El futuro de los cines de verano empieza en Canarias

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Un cine de verano es como una máquina del tiempo escacharrada. Esta vez seguramente la haya roto yo mismo, a fuerza de buscar pistas para el futuro en una cultura desacoplada de él. Después de cinco semanas porfiando en comprender este fenómeno marginal, una posible respuesta ha aparecido en Canarias, la periferia de la periferia para el imaginario cinematográfico español.

La historia del cine y sus espacios es, entre otras cosas, una historia de discriminaciones. Y los territorios sobre los que han actuado estas fuerzas van de lo más vasto a lo más nimio. Desde unas pulgadas entre asientos —con los vetustos palcos para privilegiados transmutados en modernas butacas vip— hasta los miles de kilómetros que separan las grandes ciudades de tantos otros lugares donde la experiencia de asistir al cine es más compleja y diversa.

Con el término gothamcentrismo, el teórico Robert C. Allen criticó el vicio de los académicos de pensar la experiencia de ir al cine siempre sobre el mismo escenario: una metrópolis moderna e industrial, llena de vida y rascacielos. Pero el dechado de Madrid o Barcelona —no digamos Nueva York— es inútil para explicar la cultura cinematográfica de espacios alternativos, como regiones rurales o pequeñas poblaciones de costa.

Tal vez en los pueblos de Canarias, precisamente, haya respuesta para la incógnita que lleva revoloteando por aquí desde hace un mes: ¿qué será de una cultura atascada en el tiempo como los cines de verano?

Una de las entregas de esta sección de veranoLibre recibió respuesta de la asociación Tenique Cultural, que ha recorrido los municipios de Lanzarote este estío con su Cine Ambulante de Verano. Según cuenta su presidente, Javier Fuentes, en las últimas décadas las proyecciones al aire libre en la isla se habían limitado a las organizadas por el Cabildo o los ayuntamientos, pero sin que pudiera hablarse de un proyecto sistemático para dar continuidad a esta forma de consumo cinematográfico en común.

“En un tiempo en el que cada vez impera más el aislamiento y la atomización de la experiencia, cultural o no, a través de plataformas digitales o el consumo zombi del scroll en el móvil, hacer un proyecto de este tipo es fundamental”, señala el presidente de Tenique Cultural. “Son proyectos que reivindican los espacios públicos y la experiencia colectiva. Es algo clave”.

En el corazón de la asociación y todos sus proyectos, explica Fuentes, está el compromiso con entender la relación con las imágenes, qué buscan y qué generan. “Las películas, como decimos al inicio de cada sesión de cine, quieren algo de quienes las ven, proponen valores, visiones del mundo, defienden de manera explícita o no diferentes ideologías”, añade. “Tomar conciencia de eso a la hora de ver cualquier audiovisual es prioritario como proceso de emancipación”.

A nadie le importa la película que pongan en un cine de verano

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Aunque quizá no tan explícitamente, otras iniciativas de cine descubierto del archipiélago se hacen preguntas parecidas. Muchas, en concreto, sobre esa coordenada maldita de los cines de verano, donde se cruzan las imágenes y el futuro. Ha ocurrido este verano en la terraza del centro comercial Siam Mall, en Tenerife, con un día de la semana dedicado concretamente a la ciencia ficción. Y lo mismo pasó el verano anterior, en las proyecciones al aire libre del Festival Internacional de Música de Cine de Tenerife (FIMUCITÉ) consagradas a la estética inevitablemente política del ciberpunk.

Hablando de la tercera entrega de esta serie, la más triste con diferencia, una amiga me señaló que eso del fatalismo distópico es una cosa muy masculina y no demasiado útil. Y tal vez sea verdad: que unas salas a las que hace tiempo que les clausuraron el futuro no sean tan mal sitio para volver a imaginárselo.

Si estas plazas en conserva son realmente el fantasma de un mundo que podía ser libre, conjurarlo no es otra cosa que inaugurar de nuevo esa ruta. Puede que en una era de infinita replicabilidad digital, donde si se ha perdido algo ha sido precisamente la capacidad de perder —por citar a traición a Fisher una última vez y quizá darnos un descansito de su negrura—, la máquina del tiempo de los cines de verano funcione justo por haberse escacharrado. Despedirlos entonces significa saludar a lo nuevo que se cuela por sus tejados huecos: adiós, carnaval.

Un cine de verano es como una máquina del tiempo escacharrada. Esta vez seguramente la haya roto yo mismo, a fuerza de buscar pistas para el futuro en una cultura desacoplada de él. Después de cinco semanas porfiando en comprender este fenómeno marginal, una posible respuesta ha aparecido en Canarias, la periferia de la periferia para el imaginario cinematográfico español.

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