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Alejo Stivel: "Antes daba cien conciertos al año y los cien salía a quemar la noche. Hoy me lo tomo con muuucha calma"

No resulta fácil intentar calcular los kilómetros que lleva recorridos Alejo Stivel (Buenos Aires, 1959) gracias a la música. Es imposible, de hecho. Desde aquellos maravillosos y lejanos setenta en los que revolucionó el rock en español con Tequila –cuya despedida definitiva fue hace dos temporadas tras su última reunión con Ariel Rot–, hasta su gira interminable como solista a lo Bob Dylan que cada año tiene un buen puñado de conciertos. Prácticamente medio siglo, que se dice pronto, consagrado al escenario y lo que todavía le queda a este argentino de 64 años con cuerda para rato y un infinito amor por el oficio de trovador.

"Para hacer tantos kilómetros por carretera recomiendo llevarse un cojín para los lumbares", previene divertido a infoLibre, al tiempo que lanza otro consejo para aspirantes a cantantes: "El día antes de una actuación procuro hablar poco, y el mismo día hablar menos todavía, porque la voz se cansa mucho. De hecho, se cansa más hablando que cantando. El desgaste de hablar cuando vas en la furgoneta con los compañeros de la banda es lo que te agota y llegas con la voz cansada. Por eso, intento hablar lo menos posible".

A pesar de estas lógicas cautelas, el también productor musical –recordemos, para los despistados, sus éxitos en esta labor con Joaquín Sabina, M Clan o La Oreja de Van Gogh– asegura que le gusta hacer piña y viajar con los músicos hasta el siguiente concierto. "Parte de la mística del show es ir en la furgoneta con la banda y siempre que puedo voy", afirma, añadiendo que, en su opinión, el concierto "no son solo las dos horas que estés en el escenario, sino también parar a comer en la carretera, los camerinos... todo es parte del show y lo disfruto", destaca.

Eso sí, admite que él necesita dormir mucho para estar a punto, con lo cual en ocasiones se escaquea de la carretera. "Los madrugones me matan. A veces la furgoneta tiene que salir muy temprano para llegar a tiempo y prefiero quedarme durmiendo un rato más y luego coger un tren o un avión, o incluso mi coche. Voy alternando", confiesa, insistiendo en que si la hora de salida no es demasiado prematura en la mañana (incluso madrugada), prefiere ir con todo el grupo. "Tengo una banda que es gente de puta madre y me encanta compartir con ellos esos momentos", apostilla.

Y es que, según destaca, "lo mejor es el colegueo, la relación de complicidad que se establece con los músicos" durante tantas horas de camaradería. "Después te subes a un escenario, que es un lugar donde la intensidad de la vida se acelera y se extrema. Es un momento de expresión y de exposición al público porque el escenario tiene ciertos condimentos que te hermanan con la gente con la que lo compartes. Por eso nos damos un abrazo antes de salir y también después", destaca, al tiempo que establece un paralelismo deportivo para que nos hagamos una idea: "Me imagino que debe ser algo parecido al jugador de fútbol, porque son momentos de mucha intensidad".

Esos abrazos son el único ritual que tiene Alejo con el resto de la banda al enfrentarse al escenario, si bien explica que él atraviesa por cierta transformación, mecánica y a su manera involuntaria, que le cuesta explicar con palabras. Algo en sus "adentros" no muy concreto, que define como "una especie de proceso en el que estás antes de subir" a cantar porque ya sabes que vas a hacerlo "y tu coco funciona diferente generando unas endorfinas, una adrenalina que te coloca en otra posición mental y física". "Aunque no lo hagas conscientemente, tu cerebro está haciendo ese ritual por sí solo", remarca.

Aunque no haya grandes rituales colectivos, sí que hay uno individual que Alejo considera muy importante: "Estar unas horas antes en el hotel tirado descansando". Un reposo necesario para estar al cien por cien pues, según resalta, el gasto de energía que hace en cada concierto es "bastante alto". Esta costumbre hace que no sea el argentino de los que llegan con tiempo a la actuación, sino más bien todo lo contrario. "La verdad es que soy de los que llegan justito", reconoce jocoso, aclarando que esa es una constante en su vida: "Lo hago en los conciertos y en todo. Cuando tengo que tomar un avión para irme de vacaciones soy de los que llegan justo en el último momento. Calculo el tiempo no necesariamente con exactitud... soy de los que llega tarde, pero llego".

Para tenerlo todo bien organizado y que la gira discurra con normalidad, Alejo y su equipo funcionan con varios grupos de Whatsapp. Hay, concretamente, un "chat de temporada" que se llama Conciertos Alejo 2023, y después otros chats específicos para cada concierto en los que se precisa toda la hoja de ruta particular con citas, horarios, hoteles o la hora de la actuación. "El chat de Whatsapp se usa mucho para coordinar todos los detalles", explica el músico.

Antiguamente salía todas las noches de los conciertos. Podía hacer cien conciertos al año y los cien salía a quemar la noche hasta la mañana y volvía al hotel al amanecer. Ahora me lo tomo con 'muuucha' más calma

¿Y una vez terminada la actuación? ¿Qué hay del famoso lema sexo, drogas y rocanrol? "En viejas épocas, después de los conciertos siempre había salidas hasta el amanecer con todo tipo de alicientes, pero ahora me lo tomo más tranquilo y priorizo el concierto", confiesa entre risas. No pasan en balde los años, como es natural: "Antiguamente salía todas las noches de los conciertos. Podía hacer cien conciertos al año y los cien salía a quemar la noche hasta la mañana y volvía al hotel al amanecer. Ahora me lo tomo con muuucha más calma. Alguna vez doy una vuelta, salgo a tomar algo, dependiendo de la noche, de la ciudad, porque hay sitios donde uno tiene amigos, pero todo con más relax. También depende de cuantos conciertos lleves y cuantos te queden por delante. Todo varía".

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También varían las circunstancias en función de si el concierto es propio en una sala o forma parte de un festival o de alguna fiesta popular. Alejo Stivel disfruta de todos ellos adaptándose a cada situación, pues le gusta la "cercanía" de la sala y la "masificación" del lugar grande. "El festival tiene también puntos que molan mucho como la relación con otros artistas que están por ahí, aunque tampoco hay mucha, ya que tú llegas un rato antes, tocas y te vas. Pero siempre hay un ratito en el camerino que compartes y charlas, intercambias opiniones", relata, agregando que, por su parte, "las fiestas patronales tienen el gran atractivo de la cosa popular". "Cada una de las cosas tiene un atractivo", resalta.

Más definida tiene su preferencia por la época veraniega pues, según admite, es "muy sensible al frío" y lo sufre mucho en invierno. "Llego al hotel y la habitación está fría, en el camerino hace frío, en el escenario a veces también y eso, aunque parezca una tontería, va un poco en contra para mí del calor del concierto", explica. Al mismo tiempo, apunta que el aire acondicionado le hace "mucho daño" a la garganta, por lo que se queda "afónico" y se constipa "rápidamente", lo que provoca que tenga siempre a todo el mundo a su alrededor "muerto de calor": "El tema del aire acondicionado siempre es una disputa, porque mi instrumento es la garganta y es un instrumento muy delicado y muy sensible al aire acondicionado".

Sea como fuere, tan importante como llegar puntual a cantar donde toque es regresar entero a casa. El retorno al punto de partida es ese cable a tierra necesario para estabilizar en la medida de lo posible esta vida nómada que mide los años en kilómetros recorridos. Así lo siente el argentino cuando reconoce que "la vuelta a casa siempre es agradable, sea de un concierto o de cinco". Y termina: "Llegar a casa viene a ser como el descanso del guerrero. Luego llevas unos días en ella y también quieres salir a guerrear, así que está bien tener un balance de salidas y regresos".

No resulta fácil intentar calcular los kilómetros que lleva recorridos Alejo Stivel (Buenos Aires, 1959) gracias a la música. Es imposible, de hecho. Desde aquellos maravillosos y lejanos setenta en los que revolucionó el rock en español con Tequila –cuya despedida definitiva fue hace dos temporadas tras su última reunión con Ariel Rot–, hasta su gira interminable como solista a lo Bob Dylan que cada año tiene un buen puñado de conciertos. Prácticamente medio siglo, que se dice pronto, consagrado al escenario y lo que todavía le queda a este argentino de 64 años con cuerda para rato y un infinito amor por el oficio de trovador.

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