I
Cosme ajustó por última vez la minúscula cámara de vídeo, tratando de orientarla de manera que enfocase con más holgura todo el fondo de la cabina del camión, hasta la puerta del copiloto.
Cuando creyó haber encontrado el ángulo ideal encendió su tablet y entró en la aplicación que se había descargado previamente. La imagen, en efecto, era bastante nítida, coloreada y enfocaba perfectamente las dos plazas de copiloto que tenía a su derecha, como pretendía. Su propia cabeza, al estar situado en el asiento de conducción, apenas se veía de refilón. Levantó la vista y miró directamente a la pequeña lente que había anclado en la parte superior de la visera frontal, disimulada junto al espejo de cortesía. Luego bajó abruptamente la vista a la tablet. Pues sí, como le había dicho el comercial, la retransmisión era prácticamente en tiempo real porque ni siquiera le había dado tiempo a verse los ojos en la pantalla. De nuevo la parte posterior de su cabeza aparecía en el primer plano, y el conjunto de la cabina de su camión a continuación.
Cosme apagó la aplicación, y miró distraído el sistema de navegación, con una flamante pantalla de 12 pulgadas que facilitaba el seguimiento de las rutas, y el sistema de tacógrafo digital que controlaba las distancias y los tiempos del viaje. Cuando por uno de los espejos exteriores del camión, vio salir a Xabier del servicio de caballeros ajustándose aún el pantalón y abrochándose la cremallera de su chaleco, saltó de la cabina al suelo y le esperó junto a la puerta del camión, que cerró con un sonoro golpe.
Empezaba a chispear en Usurbil. Cosme miró el cielo encapotado y su reloj. Las seis y veinte de la tarde. Todavía Miren, su mujer, tardaría 10 minutos en venir a buscarle.
—Bueno, pues ya está todo listo. Salgo rápido que va a empezar a llover. —Xabi sacó un paquete de tabaco negro y encendió un cigarro al que apenas iba a dar media docena de caladas antes de subir al camión e iniciar su ruta.
—Aquí tienes. —Cosme sacó de su chambergo un sobre blanco que le entregó a Xabi. Este abrió el sobre para comprobar que había suficiente número de billetes, y sin llegar a recontarlos se lo guardó en la cremallera frontal de un bolso negro con forma de bandolera.
Tras apurar la quinta calada, Xabi le deslizó una sonrisa burlona a Cosme: “Hoy a las nueve o así. Mañana parecido, depende cuando cargue”, le susurró antes de exhalar el humo. De un salto se encaramó a la cabina y bajó la ventanilla, antes de cerrar con otro sonoro golpe la pesada puerta. Tiró el resto del cigarro al suelo, prácticamente a la mitad, y encendió el motor del camión.
—Venga, agur. Marcho ya.
—Agur bai. Buen viaje.
Cosme salió a paso ligero del parking para camiones de la estación de servicio de Aritzeta. Se dirigió a la puerta del autoservicio que había a apenas cien metros, y contaba con un pequeño techo exterior que protegía de la lluvia. Decidió esperar en la calle. Miren solía ser puntual y apenas faltaban tres minutos para las seis y media.
Vio salir el camión de su propiedad, un Iveco que ya tenía cinco años, marcando el intermitente a la izquierda. “Transportes Cosme”, rezaba en el lateral de la caja en renovadas letras negras. Xabi, el transportista que conducía, alargó el brazo por la ventanilla, efectuando un gesto a medio camino entre el saludo y la medición de la intensidad de la lluvia con la palma de la mano extendida hacia el cielo.
El camión se incorporó por el carril de aceleración hacia la autopista, en dirección Donostia-Francia, y se fue alejando levantando a su paso una fina capa de agua que retenía el asfalto, tras el último chaparrón de hacía apenas una hora.
Cosme cambió la dirección de su mirada esperando atisbar cuanto antes el Skoda Octavia familiar que traería Miren desde Lasarte, donde se había apuntado a clase de pilates, o algo así. Instintivamente miró el reloj aun sabiendo de sobra que eran las 18.30 horas. En poco más de una hora llegaba Ane, su hija menor, que tras pasar la semana en el campus de económicas de Sarriko, en Bilbao, había decidido volver el jueves al pueblo porque su cuadrilla había quedado para el pintxopote por los bares del barrio. Si Miren salía a dar una vuelta, como solía hacer los jueves, cuando Ane ya había dejado la maleta en su habitación, a las nueve Cosme estaría solo en casa.
II
Audiencia Provincial de San Sebastián. Juzgado número uno de lo penal. Dori Sueskun ha franqueado el control de acceso a las salas, no sin antes haber tenido que repetir el paso por el escáner de arco. Se le había olvidado poner en la bandeja para objetos metálicos los nimios auriculares inalámbricos que llevaba en el bolsillo, y las luces rojas del arco han denunciado con estrépito el lapsus. No se va a quejar. Hacía tiempo que la dirección del Diario Vasco no se marcaba un largo así con el material de trabajo, y prescindir de los cables de los anteriores auriculares le facilitaba la tarea cuando tenía que retransmitir o contar algo por el teléfono, y a la vez seguir lo que tenía apuntado en el mismo dispositivo o mirar internet, para hacer más redonda la crónica.
El juicio va a quedar visto para sentencia. Repasa sus notas recogidas en las anteriores vistas del juicio oral. El relato está más o menos bien construido y hoy lo único que pretende es palpar el ambiente en los alrededores de la sala. Como siempre, debe ser prudente. No es agradable para ningún acusado, testigo o implicado en causas judiciales —y menos de carácter penal— saber que la prensa anda husmeando el caso y lo va a trasladar al periódico. La discreción es buena actitud para evitar situaciones desagradables.
Las conclusiones definitivas y los informes parecen bastante contundentes, de manera que el caso judicialmente no tiene un especial interés. Tráfico de drogas a pequeña escala. Pero pese a lo manidas que suelen estar, estas piezas tienen buena entrada en local si se combinan adecuadamente los elementos: pequeño empresario del terruño, flotilla de camiones conocida en la comarca, un poco de ambición mal gestionada, algún ingrediente morboso, un transportista tarambana… puede valer.
Necesita encontrar el punto de cercanía que haga digerible y humana la pieza, sin hacer particular escarnio del hombre cuya actitud más le sorprende en el juicio: Cosme Etxebarria Pueyo. El propietario de una pequeña empresa de transporte, 56 años, socio compromisario de la Real Sociedad, miembro de la sociedad Lagun Artea de Lasarte-Oria, con cuyos camiones se lleva introduciendo droga en Gipuzkoa, aprovechando los viajes a Holanda para llevar material metalúrgico.
El principal acusado en el juicio ha sido Xabier García Arregi, Xabi. Un hombre de treinta y dos años, transportista profesional y que realmente ni siquiera trabajaba en Transportes Cosme. Era un autónomo que regularmente hacía el trayecto entre Gipuzkoa y Sloterdijk, una de las áreas industriales de Amsterdam Westpoor, el distrito de la capital holandesa donde se encuentra el puerto y una importante concentración de empresas de todo tipo.
Según consta en el sumario, el transportista García Arregi solía cargar el camión en distintas empresas del polígono industrial Osinalde. Normalmente materiales de talleres mecanizados de la zona, aunque a veces lo combinaba con piezas de construcción para carpas de todo tipo. Desde las destinadas a eventos, a otras de uso industrial, o incluso mamparas de protección para piscinas domésticas.
Xabier García Arregi no iniciaba los viajes con la droga en el camión. Era en el trayecto donde solía parar y, según se deduce de las distintas prácticas probatorias, se introducían en la caja del remolque pequeños alijos de droga que eran convenientemente camuflados. Las cargas se hacían tanto en el trayecto de ida, como en el de vuelta. Y el modus operandi era siempre bastante similar. Xabier detenía el camión en la cercanía de algún local de prostitución y permanecía allí en torno a una hora, tiempo suficiente para introducir o retirar la carga correspondiente. Esta operación la hacía habitualmente con cómplices que se encontraban en los locales o alrededores.
Las cargas y descargas se hacían en el tramo inicial del viaje. Apenas una hora después de arrancar. En el último trayecto, en el que se habían obtenido las pruebas más concluyentes, las paradas se hicieron en torno a las nueve de la noche; en la ida, apenas pasada la muga (frontera) entre España y Francia. En un local de carretera cercano a la autopista que lleva a Burdeos. En la vuelta, también en un horario similar, pero en la explanada contigua a un local situado apenas a 70 kilómetros de Ámsterdam, de donde Xabier había partido aproximadamente a las 19.50 horas, según consta en los datos del tacógrafo.
Respecto a la implicación de Cosme Etxebarria, la demostración había resultado más compleja. De hecho, la prolongación de la investigación durante algunos meses se había producido porque los agentes de la policía eran incapaces de encontrar pruebas concluyentes sobre la participación en la trama del propietario de la empresa de transporte que daba soporte logístico con sus camiones al tráfico de drogas. A fin de cuentas, la relación entre Transportes Cosme y Xabier García Arregi era mercantil, y como se indica sobradamente en el sumario, en ningún caso la droga se ha introducido o extraído junto con el material correctamente transportado, desde el polígono Osinalde hasta Holanda.
Sin embargo en la instrucción, la jueza otorgó a la policía judicial la potestad de hacer un seguimiento a ambos acusados, y finalmente las investigaciones dieron sus frutos. En el camión se ha introducido —y lo ha hecho el propietario Cosme Etxebarria Pueyo— un sistema de vigilancia a través de una cámara de video de altas prestaciones, cuyo seguimiento se puede hacer desde una aplicación que, en efecto, Cosme tiene instalada en sus dispositivos portátiles. Es por tanto impensable que el segundo acusado no tuviera conocimiento de las paradas recurrentes que Xabier hacía en sus trayectos y el objeto de estas.
Por otro lado, en el seguimiento efectuado por los agentes de la Ertzaintza se comprueba que, además de las facturaciones ordinarias —correspondientes a los contratos mercantiles entre Transportes Cosme y García Arregi, que justifican correctamente los viajes comerciales—, Cosme hace entrega de sobres con dinero a Xabier antes del inicio de cada viaje. Aunque la finalidad de este dinero —no reconocido ni declarado en parte alguna— no es concluyente —en el momento de su detención, ya pasada la frontera de Irún, Xabier García Arregi no portaba una excesiva cantidad de dinero en efectivo— indiciariamente se vincula a algún tipo de pago por las operaciones de tráfico de estupefacientes que se encuentran en el camión.
En el juicio se aportan como pruebas de estas entregas de efectivo, fotografías efectuadas a ambos en la Estación de Servicio de Aritzeta, en Usurbil, donde nítidamente se aprecia a Cosme entregando un sobre a Xabier con una importante cantidad de billetes que este se guarda, antes de iniciar el trayecto.
No consta a lo largo del sumario, en modo alguno, ningún retorno económico por parte del transportista a Cosme Etxebarria, lo que deja la investigación con algún fleco extraño por falta de beneficio objetivo para el empresario; pero en todo caso, la complicidad del mismo parece más que probada a lo largo del juicio. La conclusión de la policía judicial, examinadas las cuentas corrientes de empresa y propietario, y no encontrando ningún retorno económico irregular, es que este se producirá sin duda con pagos en B, que —reconocen— no han sido capaces de detectar. Ni en el interrogatorio al acusado, ni en las alegaciones a las pruebas documentales y testificales de la policía, Cosme ha sido capaz de argumentar una explicación cabal a su aparente falta de interés y lucro por las actividades ilegales a las que ha dado todo el soporte logístico.
En la última sesión del juicio, Dori Sueskun observa a los acusados, sus abogados, a la fiscal. El clima es tenso. La mujer de Cosme Etxebarria, Miren Apaolaza, se encuentra en la sala, al igual que ha estado presente en las anteriores vistas. Es la única persona personalmente implicada en el caso con la que la periodista ha podido hablar brevemente. Remisa a cualquier tipo de declaración, solo le traslada la absoluta confianza en la inocencia de su marido. Tráfico de drogas. Impensable. No somos millonarios, pero no necesitamos nada. Ese sinvergüenza. Ese putero. Xabier. Nada más. Miren no quiere decir nada.
Últimas palabras de conclusiones en el juicio oral. Hablan los abogados. El de Cosme Etxebarria defiende enérgicamente la inocencia de su cliente, amparándose en la ausencia de cualquier tipo de lucro por su parte respecto a las operaciones ilícitas del otro acusado, con quien su cliente mantienen una mera relación mercantil, sin ser ni siquiera empleado de su empresa. Cosme no interviene. Tiene la cabeza agachada, mira al suelo, y la sujeta con sus dos grandes manos que la mantienen como cogida al peso desde las sienes. Durante un segundo mira a Xabier. Este, sentado a su izquierda en un banco contiguo, le devuelve la mirada, ladeando levemente su rostro. Apenas dibuja una brevísima sonrisa burlona. Cosme fija la vista en el frente de la sala, evitando mirar directamente a la jueza, y cabecea serio, como negando con un tenue resoplido, en un gesto que a Dori Sueskun le parece como de incomprensión, y que es incapaz de interpretar. Visto para sentencia.
III
Cosme cierra la puerta de su habitación. Son casi las nueve de la noche. Conecta su pequeña tablet al ordenador mediante un cable que ha comprado para poder efectuar esta operación sin complicación. No se fía de las conexiones sin cable. ¿Dónde acabarán esos archivos que discurren por el aire, por la nube dicen…? Conecta la aplicación de la cámara del camión. Tiene una clave para poder acceder: 260592. La fecha de su boda.
Se reclina en su silla de despacho, se desabrocha la bragueta, desliza el pantalón hacia media pantorrilla y empieza a tocarse. Primero por encima del calzoncillo a ritmo pausado y luego por dentro del mismo cada vez con mayor cadencia. Nota su propia erección aunque apenas ve el cuerpo de una mujer que se mueve rítmicamente, por debajo del cuerpo de un hombre sin camiseta, con el pantalón por las rodillas, que se apoya en ella, acomodando sus movimientos, y al que rodea con sus piernas. Ni siquiera se ha quitado unos botines con un largo tacón de aguja.
La calidad de la imagen es alta, pese a la escasa luminosidad de la noche holandesa. Ha valido la pena la inversión. Se refleja luz externa, como de farolas que emiten una iluminación anaranjada que penetra por la luna frontal del Iveco. Pero la razón por la que se aprecian perfectamente los cuerpos entrelazados en los asientos de copiloto, es porque Xabier ha dejado conscientemente encendida la luz interna de la cabina del camión. La prostituta muestra su extrañeza al principio. No es la primera vez que le exigen salir del local y terminar en un camión situado en la explanada, normalmente en busca de discreción; es más extraño hacerlo para exponerse tanto con la iluminación encendida en el parking cercano al puticlub donde aquel camionero suele detenerse de vez en cuando. Pero él lo deja claro, “no problem”, antes de empezar a desnudarla y a penetrarla sin demasiado miramiento.
Cosme aguanta la eyaculación hasta que Xabier se retira del cuerpo de ella, y de forma un tanto espectral, entre los cruces de los haces de la luz externa e interna, se aprecia con la nitidez propia de un cámara de alto standing sus pechos cuando se incorpora en el asiento del camiónstanding. Ahí, Cosme se corre definitivamente. Hubiera preferido recrearse en la escena del día anterior, haber visto ayer a Xabier con un hombre como le prometió, pero Ane salió más tarde de lo previsto al pintxopote, y eso hizo que a su madre se le hiciera un poco tarde, y definitivamente optara por no salir el jueves a la tarde-noche. La degustación cierra antes.
Cosme recupera el tono de la respiración tras el jadeo. Tiene la mano mojada y ha manchado la mesa. Se levanta. Aún con los pantalones sin atar se dirige al baño. Se lava las manos, se aclara los testículos y el vientre en el bidé, y con un trozo de papel higiénico limpia la mesa.
Se quita el calzoncillo y con las manchas de semen, lo hace una bola y lo mete en la lavadora. Apenas está a media carga, pero la pone a lavar. Cuando llegue Miren le dirá si está cocolo, a ver a quién se le ocurre poner la lavadora en marcha sin estar ni a la mitad y a estas horas. Como si fuéramos accionistas de Iberduero. Txotxolo.
Vuelve a la tablet. Borra el archivo que acaba de ver en directo. Apenas mira por encima el de ayer, el del jueves, a velocidad rápida. Xabier con un chaval de poco más de veinte años. Musculado y con varios tatuajes en el hombro y en los brazos. Duda si guardarlo para otro momento. Ya han terminado, porque el chaval se está poniendo la camiseta y Xabier le entrega varios billetes de cincuenta euros que extrae de un sobre que tiene en la cremallera frontal de un bolso negro con forma de bandolera. Cuenta el dinero, mira la luz encendida con expresión de incomodidad, se baja del camión de un salto y desaparece.
Xabier mira furtivamente a la cámara situada en la parte superior de la visera frontal, donde está anclada junto al espejo de cortesía. Desliza una leve sonrisa burlona. Apaga la luz interior.
Cosme borra el vídeo. Acaba de eliminar dos pruebas de descargo y otra la ha metido a la lavadora a 30 grados. Aunque aún no lo sabe.
No falta mucho para que llegue Miren. Hoy ya es viernes y sí ha salido a la degus, que cierra un poco más tarde.
Tampoco falta mucho más para que llamen a la puerta. La policía.
Ver más#Patito
(Próxima entrega: Lucro cesante).
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Unai Sordo (Barakaldo, 1972) es secretario general de Comisiones Obreras.
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