Benjamín Prado: “La esperanza y la desconfianza riman porque no son incompatibles”

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Hernán Grecco Ferrari | Clara Morales

Esta entrevista con Benjamín Prado (Madrid, 1961) tiene truco. El escritor, colaborador también de este periódico, responde a ella en julio, cuando todavía anda con un pie en Madrid y otro en Rota (Cádiz), su paraíso particular. En agosto, como advierte en este cuestionario, se encuentra apagado o fuera de cobertura para casi todo, más interesado por saber si hace levante o poniente que por los avatares de la actualidad, que en circunstancias normales suele seguir con avidez. En vísperas del segundo verano coronavírico, el escritor se define como un “optimista miedoso” que aúna “esperanza” y “desconfianza”. Esperanzado por el avance de la campaña de vacunación y la recuperación económica, con miedo ante la imprudencia de algunos y la posibilidad de que esa recuperación dure poco. En equilibrio.

Si se le pregunta qué tiene en sus planes de escritura, Prado es celoso de su intimidad literaria. “Soy lo más supersticioso del mundo, y entre mis tres mil manías está la de no hablar jamás de lo que estoy haciendo”, confiesa. “Imagínate, si otro de mis rituales es que trabajo siempre encerrado bajo llave…”. Bajo llave está trabajando en la sexta entrega de las aventuras de Juan Urbano, el profesor-detective que afrontó su último caso en Todo lo carga el diablo (2020). Y, por lo ya explicado, no dice mucho más que lo que se atrevió a contar en una presentación de esa última novela: que la trama arrancará en Ceuta y que tendrá que ver con la ciudad y con su relación con Marruecos. Si todo va bien, dice, la cosa estará lista en otoño de 2022. Y hasta ahí puede leer.

Pregunta. Dígame un destino de verano al que soñara con ir durante confinamiento, para sobrellevarlo, y uno al que irá este año. ¿Coinciden?

Respuesta. Para mí todos los paraísos son el mismo: la playa de Rota, Cádiz, donde paso los veranos desde hace veinte años. Mi idea del tiempo es que el 1 de septiembre empieza una cuenta atrás que acaba el 30 de junio. Luego, julio voy y vengo y en agosto le digo que no a cualquier cosa que me propongan. Lo único que puedo hacer es una presentación allí mismo, en el Castillo de Luna. Este año, el día 13 haré allí la de Todo lo carga el diablo, que por cierto es una novela cuya acción transcurre en gran parte en Rota.

P. Ahora que se supone que encaramos (por fin) la salida de la pandemia... ¿tiene miedo de lo que viene? 

R. Soy un optimista miedoso, y no veo razones para cambiar, en estos momentos. La esperanza y la desconfianza riman porque no son incompatibles. Tal vez sí que haya aprendido, espero que como el resto de las personas, a recordar lo hermosa que es la vida, con todos sus problemas, y lo absurdo que es perderla en tonterías.

P. ¿Y cómo ve el futuro cercano? ¿Cree que nos esperan los brindis de los felices veinte o más bien las lágrimas de una larga crisis?

R. No se puede estar muerto y a la vez asustado, así que aquí tienen suerte los que van a tener problemas, a las víctimas de esta pesadilla les ha ido peor. Espero una recuperación veloz, aunque no estoy seguro de que vaya a ser duradera, y que la vacuna para todos le gane a la imprudencia de algunos, que son los que llenan las olas de veneno. Que te inyecten un microchip con cada dosis sólo lo creen los que creen en Drácula y el hombre-lobo, pero ¿no podrían añadirle una gotita de algo que combata la insensatez?

P. ¿Cómo le ha cambiado la pandemia? ¿Ha cambiado de alguna manera lo que considera importante en su día a día o vuelve a ser la de antes? ¿Es usted más solidario? ¿Es usted más solitario?

R. Más que cambiarnos, la pandemia nos ha reafirmado, porque hemos comprobado el valor de las cosas al no poderlas tener. La canción que hicimos con Vetusta Morla no se llamaba Los abrazos prohibidos por casualidad. Por desgracia, también ha servido para que los malvados afilen un poco más el cuchillo: ha quedado claro quiénes son, por ejemplo, a la vista de lo que han hecho en las residencias geriátricas o por la prisa que se han dado algunas y algunos en enterrar a los muertos y pelearse al borde de sus tumbas por el dinero que vendrá de la Unión Europea.

P. En el confinamiento parecía haber un consenso en el sector del libro: el ritmo de publicación era insostenible. Cuando abrieron las librerías, ese consenso desapareció. ¿Qué pasó? ¿Cree que la industria ha renunciado a aprender algo de la pandemia?

R. Espero que hayamos aprendido lo que conforta, acompaña y teletransporta un libro, su carácter a veces salvador. Durante los confinamientos subió bastante el índice de lectura y lo que hace falta es que no nos acordemos de la literatura como de Santa Bárbara: sólo cuando truena. La industria editorial es fuerte, recibe muy pocas ayudas y, aún así, lo es. En mi opinión debería apostar más por la calidad que por el éxito fácil, y no estar en manos de la actualidad, que es un monstruo que se devora a sí mismo.

P. El libro se ha recuperado mucho mejor que otros sectores de la cultura. ¿Lo ha notado usted en su cartera y en sus proyectos? ¿La recuperación está llegando a los autores o se está quedando en otros bolsillos?

R. No sé quien dijo que dedicarse a la literatura no le dejaba tiempo para escribir, pero es una buena frase. Los escritores en España tenemos que hacer muchas más cosas que nuestras novelas, poemas o ensayos para ganarnos la vida, pero hay que hacer de la necesidad virtud y disfrutar de todo lo que haces, porque en todo puede haber una enseñanza que, de un modo u otro, al final te sirva para lo que más te importa, sin duda, en el terreno profesional, que es tu obra. Por eso le estoy tan agradecido a cada una y cada uno de mis lectores, ellas y ellos son los que desentierran para mí el tesoro.

P. Imagínese en 2031: ¿cómo son las librerías, qué tipo de títulos hay en los catálogos de las editoriales, de qué viven los autores? ¿Ve una revolución o un día de la marmota?

R. Si sirve como indicio, la literatura es el único ámbito donde lo digital ha sido derrotado. La tecnología le dio una estocada mortal a la música, el cine o los medios de comunicación, pero los libros digitales siguen siendo una anécdota frente a los tradicionales, los de papel. No tengo nada contra ellos, un poema de Neruda sigue siendo igual de bueno leído en un teléfono, pero creo que queda claro que un libro se lee con todos los sentidos, no sólo con los ojos, también se huele, se toca, se oye... El libro es una extensión de quien lo lee, y viceversa, tiene con nosotros una relación orgánica. Eso no debería de olvidarse. Siempre habrá librerías y una parte de ellas no cambiará demasiado. Respecto a los catálogos, hay de todo, no soy catastrofista, puede que una parte de la producción se haya abaratado en busca de la firma conocida, pero digamos también, por ejemplo, que se están reeditando cosas muy interesantes, clásicos o no y tanto en sellos grandes como independientes; se sacan, de pronto más que nunca, títulos de autoras y autores más desconocidos y que son muy interesantes, o se recuperan otros que habían caído en el olvido.

P. A principios de 2021 estrenó, junto a la cantante Rebeca Jiménez, la obra Agitado y mezclado, que fusiona y entrelaza música y poesía. No es la primera vez que lo hace... ¿Qué supone para usted y qué le aporta al mundo de la cultura entrelazar diferentes disciplinas artísticas?Agitado y mezclado

P. Es bonito, lleva la poesía a lugares diferentes, llena teatros y grandes auditorios y, en consecuencia, multiplica su difusión y hay algo muy intenso en la manera en que los dos géneros se potencian uno al otro y crean una tercera cosa. La conexión con el público es increíble, tienes la sensación de estar compartiendo una descarga eléctrica. Y a la gente le gusta. No sé bien si tendré tiempo y la fuerza que hace falta para decir que sí a las peticiones que llegan de todas partes, tampoco me veo haciendo una gira, de aquí para allá. Algunas fechas sí están ya confirmadas en Úbeda, en Barcelona, en varios lugares de Madrid…

P. De los comportamientos que ha visto en la sociedad en los últimos meses, ¿de qué se enorgullece y de qué se avergüenza? ¿Qué cree que usted podría haber hecho de manera distinta?

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R. Me enorgullezco del comportamiento de la gran mayoría de las y los españoles y hay una minoría que me produce vergüenza ajena. Y repito, lo más terrible ha sido lo que se ha hecho en las residencias geriátricas. En Madrid, se condenó a muerte a sus pacientes, al prohibir que se los llevara al hospital.

P. Si pudiera enviarle un mensaje desde el futuro a su yo de marzo de 2020, ¿qué le diría?

R. Lo que me dijo a mí un médico muy conocido, en una televisión, al comienzo de la pandemia: "Actúa siempre como si estuvieras convencido de que la persona que tienes a lado está contagiada y tiene una carga viral mortífera". Se puede ser prudente sin ser miedoso, yo lo he sido todo lo que he podido y he estado muy pendiente de que mi familia y mis amigos, la gente más cercana a mí, lo fuera también.

Esta entrevista con Benjamín Prado (Madrid, 1961) tiene truco. El escritor, colaborador también de este periódico, responde a ella en julio, cuando todavía anda con un pie en Madrid y otro en Rota (Cádiz), su paraíso particular. En agosto, como advierte en este cuestionario, se encuentra apagado o fuera de cobertura para casi todo, más interesado por saber si hace levante o poniente que por los avatares de la actualidad, que en circunstancias normales suele seguir con avidez. En vísperas del segundo verano coronavírico, el escritor se define como un “optimista miedoso” que aúna “esperanza” y “desconfianza”. Esperanzado por el avance de la campaña de vacunación y la recuperación económica, con miedo ante la imprudencia de algunos y la posibilidad de que esa recuperación dure poco. En equilibrio.

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