Hitler se lo jugó todo con ella, era su mayor ofensiva contra la Unión Soviética. Pensó que sería la única forma de sacar a Reino Unido de la guerra y así convenció a los generales nazis. Fueron seis meses de batallas titánicas entre dos superpotencias que acabarían resultando decisivas para el desenlace del conflicto. Algunos historiadores, como el británico Antony Beevor, sostienen que aquella operación fue el peor error de Hitler, el que le costó la guerra. El 80% de las bajas de la Wehrmacht (las fuerzas armadas nazis) se produjeron en el frente oriental. Fue especialmente el frío, con temperaturas que cayeron a veces por debajo de los 40º bajo cero –obligando a los soldados a orinar a menudo sobre las ametralladoras para calentarlas– lo que quebró la columna vertebral del ejército alemán. También representó un punto de inflexión para el futuro de la comunidad judía en Europa. La invasión nazi sobre los territorios rusos trajo consigo su asesinato en masa y la consiguiente deportación a campos de exterminio. Solo en la Navidad de 1941 un millón de judíos ya habían sido asesinados, la mayoría en la URSS. Hablamos de la Operación Barbarroja (22 de junio-5 de diciembre de 1941), el plan de Adolf Hitler para invadir la Unión Soviética, que ochenta años después aún sigue despertando interés entre el público.
23 de agosto de 1939. Las hostilidades en Europa eran patentes y, ante una Sociedad de Naciones ineficaz, Hitler y Stalin se sentaron a la mesa para negociar. Acordaron evitar cualquier ataque mutuo, lo que se materializó en el Tratado de No Agresión entre Alemania y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, también conocido como Pacto Ribbentrop-Mólotov –haciendo alusión a los nombres de los ministros de Asuntos Exteriores de ambos países que lo firmaron–. El acuerdo había sido beneficioso para ambas partes. Alemania se había asegurado la retaguardia, evitando por un tiempo un salvaje combate en dos frentes como el sufrido en la Primera Guerra Mundial. Mientras que la Unión Soviética esquivaba un conflicto con el Tercer Reich para el que no estaba preparada– su ejército había sido diezmado durante las grandes purgas–. Además, tenía grandes esperanzas de que los Estados capitalistas y la potencia nazi se desangrarían mutuamente hasta quedar debilitados.
El Protocolo Secreto Adicional
Pero no todo ocurrió a la luz pública. El apartado llamado Protocolo Secreto Adicional incluía el reparto entre ambas potencias de los territorios de Polonia, Finlandia, Estonia, Letonia y Lituania. No obstante, cuando la madrugada del 22 de junio de 1941 la Wehrmacht decidió invadir el territorio soviético bajo la Operación Barbarroja –en homenaje a Federico Barbarroja, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico del siglo XII– el pacto saltó por los aires. En Roma, Mussolini, avisado a altas horas de la madrugada, instó a redactar la declaración de guerra contra la Unión Soviética. Empezaba una de las batallas más sangrientas de toda la humanidad.
El Ejército alemán abrió un frente de 2.600 kilómetros con la maquinaria de Hitler ya preparada: tres millones y medio de soldados, junto a 3.600 tanques, 2.700 aviones, 700.000 cañones de artillería, 600.000 camiones y vehículos de todo tipo y 650.000 caballos. La fuerza de invasión más grande de la historia. A Stalin le costó creer –a pesar de que había sido avisado por sus reportes de inteligencia– que su homólogo alemán estaba dispuesto a iniciar una nueva guerra después de firmar un pacto que beneficiaba a ambos. Al principio pensó que era un chantaje del Führer para que le entregará más territorio sin pelear. La confusión de aquellos primeros días de junio provocó que evitara dar la orden de movilización de sus fuerzas en la frontera, que podrían ser vistas como una provocación y desencadenar la guerra que el dictador comunista quería evitar a toda costa, tal y como apunta Stephen Kotkin en su libro Stalin: esperando a Hitler 1929-1941. Solo aceptó que aquello se trataba de una guerra cuando los tanques ya estaban pisando los campos de trigo de Ucrania.
La ofensiva alemana se dividió en tres frentes: el frente norte se dirigía hacia la costa báltica pasando por Lituania y tomaría Leningrado (actual San Petersburgo), en el centro las tropas se encaminaban primero a Minsk para luego ocupar Moscú. Finalmente, el conjunto de los ejércitos del sur penetró en Ucrania, donde se encontraba la principal fuente de alimentación de los soviéticos, además de la industria pesada. Una vez hubieran tomado esta zona tan productiva se procedería a tomar la base Naval de Crimea y los campos petrolíferos del Cáucaso. Tan solo cuatro días después de iniciar la invasión, el 26 de junio, el general Hermann Hoth capturó a 324.000 rusos y 2.500 tanques en su llegada a Minsk. El avance del ejército central seguía un ritmo de 32 kilómetros por día, llegando a Smolensk (a 369 kilómetros de Moscú) el 18 de julio.
La decisión de Hitler que lo alteró todo
El 19 de julio el Führer tomó la decisión de ordenar a los tanques del ejército central reforzar los otros dos frentes, desoyendo a sus generales. La misión se enmarcó dentro de lo que se conoce como la directriz 33. Ucrania y Leningrado pasaron a ser su prioridad, por encima de Moscú. El general Hoth giraría hacia al norte para asegurar el asedio de Leningrado, y el general Heinz Guderian encabezaría la ruta hacia al sur, para completar la toma de Kiev, las regiones carboníferas de Ucrania y la conquista de Crimea. Según los especialistas militares, uno de los errores de Hitler fue dividir la ofensiva bélica en varios objetivos, porque esto disminuía su fuerza. Moscú, que se había convertido en el principal centro industrial y en el eje de todas las comunicaciones de la Unión Soviética, tuvo tiempo de recomponer su ejército con reservistas y de preparar una formidable defensa cuando los tanques de la Wehrmacht central disminuyeron para cubrir los dos frentes restantes.
Un Panzer IV Ausf. D (tanque alemán) con pintura de camuflaje blanca atascado en la nieve. En el borde derecho de la imagen se puede ver un corresponsal de guerra con cámara de cine (diciembre, 1941) | Bild Bundesarchiv
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Bajo el duro asedio de Leningrado y una Crimea sometida, las ofensivas nazis se retomaron dirección Moscú. El 15 de octubre los alemanes sólo se encontraban a 105 kilómetros de la capital rusa, pero una fuerte tormenta, junto con la caída de las primeras nevadas, transformó las carreteras en auténticos fangales por los que era imposible avanzar. Decenas de miles de soldados junto a sus caballos y vehículos empezaron a quedarse atrapados en el barro. Mientras tanto, Moscú recibía 1.000 tanques y centenares de aviones desde Siberia. Con los alemanes atrapados en el barro, Stalin decidió celebrar el 7 de noviembre el desfile de la Revolución de Octubre como en los tiempos de paz. En el ambiente se palpaba cierta esperanza. La fatal demora fue crucial para Hitler, que había perdido con la puesta en marcha de la directriz 33 dos meses de combate a las puertas de Moscú.
Los 8 kilómetros que separaron la esperanza del terror
El duro invierno ruso inhabilitó parte del armamento alemán. Los soldados no tenían ropa apropiada para las bajas temperaturas siberianas, solo un quinto de sus fuerzas disponía de uniformes de invierno –Hitler pensaba que la ofensiva sería cuestión de semanas pero se alargó hasta principios de diciembre–. Por las noches las tropas tenían que encender fuegos bajo los motores de los aviones para asegurarse de que arrancarían al día siguiente. Siguiendo su táctica habitual –dos grupos acorazados rodearon al enemigo mientras el ejército principal atacaba de frente–, los nazis volvieron a atacar el 16 de noviembre. Un contraataque ruso inesperado los hizo retroceder a pesar de que se situaban a solo 8 kilómetros de Moscú. Una fuerte bajada de temperatura el 2 de diciembre terminó de poner punto final a la batalla, una de las más feroces de la Segunda Guerra Mundial. Las huestes nacionalsocialistas se quedaron, nunca mejor dicho, a las puertas de Moscú, para ser más concretos en una estación de autobús periférica. Los planes de Hitler de convertir Polonia en un protectorado o gobernar el Cáucaso (donde había grandes reservas de oro negro) a través de un plenipotenciario nacionalsocialista, como recogen los diarios de Alfred Rosenberg –uno de los intelectuales nazis más influyentes– quedarían frustrados.
Hitler se lo jugó todo con ella, era su mayor ofensiva contra la Unión Soviética. Pensó que sería la única forma de sacar a Reino Unido de la guerra y así convenció a los generales nazis. Fueron seis meses de batallas titánicas entre dos superpotencias que acabarían resultando decisivas para el desenlace del conflicto. Algunos historiadores, como el británico Antony Beevor, sostienen que aquella operación fue el peor error de Hitler, el que le costó la guerra. El 80% de las bajas de la Wehrmacht (las fuerzas armadas nazis) se produjeron en el frente oriental. Fue especialmente el frío, con temperaturas que cayeron a veces por debajo de los 40º bajo cero –obligando a los soldados a orinar a menudo sobre las ametralladoras para calentarlas– lo que quebró la columna vertebral del ejército alemán. También representó un punto de inflexión para el futuro de la comunidad judía en Europa. La invasión nazi sobre los territorios rusos trajo consigo su asesinato en masa y la consiguiente deportación a campos de exterminio. Solo en la Navidad de 1941 un millón de judíos ya habían sido asesinados, la mayoría en la URSS. Hablamos de la Operación Barbarroja (22 de junio-5 de diciembre de 1941), el plan de Adolf Hitler para invadir la Unión Soviética, que ochenta años después aún sigue despertando interés entre el público.