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Combatiendo la crisis climática desde las montañas

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La siguiente historia de la sección estival Verano Libre se desarrolla en dos de esos espacios naturales españoles cuya riqueza, diversidad e historia los convierte en paraísos terrenales para quien sepa disfrutarlos. Uno es la Reserva de la Biosfera de los Valles de Omaña y Luna, en León, una región montañosa donde los ríos han dibujado una orografía difícil, poblada de biodiversidad. Es hogar de especies emblemáticas como el urogallo, en peligro de extinción, y el oso pardo: y sus habitantes, hace siglos supervivientes del sector primario, ahora intentan cerrar las heridas que deja abiertas la minería.

El otro es otra Reserva de la Biosfera, la de Ordesa-Viñamala, a los pies del Monte Perdido y en pleno corazón del Pirineo oscense. Por especiales, estos ecosistemas son frágiles, vulnerables al impacto del cambio climático: y por ello han sido seleccionados para un proyecto de la ONG Territorios Vivos en positivo, que intenta despertar pequeños cambios locales que ayuden a afrontar la crisis ambiental. Que intenta demostrar que aún Estamos a tiempo.

El proyecto recibió el sobrenombre de Objetivo: salvar nuestras montañas. La organización se fijó en estos espacios montañosos por estar especialmente indefensos ante las inclemencias del cambio climático, ya que dependen de un equilibrio que se puede desbaratar a la mínima. Y seleccionó espacios con la calificación de Reservas de la Biosfera porque ya cuentan con elementos de protección y "tienen tradición de búsqueda de la sostenibilidad", explica Roberto Aquerreta, el director de la iniciativa. Pero no se trata simplemente de llegar, inspeccionar el terreno y tomar medidas: la esencia de la acción de Territorios Vivos es el empoderamiento de la población local. Dejar que sean ellos quienes propongan lo que hacer para frenar el impacto de la crisis climática en su tierra.

"El objetivo era establecer un plan de acción en cada una de las dos reservas de la biosfera en la que hemos trabajado, con el compromiso de que ese plan de acción fuera abordable y sencillo", explica Aquerreta. Y que el plan de acción fuera ideado y ejecutado por los habitantes de las comarcas, con el acompañamiento y asesoramiento de los técnicos, expertos y voluntarios de Territorios Vivos. "Con un proyecto de este tipo no podemos resolver la problemática del cambio climático, claro. Queríamos empoderar a la población y generar esos mecanismos para adaptarnos a los cambios", asegura. No de arriba hacia abajo, sino al revés.

 

Unión de los ríos Omaña y Luna, en León.

No es fácil. Para empezar, por las complicaciones asociadas a la naturaleza del fenómeno. No es sencillo comunicar algo que parece tan lejano y tan abstracto. "Es un tema tan a largo plazo y tan global que los cambios son muy sutiles y muy pequeños", por lo que generar movilización es un reto constante, reflexiona el director del proyecto. Eso sí contaban con un aliado inesperado: la sequía que sufrieron los valles de Omaña y Luna hace dos años. Fue la primera vez que la zona montañosa veía en peligro sus recursos hídricos. "Han visto un impacto directo", y eso ayuda a la concienciación: entender que no se trata de osos polares, sino del aquí y del ahora, de un modo de vida en serio peligro.

Precisamente con el agua tiene relación una de estas pequeñas acciones locales que surgieron a partir del proyecto, y que Aquerreta recuerda con cariño: que los vecinos acompañen al técnico a realizar los análisis del agua del manantial que consumen y que nutre al pueblo. "Ven cómo repercute su consumo y cómo fluctúa con las estaciones", y abandonan la fantasía del agua como recurso infinito. Son, nunca mejor dicho, pequeñas gotas en un océano, detalles, pero que generan actitudes que, poco a poco, se convierten en palanca de cambio.

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La despoblación de estas comarcas rurales fue otro hándicap para lograr una participación numerosa en el proyecto, pero el pesimismo era infundado. "Nos sorprendió la respuesta a la llamada. Creíamos que sería muy difícil la movilización, pero superó nuestras expectativas", explica su director. En una primera fase de la iniciativa, impartieron charlas y talleres para que los participantes entendieran no solo qué es el cambio climático, sino cómo incide en el territorio. No a largo plazo, no en los polos, sino en el día a día de su territorio.

Posteriormente, se lanzaron al meollo: las mesas para proponer y discutir las distintas ideas y acciones que se llevarían a cabo para combatir los efectos del cambio climático detectados. "Surgieron un montón de actividades. Muchísimas acciones. Los difícil ha sido hacer el filtrado posterior" para seleccionar las iniciativas más útiles y más fáciles de llevar a cabo en el plazo de dos años que se pusieron, explica Aquerreta. La evaluación del proceso de participación se hizo en junio y ahora queda ponerse manos a la obra y llevar a la realidad las propuestas de los habitantes de las Reservas de la Biosfera de los Valles de Omaña y Luna y de Ordesa-Viñamala.

Las sensaciones durante todos los meses de trabajo son muy positivas. Han demostrado que la adaptación al cambio climático no solo tiene que ver con grandes presupuestos y tareas institucionales, sino que se puede articular una respuesta desde lo local al gran reto del siglo XXI. Concluye el director: "Llevamos 20 años con mensajes catastrofistas, que son necesarios, que hay que hacerlos, pero era muy complicado meterle mano a eso. Queríamos desarrollar un proyecto que permitiera acciones desde el territorio. No un plan que se genera a escala nacional y se ejecuta para abajo sino generar acciones desde abajo. Que vean que la crisis climática les afecta de manera directa".

La siguiente historia de la sección estival Verano Libre se desarrolla en dos de esos espacios naturales españoles cuya riqueza, diversidad e historia los convierte en paraísos terrenales para quien sepa disfrutarlos. Uno es la Reserva de la Biosfera de los Valles de Omaña y Luna, en León, una región montañosa donde los ríos han dibujado una orografía difícil, poblada de biodiversidad. Es hogar de especies emblemáticas como el urogallo, en peligro de extinción, y el oso pardo: y sus habitantes, hace siglos supervivientes del sector primario, ahora intentan cerrar las heridas que deja abiertas la minería.

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