Karl Marx, fundador del llamado Socialismo Científico, la describió como el primer ejemplo en la historia de un Gobierno comunista. Bakunin discrepaba en ese sentido y le respondió que al no haber arrebatado el poder al Estado francés, el movimiento fue más bien anarquista. Sucedió en París y duró poco más de dos meses. Aunque su relevancia en Francia es enorme, como sostiene el investigador estadounidense John Merriman, más allá del Muro de los Federados (lugar de culto para la izquierda), en el cementerio del Père-Lachaise, apenas quedan recuerdos de ella en París. La inquietud generada por aquel primer intento de una revolución del proletariado, activó las alarmas en Europa, que quedó reflejada en la iniciativa del Imperio austrohúngaro de formar una contra-internacional capitalista finalmente de poco éxito. La fiebre anticommunard también se hizo a nivel literario, cómo retrató Paul Lidsky en su clásico Los escritores contra la Comuna (1970), y estuvo acompañada de una oleada de teorías de la conspiración propiciada por la prensa más conservadora francesa: hablamos de la Comuna de París (18 de marzo - 28 de mayo de 1871) 150 después de aquel estallido social.
Entre el 18 de marzo y el 28 de mayo, se instauró en París un Gobierno municipal popular que durante 72 días decretó una serie de medidas revolucionarias, adelantadas a su tiempo. Algunas de ellas fueron el control de los precios de la comida y de los alquileres, la sustitución del ejército regular al servicio de las clases dominantes por un ejército del pueblo o la entrega de la fábricas y talleres abandonados a las cooperativas obreras. Además se instauró la bandera roja como símbolo del movimiento, que años más tarde adoptaría el comunismo. La entrada de las tropas gubernamentales en la capital el 21 de mayo desde Versalles provocaron una represión salvaje que pasó a la historia bajo el nombre de la Semana Sangrienta. Se calcula que 20.000 parisinos, aunque la cifra puede variar según la fuente histórica, fueron asesinados por los soldados versalleses sin hacer ningún tipo distinción entre hombres, mujeres y niños, y sin un juicio previo.
El origen: un conflicto imperialista
La derrota de los franceses en Sedán en septiembre de 1870 –en el marco de la guerra fraco-prusiana– y la captura de Napoléon III precipitaron la caída del imperio y la llegada de la Tercera República en Francia. En París las tropas del reino de Prusia cercaron la capital durante cuatro meses y aquello abrió más la fractura entre los ricos y los pobres de la ciudad. Los segundos se vieron obligados a sufrir el asedio del ejército prusiano, con privaciones, hambres y pérdida de vidas. La gente devoraba perros, ratas y ratones, mientras que la carne de caballo se convirtió en un manjar exquisito para los más pudientes, como describe Prosper-Olivier Lissagaray en su icónica Historia de la Comuna de París de 1871.
Las elecciones legislativas del 8 de febrero a la Asamblea Nacional –los prusianos impusieron la convocatoria de las elecciones para poder cerrar el acuerdo de paz con un gobierno respaldado en las urnas– habían dado una amplia mayoría de voto republicano radical en la ciudad de París, encabezando la lista de los diputados personalidades como Louis Blanc (uno de los precursores de la socialdemocracia), Víctor Hugo o Giuseppe Garibaldi (el principal artífice de la unificación de Italia), que dimitieron en rechazo de los términos del tratado de paz. Un escenario político distinto se había configurado en el campo francés, que había otorgado a la Asamblea una gran ventaja a los monárquicos. El nuevo presidente provisional de la república francesa, el conservador Adoplhe Thiers, había firmado el 28 de enero de 1871 un armisticio humillante para la población parisina, a cambio de terminar con el bloqueo de la ciudad. Según el acuerdo, los fortines de la capital y los soldados que la aseguraban debían desarmarse para permitir la entrada de los prusianos y pagarles una indemnización de 5.000 millones de francos oro en tres años. Además de cederles los territorios de Alsacia y Lorena.
Aquel acuerdo entre ambas potencias, sumado a las medidas impopulares decretadas por el Gobierno a mediados de marzo, generó un clima proclive para la revuelta. Más de 400.000 parisinos habían detenido durante meses el avance de las tropas prusianas con la ayuda de sus 417 cañones, costándole la vida a 32.000 ciudadanos. Por ello consideraban humillante tanto la rendición como la ocupación ante las fuerzas germanas. Mientras tanto, en París, el 3 de marzo, los batallones de la Guardia Nacional eligieron un Comité Central, formado por 70 hombres, principalmente anarquistas y socialistas, que desafiaron al Gobierno de la nación y aprobaron que no se dejarían desarmar por este. El ejército prusiano tenía previsto entrar de manera simbólica en la gran capital el 1 de marzo (como así sucedió) y dejar en manos de Thiers la rendición de las fuerzas de la ciudad. Aunque las tropas alemanas abandonaron la ciudad inmediatamente, París continuó cercada mientras el problema de las indemnizaciones de la guerra seguía vigente.
El 18 de marzo: el día que todo estalló
El nuevo Gobierno conservador suspendió la moratoria sobre letras de pago, alquileres y deudas, lo que abocó a más de 300.000 parisinos, entre ellos obreros y propietarios de pequeños talleres, a la quiebra. También retiró el sueldo de la Guardia Nacional, que era el único sustento de muchas familias. El conflicto entre el Gobierno de la Defensa Nacional y el pueblo insurgente estaba a punto de estallar. El 18 de marzo Thiers ordenó a sus tropas tomar los cañones almacenados en la cima de Montmartre, que habían sido adquiridos por suscripción popular por los parisinos, con el fin de desarmar la Guardia Nacional. Cuando llegaron allí, las tropas enviadas por el Gobierno desoyeron las órdenes del general Claude Martin Lecomte y se negaron a abrir fuego contra la población del distrito parisino. Lecomte fue asesinado junto con el general Clément Thomas, un viejo comandante de la Guardia Nacional, responsable de la represión contra los obreros durante la rebelión popular en junio de 1848.
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Ante estos hechos, el presidente Thiers ordenó la retirada inmediata de París de las fuerzas regulares que aún le seguían siendo leales, y él mismo huyó con ellas a Versalles, tratando de calmar a Bismarck –canciller de Alemania–, diciéndole que pronto se haría con el control de la metrópolis. Pero aquello duraría 72 días. La Guardia Nacional dominó rápidamente París y convocó elecciones el 26 de marzo, proclamándose la Comuna el día 28, ante una enorme concentración de gente, más de 200.000 ciudadanos, frente al ayuntamiento. Entre el paquete de medidas que decretó el Gobierno municipal estaba la de reconocer de manera inmediata la ciudadanía a todos los extranjeros, muchos de ellos procedentes de todos los rincones del planeta, así como la separación entre Iglesia y Estado a través del decreto de laicidad del 3 de abril –que se adelantaba en varias décadas a la legislación laicista francesa de 1905–, siendo esta una de las medias más populares de aquel primer intento revolucionario. En materia de igualdad, se estableció el matrimonio civil y el derecho al divorcio, además se instauraron pensiones para viudas y huérfanos de la Guardia Nacional y la vacunación gratuita contra la viruela.
Entre el 21 y el 28 de mayo, unas tropas formadas por 170.000 soldados bien adiestrados bajo el mando de Mac Mahon –mariscal de Francia, que más tarde sería presidente de la república– y el apoyo del ejército prusiano, penetraron por los barrios burgueses de la periferia oeste y se enfrentaron a las fuerzas de la Comuna, que solo contaba entre 30.000 y 40.000 combatientes militarmente bien preparados. Los fusilamientos por parte de los versalleses serían generalizados, incluso llegarían a los heridos de los hospitales. París empezó a arder después de que varios edificios públicos fueran quemados, como el Palacio de las Tullerías, la Legión de Honor, el Consejo de Estado o el Tribunal de Cuentas. La prensa conservadora atribuyó los incendios a grupos de mujeres, que calificó bajo el pseudónimo de las petroleras, con el afán de desprestigiar el papel que habían desempeñado durante toda la Comuna. Los últimos fusilamientos tendrían lugar en el cementerio de Père Lachaise, donde actualmente se alza un muro, conocido como el Muro de los Federados en una de las tapias, en memoria de los caídos.
Para el movimiento obrero la Comuna de París representó la primera experiencia histórica de la integración de un Estado proletario, y así se conmemoró durante años como el día internacional de la clase obrera, hasta que un acuerdo del congreso de la Segunda Internacional, celebrado en París en 1889, fijó el 1 de mayo como el día del trabajador, en memoria a los mártires de Chicago que se movilizaron en defensa de la jornada laboral de 8 horas.
Karl Marx, fundador del llamado Socialismo Científico, la describió como el primer ejemplo en la historia de un Gobierno comunista. Bakunin discrepaba en ese sentido y le respondió que al no haber arrebatado el poder al Estado francés, el movimiento fue más bien anarquista. Sucedió en París y duró poco más de dos meses. Aunque su relevancia en Francia es enorme, como sostiene el investigador estadounidense John Merriman, más allá del Muro de los Federados (lugar de culto para la izquierda), en el cementerio del Père-Lachaise, apenas quedan recuerdos de ella en París. La inquietud generada por aquel primer intento de una revolución del proletariado, activó las alarmas en Europa, que quedó reflejada en la iniciativa del Imperio austrohúngaro de formar una contra-internacional capitalista finalmente de poco éxito. La fiebre anticommunard también se hizo a nivel literario, cómo retrató Paul Lidsky en su clásico Los escritores contra la Comuna (1970), y estuvo acompañada de una oleada de teorías de la conspiración propiciada por la prensa más conservadora francesa: hablamos de la Comuna de París (18 de marzo - 28 de mayo de 1871) 150 después de aquel estallido social.