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Cuando Aroa Moreno Durán se encontró con Emma Bovary

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Clara Morales

Un verano en la casa familiar. Quizás a la hora de la siesta, con las persianas medio bajadas, el rumor de la televisión y el sonido rítmico del ventilador en marcha. Aroa Moreno Durán (Madrid, 1981) se acerca a la estantería buscando un libro que aún no haya pasado por sus manos. Y ahí está Madame Bovary, con el nombre de su autor, Gustave Flaubert, como advertencia: este no es un libro de los que se leen por placer, sino uno de los que se leen por deber y con reverencia. Pero la periodista y escritora lo eligió entonces —"con cierta pereza", confiesa— y lo elige de nuevo ahora, dentro de la sección en la que, a lo largo de julio y agosto, distintos autores recomiendan un clásico con el que pasar las tardes de calor.

"Lo leí casi de tirón y me dejó boquiabierta. No podía creer que no lo hubiera leído antes", recuerda la también columnista de infoLibre a través del correo electrónico, desde las ansiadas vacaciones. Siguió a Emma Rouault (su apellido de soltera) en su ilusión por la vida que le prometía el doctor Charles Bovary, en su decepción con la estrecha vida de ángel del hogar, en su búsqueda de la prometida felicidad en brazos de Rodolphe Boulanger o Leon Dupuis, en su caída. "Me marcó, sobre todo, su vigencia", cuenta la autora de La hija del comunista (Caballo de Troya), premio El Ojo Crítico de Narrativa de 2017 otorgado por Radio Nacional de España. Pero si la recomienda es también porque el título publicado entre 1856 y 1857 resulta "entretenidísimo como lectura de verano". 

 

Pero vayamos con esa "vigencia" de la que habla Moreno Durán. ¿Qué es lo que sigue haciendo de Madame Bovary un relato contemporáneo? La escritora se explaya: "Varios temas: el inconformismo, la frustración de los deseos personales, el cuestionamiento de la moral dominante y burguesa...". "Antes de casarse, ella había creído estar enamorada, pero como la felicidad resultante de este amor no había llegado, debía de haberse equivocado, pensaba. Y Emma trataba de saber lo que significaban justamente en la vida las palabras felicidad, pasión y embriaguez, que tan hermosas le habían parecido en los libros", escribe Flaubert al final del quinto capítulo. Y, más tarde, el que se coronaría como uno de los maestros del realismo hace discutir a Emma y a Rodolphe, durante la famosa escena de la feria agrícola, sobre esa felicidad evasiva: "¡El deber, el deber! Pues no, el deber es sentir lo que es grande, amar lo que es hermoso, y no el aceptar todas las convenciones de la sociedad, con las ignominias que nos impone", dice el donjuán, ocultando apenas sus intereses. 

Ni Emma ni Flaubert parecían ser los únicos asfixiados por la rigidez burguesa, ya que la novela, publicada primero como folletín en La Revue de Paris La Revue de Parisy luego en un solo volumen, tuvo un éxito instantáneo. Pero al escritor estuvo a punto de costarle caro lo que en su época se leyó como "una ofensa a la moral pública y a la religión". No es una opinión, sino uno de los cargos que se le imputaron tras la salida del libro, junto al de "ultraje a las buenas costumbres". El fiscal —Ernest Pinard, el mismo que cargaría luego contra Charles Baudelaire y Las flores del mal— alegaba que la novela resultaba "execrable desde el punto de vista moral", que todo el libro estaba manchado con un tono "lascivo" y que el retrato realista de Emma no condenaba sus acciones, sino que se limitaba a describirlas incluso con cierta complacencia. Flaubert salió indemne del proceso, pero quizás la lectura del fiscal fue más aguda que la de quienes le absolvieron. 

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Aroa Moreno retoma: "...y, aunque no fuera la intención de Flaubert probablemente, Emma se rebela contra el sistema opresor en el que vive, su casa, el hombre". La lectura tradicional del personaje ha sido la de una mujer crónicamente insatisfecha, incapaz de aceptar la realidad, intoxicada por la novela romántica. El bovarismo ha bautizado, incluso, una patología psicológica. Pero la crítica feminista ha reivindicado para sí a Emma Rouault, señalando que su ansia de libertad y su fantasía no viene de una percepción errónea de la realidad, sino de las estrecheces a las que el sistema patriarcal somete a la heroína. Sophie Barthes, directora que adaptó la novela al cine en 2014, decía al respecto: "Piensa en lo que estas mujeres hacían. Estaban atrapadas en una casa sin nada que hacer más que tener bebés y estar al servicio de sus maridos. Políticamente, la gente podría decir, ¿cuál es el problema? Son problemas de ricos. No lo creo. Son problemas existenciales". 

"Emma no se olvida", dice Moreno Durán, dudando entre si el personaje ha influido más en su escritura o en su vida. Otros clásicos, sin embargo, le quedan todavía lejos. Es el caso de La Odisea, el poema épico atribuido a Homero que ha hecho de Ítaca un hogar universal. "Llevamos años intentando reunirnos con un grupo de gente para leerlo en voz alta. Compramos todos la misma edición, pero no ponemos la fecha", se lamenta la escritora. En los días robados a Ulises, ha podido sumergirse en una literatura mucho más reciente, como Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor (Literatura Random House, 2017): "No me canso de decirlo: ahí hay algo nuevo".

 

Un verano en la casa familiar. Quizás a la hora de la siesta, con las persianas medio bajadas, el rumor de la televisión y el sonido rítmico del ventilador en marcha. Aroa Moreno Durán (Madrid, 1981) se acerca a la estantería buscando un libro que aún no haya pasado por sus manos. Y ahí está Madame Bovary, con el nombre de su autor, Gustave Flaubert, como advertencia: este no es un libro de los que se leen por placer, sino uno de los que se leen por deber y con reverencia. Pero la periodista y escritora lo eligió entonces —"con cierta pereza", confiesa— y lo elige de nuevo ahora, dentro de la sección en la que, a lo largo de julio y agosto, distintos autores recomiendan un clásico con el que pasar las tardes de calor.

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