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La historia en crisis

La gripe española, la pandemia más letal de la historia reciente

Policías durante la gripe española de 1918.

Entre 1918 y 1920, una pandemia de gripe asoló el planeta, dejando entre 20 y 100 millones de muertes por el camino, 200.000 de ellas en España. Se la conoce como “gripe española”, ya que los medios de nuestro país —neutral en la Primera Guerra Mundial— eran los únicos que hablaban de la enfermedad sin censura. La falta de recursos médicos y de higiene fueron clave en el desarrollo de los contagios, así como la rapidez de respuesta de los Gobiernos. Esta es la primera entrega de una serie en la que infoLibre analiza crisis políticas, económicas sociales y sanitarias de la historia de España reciente, para tratar de comprender la que ahora vivimos.

¿Qué pasó?

Una mutación del virus de la gripe en el subtipo H1N1 provocó la que se conoce como la pandemia más mortal hasta la fecha. Se gestó con el final de la Primera Guerra Mundial, en 1918, y duró aproximadamente dos años. Causó unas 100 millones de muertes —tres veces más que la guerra— y afectó a un tercio de la población mundial, que contaba por entonces con algo más de 1.500 millones de personas.

La falta de medios sanitarios para tratar a los enfermos y la rapidez con la que se extendió fueron los principales factores de riesgo de la pandemia. Además, su impacto fue mayor al afectar especialmente a hombres jóvenes de entre 20 y 35 años, que constituían el grueso de la población trabajadora.

La revista de medicina de la Universidad de Harvard recoge un análisis en profundidad de lo que significó la pandemia para aquella época. Relata el caso de unos marines que atracaron en Boston con síntomas de gripe. Al día siguiente, enfermaron otros ocho marineros. Tres días después, eran 58 los afectados, muchos de ellos hospitalizados. Una semana más tarde, “cientos” de personas se amontonaban en las enfermerías. El reportaje habla de morgues sobrecargadas y de sepultureros que tiraban los cuerpos a las fosas sin protección “para poder reutilizar los ataúdes” en otros funerales.

Los síntomas de esta gripe abarcan un enorme abanico de patologías: desde dolor en pecho y garganta, temblores, sudor y cansancio, hasta hipersensibilidad de la piel y dolor de cabeza, espalda y articulaciones en los casos más leves. Los enfermos más avanzados padecían “una toxemia apabullante” que les provocaba delirios, “profusas diarreas” y complicaciones con neumonía que dificultaban la respiración. En el peor de los casos, aparecía la cianosis, una coloración azulada de la piel que surge debido a una acumulación de hemoglobina desoxigenada y que los médicos de la época denominaron “purple death” (muerte púrpura), porque los pacientes que llegaban a ese estadío rara vez conseguían sobrevivir.

Los investigadores actuales creen que el virus no era tan letal como se ha llegado a creer, sino que influyeron mucho más las condiciones de asistencia a los pacientes y la coinfección bacteriana de neumococo o similares, que complicaron la enfermedad.

En España, el punto de origen de la gripe —conocida en un primer momento como la "fiebre de los tres días"— se sitúa en Madrid, desde donde se fue extendiendo a todo el territorio, sobre todo a través de los trabajadores de Correos. Aunque las primeras teorías apuntaban a que era una gripe leve, la epidemia causó más de 200.000 muertos en España (un 1% de la población) y rebajó la esperanza de vida de los 41 a los 40 años.

¿Cómo se desarrolló la crisis?

Unos de los primeros casos conocidos se notificó en una base militar en Kansas, Estados Unidos, en marzo de 1918, con la Gran Guerra aún en marcha. Aunque el origen de la pandemia no está claro, se cree que podría haberse gestado en Norteamérica y haberse extendido por los diferentes países a través de las abarrotadas trincheras del frente occidental. Además, los soldados eran especialmente vulnerables, ya que su sistema inmune estaba bastante debilitado.

Debido a su extensión global, es complicado seguir un desarrollo cronológico de la pandemia, ya que en cada país causó diferentes estragos. Si nos centramos en Estados Unidos, del que tenemos un mayor número de datos y estudios, nos topamos con un patrón que no nos resultará ajeno en la crisis actual.

Los estudios médicos y epidemiológicos demuestran que aquellas ciudades en las que se tomaron más medidas de seguridad y aislamiento fueron las que menos acusaron los efectos de la enfermedad. En septiembre de 1918, se organizaron multitud de desfiles a nivel nacional para promover los bonos de guerra y así financiar el costoso conflicto. Para entonces, la gripe ya era de sobra conocida y había causado algunos miles de fallecimientos en el país. Pese a todo, la ciudad de Filadelfia siguió adelante con el evento, en el que participaron unas 200.000 personas.

Filadelfia había promovido una campaña para que la gente no tosiera, estornudara o escupiera en público después de que ese mes se hubiera detectado el primer brote de gripe en la ciudad. No cerró colegios ni prohibió reuniones hasta una semana después de que empezaran a ascender las muertes, pasado ya el desfile. Al finalizar la crisis, la ciudad reportó más de 10.000 fallecimientos por gripe española.

Por otro lado, ante la misma situación, encontramos una ciudad que tomó un rumbo diferente. San Luis canceló el desfile por los bonos de guerra y sometió a sus ciudadanos a severas medidas de confinamiento y seguridad. Así consiguió controlar la cifra de fallecidos en torno a las 700 personas.

Estos datos, recogidos en un reportaje de National Geographic, también ponen atención sobre el caso de Nueva York, que consiguió la cifra de muertos más baja de la Costa Este del país. Un logro que se achaca a su rapidez a la hora de tomar medidas de seguridad, unos 11 días antes de que se alcanzara el pico de la enfermedad. Según el reportaje, en las ciudades que implementaron medidas sanitarias la tasa de contagio descendió entre un 30% y un 50%.

Estas afirmaciones son respaldadas también por los estudiosos del Instituto de Salud Global de la Universidad de Harvard, que dejan claro que “las ciudades que fueron rápidos a la hora de imponer cuarentenas, cerrar colegios y prohibir las reuniones multitudianarias tuvieron las tasas de muerte más bajas que aquellas que tardaron más o no hicieron nada”.

Las medidas adoptadas para evitar la propagación del virus incluían el cierre de colegios, tiendas, restaurantes, iglesias y teatros. Además, se impusieron restricciones al transporte y una distancia social obligatoria. También aislaron a los enfermos en plantas especiales de los centros médicos o los conminaron a quedarse en sus casas. El estudio anteriormente mencionado avisa de que las ciudades que “relajaron” estas medidas demasiado pronto sufrieron una segunda oleada de contagios, mientras que aquellas que las mantuvieron intactas no lo hicieron.

Pero estas medidas no impidieron la muerte de cientos de miles de personas. Según una investigación llevada a cabo por la Academia Nacional de las Ciencias de Estados Unidos, la mortalidad se hubiera reducido entre un 40% y un 50% si las ciudades hubieran mantenido las medidas de seguridad al máximo durante más tiempo. En algún caso excepcional incluso se hubiera frenado por completo el contagio. “Las ciudades que más se acercaron al máximo teórico de reducción de la mortalidad fueron aquellas que intervinieron antes y de forma más efectiva”, y que fueron capaces de “reintroducir” de nuevo las restricciones cuando fue necesario, comentan en las conclusiones.

No por ello la cuarentena fue un camino fácil para los estadounidenses. La situación era extraordinaria, y los mandatos de seguridad oscilaban entre las multas por salir a la calle sin mascarilla u otros complementos de protección, hasta la brutalidad policial. Por ejemplo, al comienzo de la pandemia, se notificó que un policía de San Francisco había disparado a tres personas que se negaron a usar mascarilla.

En España también quedó demostrada la necesidad de implantar este tipo de medidas. Durante los meses de octubre y noviembre de 1918, murieron el 75% del total de víctimas totales de la pandemia en el país. Durante esta segunda ola, el Gobierno se afanó en tareas de desinfección de hogares, calles y lugares públicos. El empleo de productos químicos les otorgaba un cierto prestigio progresista porque “confiaban en la ciencia y los expertos”, pero no fue demasiado efectivo.

La prensa de la época les instaba a tomar otro tipo de medidas de control, pero el Gobierno nunca llegó a prohibir las reuniones ni a cerrar lugares públicos, como iglesias o teatros. Solo los colegios se clausuraron durante los meses más virulentos.

Por su parte, la investigación médica avanzaba despacio. En enero de 1919 se publicó uno de los primeros artículos sanitarios acerca del comportamiento y posible tratamiento de los enfermos por esta cepa de gripe tan virulenta. Se especificaron los síntomas y se anotaron algunas teorías posibles sobre su origen, pero no habría vacuna contra la gripe hasta la década de los cuarenta. De hecho, los médicos de la época no sabían que el causante de la enfermedad era un virus.

Hasta la fecha, solo se habían detectado unas pocas enfermedades virales y no tenían muy claro su desarrollo y funcionamiento. En el caso de la gripe española, llegaron a pensar que la causa era una bacteria conocida como el “bacilo de Pfeiffer”, ya que estaba presente en los cultivos de la mayoría de enfermos. En realidad, se trataba de una infección bacteriana añadida al virus de la gripe que los enfermos contraían por la debilidad de su sistema inmune.

Uno de los doctores del departamento médico de Harvard llevaba varios años tras la teoría de que la gripe era una enfermedad vírica, aunque no consiguió grandes progresos. “Si hemos aprendido algo, es que no tenemos muy claro qué sabemos sobre la enfermedad”, anotó en uno de sus artículos.

¿Cómo se informó de ello?

La gripe española debe su nombre, no al origen de la pandemia, sino a la libertad informativa de España durante la crisis. Al ser un país neutral en la Primera Guerra Mundial, los medios españoles no estaban sometidos a censura que les impidiera hablar de la enfermedad. En muchos países, las primeras noticias sobre la gripe les llegaron a través de periódicos españoles, por lo que pensaron que la enfermedad se había originado en Madrid.

Así lo demuestran investigaciones como la publicada por la Revista de Estudios Latinoamericanos en 2017, que analiza el tratamiento informativo de la pandemia en los medios españoles y norteamericanos. El artículo hace hincapié en la información ofrecida por el diario ABC durante los primeros meses de la crisis, que fue “fundamental para crear un sentido de alerta elemental en la población española frente a la gripe”. Las noticias españolas eran “constantes”, extensas y ocupaban portadas, mientras que la información ofrecida por otros países era “parcial” e insuficiente.

No obstante, los periódicos españoles cargaron sobre sus empleados una responsabilidad ajena: la de informar al Gobierno sobre los avances de sus medidas sanitarias. La administración no supo gestionar la crisis, y tenía que enterarse a través de la prensa diaria de cómo se desarrollaban las tareas de desinfección o lo ineficaces que estaban resultando. La prensa se dedicó a “rellenar los vacíos de coordinación y comunicación” y a tratar de “compensar la insuficiente modernización del Estado español”.

Por su parte, la prensa estadounidense se desmarcó de la pandemia haciendo referencia a ella como algo ajeno a sus fronteras. Una tendencia que, según este estudio, se reforzó durante las olas más virulentas de la enfermedad. Cada vez que un brote azotaba con fuerza dentro del país, los medios aludían a los casos que reportaban las naciones europeas y eludían hablar de los suyos propios. También fueron, en parte, los que más extendieron el uso de la terminología “gripe española” para referirse a la enfermedad.

Si acaso la información nunca llegó a ser tan constante y globalizada como hubiera sido necesario en su momento, también sufrió de un olvido repentino y generalizado. “Uno de los problemas principales es lo rápido que se olvidó, lo pronto que desapareció de la agenda política”, afirma uno de los estudios de Harvard.

¿Qué consecuencias tuvo?

Las secuelas de la pandemia fueron devastadoras. Aunque no se pueden obtener los datos exactos, se estima que murieron entre 20 y 100 millones de personas en todo el mundo. Estas cifras superarían con creces los estragos causados por la Primera Guerra Mundial y también por la Guerra Civil en el caso de España. En nuestro país, 200.000 personas perdieron la vida. Un tercio de la población mundial en aquel momento —que rondaba los 1.500 millones de personas— resultó infectada de gripe.

Además, un estudio posterior demostró que los niños nacidos durante la pandemia eran más propensos a enfermedades cardíacas congénitas y otros trastornos, como la esquizofrenia; debidos, probablemente, al estrés que la situación global provocó sobre sus madres durante el embarazo.

La enfermedad puso en evidencia la falta de preparación sanitaria y política de los Gobiernos de todo el mundo para hacer frente a un virus tan contagioso y letal. En España, puso una piedra más en la construcción de la “crisis del Estado liberal”. De hecho, cuando Primo de Rivera impuso su dictadura en 1923, lo hizo bajo el sobrenombre del “cirujano de hierro” y la terminología no fue escogida al azar.

La población estaba muy descontenta con la gestión de la crisis sanitaria. El Gobierno se había centrado tanto en implantar las medidas más modernas y en apariencia científicas, que había dejado de lado decisiones tan importantes como cerrar lugares públicos u ordenar el aislamiento. Además, la falta de avances médicos para detectar el origen del virus y encontrar un tratamiento efectivo fueron objeto de sátira en las tiras cómicas de muchos periódicos.

A nivel global, la pandemia afectó especialmente a hombres jóvenes, de entre 20 y 35 años. Esto, sumado a los heridos y muertos en la guerra, generó una falta de mano de obra en las fábricas que tuvieron que suplir las mujeres. Si bien no fue la única causa, la pandemia de gripe tuvo cierta influencia en la entrada de la población femenina en el mercado laboral.

Las consecuencias económicas de la pandemia son aún más difíciles de valorar. No hay datos suficientes como para llegar a conclusiones certeras, aunque varias investigaciones han hecho lo posible por estimar las secuelas económicas.

Un estudio de 2007, por ejemplo, se basa en las informaciones de varias ciudades estadounidenses, en las que la pandemia produjo una caída del negocio del 40% al 70%. También se habla de cómo aumentó la demanda de colchones —debido al reposo que debían guardar los enfermos— y de remedios en las farmacias.

Sin embargo, cabe destacar que las ciudades que impusieron un aislamiento más severo y durante un mayor periodo de tiempo, también fueron las que sufrieron menos consecuencias económicas negativas. De hecho, estas ciudades pudieron recuperarse mejor y más rápido que aquellas que pusieron los intereses económicos del momento por encima de los sanitarios.

¿Qué aprendimos?

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La gripe española fue necesaria para que se creara la primera Organización de la Salud, bajo el marco de la Liga de las Naciones, en 1923. Esta antecesora de la OMS pretendía mejorar la coordinación global para prevenir crisis sanitarias como la que se acababa de vivir.

Lo que hayamos aprendido de la crisis por gripe española hemos de demostrarlo con la actual pandemia de coronavirus. Hace poco más de un siglo, medidas como el uso obligatorio de mascarillas, el distanciamiento social y la prohibición de grandes reuniones demostraron ser las más eficaces para frenar los contagios y poder emprender una recuperación económica certera.

Las circunstancias actuales no tienen nada que ver con el panorama social, político y sanitario de hace poco más de cien años, pero multitud de estudiosos apuntan a que, en ese aspecto, el riesgo es muy similar. No obstante, no podremos evaluar el verdadero coste de los daños de la actual pandemia hasta que la veamos con algo de perspectiva temporal; y lo mismo ocurrirá con los estragos económicos.

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