Lecturas infalibles

Rousseau, Juan Tallón y algunas confesiones

El escritor y periodista Juan Tallón.

“Rousseau”: el nombre en sí ya intimida. Hablar del filósofo suizo es sinónimo de adentrarse en un terreno tan exótico como eminente, casi reverencial. Más aún en lo que se refiere a sus Confesiones, una de esas obras de la literatura que "fundan un género, o por lo menos le dan una vuelta de tuerca". Así define el novelista Juan Tallón (Vilardevós, 1975) la autobiografía del ilustrado, su elección para esta serie veraniega de infoLibre en la que distintos autores recomiendan un clásico al que (re)visitar durante las largas tardes estivales.

 

Cuando todo salta por los aires

Cuando todo salta por los aires

"Es un libro que siempre nos hablará del tiempo en que fue escrito, no solo de su autor. Es testimonio vivo de algo que pasó y que marcó el devenir de la Historia", recuerda a través del correo electrónico el columnista de medios como El País o El Progreso. Así lo cree el gallego desde hace casi veinte años, cuando Tallón acompañó a Jean-Jacques Rousseau por primera vez –desde entonces se han reencontrado un par de veces– por los rincones más oscuros e íntimos de su vida.

El suizo se expone sin tapujos, desvelando su lado más íntimo al tiempo que se revuelve contra su destino. Así, convirtiendo la propia vida en una trama, se forma la primera autobiografía moderna "en la que ya te permites, al fin, anunciar que vas a contar la verdad con pelos y señales de manera que, si las condiciones lo exigen, también puedas inventarla", señala el hombre detrás de Salvaje Oeste (Espasa Libros), su última novela. Ya que algo debió de aprender Tallón de Rousseau, que hasta se atrevió a hacer su propia semblanza biográfica en el blog que mantiene desde hace años.

Él niega ninguna influencia del suizo o dice desconocerla –"supones que sí, o que no. Es posible que algo influya, y mucho, y que nunca lo sepas"–, pero acostumbrado como está a deslumbrar ya sea con la filosofía tras un penalti o con episodios sobre la vida de Julio Cortázar, el gallego se viste (quizá inconscientemente) de Rousseau y confiesa que todavía le quedan "cientos de clásicos" por visitar, empezando por Rojo y negro, de Stendhal.

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