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El precalentamiento literario de Luis Landero

Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) está en un momento dulce. No es solo que el escritor atienda la entrevista por teléfono mientras mira el mar desde la apacible San Vicente de la Barquera, alejado del calor de la meseta y al fin de vacaciones después de más de un año sin parar de escribir. Es que, además, su nueva novela después de El balcón en invierno (Tusquets, 2014) está casi a punto, a falta de alguna corrección menor. Nada de glorificar el sufrido trabajo de escribiente: "Ahora estoy en lo mejor de todo. Todo listo y corregido. Es un gusto". 

Prefiere no hablar del argumento porque aún faltan unos meses para su publicación. Y del título no puede hablar... porque aún no lo tiene: "Para mí es usual llegar al final sin título, porque ni me lo planteo. Pero ahora le doy tantas vueltas que por la noche se me aparecen las palabras mezcladas y tengo pesadillas". Confía en el último tramo del proceso, asistido por su editor, Juan Cerezo, para acabar de perfilarlo. Las últimas ediciones y pruebas llegarán en septiembre, y luego vendrá la odiada promoción.. Hasta entonces, responde a todo lo demás con alegría. 

El autor de novelas como El guitarrista (2002) o Juegos de la edad tardía (1989) comenzó con la escritura el pasado junio, y desde entonces ha parado apenas durante seis o siete días. Antes, incluso, vino lo que él denomina la "etapa de invención", que dura más o menos un año y durante la que se desplaza a todas partes con dos cuadernos: uno es el esbozo de la novela, el otro son notas que va tomando. "Es como si amueblaras un piso que está vacío", explica, "Esta mesita lo mismo me sirve más adelante, o necesitaría una cama...". No es tan "disciplinado" en este tiempo como en la etapa de escritura, aunque alaba aquí también las virtudes de la constancia: "Si uno es tozudo como una mula, las musas acuden". Lo vaporoso encuentra "encarnadura" y las ideas se van demandando las unas a las otras. 

Y luego llega la escritura, "que es cuando uno de la juega de verdad". "Puedes inventar un mundo maravilloso", defiende, "pero si luego no eres capaz de plasmarlo...". Una etapa, que suele durar en torno a un año, y que califica, según el tramo de la conversación, como de momento "gozoso" o de trabajo "duro". Siendo Landero más de mañanas —"Estoy enmañanado desde siempre, y he tenido la suerte de que la enseñanza me ha permitido coger horario sde tarde", dice este antiguo profesor de instituto— el plan, durante estos 14 meses, ha sido, con pocas variaciones, el que sigue: despertarse temprano, aunque sin un especial afán madrugador; leer cinco o seis periódicos por encima, durante unos tres cuartos de hora; y acercarse a la estantería de sus libros sagrados para comenzar con el precalentamiento. 

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Esete es uno de los trucos del escritor, prepararse para la acción "como el cantante que hace unos gorgoritos". El suyo consiste en leer. Y no cualquier cosa, sino alguno de los 50 o 60 libros que constituyen su propio Parnaso, fijo desde hace años con unas cuantas entradas y salidas. "Soy médico de mí mismo: en función de mi ánimo, sé lo que necesito", aclara. Quizás unos versos de Antonio Machado o un fragmento de Scott Fitzgerald. ¿Qué causa esto en su disposición a escribir? "Lo hago para… para ponerme cachondo literariamente. Para que la sensibilidad surja, para afilar el cuchillo. Cuando veo que estoy en forma, entonces empiezo. Porque cuando uno empuña la pluma a veces empuña el cetro y a veces empuña el látigo".

Landero sigue alternando ambos en el proceso de creación: "Para las personas inciertas e inseguras, como puedo ser yo, uno puede pasar de ser el rey del mambo a ser un paria cinco minutos después". Y eso que con los años ha ganado una cierta "sabiduría" que le permite afrontar la escritura con menores dosis de sufrimiento. Pero el suyo sigue siendo "un oficio muy solitario" y nadie se libra de los días malos. "Hay veces que me levanto bastante torpe, reñido con la literatura y con el mundo", confiesa, inmune incluso a sus recetas literarias. ¿Entonces? "En ese momento lo mejor es dejar de escribir. Pero es verdad que si uno insiste, puede que le cambie el humor y que sea una buena mañana de trabajo. Hay que ser tozudo y valiente para escribir una novela".

Hay veces, incluso, que no se trata de un solo día o de un mal despertar: "Sucede que haya enmiendas a la totalidad. No ya a un párrafo o un capítulo, sino pensar que las 800 páginas no valen nada". Crisis periódicas que en su juventud eran bastante más frecuentes. Ahora se ve "menos compulsivo", más consciente de sus "rabietas infantiles". "Uno va negociando consigo mismo y resignándose", cuenta. Nada de comparaciones ni de juicios. Landero, con décadas de oficio a las espaldas y rozando los setenta, se instala en una especie de calma zen. "Esto es lo que he escrito, esto es lo que he hecho, he sido feliz escribiendo, y a veces infeliz". Con eso basta. 

Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) está en un momento dulce. No es solo que el escritor atienda la entrevista por teléfono mientras mira el mar desde la apacible San Vicente de la Barquera, alejado del calor de la meseta y al fin de vacaciones después de más de un año sin parar de escribir. Es que, además, su nueva novela después de El balcón en invierno (Tusquets, 2014) está casi a punto, a falta de alguna corrección menor. Nada de glorificar el sufrido trabajo de escribiente: "Ahora estoy en lo mejor de todo. Todo listo y corregido. Es un gusto". 

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