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María Pagés: “Nos toca estar juntos y remar si es posible en el mismo sentido”

Hernán Grecco Ferrari | Paula Pérez de Lema

María Pagés lleva toda una vida dedicada al flamenco. Nacida en Sevilla, es bailaora y coreógrafa. Se arrancó en el baile –porque los bailaores no empiezan a bailar, arrancan en el tablao– con la Compañía de Antonio Gades, se introdujo en el cine de Carlos Saura con películas como Carmen, Amor Brujo y Flamenco, fundó en 1990 su propia agrupación y creó en 2019 el Centro Coreográfico María Pagés de Fuenlabrada. Premio Nacional de Danza en 2002, ha paseado su duende por muchos rincones del mundo: Japón, Canadá, Estados Unidos, Alemania o Rusia son algunos lugares que han conocido a una artista con la que “ni el aire ni la tierra son iguales después de que haya bailado”, dijo José Saramago.

Es considerada como uno de los máximos exponentes del flamenco a nivel nacional e internacional gracias a creaciones como Yo, Carmen (2014), Óyeme con los ojos (2014), No dejes que termine el día (2015), Visages (2016), Dance of hearts (2017) o Una oda al tiempo (2017). Para Pagés la danza es mucho más que interpretar en movimiento. Su zapateado está vivo, su flamenco es orgánico: la tradición del baile dialoga con las posibilidades de un arte que “analiza la cuestión de la génesis de las fronteras, las físicas y las simbólicas”. Su último montaje es Paraíso de los negros. Junto a su compañero El Arbi El Harti al guión, dirige una obra en la que trata “el daguerrotipo desesperado de un personaje que intenta cernir la luz y sus significados”. Inspirada en Un poeta en Nueva York de Lorca, “busca los filamentos de una felicidad que nos habla de los límites y las limitaciones que embarran nuestro camino al derecho de desear”. La artista se pregunta con la función: “¿Qué nos queda de nuestra humanidad si nos privan de desear?”.

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Cuando llegó el coronavirus, durante el confinamiento, ella se imaginaba en su casa de Rabat. “Echo de menos a Liska, nuestra perra y a las buganvillas y geranios que plantó para mi El Arbi, mi marido”, nos dice. Ahora que es posible viajar pasará unos días en Cádiz. Ambos destinos guardan algo en común para la bailaora: “Los dos están unidos por la luz maravillosa del atlántico”. Como profesional en el sector de la danza sabe que la situación tras este año requiere “estar juntos y remar, si es posible, en el mismo sentido”, y advierte: “Cualquier desorientación en estos momentos es un desprecio al futuro”. Como ciudadana cree que el final de la pandemia se traducirá en “una larga crisis que nos exigirá sin duda alguna mucha energía buena y mucho entusiasmo”. Si queremos sobrellevar la crisis vivida, pide “algo de sentido de Estado a nuestros políticos y mayor conciencia de país a la gente como tú y yo", y nos alerta sobre lo que podría sucedernos si no lo remediamos a tiempo: "Es importante que tomemos muy en serio que la continuidad de la democracia como modo de vida está en juego”.

Las artes escénicas sufrieron las consecuencias de una pandemia que primero imposibilitó  la realización de espectáculos y  después redujo drásticamente la asistencia del público cuando volvieron a abrise los teatros. Pagés, al mando de una compañía de baile durante 32 años, vio cómo "la pandemia introdujo elementos insalvables", y explica el efecto del parón en escena: "Ninguna empresa -porque somos una empresa- puede sobrevivir a un año y medio sin trabajar. Para que me entiendas, en el 2019 hicimos 72 funciones. En el 2020 y el 2021 casi nada". Tras estos meses, muchos compañeros "están fuera de juego porque no pueden resistir". Su formación de danza se mantiene en pie. Pero como directora le preocupa no saber hasta cuándo podrán sostenerse: "Yo no sé lo que nosotros vamos a poder aguantar". Sobre la creación del Centro Coreográfico María Pagés de Fuenlabrada, institución que se ha consolidado durante y a pesar de la pandemia, se muestra más optimista. Ella concibió el nuevo espacio como "un hogar de la danza para dar, unir, compartir, intercambiar". Mirando al futuro del proyecto, augura: "Nuestra utopía: desarrollar el centro coreográfico como hogar para las compañías y los creadores". Es más, el próximo mes ponen en marcha dos montajes, "crearemos con artistas con diversidad funcional un Simbad, que se estrenará el próximo noviembre en el Teatro Tomás y Valiente de Madrid y una Scheherazade que se estrenará en el Liceu de Barcelona en mayo".

Si le preguntan sobre medidas para cuidar la cultura después de todo lo sucedido, la bailaora "no ve otra solución que el Estado asuma su responsabilidad". Insta en la necesidad de políticas que velen por el sector, "que asuman la cultura y sus profesiones como lo que son: creación de bienes inmateriales que cohesionan y dan sentido a lo que somos, e industria que da trabajo a mucha gente". Salvaguardando su profesión, nos recuerda: "Hay que cuidar a la danza. Pero para cuidarla tenemos que valorar la cultura como paradigma orgánico". María Pagés no solo comprende al flamenco como un baile vivo. Da la capidad de existir y cambiar a todo lo que emprende: "Somos machadianos hasta la médula. El camino se hace al andar".

María Pagés lleva toda una vida dedicada al flamenco. Nacida en Sevilla, es bailaora y coreógrafa. Se arrancó en el baile –porque los bailaores no empiezan a bailar, arrancan en el tablao– con la Compañía de Antonio Gades, se introdujo en el cine de Carlos Saura con películas como Carmen, Amor Brujo y Flamenco, fundó en 1990 su propia agrupación y creó en 2019 el Centro Coreográfico María Pagés de Fuenlabrada. Premio Nacional de Danza en 2002, ha paseado su duende por muchos rincones del mundo: Japón, Canadá, Estados Unidos, Alemania o Rusia son algunos lugares que han conocido a una artista con la que “ni el aire ni la tierra son iguales después de que haya bailado”, dijo José Saramago.

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