Nuestra relación tóxica con 'Fleabag'

Fleabag, la protagonista de Fleabag, no tiene nombre. Phoebe Waller-Bridge, creadora de la serie y también intérprete de su personaje principal, no nos lo revela. Nos referimos a ella, pues, con el sobrenombre de Fleabag que da título a la serie, literalmente saco de pulgas en el inglés original. Eso ya nos da una idea del modo en que el personaje se ve a sí misma y a su vida, y también alguna clave sobre el tono de la serie: Fleabag es un título directo, cruel pese a su comicidad —o viceversa—, inusual, atractivo. También es breve: esta producción de la BBC, disponible en la plataforma Amazon Prime Video, emitió su primera temporada en 2016 y ha cerrado su segunda y última en 2019. Es el momento perfecto para retomarla, por eso aparece en esta sección que recoge algunas de las mejores producciones del año que quizás queden aún lejos del espectador español. 

No es que la hayan cancelado. Al contrario: el éxito de Waller-Bridge ha sido fulgurante. Fleabag ha sido alabada por los medios —sirva de muestra que en el agregador de críticas Rotten Tomatoes su segunda temporada tiene una nota media de 9,29 sobre 10—, y la temporada de premios de su segunda temporada se ha iniciado ya con tres estatuillas otorgadas hace unos días por la Asociación de Críticos de Televisión de norteamérica, incluida la de programa del año, comedia y un premio individual para Waller-Bridge en tanto que creadora. Con once nominaciones a los Emmy, no es arriesgado pensar que no serán estos sus únicos galardones cuando se desplieguen las alfombras rojas el próximo otoño. Y sin embargo, la showrunner ha decidido echar el cierre, como decidió dejar Killing EveKilling Eve, otra producción de éxito, tras su primera temporada —aunque esta ha continuado con ella—. 

Pero empecemos por el principio: cuando conocemos a Fleabag, en su primera temporada, encontramos a un personaje que acaba de ser arrollado por la vida. Su mejor amiga y socia en un pequeño café que era su proyecto de vida ha muerto —no se nos dice cómo—, el propio negocio está a punto de cerrar, lo ha dejado con su novio, los lazos emocionales con su padre están prácticamente rotos y la compleja relación que mantiene con su hermana Claire no hará más que empeorar. Pero Fleabag no es un drama, y esto queda claro desde su formato: sus capítulos no duran cincuenta minutos, sino treinta. Estamos ante una comedia, nos dicen, eso sí, una comedia negra armada con estrategias tan poderosas que son capaces de hacer olvidar al espectador el fondo del asunto, ya no tan divertido. Y ni siquiera es un fondo oculto: lo que Fleabag consigue es que el espectador olvide la propia sinopsis de la serie.  

Para empezar, la serie se enmarca dentro de un género de reciente creación, el de las comedias hechas por mujeres imperfectas, al que el espectador empieza a acostumbrarse. No tiene el aire a Sexo en Nueva York que tenía —voluntariamente— Girls, ni juega con el musical como Crazy exgirlfriend, ni cuenta con la energía que desprendían las dos amigas de Broad city. Pero su protagonista se acomoda como puede a la etiqueta de antihéroe, sabiendo que aquí no se refiere a un hombre oscuro que ronde la criminalidad y la adicción a las drogas, sino a una mujer con una relación compleja con el sexo, patológicamente egoísta y con una capacidad sorprendente de convertir en un enredo embarazoso las situaciones más pedestres. Cuando Fleabag entra en una habitación, las probabilidades de que pase algo socialmente desastroso son altas. 

Y ocurre también que Fleabag es muy divertida, gamberramente divertida. Y el tono de ese humor cubre un amplio espectro. Ejemplo número 1: mientras su novio duerme, la protagonista se masturba viendo un discurso de Obama —él, por supuesto, la descubre—. Ejemplo número 2: después de una conversación más tierna de lo habitual, la hermana de Fleabag hace el amago de darle un abrazo, a lo que ella responde con una bofetada. "¿Qué era eso?", pregunta la protagonista. "¡¡Un abrazo!!", responde Claire. "¡Es terrorífico, no lo vuelvas a hacer!". Ejemplo número tres: Claire y Fleabag llaman a una puerta y, mientras esperan, se escucha un grito anónimo en la lejanía: "Putaaaaaaaaa...". Después de una breve pausa, y con cierta extrañeza, Fleabag responde: "¿Quéeeee...?". 

El espectador se habrá dado cuenta de que el sexo no está precisamente ausente de esta serie. La protagonista supedita a menudo sus decisiones vitales al fin último de tener relaciones y sus referencias verbales al sexo —ya sean la expresión de un deseo o una simple broma— son constantes. Esto, por supuesto, tiene un motivo, que la propia serie nos revela: "Me he pasado gran parte de mi vida adulta usando el sexo como una forma de distraerme de mi gran vacío interior", le cuenta a su terapeuta. Pero Phoebe Waller-Bridge se quejaba en una entrevista para GQ con la humorista Tina Fey de la importancia que se le había dado a este aspecto por parte de la crítica cuando salió su primera temporada: "Hicieron parecer que estaba desnuda todo el tiempo. Yo estaba en plan, 'No hay un solo desnudo en la serie'. Solo digo cosas sobre mi ano de manera directa". 

Pero el truco definitivo es la ruptura de la cuarta pared, sobre la que se han escrito ya páginas y páginas. La protagonista de Fleabag se relaciona de tú a tú con el espectador: hace apartes, como en teatro, mira directamente a cámara para mostrar su desacuerdo o sus verdaderas intenciones, en ocasiones incluso se permite hacer brevísimos monólogos. No se parecen, eso sí, a los solemnes soliloquios de Kevin Spacey en House of cards, ni funcionan tampoco como narración. Son guiños al espectador que pespuntan todas las escenas. Cuando Fleabag miente, mira a cámara para que nosotros, los espectadores, sepamos que ha mentido. Cuando debe pedir dinero a Claire para que su negocio no quiebre, trata de tomar impulso diciéndole a cámara que va a hacerlo, va a hacerlo, va a hacerlo, para luego, evidentemente, no hacerlo. Cuando entra en su parroquia y ve al nuevo cura por primera vez, se gira en el banco para decirnos, con una mirada pícara: "¡Dios santo!". 

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Y precisamente esta relación narradora-espectadores es lo que acaba revelándose como el núcleo mismo de Fleabag, tal como se desarrolla la segunda temporada. En la misma consulta de la terapeuta, esta le acaba haciendo preguntas sobre su familia, amistad, vida amorosa... Hasta que acaba definiéndola como "una chica solitaria con el corazón vacío". "Según tu propia descripción", le advierte. Entonces, Fleabag, que hasta entonces había negado tener amigos, se retracta. "Así que tienes alguien con quien hablar", inquiere la psicóloga. "Sí", responde la protagonista, que mira a cámara y nos guiña un ojo. "¿Les ves mucho?", continúa. "Oh, sí, siempre están ahí. Siempre están ahí", responde. Y vuelve a mirar a cámara. 

Antes de ser una serie de televisión, Fleabag fue un monólogo creado en 2013 por Waller-Bridge para el festival de teatro independiente Fringe Festival, en Edimburgo. Al trasladar la obra, decidió mantener este elemento eminentemente teatral y jugar con él. "La idea era invitar a la gente y hacerles sentir como si estuvieran viendo una historia tipo stand up, pero haciendo que pareciera una broma constante y que su única razón para estar ahí es hacerte reír", contaba la creadora en la citada entrevista. "Y al final, ella te pregunta: '¿Qué es lo que encuentras gracioso de mi terriblemente dolorosa vida?". A eso es a lo que se enfrenta el espectador: ¿qué le parece gracioso de todo esto? ¿La muerte de su madre? ¿De su amiga? ¿Su incapacidad para relacionarse, para encontrar el amor? ¿El hecho de que trate de cubrir todo eso con humor, para ser capaz de contárselo a sí misma y a los demás?

Sin renunciar a ser puro entretenimiento —la producción tiene en total 12 episodios y ninguna escena de ninguno de ellos resulta prescindible, algo más cierto aún en la segunda temporada—, en el último capítulo la serie se desplaza el peso de los hombros de la protagonista a los del espectador. Y este tiene que enfrentarse a un hecho: en el fondo, desea que las cosas vayan mal para Fleabag, porque eso es mucho más divertido. En el fondo, desea que sufra. En el fondo, si puede convertirse en su confidente, es porque comparte ciertos códigos con ella. ¿Ciertas heridas, quizás? ¿Cierto tipo de narración sobre sí mismo? Los seguidores de la serie quizás hubieran hecho hasta entonces un ranking de las relaciones más tóxicas que pueblan la vida de la heroína, y no son pocas. Pero en ese momento se ven obligados a añadir una al top. Tenemos una relación tóxica con Fleabag. Y lo mejor es poner distancia. 

Fleabag, la protagonista de Fleabag, no tiene nombre. Phoebe Waller-Bridge, creadora de la serie y también intérprete de su personaje principal, no nos lo revela. Nos referimos a ella, pues, con el sobrenombre de Fleabag que da título a la serie, literalmente saco de pulgas en el inglés original. Eso ya nos da una idea del modo en que el personaje se ve a sí misma y a su vida, y también alguna clave sobre el tono de la serie: Fleabag es un título directo, cruel pese a su comicidad —o viceversa—, inusual, atractivo. También es breve: esta producción de la BBC, disponible en la plataforma Amazon Prime Video, emitió su primera temporada en 2016 y ha cerrado su segunda y última en 2019. Es el momento perfecto para retomarla, por eso aparece en esta sección que recoge algunas de las mejores producciones del año que quizás queden aún lejos del espectador español. 

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