Una vez que se pisa Ciudad de México ya es imposible olvidarla. Es la urbe de los contrastes. Desde el avión se percibe inabarcable, y se siente que en ella se esconden infinitas historias. A vista de pájaro se nota que es una ciudad con un corazón que late violentamente. En una película de los años cincuenta que conviene reivindicar, Amor en cuatro tiempos (1955) de Luis Spota, el narrador que vaga por sus calles, un vendedor de globos, la describe no solo con acierto, sino que da la clave de cómo se ha visto en la pantalla de cine. Explica que es agresiva y cordial, suave y áspera, opulenta y monumental, oscura y pobre... Las desigualdades la definen y así ha pasado con su representación en las películas. Nos encontramos con una Ciudad de México con múltiples rostros. Y en todos está presente su atmósfera, su ambiente y su alma, tan peculiares. En unos se vislumbra la parte oscura, en otros la luminosa y en otros más se funden ambas visiones. Todos atrapan, sin embargo, un espíritu de la metrópoli que existe y revolotea, que cambia continuamente de naturaleza y humor, y que hace que el recorrido de sus calles deje siempre huella.
La capital puede ser filmada desde la memoria y el recuerdo, y de esta manera la construye Alfonso Cuarón en Roma (2018). Nos trasladamos a su infancia, a unos convulsos años setenta en Ciudad de México, directos al corazón de una familia de clase media en la colonia Roma. El cineasta elige una mirada muy determinada: la de la sirvienta indígena de la familia, Cleo. Por otra parte, teje sus recuerdos en blanco y negro: un terremoto que hace que todo tiemble, una violencia siempre al acecho (en la película se refleja la masacre de Corpus Christi o Halconazo del 10 de junio de 1971, donde un grupo paramilitar reprimió de manera brutal una manifestación estudiantil) o la vida cotidiana en una vivienda de clase media. También muestra otra forma de mirar y vivir Ciudad de México, en lo alto, en sus azoteas...
Alejandra Márquez Abella estrena Las niñas bienLas niñas bien el mismo año, y nos enseña una urbe poco reflejada en el cine mexicano: la de la clase pudiente. La de aquellos que habitan Las Lomas, Polanco o Pedregal, las zonas más exclusivas de la ciudad. Pero trata un momento histórico concreto: la crisis financiera de los ochenta que golpeó a muchas familias de la clase alta mexicana. Sofía, la protagonista, intentará mantener su estatus social, aunque todo a su alrededor se derrumbe. Con la crisis económica, viene la crisis matrimonial y la de su propia identidad. No obstante, la directora emplea un tono de humor negro que hace que nos acerquemos al distorsionado mundo de Sofía. Ella continúa con sus sueños con Julio Iglesias como protagonista, asiste a fiestas sociales, al club deportivo, a restaurantes de lujo o va de compras a las tiendas más exclusivas. Las niñas bien presenta una Ciudad de México de lujo, pero que está aquejada de podredumbre espiritual y superficialidad. Con hipócrita sutilidad los residentes de estos barrios marginan a la protagonista.. Como le dice al personaje principal una nueva rica que anteriormente se veía rechazada por el mismo círculo de amistades: "Todas queremos vivir como princesas". Y se lo suelta en el momento en que Sofía se hunde y ella está en alza. Pero Sofía se niega a quitarse la corona, y como es una "pinche soberbia" luchará con uñas y dientes para mantenerse a flote.
Alonso Ruizpalacios ofrece en Güeros Güeros(2014) una original radiografía en blanco y negro de la capital a través de una road movie nocturna que recorre sus calles. Los protagonistas son dos universitarios inmersos en la apatía que ha suscitado en sus vidas la huelga (1999-2000) en la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México); sin embargo, la visita del hermano pequeño de uno de ellos les saca del ensimismamiento. Después de diversas adversidades, deciden que este último cumpla un sueño: conocer al roquero Epigmenio Cruz, algo que le une al recuerdo de su padre fallecido, pues precisamente era este quien le contaba que una vez Epigmenio hizo llorar a Bob Dylan con su música. De la unidad habitacional de Copilco donde viven, los protagonistas recorrerán Pueblo de Santa Fe, Tepito, las instalaciones de la UNAM, el Centro Histórico, Chapultepec... El director cuenta que para inspirarse consultó un libro concreto, Citámbulos, guía de asombro, escrito por un colectivo que propone un itinerario distinto por la ciudad, paseándola y disfrutándola. Pues esto era lo más parecido que deseaba realizar Ruizpalacios, una carta de amor a Ciudad de México con su cámara. En unas declaraciones sobre la película explica que "es una ciudad muy compleja, llena de contrastes; es como un país en sí mismo". Y realmente consigue escribir/filmar esa carta de amor y dar, además, un aire de verdad a una máxima de Salvador Allende: "Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción", pero desde una inteligente autocrítica a la juventud y con un revelador sentido del humor.
En Amores perros (2000) de Alejandro González Iñárritu , uno de los personajes protagonistas, un guerrillero desencantado que vive como indigente y como asesino mercenario, le confiesa a su hija lo que pretendía cuando dio el paso a la lucha armada: "Componer el mundo para después compartirlo contigo". Y de alguna manera eso es lo que hacen muchos cineastas, componer Ciudad de México y su mirada concreta sobre ella, para después compartirla con los espectadores. Iñárritu y el guionista Guillermo Arriaga proponen que un terrible accidente de tráfico una tres visiones de la ciudad que no suelen mezclarse nunca. El accidente tiene lugar entre Juan Escutia y Atlixco, en la colonia Condesa, y esa esquina se ha vuelto mítica por la película. Ahí cruzan sus caminos tres personajes en una tragedia que les rompe de muchas maneras, tanto por dentro como físicamente. Los tres viven en espacios de la urbe que no suelen comunicarse nunca, pero sus historias convergen por el choque. Octavio, el joven encerrado en un barrio sin salida y hundido en la violencia. Valeria, la modelo española, que ve cómo su vida de niña bien en un apartamento de lujo se cae en pedazos, y que cosas como el amor, el éxito y la belleza son frágiles y efímeras. Y el indigente el Chivo, que vive en las cloacas y arregla los trapos sucios de aquellos que quieren mostrar una vida impoluta, mientras recorre invisible las calles de la metrópoli.
Durante los años del Nuevo cine mexicano, en la década de los noventa, se estrenan una serie de comedias que reflejan una ciudad amable con personajes de clase media alta, igual que las comedias americanas dibujan Nueva York, y que beben, además, de las comedias clásicas. El mismo Cuarón muestra en Solo con tu parejaSolo con tu pareja (1991) una Ciudad de México que alberga una divertida comedia de enredo, y convierte la Torre Latinoamericana en el lugar de una cita de amor y muerte, sin nada que envidiar al Empire State Building de Tú y yo. O en Cilantro y perejil (1995) de Rafael MonteroCilantro y perejil se habla de la crisis de un matrimonio en una urbe que vuelve a reunirlos. Su original narración a través de una cámara de vídeo, en tiempos todavía analógicos, tiene como nexo de unión las declaraciones de un psicólogo. Este dice que "el cuerpo es el territorio del amor" y, sin duda, una Ciudad de México de lugares amables es el escenario ideal para la transformación y el encuentro de los protagonistas.
De los noventa también es El callejón de los milagros (1994) de Jorge FonsEl callejón de los milagros , un director que traslada el universo de la novela del egipcio Naguib Mahfuz al Centro Histórico de Ciudad de México, para captar el alma de las calles que rodean el Zócalo. Cuenta la historia de tres habitantes del callejón, describiendo un ambiente de cantinas, bazares, peluquerías, soportales, baños de vapor y azoteas. Un mundo de contrastes donde Rutilio, Alma y Susanita comparten miserias, sueños y momentos de felicidad.
En los ochenta hay una película de especial interés, Perro callejero (1980) de Gilberto GazcónPerro callejero, que, con la disculpa de presentarse como un estudio sociológico, plasma el universo marginal de la capital. Una parte está rodada en La Merced, un conocido barrio también del centro, y sitúa la acción principal en 1968, justo cuando ocurrió la masacre estudiantil de Tlatelolco en la Plaza de las Tres Culturas y cuando se celebraron los Juegos Olímpicos. Cuenta las andanzas de un niño de la calle, Perro, que lucha por la supervivencia, y solo recibe la ayuda del padre Maromas; sin embargo, esto no impide que siga delinquiendo. De nuevo los bajos fondos de Ciudad de México en una película con aires similares al cine quinqui español.
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Las huellas de una ciudad de contrastes se hallan también en el cine de oro mexicano. La identidad indígena y su historia mítica encuentran su esencia en uno de los lugares más hermosos de una metrópoli inabarcable: Xochimilco. María Candelaria (1944) de Emilio Fernández transcurre en sus canales. Las barcas, el cultivo de flores y el método de agricultura de la chinampa... todo envuelve la triste y trágica historia de María Candelaria y su amado Lorenzo Rafael. Y, de nuevo, las contraposiciones están servidas en una película ya nombrada, Amor en cuatro tiempos, donde un vendedor de globos alterna las zonas más marginales con los barrios de las clases mediasaltas, y nacen así cuatro potentes historias. O también podemos volver a descender de nuevo a la miseria de los niños de la calle bajo la mirada cruda y sin concesiones de Luis Buñuel en Los olvidadosLos olvidados (1950). Jaibo y Pedro, los protagonistas trágicos de la película, rondan por La Romita, un barrio de la colonia Roma. Estos niños de la calle se unen así a los otros niños de clase media, los que habitan los recuerdos de Alfonso Cuarón en Roma, cerrando así este universo de contrastes que el espectador vivirá si se adentra por las calles de una Ciudad de México de cine.
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Nota de la autora: Doy las gracias a mis amigos mexicanos Mónica Sánchez, Enrique Vázquez, Sinsuni Velasco y Alfonso Colorado, pues con sus recomendaciones cinéfilas han enriquecido mucho más este artículo sobre Ciudad de México y el cine.
Una vez que se pisa Ciudad de México ya es imposible olvidarla. Es la urbe de los contrastes. Desde el avión se percibe inabarcable, y se siente que en ella se esconden infinitas historias. A vista de pájaro se nota que es una ciudad con un corazón que late violentamente. En una película de los años cincuenta que conviene reivindicar, Amor en cuatro tiempos (1955) de Luis Spota, el narrador que vaga por sus calles, un vendedor de globos, la describe no solo con acierto, sino que da la clave de cómo se ha visto en la pantalla de cine. Explica que es agresiva y cordial, suave y áspera, opulenta y monumental, oscura y pobre... Las desigualdades la definen y así ha pasado con su representación en las películas. Nos encontramos con una Ciudad de México con múltiples rostros. Y en todos está presente su atmósfera, su ambiente y su alma, tan peculiares. En unos se vislumbra la parte oscura, en otros la luminosa y en otros más se funden ambas visiones. Todos atrapan, sin embargo, un espíritu de la metrópoli que existe y revolotea, que cambia continuamente de naturaleza y humor, y que hace que el recorrido de sus calles deje siempre huella.