Clara Castro Ríos (Granada, 1962) lleva toda su vida en el mundo del managementmanagement, producciones y desarrollo de eventos culturales, en particular de música y danza. Su andadura comenzó en 1983 en la gira El rock de una noche de verano, de Miguel Ríos, que recorrió España de punta a punta: “Después de esa gira no he vuelto a ver algo igual. Casi 40 conciertos con todas las entradas agotadas. En aquel momento aprendí la dignidad que merece esta profesión, pero desde entonces no ha hecho más que decaer”, dice Clara, que también es directora de Ashara Cultura y mánager del bailaor Eduardo Guerrero.
En los años noventa y en los dosmiles formó parte de la organización de conciertos tan multitudinarios como los de Bruce Springsteen, Sting, Pavarotti o el concierto de Rolling Stones en el Vicente Calderón y afirma que su ingreso en el mundo del flamenco fue bastante casual: “Me llamaron de la compañía de María Pagés para hacer una producción en Alemania. Siempre me ha gustado mucho viajar, con el rock había viajado muchísimo por España y Latinoamérica. Esto me abrió una nueva puerta al resto de Europa y otras partes del mundo a donde el rock and roll no llega”.
Desde aquel momento hasta ahora ha pasado por los teatros más importantes del mundo de la mano de la danza flamenca: El Bolshoi de Moscú, el Bunkamura de Tokio y un etcétera que no tiene fin. Y ahora, después de un año y medio difícil para todo el sector, ha comenzado a desarrollar un nuevo proyecto personal, Flamencook: “Tiene que ver con una serie de productos que representan dos partes esenciales de nuestra cultura: flamenco y gastronomía. Fuera de España el flamenco se ve con muchísimo respeto. Pero dentro de nuestras fronteras se ve como algo más festivo, no se valora todo lo que representa su arte y es algo que tendría que cambiar”, sentencia Clara.
PREGUNTA. Dígame un destino de verano al que soñara con ir durante el confinamiento, para sobrellevarlo, y uno al que irá este año. ¿Coinciden?
RESPUESTA. Lo que más me apetecía era ir a Madrid y a Granada. A Granada por la familia, y a Madrid porque estoy acostumbrada a vivir a medias entre Sevilla y Madrid.
Y ahora tengo un par de viajes que me hacen muchísima ilusión, primero a Sintra (Portugal) y luego a Dubai, ambos por trabajo.
P. Ahora que se supone que encaramos (por fin) la salida de la pandemia... ¿tiene miedo de lo que viene?
R. No creo que vaya a ser una salida como tal, la pandemia nos va a dejar tocados y ha cambiado nuestra manera de relacionarnos. Vamos a tardar en relajarnos en lo que implican las grandes reuniones y esto nos ha mostrado que hay posibilidades de nuevos virus. Hay que hacer grandes inversiones en ciencia y sanidad para ver un futuro relativamente tranquilo.
P. ¿Cómo le ha cambiado la pandemia? ¿Ha cambiado de alguna manera lo que considera importante en su día a día o vuelve a ser la de antes?
R. No me ha cambiado demasiado en el plano personal, pero sí ha cambiado lo que considero importante. Ahora quiero dedicar algo menos de tiempo al trabajo y más a mi familia y a mis amigos. Y sobre todo cuidarme y vivir un poco más. Porque en este trabajo, el management y la organización de eventos, te descuidas mucho.
P. Entre 2008 y 2013, las artes escénicas perdieron 7 millones de espectadores. De ellos, 5 millones nunca se recuperaron, y a ellos se suman quienes no han regresado desde marzo de 2020. ¿Cómo hacer que vuelvan?
R. No han regresado porque esto no ha terminado y tenemos que ser pacientes con la gente. Muchas personas han perdido poder adquisitivo y la cultura no es una prioridad para la mayoría, hay unas necesidades básicas que van delante y mucha gente no puede cubrirlas. Tenemos que seguir ahí, manteniendo los espectáculos, haciendo propuestas pese a las dificultades de la pandemia. Y aquí es importante la labor de las Administraciones Públicas de fomentar y apoyar los espectáculos.
Y también tenemos que seguir ofreciendo seguridad. Yo me siento más segura en el teatro que en el AVE o en un avión y la gente tiene que sentirlo.
P. Cuando los teatros privados advirtieron de que no podían funcionar con los aforos covid, muchos miraron a los públicos. ¿Cree que estos han estado a la altura?
R. Si comparamos los espectáculos en España durante la pandemia con los de otros países ricos en cultura como Francia o EEUU hemos mantenido un volumen muy alto de eventos culturales, en gran parte gracias a la implicación de algunas Administraciones Públicas.
El problema es más a nivel administrativo, los mánager pasamos más tiempo en lo burocrático que en lo artístico. El sector del management está compuesto en su mayoría por pequeñas pymes y pasamos la mayor parte del tiempo rellenando formularios para que el funcionario de turno se quede tranquilo y respaldado por una montaña de papeles que le eximan de cualquier responsabilidad.
P. ¿Y cómo se podría facilitar ese trabajo?
R. Lo primero es que la gente que trabaja en Administración esté más preparada, porque se relacionan con un sector en el que la incertidumbre es el pan de cada día. Me he encontrado en muchísimos espacios en los que la gente estaba menos preparada a nivel tecnológico que yo, y eso que soy autodidacta en ese aspecto. La tecnología está dificultando las relaciones laborales de los mánager en vez de facilitarla.
Y también necesitamos una normativa general para todo el sector, porque ahora mismo cada Comunidad Autónoma requiere unos papeles y certificados diferentes. Y en algunas son tan extensos que podrían pedirte hasta la talla de zapato del artista.
Como anécdota, para hacer un espectáculo en la Comunidad de Madrid me pedían un documento que acreditara que no tengo ninguna deuda con la propia comunidad. ¿No podrían acceder ellos a esa información? Y por si no fuera poco, tuve que pagar la emisión de dicho documento. Es el mundo del absurdo.
P. Con la llegada del covid, muchos trabajadores de la música y de la danza se quedaron sin empleo y sin paro. ¿Cómo lo vivió usted? ¿Y qué cree que tiene que cambiar para que todos los trabajadores implicados en los espectáculos estén más protegidos?
R. Gracias a la última gira de El gusto es nuestro he podido aguantar esta pandemia. Pero ha sido difícil, porque he tenido una media de una actuación mensual en lo que va de año. Cada cancelación que he tenido requiere mucho tiempo, cancelar viajes, alojamientos, intentar posponerlos… También implica estar atenta de manera permanente a programas y ayudas que van surgiendo, que son muy necesarios. Porque el mundo de las artes escénicas no es tan mediático como el de la música, la taquilla no siempre sostiene la envergadura del espectáculo.
Y en el mundo del flamenco no hay fronteras, tu espacio de trabajo es todo el mundo. Tengo algunos bolos programados en octubre pero aún no me atrevo a comprar los vuelos, porque no sabes qué puede pasar en los siguientes 30 días. Tenemos márgenes pequeñísimos, tanto de tiempo como de dinero.
P. De los comportamientos que ha visto en la sociedad en los últimos meses, ¿de qué se enorgullece y de qué se avergüenza?
R. Me ha parecido repugnante el comportamiento político y lo que ha generado a los adeptos de cada una de las líneas políticas. Esa búsqueda de rédito político a través del sufrimiento de la población.
Y me ha parecido muy bonito la forma en la que se han unido muchos sectores, como el de la cultura, para hacer que la gente estuviera más acompañada. La unión en torno a la música de los balcones durante el confinamiento es un gesto muy bonito que habla muy bien del sector.
P. ¿Qué proyectos tienes entre manos en la actualidad?
R. Quiero diversificar mi trabajo. He arrancado con una marca que me inventé hace mil años, Flamencook. Tiene que ver con una serie de productos que representan dos partes esenciales de nuestra cultura: flamenco y gastronomía. Hay recetas hechas por flamencos y merchandising para ofrecer una imagen del flamenco dentro de la cultura. Fuera de España se ve con muchísimo respeto. Pero dentro de nuestras fronteras se ve como algo más festivo, no se valora todo lo que representa su arte. La danza flamenca, las coreografías… son cosas que tendríamos que valorar más.
También estoy desarrollando una aplicación para la gente del sector y facilitar el trabajo. Introducir los datos de tus espectáculos, datos de los artistas, contabilidades… algo más acorde a la época en la que vivimos, que haga más sencilla la parte administrativa. Porque implica un desgaste que cada vez me pesa más.
Y ahora quiero darme más tiempo e intentar sacar adelante proyectos que desarrollen mi creatividad, que me diviertan, que me ilusionen... Y en última instancia intentar convertirme en artista, en la medida de lo que pueda, aplicando mi experiencia en los años venideros.
P. Empezaste en el management a través de la música en Rock de una noche de verano y después diste el paso hacia el flamenco. ¿Cómo fue?
R. Empecé por todo lo alto en 1983. Rock de una noche de verano, de Miguel Ríos, es una de las giras más potentes que se han hecho en España. Después de aquella gira no he vuelto a ver algo igual. Casi 40 conciertos con todas las entradas agotadas. En aquel momento aprendí la dignidad que merece esta profesión, pero no ha hecho más que decaer. El trato hacia la gente del backstage cada vez es peor.
El salto al flamenco fue en torno al año 2000. Casualmente me llamaron de la compañía de María Pagés para hacer una producción en Alemania. Siempre me ha gustado mucho viajar, con el Rock había viajado muchísimo por España y Latinoamérica y esto abría una nueva puerta al resto de Europa y otras partes del mundo a donde no llega el rock and roll. Al principio flipé, porque era un mundo radicalmente diferente y extraño para mí. Fui aprendiendo más y más de flamenco y le cogí muchísimo cariño, aunque es muy duro porque el sector depende mucho de las ayudas públicas al ser mucho menos mediático. Y la danza es la hermana pobre de las artes… necesitas ese apoyo para poder mantenerte y ofrecer ese arte el resto del mundo. Eso fue un gran cambio, porque yo nunca había pedido ayudas ni rellenado o cumplimentado ese tipo de formularios. Miguel nunca quiso hacer cosas de ese tipo y aquí empecé a entender toda esa parte.
P. Con los espectáculos de danza flamenca has pasado por algunos de los teatros más importantes del planeta: El Bolshoi de Moscú, el Guggenheim de Nueva York, el Bunkamura de Tokio, el Teatro Mayor de Bogotá (Colombia) o el Gran Teatro Nacional de Lima (Perú). ¿Qué han supuesto todos estos viajes en tu vida personal y profesional?
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R. He podido moverme por muchísimos lugares del mundo y a todos ellos me gustaría volver para hacer un poco de turismo, porque al viajar por trabajo es muy complicado conocerlos a fondo. El flamenco se valora en todas las esquinas del mundo. Y eso es algo que me enganchó, una cantidad ingente de espacios en los que es recibido.
P. Si pudiera enviarle un mensaje desde el futuro a su yo de marzo de 2020, ¿qué le diría?
R. Clara, desarrolla tus proyectos que tanto tiempo llevan aparcados. Esto va a ir para largo, esquiva la sobreinformación e intenta huir de las ayudas públicas, que a veces son un auténtico martirio.
Clara Castro Ríos (Granada, 1962) lleva toda su vida en el mundo del managementmanagement, producciones y desarrollo de eventos culturales, en particular de música y danza. Su andadura comenzó en 1983 en la gira El rock de una noche de verano, de Miguel Ríos, que recorrió España de punta a punta: “Después de esa gira no he vuelto a ver algo igual. Casi 40 conciertos con todas las entradas agotadas. En aquel momento aprendí la dignidad que merece esta profesión, pero desde entonces no ha hecho más que decaer”, dice Clara, que también es directora de Ashara Cultura y mánager del bailaor Eduardo Guerrero.