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Cien años de la muerte de la 'inevitable' Emilia Pardo Bazán, la escritora que rompió el techo de cristal en el siglo XIX

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La Biblia, la Ilíada y el Quijote fueron algunas de sus lecturas favoritas durante su juventud. Emilia Pardo Bazán (1851-1921) tuvo la suerte de nacer en el seno de una una familia noble y pudiente que le permitió y animó a instruirse, leer y viajar en pleno siglo XIX. Este año es el primer centenario de la muerte de la escritora gallega que dejó más de 600 obras para la posteridad y que fue quien introdujo el naturalismo en España. Durante sus infancia y preadolescencia Pardo Bazán leyó toda la biblioteca de su padre, una de las personas que más la apoyó para que se formase. Gracias a su interés por la literatura, la única hija de José María Pardo Bazán y Amalia María de la Rúa-Figueroa y Somoz comenzó a escribir a la temprana edad de 8 años.

Como muchas otras mujeres, su figura ha sido en ocasiones poco reconocida pese a la gran importancia que tuvo ya en vida, llegando a ser considerada como "inevitable" por los escritores de su época, debido a su ubicuidad, desde los artículos de prensa a los anuncios publicitarios. La autora de Los pazos de Ulloa pretendía hacer "exactamente lo mismo que hacían sus contemporáneos", según explica la catedrática de Literatura Marina Mayoral. Por eso asistía y organizaba muchas tertulias, ingresaba en asociaciones de escritores o trataba de entrar en instituciones literarias, es decir, hacía lo propio de un escritor de la época, pero "las cosas que eran normales para los hombres, cuando las pretendía una mujer, sorprendían".

La joven Pardo Bazán decidió no seguir las modas de la época que dictaminaban que las mujeres solamente estudiasen música y economía doméstica, y se instruyó también en otro tipo de materias, como humanidades e idiomas, llegando a hablar perfectamente inglés, francés y alemán. Al vivir durante la segunda mitad del siglo XIX no pudo asistir a la universidad por ser mujer, sin embargo, se mantuvo informada sobre la actualidad y siguió formándose gracias a su padre y los amigos de este.

A los 16 años contrajo matrimonio con José Quiroga y Pérez Deza, un estudiante de Derecho de familia hidalga. El enlace se celebró en el Pazo de Meirás propiedad, en aquel entonces, de la familia de la escritora. Este lugar ha sido recuperado recientemente por el Estado, tras años bajo la tutela de la familia del dictador Francisco Franco.

El matrimonio viajó por toda España y por diferentes países europeos, viajes que quedaron registrados en las crónicas que publicó Pardo Bazán en el diario El Imparcial. Tras ocho años de matrimonio tuvieron a su primer hijo, Jaime, que da nombre a su primer poemario; luego tendrían dos más, Blanca y Carmen. La pareja formada por Pardo Bazán y Quiroga estuvo casada durante 18 años, pero conforme la fama y el prestigio de Pardo Bazán aumentaban, y tras la publicación de dos de sus grandes obras, La Tribuna y La cuestión palpitante, la pareja se separó.

Una literatura más allá de la moral

Gracias a todos los viajes que realizó, Pardo Bazán se acercó a las corrientes literarias europeas, ya que solía leer a los autores más importantes del país que visitaba. En uno de estos viajes se aproximó a la obra del novelista francés Émile Zola, padre y mayor representante del naturalismo. No es casualidad entonces que fuese la autora de la primera novela naturalista en España, La Tribuna, una de sus obras más conocidas. En ella la autora introdujo por primera vez, antes de que lo hiciesen Galdós o Blasco Ibáñez, a la mujer proletaria, encarnada en el personaje de Amparo la cigarrera.

Pardo Bazán tuvo que superar muchas barreras por el mero hecho de ser mujer. Esto lo hizo teniendo en mente algo que su padre le inculcó: "Si te dicen alguna vez que hay cosas que pueden hacer los hombres y las mujeres no, di que es mentira, porque no puede haber dos morales para dos sexos". Con este aprendizaje grabado a fuego, Emilia Pardo Bazán fue la primera mujer en hacerse socia del Ateneo de Madrid y también la primera en dirigir la sección de literatura del mismo. Tuvo que enfrentarse a críticas por su obra La cuestión palpitante, compuesta por una recopilación de artículos en los que Pardo Bazán hablaba sobre el realismo, el naturalismo y las ideas de Émile Zola. Estas críticas fueron debidas a que lo que la autora escribía era, según los literaros de la época, "poco apropiado" para una mujer, y más siendo esposa y madre. Fue tras la publicación y polémica de esta obra cuando se separó de Quiroga.

Su mayor desafío, el que nunca logró, fue entrar en la RAE. Lo intentó hasta tres veces, pero muchos de los literatos de su época, algunos que incluso la habían considerado amiga, comenzaron a discriminarla por ser mujer. Consta que Juan Valera llegó a decir que "sus posaderas no cabrían en los sillones". Hubo, por parte de varios intelectuales y de la prensa, numerosas muestras de apoyo para que Pardo Bazán ocupase la posición que de ser hombre nadie se habría atrevido a negarle. Ramón y Cajal, Premio Nobel, llegó a decir lo siguiente: “Si hubiese hecho ya mi discurso de entrada, y por consiguiente tuviera voto, se lo daría con toda mi alma a Doña Emilia". En mayo de este año, el actual director de la institución, Santiago Muñoz Machado, reconoció durante un homenaje a la autora que esta "mereció de sobra" sentarse en uno de los sillones.

Feminista, católica y carlista

La ideología de Pardo Bazán pasó por diferentes etapas, pero lo que nunca dejó de ser fue una católica convencida. Durante su juventud la escritora se declaraba carlista y, según el testimonio de Isaac Pavlovski, amigo de la escritora, llegó a escaparse a Inglaterra para conseguir 30.000 fusiles para Don Carlos, pretendiente al trono español bajo el nombre de Carlos VII. A lo largo de su vida fue dejando atrás ese activismo pero nunca llegó a alejarse de la monarquía, tanto es así que Alfonso XIII le concedió el título de condesa de Pardo Bazán.

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Su vertiente conservadora no chocaba con su empeño por conseguir derechos para las mujeres. Pardo Bazán no dejó de romper el techo de cristal a lo largo de toda su vida, ni de luchar y señalar la necesidad de que las mujeres pudiesen ser instruidas de igual manera que los hombres.

Además de ser la primera mujer en conseguir ser socia del Ateneo de Madrid, también fue la primera corresponsal española en el extranjero, cubriendo acontecimientos en varios países europeos, sobre todo en Francia. Fundó su propia revista, Nuevo Teatro Crítico, donde gran parte del contenido iba dedicado a la concienciación sobre la igualdad entre hombres y mujeres. La gallega fue también la creadora de la Biblioteca de la Mujer, una colección de libros que tenía como objetivo difundir ideas progresistas entre el público femenino y conseguir que sus contemporáneas accediesen a una educación similar a la que tenían los hombres de su generación. Emilia Pardo Bazán no fue solo escritora y periodista, también fue traductora y maestra. Dio clase en la universidad, llegándose a matricular más de 800 alumnos, el triple que en las de Ramón y Cajal.

100 años después de su muerte la figura de Pardo Bazán sigue aumentando su fama. Especialmente desde que, según explica José Manuel González Herrán, especialista en la obra de la autora, hace unos diez o quince años se descubriesen Estados Unidos los más de 600 cuentos de la escritora y se desarrollarsen sus notas feministas se ha producido "un redescubrimiento" de la escritora gallega.

La Biblia, la Ilíada y el Quijote fueron algunas de sus lecturas favoritas durante su juventud. Emilia Pardo Bazán (1851-1921) tuvo la suerte de nacer en el seno de una una familia noble y pudiente que le permitió y animó a instruirse, leer y viajar en pleno siglo XIX. Este año es el primer centenario de la muerte de la escritora gallega que dejó más de 600 obras para la posteridad y que fue quien introdujo el naturalismo en España. Durante sus infancia y preadolescencia Pardo Bazán leyó toda la biblioteca de su padre, una de las personas que más la apoyó para que se formase. Gracias a su interés por la literatura, la única hija de José María Pardo Bazán y Amalia María de la Rúa-Figueroa y Somoz comenzó a escribir a la temprana edad de 8 años.

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