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Un olé por el rock del sur

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En La cara oscura de la imagen de Andalucía, Alberto González Troyano recorre el hilo histórico y literario que ha hecho de las tierras del sur el paraíso del cliché. Empezó –parece– con aquellos viajeros románticos del XVII que impugnaban el rigor de la civilización burguesa mediante una evasión meridional que les permitía un posado exótico sin correr excesivos riesgos al mismo tiempo que una coartada para la maniobra moralista sobre el buen salvaje. ¡Ah, el sur y su pobre gente, ignorante pero en el fondo sabia, con sus curiosas costumbres! Cayeron rendidos el marqués de Custine, Théophile Gautier, Stendhal... Los enumera González Troyano junto a la duquesa de Abrantes, que atribuyó la supuesta lascivia de la mujer andaluza a los tórridos vientos de África. Picaron, cada cual a su manera, lumbreras como Ortega y Gasset, que teorizó el “ideal vegetativo”, y todo un surtido de escritores de falsa crónica-denuncia hecha desde el tren, páginas cargadas de miserabilismo superficial que se han ido renovando desde la Andalucía negra hasta la sacudida por la violencia anarquista, Casas Viejas, la represión franquista, el paro endémico, la corrupción versión Rinconete y Cortadillo y el Polígono Sur, todo ello sin pararse a examinar a fondo la lógica estructural del maldito atraso, pero con una guitarra flamenca como música de fondo. Etnología de saldo. Y con un culpable que añadir a la perpetuación del imaginario pobre y grasioso: ese “andaluz dos veces”, como decía Cernuda, que sobreactúa empalagosamente para dar al forastero lo que espera de él, en un tic tan narcisista como humillante, por desgracia resistente al tiempo y el progreso.

Me he desviado. A lo que iba es a que Andalucía viene a ser hoy el bolso de Mary Poppins del topicazo español. Cabe todo y todo a la vez. Su bandolero romántico. Su señorito a caballo. Su gitano saleroso. Un vivales tocando las palmas para embobar al incauto mientras el caradura compinchado le birla la cartera. El aristócrata indolente y el adulador taimado. También están el bohemio cachondo y el sabio popular, normalmente del género contemplativo. Ardientes y calladas mujeres de ojos negros. Pobreza y tragedia por un tubo. Pero, al final del día, algo de felicidad y misterio entre callejones estrechos y plazas soleadas. Suenan unas palmas y alguien se levanta a bailar. Y nunca es rock & roll.

A lo que voy. Lo cierto es que en los escasos 45 minutos diarios que no dedicamos a dormir la siesta o cobrar subsidios (ejem), he sido testigo de cómo hay andaluces que son de vez en cuando capaces de hacer cosas de interés. Los ha habido siempre, en realidad. Y no suelen lucir o, como se dice ahora, no siempre trascienden como deberían. Y menos si no se adaptan a las ideas preconcebidas sobre la producción cultural sureña, que orbitan alrededor del arrebato melodramático y el olé. Por eso sabemos más sobre la Barcelona underground de los setenta y la movida madrileña de los ochenta que sobre el rock andaluz de los setenta y después, pese a que tiene una profundidad extraordinaria, como nos permite descubrir el periodista Ignacio Díaz Pérez, con tanto rigor y como sencillez, en su Historia del rock andaluz. Retrato de una generación que transformó la música en España.

¿Un rockero andaluz de vanguardia? Esa imagen no la imaginábamos al hurgar en el bolso de Mary Poppins. Pero ahí está. Andalucía es tierra de melenudos de los primeros setenta que querían ser Frank Zappa, Pink Floyd, King Crimson, Steve Winwood o Jimi Hendrix sin renunciar a la herencia de Antonio Mairena, Juan Talega, Perrate, Manuel Torre, La Niña de los Peines y Bernarda de Utrera. Quizás le suenen Triana, Alameda, Medina Azahara, Imán Califato Independiente, Cai, Guadalquivir... Cabe también el sonido "caño roto" de Las Grecas, las bluslerías de Raimundo Amador, el flamenco billy de Mártires del Compás. Y el Camarón de La leyenda del tiempo. El libro de Díaz Pérez —en cuyas páginas fulgura el controvertido y emblemático Gonzalo García Pelayo, factótum del rock andaluz, personaje inclasificable y renacentista, productor musical, locutor y director de cine, más tarde terror de los casinos de medio mundo– es la base y mucho más que la base de esta lista anti-intuitiva de “rock andaluz”, con perdón por la etiqueta, que seguro que en ocasiones será inexacta. Como ha dicho Gualberto, fundador de Smash: “Los rockeros me ven como un flamenco y los flamencos como un rockero”.

Va la lista –de nuevo con permiso de Díaz Pérez– sin excesivo orden ni concierto.

1. El garrotín (Smash)El garrotín

Esto debía de sonar en el Club Dom Gonzalo, que García Pelayo montó en Sevilla, en Los Remedios –barrio conservador por antonomasia– y donde coincidían las reuniones clandestinas de Felipe González Isidoro y Alfonso Guerra con los primeros conciertos de Smash (1968-1973), un grupo sui generis que está en el origen de casi todo lo que vino después. Y que es responsable del Manifiesto de lo borde: "No se trata de hacer flamenco pop, ni blues aflamencados, sino de corromperse por derecho". Acepto.

2. Abre la puerta (Triana)Abre la puerta

Un temazo de época y a la vez un clásico: largo, profundo, profesional... Aunque a mí me gusta más Tu frialdad. En Historia del rock andaluz, el que fuera guitarrista de la banda, Eduardo Rodríguez Rodway, cuenta: "Aquella era una España gris, sin colores. Triana fue un resplandor de la nueva España. Sufrió mucho como grupo, no podíamos comprar instrumentos, no teníamos furgoneta... Y el de la furgoneta ganaba más dinero que nosotros, ¡manda cojones!". Más: "En aquella época estaban los folclóricos y los yeyés. Pero los que hacíamos rock and roll o flamenco estábamos muy mal vistos. Sobre todo si teníamos los pelos largos". El heredero contemporáneo más evidente de Triana es Zaguán.

3. Amanecer en El Puerto (Alameda)Amanecer en El Puerto

Un triunfo en la estela de Triana, banda junto a la que se suele citar (aunque no se parezca demasiado, ¿no?). Si la etiqueta "rock andaluz" tiene sentido —yo creo que sí lo tiene–, es para temas como este. A mí me parece un poquillo recargado, pero bueno, la verdad es que es chulo.

4. La muchachita (canción antinacionalista zamorana) (Veneno)La muchachita (canción antinacionalista zamorana)

Es para echarle un rato el disco Veneno, de 1977, del grupo Veneno, que formaban Kiko Veneno y los hermanos Raimundo y Rafael Amador: ese tipo de discos "históricos" que fracasaron en su día. Para mí es demasiado, pero si se habla de "rock andaluz", es ineludible.

5. Pasa la vida (Pata Negra)Pasa la vida

Los Amador en acción, tras disolverse Veneno.

6. Joselito (Kiko Veneno)Joselito

"Por ahí viene Joselito // Con los ojos brillantitos // Por la calle Peñón // Se ha tomado tres botellas // De Coca-Cola llenas // De vino de Chiclana // Ya tiene las ganas // Y ahora sólo busca un sitio // Donde le dejen cantar". La música da máximo buen rollo, pero la letra es tristona, como el Pardao de Los Suaves. Joselito es de las canciones que más he escuchado en mi vida, obra de un tipo que es música andante, autor de Volando voy, En un Mercedes blanco y La chispa (esta la meto en el saco de temazos porque me suena a como sería Bob Dylan si hubiera nacido en Lebrija). "Cuanto menos virtuosismo hay, como es mi caso, más tienes que ir a por la melodía", explicaba Kiko en 2009, cuando fui a verlo ensayar en Alcalá de Guadaíra con la fotógrafa Laura León. Para mí es inconcebible que este hombre pueda caerle mal a alguien.

7. El garbanzo (Caraoscura)El garbanzo

"El mundo es muy chico // Es como un garbanzo // Si se pone duro // Hay que remojarlo". Un proyecto del hijo de Martirio y el hijo de Parrilla de Jerez. También hicieron Los albañiles, sobre los albañiles de la Expo 92, y el Blues del Arapajoe. Cerca andaban Kiko Veneno, Raimundo Amador... Todo bien hecho.

8. ¡Oh! Galicia calidades (Mártires del compás)¡Oh! Galicia calidades 

Seguramente tienen canciones mejores –Vente vente, por ejemplo–, pero sólo esta fue capaz de pronosticar ya 2004, y mientras se le rendía un homenaje a la Costa da Morte, la forma en que moriría Bin Laden en 2011 (¡).

9. Stand by me Rezaré (Silvio)Stand by me Rezaré

"Coge el rock and roll y lo mete al ritmo de la Semana Santa", en palabras del periodista Díaz Pérez. ¿Es posible? Es posible. Qué personaje, Silvio.

10. Bolillón (No me pises que llevo chanclas)Bolillón

C Tangana se pone el disfraz de español y tira de tradición... y un poquito del machismo de siempre

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¿Tema de inclusión problemática en la lista de "rock andaluz"? Alomejó. Da igual. Porque en cualquier lista que yo haga, de cualquier cosa, tendrán que aparecer Los Chanclas, así que no hay debate.

11-12-13...

El Morente de Omega –alucino y alucinaré con Manhattan–, el Camarón de La Leyenda del tiempo, Lagartija Nick... Este hilo no se acaba nunca.

En La cara oscura de la imagen de Andalucía, Alberto González Troyano recorre el hilo histórico y literario que ha hecho de las tierras del sur el paraíso del cliché. Empezó –parece– con aquellos viajeros románticos del XVII que impugnaban el rigor de la civilización burguesa mediante una evasión meridional que les permitía un posado exótico sin correr excesivos riesgos al mismo tiempo que una coartada para la maniobra moralista sobre el buen salvaje. ¡Ah, el sur y su pobre gente, ignorante pero en el fondo sabia, con sus curiosas costumbres! Cayeron rendidos el marqués de Custine, Théophile Gautier, Stendhal... Los enumera González Troyano junto a la duquesa de Abrantes, que atribuyó la supuesta lascivia de la mujer andaluza a los tórridos vientos de África. Picaron, cada cual a su manera, lumbreras como Ortega y Gasset, que teorizó el “ideal vegetativo”, y todo un surtido de escritores de falsa crónica-denuncia hecha desde el tren, páginas cargadas de miserabilismo superficial que se han ido renovando desde la Andalucía negra hasta la sacudida por la violencia anarquista, Casas Viejas, la represión franquista, el paro endémico, la corrupción versión Rinconete y Cortadillo y el Polígono Sur, todo ello sin pararse a examinar a fondo la lógica estructural del maldito atraso, pero con una guitarra flamenca como música de fondo. Etnología de saldo. Y con un culpable que añadir a la perpetuación del imaginario pobre y grasioso: ese “andaluz dos veces”, como decía Cernuda, que sobreactúa empalagosamente para dar al forastero lo que espera de él, en un tic tan narcisista como humillante, por desgracia resistente al tiempo y el progreso.

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