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Lucía Carballal: “La gente tiene ahora hambre de teatro”

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Clara Morales | Paula Pérez de Lema

Lucía Carballal es una dramaturga por naturaleza –ella se recuerda escribiendo desde siempre–. La resistencia, Una vida americana, A España no la va a conocer ni la madre que la parió, Mejor historia que la nuestra, Las bárbaras o Los Temporales, son algunas obras que hacen de la escritora una referente en el arte dramático español contemporáneo. Las dos últimas obras mencionadas se estrenaron en el Centro Dramático Nacional, institución que le propuso durante el confinamiento el encargo de la La Pira, representada en streaming. Con este proyecto recuperó “el hábito y las ganas” para volver a la escritura, un ejercicio que ella define como “regresar al silencio de tu habitación, a la autoría más pura: es volver a estar a solas contigo”.

Todos los que conciben su arte para un espacio escénico y un público presente vieron cómo la pandemia amenazó las posibilidades del espectáculo. Es también el caso de Carballal. La autora sabía que el sector “era muy frágil y que estábamos desprotegidos”. Frente a España, recuerda el caso de Alemania, donde vivió y siguió formándose como escritora escénica, un país en el que “el tejido teatral está blindado y la estructura cultural es más sólida”. Tras la pérdida de espectadores y las nuevas normas de aforo en los teatros, muchos auguraron el desplome del género literario. Pero la dramaturga conoce de primera mano el carácter sus espectadores, “ejemplar durante la pandemia” y de todos los que hacen posible la puesta en escena: “en esto coinciden los equipos de los teatros y las compañías, que se han sentido seguros”. El truco de la autora para no desanimarse, para seguir creando, pese al encierro domiciliario, pese a un sector cultural tan afectado en los últimos meses, es “pensar que la pandemia estará en otro punto muy distinto al actual y que no pondrá en peligro el proyecto”. Ante todo, nos deja un pronóstico inmejorable: “La gente tiene hambre de teatro”.

PREGUNTA. Piense en un destino de verano al que soñara con ir durante confinamiento, para sobrellevarlo, y uno al que irá este año. ¿Coinciden?

RESPUESTA. En los meses anteriores había hecho varios viajes: Israel, Tánger, París. Me alegré mucho de haberlos hecho. Durante el confinamiento me imaginé viajando muy lejos en cuanto fuese posible, pero ahora no tendría sentido. Me gustaría pasar unas semanas en Berlín este otoño, es una ciudad que conozco bien y que echo de menos. Espero poder hacerlo.

P. Ahora que se supone que encaramos (por fin) la salida de la pandemia... ¿tiene miedo de lo que viene? En caso afirmativo, ¿tiene más miedo del virus o de los cambios sociales relacionados con él?

R. Mi miedo es que el único objetivo sea la recuperación de la normalidad, cuando esa normalidad era en realidad una fantasía muy vulnerable y muy poco interesante en muchos sentidos. Deberíamos estar hablando de nuevos modelos, de ecología, de cómo pensamos afrontar la crisis climática...

P. ¿Y cómo ve el futuro cercano? ¿Cree que nos esperan los brindis de los felices veinte o más bien las lágrimas de una larga crisis?

R. El sistema busca restaurarse, recuperar la forma que tenía cuanto antes, pero no estoy segura de que sea posible volver atrás en realidad. Individualmente mucha gente ha vivido una crisis muy profunda, un desengaño con respecto a su propia forma de vida y al tipo de sociedad que hemos construido. Estos dos movimientos contrarios y simultáneos (restauración y cambio) nos están desquiciando, me parece. Sería más natural asumir que estamos inmersos en una crisis del sistema, una crisis de sentido y de identidad y que aún no sabemos qué es lo siguiente.

P. ¿Cómo le ha cambiado la pandemia? ¿Ha cambiado de alguna manera lo que considera importante en su día a día o vuelve a ser la de antes? ¿Se ve más solidaria o más solitaria?

R. Me he vinculado de manera distinta con casi todo. Como en cualquier situación exigente, me he conocido más. Creo que estoy más anclada, más comprometida con mi entorno cercano. Me siento más crítica y también más desencantada. Algo que estoy disfrutando es que la vanidad se ha pasado de moda.

P. Entre 2008 y 2013, las artes escénicas perdieron 7 millones de espectadores. De ellos, 5 millones nunca se recuperaron, y a ellos se suman quienes no han regresado desde marzo de 2020. ¿Cómo hacer que vuelvan?

R. No tengo las cifras en la mano, pero mi percepción es que la gente ha regresado al teatro con muchas ganas y entusiasmo. Es un buen momento para hacer y pensar el teatro: su carácter ritual, su esencia comunitaria, que en la era post-covid tiene un sentido renovado. ¿Qué vamos a hacer los creadores con esa oportunidad?

P. Cuando los teatros privados advirtieron de que no podían funcionar con los aforos covid, muchos miraron a los públicos. ¿Cree que estos han estado a la altura? ¿Qué espera de ellos en la próxima temporada?

R. El público teatral ha sido ejemplar durante la pandemia. En esto coinciden los equipos de los teatros, las compañías y los propios espectadores, que se han sentido seguros. Estoy convencida de que en la próxima temporada va a haber mucha asistencia. La gente tiene hambre de teatro. Espero que sean exigentes con los creadores y, por tanto, consigo mismos.

P. Con la llegada de la pandemia, muchos trabajadores de la escena se quedaron sin trabajo y sin derecho a cobrar el paro. ¿Qué efectos ha tenido el covid-19 a su alrededor? ¿Cómo lo ha pasado y cómo ha visto a sus compañeros en los últimos meses?

R. Las cancelaciones, los proyectos pospuestos, la incertidumbre… todo eso fue difícil para todos, si bien mi situación era privilegiada. Ya sabíamos que nuestro sector era muy frágil y que estábamos desprotegidos, simplemente se ha constatado. (Por el contrario, en Alemania, donde el tejido teatral está blindado y la estructura cultural es más sólida, el daño ha sido contenido). A esto se sumaron las decepciones personales: la falta de ética y empatía dentro del propio sector en los momentos en los que nos hemos sentido más vulnerables. En el otro lado, ha habido gestos reconfortantes y grandes expresiones de dignidad en la profesión.

P. He leído que, al inicio del confinamiento, el shock por lo que sucedía afectó a su capacidad de escribir. ¿Cómo la recuperó? ¿Y cómo es llevar para adelante tres proyectos (serie, película, obra teatral) cuando parece más difícil que nunca saber cuándo podrán ver la luz? O, al menos, cuando parece que tenemos menos agencia todavía sobre ello...

R. Sí, durante parte del confinamiento me costó mucho trabajar. Me ayudó una propuesta que me hizo el Centro Dramático Nacional (un proyecto grupal que fue La Pira, de teatro en streaming). Gracias a ese proyecto recuperé el hábito y las ganas. En términos de planificación, los motivos por los que un proyecto audiovisual puede caerse son muchos, no solo el covid. Tanto entonces como ahora, siempre intento pensar que todo saldrá bien y podrá realizarse, necesito tener esa idea en mente para no perder fuelle, aunque sepa que nada está bajo mi control. Para cuando estrene mi próxima obra de teatro quiero pensar que la pandemia estará en otro punto muy distinto al actual y que no pondrá en peligro el proyecto.

P. En los últimos años compagina una escritura teatral más personal y una escritura para el audiovisual pensando en un público más amplio. ¿Cómo cree que se han influido la una en la otra? ¿Qué ha aprendido de esa dualidad?

R. Son experiencias radicalmente distintas y con objetivos distintos. Es casi como un desdoblamiento. Después de toda mi vida dedicada a escribir teatro, coescribí las dos últimas temporadas de una serie (Vis a vis) que veían millones de personas en todo el mundo. Esa era su vocación, emocionar a muchísima gente, entretener, debíamos encontrar dispositivos universales y a la vez originalidad, imágenes, líneas capaces de perdurar. Fue un aprendizaje muy intenso y lo viví así, como una aventura, un juego técnicamente muy complejo pero muy divertido, pura adrenalina. Después de esta experiencia, volver a escribir teatro es como regresar al silencio de tu habitación, a la autoría más pura: es volver a estar a solas contigo. No tiene nada que ver.

P. De los comportamientos que ha visto en la sociedad en los últimos meses, ¿de qué se enorgullece y de qué se avergüenza? ¿Qué cree que podría haber hecho de manera distinta?

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R. Viví una solidaridad muy bonita con mis vecinas, no nos conocíamos de nada y verdaderamente nos ayudamos y apoyamos durante aquellas semanas. También en mi casa, con mi pareja, construimos una dinámica y una convivencia de la que estoy orgullosa. Lo vergonzoso fue lo que siempre es vergonzoso: la cobardía, la mediocridad ética, la estupidez… La falta de altura, en resumen. Y si pudiera cambiar algo, habría dejado ir antes los planes a los que me aferraba y me habría desconectado más de las redes sociales, de las noticias... Pero nada de eso era sencillo, claro.

P. Si pudiese enviarle un mensaje desde el futuro a su yo de marzo de 2020, ¿qué le diría?

R. ¡Múdate al campo!

Lucía Carballal es una dramaturga por naturaleza –ella se recuerda escribiendo desde siempre–. La resistencia, Una vida americana, A España no la va a conocer ni la madre que la parió, Mejor historia que la nuestra, Las bárbaras o Los Temporales, son algunas obras que hacen de la escritora una referente en el arte dramático español contemporáneo. Las dos últimas obras mencionadas se estrenaron en el Centro Dramático Nacional, institución que le propuso durante el confinamiento el encargo de la La Pira, representada en streaming. Con este proyecto recuperó “el hábito y las ganas” para volver a la escritura, un ejercicio que ella define como “regresar al silencio de tu habitación, a la autoría más pura: es volver a estar a solas contigo”.

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