Hace ahora 80 años, el 1 de abril de 1939, las tropas golpistas del general Franco levantadas contra la República española declaraban que la Guerra Civil había terminado. Todavía después de todo este tiempo transcurrido quienes se atreven a abrir los surcos de la memoria, a visitar a sus muertos en las cunetas de la historia, los que abogan por un traslado del dictador de su tumba del Valle de los Caídos, los que se empeñan en documentar la afrenta, son considerados enemigos de España y cautivos de la venganza. Cuesta creer que tanto tiempo después se siga acusando de rencorosos a los vencidos y desarmados.
Hacer memoria es recobrar la salud y este país sigue bendiciendo la amnesia y declinando levantar acta sobre las tropelías del pasado. Nos fue bien con esta componenda durante un tiempo pero ahora se conoce que hay cierta enfermedad en ese olvido voluntario. Revisionismo, equidistancia, transición o simple pereza han ido remendando una momia que ahora parece recuperar sus movimientos torpes. El llamado gobierno Frankenstein era otro.
Las cartas del exilio, de ese exilio que comenzó también el año 1939, y que publicamos en este número, son también un testimonio que grita contra la desmemoria. Personas que cruzaron la frontera y vivieron el olvido y la falta de recursos cuentan cómo fueron rumiando la amargura, arrojados de España y declarados extranjeros en todas partes. No es el glamour del exilio intelectual en México, Roma o Argentina, sino el lamento de una vieja militante anarquista en una casa sin calefacción del sur de Francia.
Coincide la fecha con otro abril distinto, el de las elecciones generales del día 28, en las que también persiste el fantasma de las dos Españas que vuelven a desafiarse, democráticamente ahora, y a arrojarse a la cara tanto el pasado como el inmediato futuro. Que Vox, la última pesadilla del populismo aparecida en escena, haya reclamado el concurso de generales de la reserva para sus listas, que muchos piensen que España se rompe sin remedio por el proceso catalán, arroja sombras demasiado interesadas en desestabilizar esta frágil paz que, pese a todo, nos hemos concedido.
Habrá que ver si nos sirve de algo el manual de resistencia. Habrá que ver cómo solucionamos la papeleta. Es el momento de defender libertades y profundizar en derechos, el momento de parar esas versiones que hablan otra vez de unos rojos radicales (como en tiempos de la República) empeñados en conducir a España sino al desastre al menos a la quiebra (ellos, los adalides de la banca).
Ver más“Nadie se identifica con la pérdida de un país”
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