Verano azul
Un baño en la costa del crimen
El veraneante sale del agua y recorre la decena de metros que le separan de su toalla, sintiendo la arena bajo sus pies. El sol cae directo sobre su coronilla y la visión de las gotas de agua salada sobre su propia piel le da una sed terrible. Se tumba dificultosamente, apenas cobijado por la sombrilla, y cierra los ojos, mientras siente en sus tímpanos el repiqueteo del esfuerzo y del calor. Instalado en esa placidez, piensa en dónde está, en esos kilómetros y kilómetros de playa, en el pueblo con todos sus edificios blancos perfectamente alineados, en el terreno sobre el que se levantan, en sus propietarios. En el constructor, en el concejal de Urbanismo, en ese apretón de manos tras la comida. ¿Cuántos apretones de manos están sucediendo ahora mismo, mientras el veraneante se seca sobe su toalla? ¿Cuántas satisfactorias comidas de negocios? ¿Cuántos planes para convertir un trozo más de costa en un rascacielos más, en un hotel más, en una urbanización más? ¿Cuántos chanchullos? El veraneante abre los ojos, inquieto.
De la misma manera que en las vacaciones nadie quiere pensar en el trabajo, preservando la paz de esa ficción momentánea, nadie quiere tampoco pensar en lo que se esconde bajo el suelo del chiringuito o del apartamento. Es fácil ignorarlo, incluso cuando los desmanes urbanísticos, la corrupción y las grandes inversiones han marcado gran parte de la actualidad de las últimas décadas. Pero algunos rincones del audiovisual español no han estado ni están dispuestos a olvidarlo. Aquí, un viaje a la costa, sí, pero no a los felices baños de los veraneantes, sino a sus bambalinas.
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La primera referencia, la más obvia, es sin duda Crematorio. No en vano la serie estrenada por Canal+ hace ya una década partía de la literatura de uno de los observadores más clarividentes de los crímenes costeros: Rafael Chirbes. En la novela Crematorio, publicada en 2007, el escritor recorría la vida de Rubén Bertomeu, constructor, un reflejo ficticio de los que durante el boom del ladrillo se hicieron de oro a costa de la tierra de todos. Y Chirbes sabía de lo que hablaba: lo veía de cerca en su costa, en Tabernes de la Valldigna, Valencia, un pueblo de playa sometido a las mismas amenazas que casi todos los pueblos de playa de España. En la ficción, esta amenaza es Costa Azul, el inmenso complejo que Bertomeu quiere construir, arrasando el litoral y todos los obstáculos que encuentre por el camino, de leyes a lazos familiares. En la serie, José Sancho encarnaba al constructor inmoral, mientras Alicia Borrachero interpretaba a su hija Silvia, y Aura Garrido a Miriam, la hija de esta, enredadas ambas en la herencia familiar, con la que tienen una relación ambivalente. Tanto la serie como la novela están interesadas en la ponzoña moral de la corrupción y el proceso de enriquecimiento capitalista: casi todos los personajes, más o menos inocentes, más o menos conocedores de las consecuencias de sus acciones, acaban chapoteando en el mismo lodo. En el mismo lodo en el que chapotea el lector o el espectador.
Y, como la ficción de Chirbes bebía de la realidad, habrá que recordar un asalto real a la costa. El de Jesús Gil, por ejemplo, tal y como se narra en el documental El pionero, de HBO. Estrenado en 2019, dirigido por Enric Bach y producido por Justin Webster, la serie de cuatro capítulos recorre la biografía de Jesús Gil desde sus comienzos como promotor inmobiliario —con el terrible precedente de Los Ángeles de San Rafael—, pasando por su entrada en la vida pública, primero con presidente del Atlético de Madrid, luego como fundador de GIL y alcalde de Marbella, para terminar con su caída y los distintos procesos judiciales contra él. El mecanismo utilizado por Bach y Webster es delicado, porque amoldan la mordiente del documental a los mismos vaivenes que sufrió la popularidad de Gil. Es decir, que comienzan pintándole como una especie de líder carismático, un visionario, o como un síntoma de la España del ladrillo, para ir poco a poco desgranando sus maniobras más que cuestionables y sus delitos, demostrados y posibles. Muchos consideraron, de hecho, que el documental —en el que aceptaron hablar los hijos del empresario— se quedó corto en acidez. Pero quizás las lecciones más valiosas de la serie documental no versen sobre el propio Jesús Gil, sino sobre los caminos que abrió. La combinación de construcción, fútbol y política, por ejemplo. O la constatación de la importancia que en comunicación tienen los discursos, tristemente, sobre los hechos.
Pero para mirar a los ojos a la costa criminal, esa que no sale en los folletos de las oficinas de turismo, no hay que mirar al pasado. La serie documental Se vende tiene una mirada bien pegada al futuro. En proceso de producción gracias a un crowdfunding, y dirigido por Daniel Natoli, el proyecto pretende señalar los puntos geográficos calientes del desarrollo inmobiliario sin control en la Costa del Sol, desde Maro y Nerja hasta el centro de Málaga o el puerto deportivo de Marbella. Solo está disponible por ahora su primer capítulo, El último vergel, que retrata la pugna entre vecinos y organizaciones ecologistas de un lado, y terratenientes y constructores de otro, para proteger uno de los pocos parajes todavía vírgenes de la zona, en Maro. Una costa amenazada, a punto de ser el escenario de un delito. Quizás muchos de los que allí se bañan despreocupadamente ni siquiera lo sepan.