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Los dos motores de la UE fallan en el peor momento: Francia y Alemania se hunden en la inestabilidad

El canciller alemán, Olaf Scholz y el presidente de la República de Francia, Emmanuel Macron, durante una visita del primero a París (Francia).

Michel Barnier tenía fama de poder con todo. Pudo con los plazos eternos del Brexit, con la indecisión de Theresa May, con los ultimátums de Boris Johnson, con la inestabilidad interna de Reino Unido, con el encaje de Irlanda del Norte en la Unión Europea y con las exigencias de los Estados miembros, entre otros muchos problemas. Pudo, en suma, con lo que fue el mayor cambio que la UE sufrió en toda su historia, la salida del Reino Unido de la organización, y no precisamente desde una posición secundaria, sino como su mediador principal. Esos años le dieron a Barnier un aura de misticismo, de político implacable y, sobre todo, de negociador de hierro. 

Pero, 3 años después de la salida oficial de Gran Bretaña, sí ha habido algo con lo que finalmente Barnier no ha podido: la trituradora en la que se ha convertido la política francesa. El hombre que presumía de ser imposible de doblegar salía este miércoles derrotado de la Asamblea Nacional tras perder en una moción de censura su cargo de primer ministro apenas 90 días después de haber sido designado por el presidente francés, Emmanuel Macron. Se convertía así en el primer primer ministro desde George Pompidou en 1962 en ser censurado por la cámara y en el que menos tiempo ha estado en Matignon. Al lado del descontrol que reina en Francia, debió pensar el veterano político de 73 años al abandonar el parlamento, el Brexit era un juego de niños.

Pese a lo histórico del evento, la caída de Barnier no ha sido ni mucho menos una sorpresa, más bien, lo que ha sucedido con el ya exprimer ministro ha sido la crónica de una muerte anunciada desde el mismo momento de su designación. Con un parlamento enormemente fragmentado, sin una mayoría clara y con unos apoyos realmente exiguos, Barnier tenía muy complicado llevar a término una legislatura que Macron dejó tocada desde su propio nacimiento.

El presidente se negó a aceptar a ningún candidato propuesto por las fuerzas de izquierdas que conforman el Nuevo Frente Popular (NFP), la coalición ganadora de las elecciones, y decidió darle su confianza a una supuesta figura de consenso que al final no ha sido tal. De hecho, Barnier solo ha logrado la confianza de su propio partido, la derecha moderada de Los Republicanos (últimos en los comicios), y de los macronistas. Más allá de ellos, su subida al poder estuvo auspiciada por el consentimiento de una extrema derecha que, tan pronto como ha podido, se ha deshecho de él.

“El clima ahora mismo es de una fuerte crispación social, hay muchas movilizaciones y descontento producto de la situación económica en la que está el país”, describe Arsenio Cuenca, analista de El Orden Mundial y especialista en política francesa. El experto explica que, con la actual correlación de fuerzas en el parlamento, no parece existir mucho margen para solucionar la situación política. “Todas las opciones están abiertas, desde colocar a otro primer ministro de derechas, que seguramente acabaría igual que Barnier, hasta un Gobierno técnico”, cree Cuenca. Lo que no parece estar sobre la mesa es la dimisión de Macron, un extremo que el propio presidente desmintió en una comparecencia este jueves, donde también acusó de cinismo a los partidos que censuraron a Barnier.

Aun así, si hay algo que subyace por debajo del descontento social y del bloqueo parlamentario en Francia es su situación económica. “El principal problema que tienen a corto plazo, más allá de lo político, es el ajuste fiscal. La prima de riesgo se ha disparado en el último mes y han presentado un plan a la Comisión con muchos recortes programados en partidas sociales y que incluía cambiar la financiación de la Seguridad Social. El problema está en que el próximo gobierno va a tenerlo complicado, porque aprobar un plan de ajuste fiscal con drásticos recortes sociales es un coste político que nadie quiere asumir. Tampoco Le Pen, que no apuesta por un ese tipo de políticas destinadas a reducir los servicios públicos”, asegura Miguel Ángel Ortiz-Serrano, economista e investigador durante 4 años en el Instituto de Estudios Políticos de París. 

Un Macron sin crédito internacional

Sin embargo, la crisis provocada por la censura de Barnier está lejos de quedarse como un asunto interno. En Bruselas se mira con preocupación la paupérrima situación política del que hace pocos años era uno de los motores de Europa, no solo en lo económico sino también en lo político. Desde su llegada a la presidencia, Macron ha tenido a la UE como su gran proyecto, el europeísmo ha vertebrado su carrera y, en muchas ocasiones, se ha llegado a erigir como el ideólogo de la Europa del futuro. Un papel que ahora mismo está sumamente desdibujado. “Macron ha querido durante su mandato representar un tipo de liderazgo que en ningún momento ha podido llevar a cabo”, critica Cuenca.

Esa progresiva debilidad se ejemplificó este mismo viernes, cuando se conocía que los Veintisiete habían logrado desbloquear el acuerdo comercial con Mercosur, uno de los grandes proyectos inacabados de la UE y que contaba con el rechazo frontal de Francia. Aprovechando la inestabilidad en el país, Ursula von der Leyen tomó las riendas de la situación y en una reunión en Montevideo (Uruguay), logró sacar adelanto el pacto poniendo fin a más de 25 años de negociaciones. Una fórmula que podríamos ver repetida en más ocasiones si la política francesa continúa dominada por el caos. “Macron siempre ha creído que podía crecer en Europa para desviar la atención de sus políticas internas, pero ha llegado un punto en el que una ha afectado directamente a la otra”, afirma Ruth Ferrero, profesora de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid y experta en política europea.

Una situación que se puede agudizar todavía más si el bloqueo político persiste y la Asamblea Nacional no es capaz de aprobar ya no unos presupuestos, sino tampoco ningún tipo de ley que pueda atajar la urgente situación económica del país. “Francia necesita reducir su deuda a la mitad y, aunque la UE siempre ha sido más benévola con ellos que con otros países, habrá que ver si la Comisión continúa con la política más laxa de la pandemia o vuelve a la austeridad de antaño”, completa la experta. A ese negro panorama se le suma, recuerda Ferrero, la retirada de Francia del Sahel, una de sus áreas de influencia tradicionales en África y la debilidad del partido de Macron a nivel europeo, los liberales de Renew Europe, tras las elecciones de julio de este año, donde perdieron gran parte de su fuerza en el Parlamento Europeo. 

“La UE se está quedando atrás en cuanto a innovación y a industria con respecto a Estados Unidos y China, lo cual también afecta a su independencia estratégica. Que caiga el gobierno de Barnier no es una buena señal en este sentido, porque para acometer estas reformas tan importantes, la Unión necesita estabilidad, cierto pragmatismo y ponerse de acuerdo. Un modelo a largo plazo que resista el paso de las elecciones y que pueda ser aceptado por derecha e izquierda”, señala el economista. Algo que, como recuerda, sí tenía el país galo en los años 60, cuando Charles de Gaulle estableció un plan político y económico que fue el modelo de Francia hasta los años 80 más allá de los cambios de gobierno que se llevaran a cabo.

La caída del eje franco-alemán

Aun con toda esa inestabilidad, Francia no es el único gran país de Europa en tener graves problemas internos. Alemania, el otro pilar que tradicionalmente ha impulsado a la UE, también está sumido en una profunda crisis. En el caso germano, esos problemas son más económicos que políticos, aunque las próximas elecciones federales convocadas para el 23 de febrero de 2025, donde con total probabilidad caerá el Ejecutivo de Olaf Scholz, son una mancha amenazante en el horizonte.

Y no solo porque pueden confirmar el ascenso de los ultras de Alternativa para Alemania (AfD) a la segunda fuerza en el Bundestag, sino también porque su celebración hará coincidir la campaña electoral y el previsible cambio de gobierno con dos acontecimientos trascendentales para Europa: la vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca y la negociación de paz con Ucrania que el presidente electo tiene pensado llevar a cabo en cuanto tome el poder. “Es muy probable que los conservadores de la CDU ganen las elecciones, pero necesitarán un socio para gobernar. Está la opción de volver a la gran coalición de la era Merkel con los socialistas del SPD o, si entran los liberales en el parlamento, optar por pactar con ellos. Ese socio que elijan determinará en gran medida la política económica alemana y de Europa en los próximos años”, asegura Ferrero.

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El vacío de poder en el eje franco-alemán ha hecho que la UE tenga que buscar nuevos equilibrios y que otros países hasta ahora en un rol más secundario puedan tomar una posición más importante. Los expertos sostienen que uno de ellos podría ser España, que tiene una oportunidad enorme de seguir ganando peso en el escenario internacional. Con el nombramiento de Teresa Ribera como mano derecha de Von der Leyen en el puesto de Competencia, uno de los más codiciados de toda la Comisión, y con Nadia Calviño al frente del Banco Europeo de Inversiones (BEI), España es ya uno de los Estados con más influencia en el Viejo Continente. Una importancia que podría crecer aún más con la previsible caída de Scholz, ya que Pedro Sánchez se quedaría entonces como el único representante de la socialdemocracia con responsabilidades de gobierno en uno de los países más importantes de la UE. 

Sin embargo, si hay un país que en los últimos tiempos está ganando peso en Europa es Polonia. Con Donald Tusk al frente, una de las voces más respetadas en toda la UE, y con una economía en ascenso, Varsovia ha pasado de ser un lugar casi apestado por los Estados miembros en la época de gobierno del ultraconservador PiS, a ser un país clave para la UE en su flanco este. “Polonia tiene una importancia geopolítica muy grande. Aparte de ser una frontera hacia el este, es un lugar ideal para desarrollar la potencia militar de la UE. Ahora mismo, el país gobernado por Tusk se alinea perfectamente con los intereses geoestratégicos de los Veintisiete en cuanto al apoyo a Ucrania y al enfrentamiento con Rusia, y eso hace que su voz se escuche cada vez más”, explica Ortiz-Serrano.

De esta coyuntura también se está aprovechando la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, ganando terreno en el debate migratorio e influenciando de forma decisiva la forma en la que los Estados miembros gestionan sus fronteras. Sin embargo, y por mucho que evolucionen los diferentes polos, el eje franco alemán seguirá siendo fundamental. “La UE requiere una Francia y una Alemania fuertes y no lo están en absoluto. Esto hace que sea mucho más difícil llegar a acuerdos, porque un tercer país puede decir: '¿Vamos a hacer caso a vuestras propuestas cuando ni siquiera sois capaces de poneros de acuerdo entre vosotros mismos?'. Esta es una dinámica enormemente peligrosa, porque puede crear muchas suspicacias entre unos Estados miembros que ya de por sí les cuesta mucho llegar a pactos", zanja el economista 

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