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El dinosaurio todavía estaba allí

Juan Bonilla: “Todo mejoraría si España creara un colchón de lectores, no estaría de más un renglón en la Agenda 2030"

El escritor, traductor y editor Juan Bonilla.

Juan Bonilla (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1966) navega en su día a día entre la escritura, la traducción y la edición. Su última composición, Totalidad sexual del cosmos, fue galardonada con el Premio Nacional de Narrativa en 2020. El autor afirma que el galardón le pilló por sorpresa: “Ese tipo de premios a obra ya publicada hacen muchísima ilusión, pero uno no pierde de vista que los premios son una lotería y lo bueno de las loterías es que a veces, aunque ni te acuerdes de que tenías un billete, te toca”.

Ahora tiene la visión puesta en el futuro cercano: “Me he propuesto componer un libro de relatos y estoy dedicando el verano a traducir una novela de Edward Abbey”. A la par va a confeccionar el número 2 de la revista literaria Calle del Aire, recuperada en una nueva etapa el pasado junio dentro de la editorial Renacimiento, con él como director.

Pregunta. Dígame un destino de verano al que soñara con ir durante confinamiento, para sobrellevarlo, y uno al que irá este año. ¿Coinciden?

Respuesta. Durante el confinamiento no soñé con ningún destino: me limitaba a aterrarme por la cifra de muertos. Debo decir que de alguna manera ya vivía confinado antes, así que no supuso, personalmente, ningún esfuerzo más allá del de aceptar la irrealidad en la que nos sumergíamos. Mi destino veraniego hace años que es el mismo y no puede ser mejor: Punta Umbría (Huelva), el pueblo con el nombre más bonito de España en dura pugna con Espera (Cádiz).

P. Ahora que se supone que encaramos (por fin) la salida de la pandemia... ¿tiene miedo de lo que viene?

R. No, ningún miedo. Ya me he habituado a que la insensatez y la banalidad presidan la actualidad, y supongo que vendrá más de lo mismo y por lo tanto lo mejor es refugiarse.

P. ¿Y cómo ve el futuro cercano? ¿Cree que nos esperan los brindis de los felices veinte o más bien las lágrimas de una larga crisis?

R. Los felices veinte no fueron tan felices como se pintan en brochazos rápidos: en los felices veinte comunismo y fascismo vivieron sus auges, las fiestas del Gran Gatsby eran para muy pocos, la alegría de vivir y bailar duró lo que duró celebrando el final de una guerra sin que se intuyera que la guerra se había limitado a echarse a dormir para volver más terrible y siniestra. Dudo mucho que nos esperen muchas ocasiones de brindis así en general —ya digo que aquellos brindis de los años veinte tampoco eran la tónica general—. En cuanto a la larga crisis, que presiento inevitable, logrará lo que todas las crisis: hará millonarios a unos cuantos y cosechará algunos miles de víctimas.

P. ¿Cómo le ha cambiado la pandemia? ¿Ha cambiado de alguna manera lo que considera importante en su día a día o vuelve a ser el de antes?

R. No ha tenido ninguna influencia: he sido Fabrizio del Dongo cruzando Waterloo sin enterarme de que estaba en Waterloo.

P. En el confinamiento parecía haber un consenso en el sector del libro: el ritmo de publicación era insostenible. Cuando abrieron las librerías, ese consenso desapareció. ¿Qué pasó? ¿Cree que la industria ha renunciado a aprender algo de la pandemia?

R. El funcionamiento de esa industria es disparatado: las olas de novedades anegando librerías, el tiempo de resistencia de los libros en los fondos —por decir algo— de los establecimientos, las máquinas trituradoras de papel impreso para hacer papel en el que imprimir nuevos libros. Todo es disparatado. Fíjate que andaba buscando el otro día un libro de 2011, El enigma de Jan Morris, y es imposible encontrarlo, es más difícil que comprar libros del siglo XIX. Pero las matemáticas no mienten: se vende la novedad, y mientras esa sea la pauta, las editoriales se verán abocadas a producir novedades para ingresar dividendos. Todo esto es así y se diría que debería ser de otro modo, pero en cualquier caso no hay que engañarse: sería todo más llevadero si en España hubiera un colchón de lectores. Es el colchón de lectores la base del castellet de toda la industria, la que podría sostenerla, por lo que crear lectores es una tarea indispensable que o no se hace o se hace fatal. Con un colchón de lectores suficiente todo mejoraría, sin él, los resultados están a la vista, la desprofesionalización de áreas como la crítica o el periodismo por ejemplo, el cáncer del agendismo. En cambio han ido creciendo, gracias al abaratamiento de costes, un montón de editoriales pequeñas a las que basta una comunidad atenta y curiosa para sobrevivir e ir sacando sus libros: es la parte más prometedora del momento presente.

P. Hace apenas unos meses recibió el Premio Nacional de Narrativa por su obra Totalidad sexual del cosmos. ¿Esperaba este reconocimiento? ¿Ha tenido más significado teniendo en cuenta el difícil contexto en el que nos encontramos?

R. No, no lo esperaba. ¿Cómo iba a esperarlo? El libro salió en abril de 2019, recibió unas palmaditas en la espalda y fue generosamente devuelto por los libreros a la distribuidora, así que ¿cómo iba a esperar que en octubre de 2020 fuera a recibir ese reconocimiento? Ese tipo de premios a obra ya publicada hacen muchísima ilusión, pero no pierde de vista uno que los premios son una lotería y lo bueno de las loterías es que a veces, aunque ni te acuerdes de que tenías un billete, te toca.

P. El libro se ha recuperado mucho mejor que otros sectores de la cultura. ¿Lo ha notado usted en su cartera y en sus proyectos? ¿La recuperación está llegando a los autores o se está quedando en otros bolsillos?

R. Debo decir que después del encierro, y sólo por la circunstancia de haber recibido un premio, mi agenda se llenó de cosas. Hubo cierta reactivación de lo que debemos entender como inmediaciones de la literatura, conferencias, charlas, etc… En lo tocante a venta de libros es pronto para saberlo.

P. Imagínese en 2031: ¿cómo son las librerías, qué tipo de títulos hay en los catálogos de las editoriales, de qué viven los autores? ¿Ve una revolución o un día de la marmota?

R. Se me da fatal imaginar el futuro. Pero vamos allá: las librerías se han convertido en espacios de resistencia, entendida como se entiende en electrónica: espacio en el que la energía del paso de una corriente eléctrica se convierte en calor. Cuando los libros se consiguen desde el teléfono y te lo traen a tu casa en pocas horas, el único modo de sobrevivir es crear un espacio al que apetezca ir. Tengo vino en casa, pero prefiero ir a tomarme unos finos al tabanco de la esquina. De aquí a dentro de diez años quizá seamos capaces de crear miles de lectores, de convencer a quien sea de que en los libros hay cosas que sólo se pueden encontrar en los libros. Esas campañas de fomento de la lectura en la que se pone a la lectura como rival de otras formas de entretenimiento o arte como cine, videojuegos, etc… me parecen un triste error, sin duda confeccionado por quienes ignoran que leer es una actividad que no tiene por qué pelearse con otras actividades. No sé si en la famosa Agenda 2030 hay un renglón que se proponga crear medio millón de lectores, pero no estaría de más.

P. De los comportamientos que ha visto en la sociedad en los últimos meses, ¿de qué se enorgullece y de qué se avergüenza? ¿Qué cree que usted podría haber hecho de manera distinta?

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R. Creo que la gente ha sido elocuentemente sensata. Pero con la sensatez pasa como con el silencio: en un vagón puede haber cincuenta personas educadas que guardan silencio, que si hay tres que se ponen a gritar, inevitablemente dirás que te ha tocado un vagón muy ruidoso. En la gestión de la cosa he echado de menos, precisamente, sensatez. Paseaba los primeros días por un erial que hay donde vivo y como apresuro el paso la mascarilla resultaba un inconveniente: que te multen por no llevar mascarilla en un sitio donde no hay nadie es deliciosamente idiota. Creo también que podrían habernos dicho la verdad desde el principio: o bien, ni idea de cómo va a ser esto, improvisaremos como buenamente podamos, o bien, esto es lo más parecido a una guerra que van a vivir, así que no pierdan de vista esa palabra: guerra. Han muerto no sé si ochenta o cien mil personas [el 6 de agosto, eran 82.006 los fallecidos en España]. Ante esas cifras sacar pecho por una gestión —me da igual si es Boris Johnson o Pedro Sánchez— me parece como poco imprudente.

P. Si pudiera enviarle un mensaje desde el futuro a su yo de marzo de 2020, ¿qué le diría?

R. No te quejes tanto de que te haces mayor: yo sí que soy mayor y deploro cada cigarrillo que te has fumado.

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