que es el caballo de Troya con el que le van a robar las elecciones. En junio nombró al frente del Servicio Postal a Louis DeJoy, un hombre de su confianza. Su misión es boicotear el sistema de reparto, lograr que las papeletas no lleguen a tiempo a las mesas electorales el 3 de noviembre. La operación se centra en los 11 estados indecisos. Cambios de personal y supresión de buzones son algunos de las alteraciones para limitar la eficacia del voto. La última ocurrencia de Trump ha sido llamar a sus seguidores a votar por correo y en persona, algo que es un delito.
Su objetivo es que algunos de los estados clave no puedan ofrecer sus resultados finales durante la noche del 3 de noviembre. Con los datos disponibles, aunque no alcance los 270 compromisarios, Trump se declarará vencedor. Si horas o días después llegan los datos oficiales que contradicen su declaración dirá que le han robado las elecciones.
Al rescate del sueño americano
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Recuerden que los amigos del presidente forman milicias y son amantes de las armas. ¿Cómo serán los tuits de @realDonaldTrump? ¿Llamará a la defensa de la Casa Blanca? ¿Denunciará un compló extranjero y querrá movilizar el Ejército? Entramos en la pesadilla de la pesadilla. No descarten ningún escenario, incluido el de un enfrentamiento armado en el país que tiene más armas de fuego que habitantes. Con Trump todo es posible.
Mezclen un poco de Margaret Atwood con unas gotas de Stephen King y tendrán una peligrosa distopía que no tardaría en afectar a Europa. En 1918 tuvimos pandemia de la mal llamada gripe española; en 1929, la Gran Depresión; y en 1939 comenzó la Segunda Guerra Mundial. La historia no se repite, pero los cretinos que quieren descarrilarla, sí.
*Este artículo está publicado en el número de octubre de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí.aquí