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Benjamín Prado, tras los pasos de Juan Marsé y Carmen Laforet

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Ana Segura | Clara Morales

Benjamín Prado (Madrid, 1961) no puede escoger solo uno. Cuando se le pregunta, como hace infoLibre en esta serie dentro de la revista Verano Libre, qué libro ajeno le gustaría haber escrito, menciona dos: Nada, de Carmen LaforetNada, y Últimas tardes con Teresa, de Juan MarséÚltimas tardes con Teresa. "Sin esas dos novelas, yo sería otro, y mis libros también", dice el escritor y colaborador de este periódico. Y no es casualidad que la primera novela de Laforet, publicada en 1944, vaya de la mano de la de Marsé, publicada en 1966. "Son obras que consiguieron retratar unos personajes", explica, "pero también una época; en el fondo, las dos tienen una heroína o héroe romántico, y ambos son inolvidables". Y se trata también del manejo de la forma: "La de Laforet parece escrita con agua en vez de tinta; la de Marsé es una clase de poesía". En su imaginario, ambas comparten el mismo adjetivo: "magistral". 

 

No fueron libros fundacionales como lector, de esos que abren la puerta hacia ese otro mundo de la literatura, hasta entonces oculto. Esa parte, cuenta, "se las llevan las [historias] de piratas y venturas, Salgari, Julio Verne, Robert Louis Stevenson, Conrad, Dumas...". Estas dos novelas llegaron algo más tarde, cuando Prado dejó de leer "porque sí" y comenzó a leer "para escribir". Para escribir poemarios, como Cobijo contra la tormenta, Todos nosotros o Ya no es tarde, libros de relatos como Jamás saldré vivo de este mundo y novelas como Alguien se acerca, Operación Gladio o Los treinta apellidos

De hecho, se puede rastrear a estos autores de manera más o menos explícita en su literatura. Señala Benjamín Prado que en Mala gente que camina, publicado en 2006, la trama arranca con un viaje de Juan Urbano, su profesor-detective, a un congreso de la South Atlantic Modern Language Association (SAMLA), para impartir una conferencia justamente sobre Carmen Laforet. Salto mortal de metaficción, porque el creador de Urbano —es decir, Prado— firmó una biografía de la escritora junto a Teresa Rosenvinge, un libro que se publicó en 2004, pocos meses después de la muerte de la autora. Pero el guiño va un poco más allá, ya que Urbano se encuentra, en ese libro, con una escritora llamada Dolores Serma, una figura clave en la trama, porque ella desvela, en una novela ficticia, la red de robo de niños que supone el núcleo de Mala gente que camina. Prado da la clave: "Serma es Marsé con las letras desordenadas". 

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La relación entre estos dos autores ha ido más allá de la ficción. "Ser amigo de Juan", relata, "a quien después de ese he admirado en todos sus libros, ir a comer con él a su casa de Barcelona o hacerle una visita en la playa son algunas de las cosas preciosas que me ha dado la vida". Prado ha conseguido incluso firmar con Marsé, como esos músicos que persiguen durante años a sus ídolos para grabar una colaboración con ellos. En su libro de relatos Jamás saldré vivo de este mundo, de 2003, reunía a "artistas invitados" —la comparación con el mundo del rock, como se ve, es suya—, y uno de ellos era Juan Marsé. El autor de Últimas tardes con Teresa le brindó dos cuentos inéditos sin acabar, y él los remató. No es exactamente como haber firmado Últimas tardes con Teresa, pero no está nada mal. 

 

Benjamín Prado (Madrid, 1961) no puede escoger solo uno. Cuando se le pregunta, como hace infoLibre en esta serie dentro de la revista Verano Libre, qué libro ajeno le gustaría haber escrito, menciona dos: Nada, de Carmen LaforetNada, y Últimas tardes con Teresa, de Juan MarséÚltimas tardes con Teresa. "Sin esas dos novelas, yo sería otro, y mis libros también", dice el escritor y colaborador de este periódico. Y no es casualidad que la primera novela de Laforet, publicada en 1944, vaya de la mano de la de Marsé, publicada en 1966. "Son obras que consiguieron retratar unos personajes", explica, "pero también una época; en el fondo, las dos tienen una heroína o héroe romántico, y ambos son inolvidables". Y se trata también del manejo de la forma: "La de Laforet parece escrita con agua en vez de tinta; la de Marsé es una clase de poesía". En su imaginario, ambas comparten el mismo adjetivo: "magistral". 

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