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Si Von der Leyen sigue, tendrá las manos atadas

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Hamás atacó el sur de Israel el pasado 7 de octubre y dejó más de 1.200 muertos. La respuesta de la presidenta de la Comisión Europea, saltándose sus competencias y moviendo la ‘posición común’ europea para el conflicto israelo-palestino hasta alinearse completamente con las tesis de la derecha dura israelí, provocó tal escándalo que el Alto Representante, Josep Borrell, tuvo que llamar a ministros de Exteriores árabes para decirles que nada había cambiado, que la alemana actuaba por su cuenta y riesgo. Su viaje sentó mal en muchos gobiernos. Era la salida de tono más escandalosa, pero en los últimos cinco años hubo más decisiones unilaterales que molestaron a los ministros de Exteriores y a los jefes de Gobierno. Von der Leyen llegó a hacer anuncios ante el Parlamento Europeo sin antes comentarlos con sus comisarios, en parte por miedo a filtraciones (las instituciones europeas son un queso gruyere) y en parte por un estilo presidencialista, alejado de la colegialidad a la que le obligan los tratados, que en los últimos meses denunciaron varios comisarios, algunos de tanto peso como el francés Thierry Breton o el propio Borrell. Si de cara al público hay asuntos que pueden haber gustado menos, de cara a los gobiernos este manejarse por su cuenta y riesgo es lo peor que ha hecho la alemana.

El presidente del Consejo Europeo, el liberal belga Charles Michel (su relación con Von der Leyen no puede ser mucho peor) lleva semanas consultando a los jefes de Gobierno sobre el próximo reparto de altos cargos. Michel ha hablado ya con casi todos y ha viajado a ver a los más influyentes en las cumbres, los que tienen más peso y cuyo voto pesaría más en caso de llegarse a votar (las mayorías cualificadas se forman por el 55% de Estados miembro, 15, que sumen al menos el 65% de la población del bloque). Por eso fue a París o Madrid. De sus llamadas y visitas el equipo de Michel fue tomando notas y preparó un documento, desvelado este miércoles por dos veteranos corresponsales en Bruselas, el francés Christian Spillman y el italiano David Carretta. El texto es una carga de profundidad contra Von der Leyen, que de salir viva de la cumbre del 27 y 28 de junio y ser reconducida tendrá las manos atadas durante su eventual segundo mandato.

El documento asegura que la mayoría de jefes de Gobierno estiman que Von der Leyen sacó los pies del tiesto en más de una ocasión y que ha interpretado su papel como presidenta de la Comisión Europea de forma demasiado política, alejada de la neutralidad que se le supone al cargo y “del equilibrio institucional” que prevén los tratados.

Los gobiernos no parecen querer repetir la experiencia, así que si ella sigue será con otro estilo y otras formas. La Unión Europea no es una república federal y Von der Leyen no es su presidenta. Es una unión de Estados donde la última palabra es de los gobiernos y de los representantes de los ciudadanos, los eurodiputados. Los gobiernos quieren, asegura el texto, que la Comisión se dedique a ejecutar lo que ministros y jefes de Gobierno le ordenan y que se concentre en las tareas que le competen según los tratados.

Von der Leyen no tiene el puesto asegurado

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Algunas decisiones de Von der Leyen se ven como excesivamente políticas, como cuando desbloqueó fondos europeos a Hungría para que Viktor Orban dejara de vetar medidas para Ucrania o cuando, con una simple promesa política no traducida en actos legislativos, anunció que desbloqueaba los fondos del Next Generation para Polonia, justo un día antes de viajar a Varsovia hace unas semanas y cuando el primer ministro polaco Donald Tusk será uno de los más importantes en esa cumbre que debe decidir si ella sigue o no.

El documento asegura que los gobiernos quieren que se respeten mejor las competencias de cada institución y que aquella idea de Von der Leyen de presidir una “Comisión geopolítica” le hizo perder neutralidad institucional. El viaje a Israel y su alineamiento con Netanyahu fue un error no forzado y muy grave, pero no fue el único. Muchos gobiernos creen que fue demasiado amable con el presidente estadounidense, Joe Biden, en temas comerciales y que la Comisión empezó a hablar de eliminar los riesgos en la relación con China sin primero acordarlo con los gobiernos. Más que por no respetar lo que se le dijo que hiciera, la crítica es por haber ido más allá en algunos asuntos.

Como escriben Carretta y Spillman, aunque la atención de estos días se concentre en el Parlamento Europea, la UE “es una institución dirigida por sus Estados miembro”.

Hamás atacó el sur de Israel el pasado 7 de octubre y dejó más de 1.200 muertos. La respuesta de la presidenta de la Comisión Europea, saltándose sus competencias y moviendo la ‘posición común’ europea para el conflicto israelo-palestino hasta alinearse completamente con las tesis de la derecha dura israelí, provocó tal escándalo que el Alto Representante, Josep Borrell, tuvo que llamar a ministros de Exteriores árabes para decirles que nada había cambiado, que la alemana actuaba por su cuenta y riesgo. Su viaje sentó mal en muchos gobiernos. Era la salida de tono más escandalosa, pero en los últimos cinco años hubo más decisiones unilaterales que molestaron a los ministros de Exteriores y a los jefes de Gobierno. Von der Leyen llegó a hacer anuncios ante el Parlamento Europeo sin antes comentarlos con sus comisarios, en parte por miedo a filtraciones (las instituciones europeas son un queso gruyere) y en parte por un estilo presidencialista, alejado de la colegialidad a la que le obligan los tratados, que en los últimos meses denunciaron varios comisarios, algunos de tanto peso como el francés Thierry Breton o el propio Borrell. Si de cara al público hay asuntos que pueden haber gustado menos, de cara a los gobiernos este manejarse por su cuenta y riesgo es lo peor que ha hecho la alemana.

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