Txomin Badiola y João Fernandes tienen por delante un mes agitado. Más que por el trabajo, por la espera. El artista, integrante de la llamada "nueva escultura vasca", y el subdirector y comisario del Reina Sofía aguardan pacientemente a que llegue el 11 de septiembre. Entonces deberán abandonar el estudio y el despacho para encerrarse en el Palacio de Velázquez, espacio adscrito al centro de arte en el parque del Retiro. No traman un plan secreto, sino una exposición que lleva fraguándose más de cinco años. Esta es la historia de una exposición que no es como las otras.
Primero: para Txomin Badiola, una muestra no es una muestra. El artista, nacido en Bilbao en 1957, considera cada exposición como un nuevo espacio de creación. La retrospectiva que prepara en el Museo Reina Sofía, que lleva por título el nombre del artista y se inaugurará el 22 de septiembre, viene a ser una macroinstalación cocinada durante un lustro. Las conversaciones con el director del centro, Manuel Borja-Villel, comenzaron en 2011, aunque el trabajo efectivo comenzó en 2014. Durante ese tiempo, se sucedieron las conversaciones periódicas en torno a cómo organizar una muestra no convencional.
En Malas formas (Macba, 2002), su primera retrospectiva, modificó las obras expuestas convirtiéndolas en una gran metraestructura. En La forme qui pense / The thinking form (La forma que piensa), eligió él mismo tanto las piezas como el recorrido por el museo Saint-Étienne Métropole. Ahora da un paso más allá en la modificación del funcionamiento normal de una exposición, en la que el artista y el comisario eligen el catálogo, en una negociación más o menos tensa. "Como en algunas películas, esto es un Txomin Badiola por Txomin Badiola. Solo que para contarse a sí mismo, Txomin necesita pasar por el otro". Lo dice Fernandes, de una muestra que empieza, paradójicamente, por dinamitar la figura del comisario.
No ha sido él quien ha seleccionado las obras que poblarán el Palacio de Velázquez, y tampoco Badiola. Han sido los amigos del escultor. Aunque decir solo "amigos" sería injusto: Ana Laura Aláez, Ángel Bados, Jon Mikel Euba, Pello Irazu, Asier Mendizabal, Itziar Okariz y Sergio Prego son también integrantes de la "nueva escultura" y su trabajo es un ejemplo de diálogo y construcción en común. "Yo siempre he pensado que de algún modo todo pasa por el otro", explica Badiola, "Esto obedece a una forma particular de trabajar aquí en Bilbao, que somos artistas permanentemente en relación, e influimos en las obras uno de otros".
La primera criba la realizó el propio Badiola, que realizó un archivo de sus obras fechadas entre finales de los setenta y hoy. Cada uno de los artistas mencionados eligió 10 obras, que formaron una primera selección de 70. Las razones de su selección fueron, a su vez, grabadas por cuatro jóvenes creadores, Jon Otamendi, Leo Burge, Zigor Barayazarra y Lorea Alfaro, que no forman parte de la generación de los comisarios. Parte de las entrevistas se proyectarán también en la muestra. Una vez terminada esta segunda fase, se revisaron las obras repetidas, se redujo el número de obras y cada uno de los siete propuso un formato de exposición. Todo ese trabajo llegó, por último, a Fernandes. "Es curioso", reflexiona, "Había aspectos de la obra que esta selección subraya y que yo también quería mencionar; y aspectos no tan relevantes que ellos tampoco tratan".
Badiola dice sentirse satisfecho con el sistema ideado, que permite implicar a una figura a medio camino entre la presencia "externa" del comisario e "interna"." Precisamente porque todo pasaba por otros, en ningún momento podías decir 'esto es mío", explica, "Se genera un sistema que tiene un procedimiento propio. No es algo dirigido, sino que es la propia coherencia del sistema la que te guía". Fernandes considera que la muestra ofrece tanto un "descubrimiento del artista" como de "de cómo el artista decide presentarse en un espacio institucional". Badiola no muestra solo su obra, sino el contexto de producción de la misma y sus lazos generacionales.
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El espacio elegido tampoco es convencional. La muestra se expondrá lejos de los muros del antiguo Hospital General de Madrid, hoy edificio Sabatini, y de las modernas paredes del Nouvel. Txomin Badiola ha elegido el Palacio de Velázquez, construido en 1881 con el propósito de albergar una exposiciónd de minería. Badiola lo considero más adecuado porque el enorme espacio funciona "como contenedor" y está libre de los recorridos lineales que marcan las salas del museo. "Es un espacio que no ha sido construido para presentar exposiciones de arte contemporáneo.No tiene condiciones de luz neutras, ni arquitectura neutra. Es un ejemplo de arquitectura industrial, curiosamente similar al que aún conoció Txomin en el Bilbao de su infancia", completa el subdirector del Reina Sofía.
Ahora solo queda esperar al 11 de septiembre, cuando llegarán al Palacio las piezas del artista, procedentes de una docena de destinos distintos. Fernandes se reserva algunas obras en el banquillo: le gusta contar con alguna pieza que incorporar o de la que prescindir según las necesidades del espacio. "Txomin ha construido una maqueta del espacio y trabaja con ella desde hace tiempo, pero tendremos que dejar que el espacio hable", explica.
A principios de septiembre, Badiola se desplazará a Madrid para revisar la construcción de los muros que definirán la distribución del espacio en las grandes naves del Palacio. A partir del 11, comisario, artistas y colaboradores vivirán bajo las claraboyas de la sala, divididos en tres equipos que deberán prestar especial atención a elementos que no se tienen tanto en cuenta durante la preparación de la muestra: el recorrido del público, las cartelas... "Nunca me pongo nervioso", asegura Badiola. ¿Ni siquiera en su primera exposición? "Ni en la primera. Todo está planeado, y no sería muy profesional, ¿no crees?".
Txomin Badiola y João Fernandes tienen por delante un mes agitado. Más que por el trabajo, por la espera. El artista, integrante de la llamada "nueva escultura vasca", y el subdirector y comisario del Reina Sofía aguardan pacientemente a que llegue el 11 de septiembre. Entonces deberán abandonar el estudio y el despacho para encerrarse en el Palacio de Velázquez, espacio adscrito al centro de arte en el parque del Retiro. No traman un plan secreto, sino una exposición que lleva fraguándose más de cinco años. Esta es la historia de una exposición que no es como las otras.