'Los Durrell', la fantasía escapista que se merece el veraneante de 2021

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Puede que cambiar radicalmente de vida sea uno de los anhelos más populares, más ancestrales y, probablemente, también de los menos satisfechos. ¿Acaso no es la literatura, o cualquier relato, un sucedáneo transitorio de ese deseo, un préstamo temporal de las vidas de otros? Si alguien ha elevado la idea de cambiar de aires una nueva dimensión —y definitivamente una dimensión realmente interesante— son los Durrell, la familia británica que en 1935 decidió abandonar el gris Bournemouth por el maná de las vacaciones eternas que prometía ser la isla griega de Corfú. Aquella aventura tan singular, orquestada por una madre, Louisa Durrell, que hizo todo lo contrario a lo que se esperaba de una madre de entonces, y quizás también de ahora, alumbró el relato que ha sido el lugar feliz de tantos lectores y espectadores durante décadas.

Primero, a través de la obra literaria del menor del clan, el famoso naturalista Gerald Durrell, que narró la etapa griega de familia en la conocida como Trilogía de Corfú (Mi familia y otros animales y sus secuelas, Bichos y demás parientes y El jardín de los dioses). Aunque antes del éxito arrollador de la trilogía biográfica de Gerald, ya había aparecido el relato del hermano mayor, Lawrence Durrell, que empezó a curtirse como escritor frente a las aguas del mar Jónico y le dedicaría a la isla y su estancia allí una novela menor en su carrera, pero de importancia capital para el tema que nos ocupa, La celda de Próspero. Después, llegaría Egipto y, cómo no, el celebradísimo Cuarteto de Alejandría, que situaría a Larry como un firme candidato al Nobel.

Todo lo vivido y lo escrito —aunque también cierto embellecimiento literario— otorgaron al idilio entre los Durrell y Corfú un toque legendario que ha dado unos excelentes frutos televisivos. La última versión, Los Durrell, creada por Simon Nye, alcanzó unos datos de audiencia envidiables durante su emisión en Reino Unido entre 2016 y 2019 (casi seis millones de personas veía la serie cada domingo). Y ahora continúa acrecentando su etiqueta de serie de éxito (puede que ya de culto) en su emisión en diferido. En España, está disponible en Filmin y en Movistar+, que además acaba de estrenar el documental ¿Qué fue de los Durrell? ¿Qué fue de los Durrell?como epílogo a las aventuras de una familia tan excepcional.

Imagen de la familia Durrell en 1951. / Movistar+

Se sabe que la serie añade sus propias dosis de fabulación al relato original, pero el resultado bien merece el ¿sacrificio?: Los Durrell es una historia agradable, divertida, que abraza las excentricidades, abundantes rarezas y múltiples taras de cada personaje. Un relato que celebra el amor familiar en un sentido amplio y libre, y no necesariamente definido por los lazos de sangre. Y es, en definitiva, la fantasía escapista que se merece cualquier espectador y, sobre todo, cualquier veraneante que busque en la pantalla lo mismo que en sus vacaciones: que el tiempo transcurra lento y apacible, y cualquier problema sea prácticamente una anécdota sin importancia.

Gerald Durrell, un raro ejemplar humano

Hace unas semanas, la escritora Sara Mesa recordaba en Climática cómo se enamoró de la naturaleza y de los animales gracias a los libros de Gerald: “La magia de Durrell radicaba en la capacidad de acercar su conocimiento al lector, humanizando a los animales —aunque eso supusiera interpretar su gestualidad, su comportamiento o sus estados de ánimo desde el androcentrismo— y convirtiéndolos, de algún modo, en personajes literarios”. La travesía griega resultó fundamental en el proceso educativo de Gerry y en esa forma de entender la vida animal. Allí comenzó a pergeñar esa filosofía de respeto a la naturaleza y de acercamiento a los animales sobre la que luego construiría su célebre zoológico en la isla de Jersey.

En su desarrollo intelectual fue indispensable la ayuda del médico, científico, filósofo y poeta —y uno de los personajes más queridos de la serie— Theodore Stephanides, que asumió la labor de mentor, al menos sobre cuestiones de fauna y flora, del pequeño Gerry. El emocionante reencuentro entre ambos en 1983, en el programa This is your life, que se puede ver en ¿Qué fue de los Durrell?, merece una mención aparte. Pocos espectadores de la serie podrán contener la lagrimilla ante este reencuentro sorpresa.

La serie deja pequeñas pinceladas de esa afición del pequeño de los Durrell y se entrega con mayor entusiasmo a las excentricidades de todos y cada uno de los personajes. El equipo griego —Theo, el vociferante y tierno taxista Spiros y la dramática Lugaretzia, principalmente— se presenta en los primeros capítulos casi como arquetipos, pero poco a poco despliegan y practican con los Durrell eso que los griegos llaman filoxenia y no es más que la cualidad de ser hospitalario con el extranjero, de una manera especialmente generosa. Algo que no sobraba en ese momento ni tampoco ahora.

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La aventura literaria

La impronta novelística de Corfú no se quedó, sin embargo, restringida al entorno Durrell. El propio Theo protagonizó buena parte del libro de Henry Miller El coloso de Marusi, un relato autobiográfico sobre el tiempo que el novelista estadounidense pasó en la isla visitando a su amigo Lawrence Durrell. El delicioso cameo del personaje Miller en la serie dibuja a un tipo insoportable, necesitado de constante atención, que crispa los nervios de Louisa y se pasea desnudo por doquier.

Los Durrell solo estuvieron en la isla cuatro años, aunque la fecundidad literaria de la aventura da fe de la importancia vital y emocional que provocó aquella decisión en cada miembro de la familia, y también en quienes lo compartieron. Sin embargo, pronto resultó complicado seguir desoyendo los ecos del fascismo. Según se acercaba el fatídico 1939, la familia empezó a barajar la idea de que lo más seguro era volver a Bournemouth. Así, en los últimos capítulos de Los Durrell la radio no deja de sonar y todo se tiñe poco a poco de la política más sombría. Las vacaciones debían terminar. La serie no lo cuenta, pero Margo, la única hermana del clan Durrell, decidió quedarse con una familia de campesinos corfiotas haciéndose pasar por uno de ellos —después se enamoró de un piloto de la RAF, se mudó a Sudáfrica y finalmente abrió una casa de huéspedes en Bournemouth, como contó en sus memorias ¿Qué fue de Margo?—. Para entonces, Grecia ya no significa el verano eterno ni el destino de una ocurrencia, sino su hogar.

Puede que cambiar radicalmente de vida sea uno de los anhelos más populares, más ancestrales y, probablemente, también de los menos satisfechos. ¿Acaso no es la literatura, o cualquier relato, un sucedáneo transitorio de ese deseo, un préstamo temporal de las vidas de otros? Si alguien ha elevado la idea de cambiar de aires una nueva dimensión —y definitivamente una dimensión realmente interesante— son los Durrell, la familia británica que en 1935 decidió abandonar el gris Bournemouth por el maná de las vacaciones eternas que prometía ser la isla griega de Corfú. Aquella aventura tan singular, orquestada por una madre, Louisa Durrell, que hizo todo lo contrario a lo que se esperaba de una madre de entonces, y quizás también de ahora, alumbró el relato que ha sido el lugar feliz de tantos lectores y espectadores durante décadas.

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