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Un bazar turco (y no es el que usted está pensando)

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Eva Orúe | Sara Gutiérrez

Admitámoslo: tenemos una idea más bien tacaña de lo que es un mercado. Y la definición de la RAE no contribuye a ampliarla: "Sitio público destinado permanentemente, o en días señalados, para vender, comprar o permutar bienes o servicios".

No estoy muy segura de que la tal definición sirva para nuestros mercados, centrales o de barrios, tan focalizados en su tarea alimenticia, apenas amenizados por la irrupción, en los más modernos o alternativos, de puestos de plantas o de libros al peso. Pero desde luego, se queda corta cuando se trata de definir un mercado como el de Bursa, antaño primera capital del Imperio Otomano, hogaño la cuarta ciudad turca.

Situada en la región de Mármara, a cien kilómetros de Estambul, Bursa fue el primer relevo occidental de la ruta de la seda, de ahí que el que vamos a visitar siga llamándose Mercado de la Seda: Koza Han.

El original fue construido en 1451, pero tras el terremoto de 1855 hubo que levantarlo de nuevo, si bien la estructura básica (dos plantas cuadradas en torno a un gran patio interior) se mantiene desde el primer día. También persiste la costumbre de vender ropas de seda, aunque en este punto hay que hacer un alto para advertir al visitante que tenga cuidado, que no es seda todo lo que reluce, y que en Bursa tampoco dan duros a cuatro pesetas: el precio es una buena pista, el tacto es otra. En efecto, la ciudad fue famosa por su producción de seda pero hoy la seda es más bien un reclamo, una manera de recuperar algo de la gloria perdida.

Menos respetuoso con la tradición es el uso que se da al patio central, el corazón de las transacciones, que ahora sirve de zona de restauración buena para descansar. O para comer platos típicos como el iskender kebab (carne de cordero asada en espeto vertical, loncheada y cubierta de yogur y mantequilla) o las pideli köfte (albóndigas asadas), beber café o té, o fumar un narguile.

Tenemos que añadir que en este bazar de Bursa el Koza Han comparte espacio con el mercado de las antigüedades y con zonas más modernas, al modo de las galerías comerciales, y la mezcla constituye una especie de ciudad pequeña dentro de la ciudad grande, con su entramado de calles comerciales abarrotadas de mercancías y gentes, unas cubiertas, otras al aire libre, un lugar donde la gente va para comprar o pasear, para tomar algo o asistir a la oración de mediodía en la luminosa Gran Mezquita, tras refrescarse en la fuente que fluye en su interior.

Freddy Mercury (quizá) estuvo allí

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Lo cierto es que nadie sale del bazar sin lo que fue a buscar. Sean especias multicolores o panales melosos de apicultores; sean cadenas de oro de muchos quilates o kilos de fruta, judías y tomates, sean pañuelos, burkinis o gabardinas, que la moda no está reñida con la doctrina; sea un remiendo en un pantalón o un consejo espiritual para la ocasión; sea incluso un atisbo del futuro, leído en los posos del café por algún tipo oscuro.

Seguro que les han hablado maravillas del Gran Bazar de Estambul, y quienes lo han hecho no les han engañado: es más extenso y mejor surtido, más espectacular, tecnológicamente más avanzado. Los comerciantes llaman la atención del turista voceando su mercancía en cien idiomas, y cuando escuchan la conversación del visitante, sacan su artillería en esa lengua: "Más barato que en El Corte Inglés", "¡Força Barça!" o "Jorge Javier compró aquí". Hasta el más refractario a las compras se ve obligado a parar en seco y echar un vistazo.

Nada de eso ocurre en Bursa, donde los turistas no son lo esencial de la clientela. Aquí estás en la Turquía verdadera. Bienvenido.

Admitámoslo: tenemos una idea más bien tacaña de lo que es un mercado. Y la definición de la RAE no contribuye a ampliarla: "Sitio público destinado permanentemente, o en días señalados, para vender, comprar o permutar bienes o servicios".

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