“Mis ovejas han hecho de mí un hombre independiente y jamás me inclinaré ante nadie”.
Halldór Laxness, el único premio Nobel de Literatura islandés, publicó en dos volúmenes y dos años (1934-1935) su obra magna: Sjálfstætt fólk (Gente independiente, editada por vez primera en España en 2004).
Enmarcada en la corriente del realismo social, emparentada por algunos con la más célebre Hambre, de Knut Hamsun (también ganador del Nobel pero noruego), Gente independiente relata la vida de los granjeros pobres para los que sus animales lo son todo... más incluso que su propia familia.
Hemos dicho “los animales” cuando deberíamos haber puesto “las ovejas”. Porque, como escribió en el prólogo de la edición española Enrique Bernárdez, ellas son el eje central del libro, en el que se habla de “una economía pastoril donde nada hay más importante que las ovejas, donde se puede dejar morir a la mujer y a los hijos para intentar salvar una sola cordera (aunque el cristianismo está ahí, para servir de apoyo a la aberración), o donde es posible echar de casa a una hija y dedicar las horas a vigilar el ganado para protegerlo de cualquier peligro”.
Cuando despertó, las ovejas seguían ahí...
Si Laxness regresara, se sorprendería al comprobar hasta qué punto el país ha cambiado mientras las inmutables ovejas siguen siendo consustanciales al paisaje y al paisanaje islandeses.
El viajero se topa con ellas en cuanto sale de la ciudad. Su omnipresencia le obliga a conducir con cuidado, pero ellas no parecen temer ni al humano ni a su máquina de cuatro ruedas. Hay en su mirada (juramos que no exageramos) un punto de desafío: esta es mi tierra.
Y aunque es cierto que las reses tienen la mala costumbre de cruzar e incluso sentarse a descansar en el asfalto, no lo es menos que, siendo como son las dueñas del panorama, tienden a elegir áreas más propicias y seguras.
Señal de peligro y ovejas en Islandia. / INGENIO DE CONTENIDOS
Poco a poco, la obsesión del viajero por las ovejas se acentúa. Son centenares, miles, están por todas partes… Puede que, obnubilado, se ponga machadiano: La oveja que ves no es oveja porque tú la veas, es oveja porque te ve.
Sin soltar el volante, sacude la cabeza y al agitar los recuerdos, se acuerda de que en algún lugar ha leído que el país tiene el doble de ovejas que de habitantes. Claro, que también ha leído que le país tiene el triple de ovejas que de habitantes.
Sí, las proporciones bailan y todas son ciertas: depende del momento del año en el que se haga la afirmación. Sucede que los partos múltiples son muy comunes en las ovejas islandesas, así que, en tiempos de alumbramiento, el equilibrio se altera.
Pero el misterio solventado deja paso a otro aún más intrigante.
Grupos de ovejas en Islandia. / INGENIO DE CONTENIDOS
¿Soy yo, o van siempre de tres en tres?
Ovejas en el campo islandés. / INGENIO DE CONTENIDOS
La explicación que nos han dado es que en muchos casos se trata de unidades familiares: mamá oveja y dos ovejitas, aunque sean de distintos colores (predominan las blancas, pero también las hay marrones y negras) y el mismo tamaño (los animalitos crecen que se las pelan).
Para mantener caliente al país
La oveja islandesa tiene fama de ser resistente al frío y muy autónoma. Ni grande ni pequeña, de patas cortas, presenta la cara y las piernas libres de lana.
Aunque hubo un tiempo en el que se las permitía pastar todo el año a su libre albedrío, ahora hay restricciones y, si bien campan a sus anchas en primavera y verano, son obligadas a volver al redil en otoño. La recogida, que los pastores aún hacen a caballo y ayudados por perros, puede durar una semana, tiempo durante el cual los ganaderos pasan las noches en cabañas diseminadas por las tierras altas.
Nos dicen que el último día, la entrada en el redil de la última oveja es la señal de partida para una gran celebración.
Dan leche, claro, y sirven para carne, pero su seña de identidad más islandesa es la lana, con doble revestimiento: la capa externa, más larga, se llama tog y la interna, más fina, þel. En el esquilado de primavera, la lana que se obtiene es gruesa y suele usarse para hacer alfombras; de la esquila de otoño procede el apreciado lopi, que no es otra cosa que el fruto de la combinación de ambas capas, tog y þel. Y el lopi, exclusivo de este país, sirve para tejer el lopapeysa, el jersey islandés, famoso por el calorcito que da y porque repele el agua.
Productos fabricados con lana islandesa. / INGENIO DE CONTENIDOS / KIDKA
Prenda habitual para los isleños, el lopapeysa se ha convertido también en un reclamo para los turistas, que caen en la tentación de la compra aun siendo conscientes de que nunca sufrirán el frío suficiente como para utilizarlo. Por lo demás, es evidente que la lana tiene tirón entre los visitantes, que son llamados a curiosear en los escaparates con versiones varias del producto…
Y los islandeses han de estar agradecidos. Los libros cuentan que el mayor periodo de crecimiento e industrialización del país, durante la Primera Guerra Mundial, se debió a las ovejas y a su lana, muy apreciada en una Europa devastada por la contienda. Aunque, justo es reconocerlo, en la economía local las exportaciones de pescado siempre han tenido más peso…
La oveja es vida
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En una escena de Gente independiente, alguien arranca unas hierbas. Mientras saborea su gusto, recuerda que ese humilde producto ha salvado vidas cuando el invierno ha sido largo, y el heno escaso.
"Hay en esto una especie de miel, aunque sabe fuerte. Es esta joven hierba de pantano la que da nueva vida a las ovejas en primavera, ¿sabes? Y las ovejas proporcionan nueva vida al hombre en otoño".
Ovejas islandesas. / INGENIO DE CONTENIDOS
“Mis ovejas han hecho de mí un hombre independiente y jamás me inclinaré ante nadie”.