Tito salió del bar empujando con el pie la puerta para evitar tocarla con la mano. Como siempre, rozaba el suelo emitiendo un chirriante sonido cuando hacía tope contra la pared. Se colocó la mascarilla y casi sintió alivio al volver a embozar su cara en el anonimato de aquel —por otro lado— desagradable artefacto protector.
Desde el incidente de hacía ya quince días, mientras retransmitía la concentración de vehículos convocada por grupos de extrema derecha en protesta por el confinamiento, su vida había sufrido dos cambios que constituían una paradoja para un periodista. El primero es que se había hecho popular. Muy popular. El segundo es que no había vuelto a trabajar.
Salía del bar, de su bar del barrio, con cierta mala leche. Habían sido demasiadas semanas encerrado, apenas asomándose a la calle para hacer compras esenciales, y para acudir a los encargos que ocasionalmente la televisión remitía a la productora con la que trabajaba de freelance. Y que Arturo, el dueño del bar, también se sumase al escarnio de llamarle "PaTito", con la sonrisa burlona que se hacía eco en toda la clientela, le tocó la moral.
Uno de esos encargos laborales fue, como se ha dicho, la concentración motorizada que había colapsado el centro de la ciudad. Mientras Tito grababa su pieza para emitir en el informativo del mediodía, un grupo de exaltados le rodeó ondeando banderas y profiriendo gritos: "Televisión, manipulación", "Que noo, que nooo, que no nos confinamos, que noooo…".
Es habitual someter a las personas que cubren estas informaciones a todo tipo de perrerías, obligándoles a montar sus piezas informativas en la zona cero del suceso. Así, a bote pronto, Tito recordaba haber grabado en unas inundaciones, con los píes sepultados en unas katiuskas fucsias y en medio del imprevisible cauce de un torrente de agua que bajaba una calle; en una ciclogénesis explosiva, expuesto en la mitad de un parque en las afueras, rodeado de enormes ramas que el viento cimbreaba y que amenazaban con quebrar; en plena nevada en la cima de un puerto de montaña, con los labios ateridos por un frío que apenas le dejaba vocalizar correctamente la obviedad de que sí, que nevaba.
Pues lo que el agua, el viento o la nieve no consiguieron, lo lograron los cabeza de alcornoque que le iban cercando y embistiendo con banderas. Uno de ellos se vino arriba y le cogió la mascarilla FFP2, estirándola y volviéndola a soltar abruptamente para hacerla impactar en su cara, y pronunciando las palabras que se harían célebres: "Quítate la mascarilla, que pareces un patito", aludiendo a la forma puntiaguda y picuda de la mascarilla.
Tito reaccionó instintivamente y le soltó un manotazo. Con la mala suerte de que impactó en las gafas del tipo, que salieron volando, provocando un silencio instantáneo. En un segundo la turba volvió en sí, y comenzaron los empujones y algún que otro golpe. Obviamente se paró la grabación y Tito pudo salvar su integridad física, pero el material quedó grabado y registrado. No habían pasado ni cuatro horas, cuando el corte con el incidente aparecía por primera vez en una red social y apenas otra hora después se convertía en viral.
Aquella noche, mientras Tito cuajaba una tortilla de patata sin cebolla y miraba su smartphone, recibía una llamada de Rebeca, la jefa de la productora. "Tito, eres trending topic". Y así era. Más concretamente era triple tendencia del momento.
El hashtag #patito era la etiqueta más mencionada en esos momentos en España y en Europa, y estaba entre las cinco primeras del mundo. Además, había otras dos asociadas: #PatitoAntifa y #PatitoKill, donde partidarios y detractores le habían convertido a la vez en un símbolo de la lucha contra el fascismo, y en sostén de un Gobierno asesino que nos encierra en casa para acabar con la libertad de expresión.
—Rebeca, y... ¿por qué cojones se ha filtrado el vídeo?
El tema se fue de las manos hasta tal punto que Tito —"Ya es casualidad lo del Tito y el Patito, joder, Arturo no toques tú también los huevos"— se veía reconocido por la calle. Todos los programas televisivos de la franja de tarde se hicieron eco al día siguiente del incidente, emitiendo en bucle el video, e incluso llegó a tener propuestas para acudir a tertulias. Eso sí, tenía que dejar claro si era un antifascista o, por el contrario, "le parecía de recibo coartar la libertad de expresión de un tipo, que si, quesverdá, que le estiró las gomas de la mascarillaquesverdá para dejársela impactar en la cara en plena jornada laboral, pero que ejercía un derecho fundamental y tampoco es para ponerse así. Que los periodistas tenemos una responsabilidad con la democracia y ante todo, profesionalidad".
Lo peor fue que dejó de trabajar. Rebeca dejó de llamarle. Apenas le contestaba a los whatsapps. "Es complicado, Tito, las cadenas quieren que las piezas las haga un periodista más neutro, no un antifa. Tranquilo, que esto se pasa en cuestión de días. Besos… PAtito. (Emoticono, sonrisa desternillándose)".
Y así arrancó Antonio Sánchez Elorza, Tito, ahora Patito, su fase 3 en la desescalada pandémica. Entrando en el simulador de la página web del Ministerio de Inclusión y Seguridad Social, para ver si podía acceder a cobrar la prestación del cese de actividad.
Teniendo en cuenta que cotizaba por la base mínima…
Ver másMartina y Martín
(Próxima entrega: Martín y Martina).
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Unai Sordo (Barakaldo, 1972) es secretario general de Comisiones Obreras.
Tito salió del bar empujando con el pie la puerta para evitar tocarla con la mano. Como siempre, rozaba el suelo emitiendo un chirriante sonido cuando hacía tope contra la pared. Se colocó la mascarilla y casi sintió alivio al volver a embozar su cara en el anonimato de aquel —por otro lado— desagradable artefacto protector.